«Jenna Strong.»
Mi verdadero nombre me retumba en los oídos.
«Sabe quién soy.»
Por primera vez no logro ni tranquilizarme ni pensar. Ni siquiera soy capaz de fingir. Me quedo mirando a Jacob.
—¿Cómo lo…?
—He visto las pantallas de noticias al salir a por comida. —Se encoge de hombros—. Los de la ACID están volviéndose locos, buscándoos a Max y a ti, ¿sabes? Han aumentado la recompensa por encontraros a setenta y cinco mil kredz.
Me flaquean tanto las piernas que tengo las sensación de que van a doblárseme. Me siento con parsimonia en la silla que hay junto a la mesa de escritorio.
—Jenna, Jenna, Jenna —repite Jacob—. La chica más buscada en toda la RIGB, y la tengo justo aquí, delante de mí.
—No se lo cuentes a Max —le digo—. No lo sabe.
—Por supuesto —responde Jacob—. También has matado a su padre, ¿no?
—No —contesto—. Fueron los de la ACID; su padre fue uno de los que me sacaron de prisión, y un agente le disparó.
—¿Y por qué no le cuentas eso y ya está?
«Porque está convencido de que Jenna Strong lo hizo. Porque ya le he mentido tanto que no hay forma posible de que me crea. Porque todavía no sé por qué me ayudó su padre.» Son tantas las razones que no sé cuál escoger.
—¿Por qué quieres que participemos en la trama de las bombas? —le pregunto—. Podrías entregarnos y reclamar la recompensa. Setenta y cinco mil kredz es una fortuna.
Jacob se sienta en la cama y me mira con frialdad.
—Como ya he dicho, nuestro movimiento se encuentra en pleno crecimiento. Tenemos células distribuidas por todo el país, planeamos acciones en diversos aspectos, ya sean de vandalismo, pintadas de graffitis luminosos, incitación a la rebelión, o lo que pensamos hacer el mes que viene. Cualquier cosa que haga público el descontento y que provoque que la gente se cuestione la autoridad de la ACID. Pero nos falta una cara visible: alguien que inspire a los demás, que consiga que se unan a nuestro grupo y luchen por nuestra causa.
—Entonces… ¿qué?, ¿yo soy esa persona? —pregunto.
Sacude la cabeza para apartarse el pelo de la cara.
—Eres increíble, Jenna. Has matado a uno de los agentes más antiguos de la ACID, y era tu propio padre. Piensa en lo que significaría si alguien como tú nos ayudase a coordinar nuestros ataques y a entrenar a los nuevos adeptos, por ejemplo. La gente querría seguir tu ejemplo. La NAR sería imparable.
Una sensación de frío y mareo empieza a invadirme.
—Para tu información, la muerte de mis padres fue un accidente —le espeto—. No soy una asesina. Y tengo clarísimo que no quiero ser tu cara visible. —Le escupo esto último como si fuera un dardo envenenado.
—¿Estás segura? Te pagaremos. Incluso me encargaré de que Max y tú podáis mudaros a una estancia más privada de la biblioteca, si quieres. Y, por supuesto, os protegeremos de la ACID; me aseguraré personalmente de ello. ¿Qué me dices? Ayúdanos con la competición de Manchester, y te llevaré a conocer a algunos de mis socios. Pensaremos exactamente en cuál será tu papel y dónde podréis quedaros Max y tú.
—¿Y a ti te pagan? —pregunto—. ¿Esos socios tuyos? ¿Te han ofrecido dinero por llevarme con ellos?
—Eso no es importante —dice Jacob, pero sé, por la forma en que aparta la mirada durante unos segundos de la mía, que estoy en lo cierto.
—Estás loco —le suelto, y me pongo de pie—. Déjame salir.
Intento apartarlo para poder pasar por la puerta, pero me bloquea el paso.
—¿Ni siquiera vas a pensártelo? Piénsalo, Jenna. Dinero, seguridad, la oportunidad de convertirte en una heroína; no tendrás nada de eso si te vas de aquí ahora.
—Todo eso me importa una mierda —le digo—. El asesinato no tiene nada de heroico, aunque las víctimas sean de la ACID. Déjame pasar.
Pero no se mueve.
Relajo el cuerpo y aparto la mirada en un intento de parecer sumisa. Luego le suelto un golpetazo en la entrepierna y a la altura de los ojos. Con la misma rapidez, él levanta una mano, me agarra por la muñeca y cierra el puño con la fuerza de una prensa. Me retuerce el brazo para ponérmelo a la espalda. Me empuja contra la pared apoyándome la rodilla detrás de las mías para que no me pueda zafar.
—Buen intento —me dice hablándome al oído—. ¿Quién te habrá enseñado esa llave?
Intento liberarme asestándole un golpe con la mano que me queda libre, pero también consigue retenerme esa contra la pared, y me deja ahí como un insecto clavado con alfileres a un pedazo de cartulina.
Tiene una fuerza aterradora. Es más fuerte que cualquiera de los tipos que intentaron arrinconarme en la cárcel, aunque algunos de ellos eran más corpulentos. Por primera vez en mi vida he encontrado la horma de mi zapato.
—Tenías razón, Jenna —me susurra, y el tono encantador ha desaparecido por completo—. Han ofrecido dinero a cualquier miembro de la NAR que te encuentre. Muchísimo dinero. Casi tanto como la recompensa que ofrece la ACID, si no más. Para mí eres muy valiosa, Jenna, así que no creas que voy a dejarte marchar sin más.
Después de permanecer quieta unos minutos, me sacudo con violencia, esperando pillarlo desprevenido. Pero no funciona. Me retuerce aún más el brazo que tengo a la espalda, me quedo quieta y reprimo un grito de dolor. «No intentes luchar contra él —pienso—. Si lo haces, va a romperte el brazo.» Me tranquilizo tanto como puedo e intento mantenerme en una postura que relaje un poco la tensión en la articulación del hombro.
—Si no haces lo que quiero —me advierte, todavía en voz baja—, le diré a Max quién eres, y os venderé a los dos a la ACID. ¿Entendido?
Cierro los ojos. No respondo.
—¿Entendido? —Me dobla aún más el brazo hacia arriba, hasta que empiezo a tener la sensación de que va a desencajármelo.
Aprieto los dientes para reprimir un gruñido y asiento en silencio. Me suelta. Sigo con la cara pegada a la pared y los ojos cerrados, gimiendo en silencio por el dolor del hombro.
—Vete —dice Jacob. Ahora suena aburrido—. Vuelve abajo y dile a tu novio que has decidido que os quedáis.
—¿Qué se supone que debo decirle? —le pregunto, sin volverme.
—Se te da bien mentir, estoy seguro de que se te ocurrirá algo —contesta Jacob. Pasa por mi lado y abre la puerta.
La cruzo tambaleante. Me pitan los oídos, y oleadas de dolor me recorren el hombro y me marean.
—Y…, Jenna…
Me vuelvo. Las lámparas fluorescentes que Jacob tiene delante crean la ilusión de que tiene un halo alrededor de la cabeza, y le da aspecto de ángel terrorífico.
—Ni siquiera te plantees escapar. Los demás no saben quién eres en realidad, pero sí saben que quiero que no te vayas. Estarán vigilándote muy de cerca; sobre todo, Elyn. Tiene la pistola que llevabas encima cuando llegaste.
Me dan ganas de escupirle en la cara, pero el dolor del hombro es un recordatorio de lo que podría ocurrirme si lo hiciera. Envuelta en una bruma de pánico y rabia, me vuelvo y regreso por el pasillo.