Pienso en ir primero a la sala de reuniones, para ver si todavía están ahí la caja con el artilugio y el plano, o si puedo encontrar alguna otra prueba para saber qué planean hacer Jacob y los demás. Entonces recuerdo que Lukas está haciendo guardia a tan solo unos metros. «Lo mejor será actuar como si estuvieras pensando en marcharte esta noche —me digo mientras me dirijo a la segunda planta—. Actúa con normalidad. De todas formas, Jacob ya sabe que no quieres quedarte, así que ¿qué problema hay?»
El pasillo que conduce a su habitación está incluso más oscuro de lo que recuerdo. Tengo la sensación de que las paredes se me echan encima mientras lo recorro y llamo a su puerta.
No hay respuesta. Echo un vistazo por la ventanita en la parte de arriba, pero el cristal está demasiado sucio para ver nada que no sea el parpadeo de las lámparas fluorescentes.
Vuelvo a llamar. Y pruebo a girar el pomo.
Está abierta.
La empujo con las puntas de los dedos. Se abre hacia dentro sin hacer ruido.
—¿Hola? —pregunto en voz baja, aunque ya veo que la habitación está vacía.
Los extraños dibujos de las paredes me observan con malicia cuando entro sin dejar de mirar a mi alrededor. Tiene exactamente el mismo aspecto del día en que llegamos Max y yo, con mantas apiladas sobre la cama y montones de libros por todas partes.
Me vuelvo hacia la puerta abierta que tengo a mis espaldas. ¿Dónde está Jacob? A lo mejor ya ha salido a comprar comida. Me acerco al catre, me agacho y miro debajo de la cama en busca de la caja fuerte. Jacob tiene la llave, por supuesto, pero tal vez pueda abrirla forzándola con algo. Sea como sea, tengo que conseguir recuperar la pistola y nuestras tarjetas.
Pero la caja no está. Me incorporo para echar un vistazo a la habitación. Entonces empiezo a registrar el escritorio, voy levantando con cuidado las pilas de papeles y las vuelvo a dejar en lo que espero que fuera su posición original. Abro y cierro cajones. La caja no está en ninguna parte. «Mierda.»
Fijo la atención en las pilas de libros que están pegadas a la pared del fondo, y las voy moviendo poco a poco. Es evidente que Jacob ha escondido la caja, pero ¿dónde? Dios, espero que no se la haya llevado consigo. Llego a la base de una de las pilas de libros y empiezo con la siguiente, cuando, de pronto, siento que se me ponen los pelos de punta, como si alguien estuviera mirándome. Tengo el corazón desbocado, me vuelvo, casi segura de que voy a ver a Jacob de pie en el quicio de la puerta, pero no hay nadie.
«Tranquilízate», pienso y suelto aire de forma lenta y temblorosa. Sacudo la cabeza y sigo revisando los libros.
Entonces oigo un tenue clic.
Levanto la cabeza de golpe, el corazón se me va a salir del pecho. El ruido viene de la derecha, casi a los pies de la cama, pero, al principio, no veo nada. Entonces una parte de la pared empieza a desplazarse hacia fuera. Me doy cuenta de que es una puerta, camuflada tras esos extraños dibujos.
—¿Buscas algo, Sarah? —me pregunta alguien mientras se abre.
Jacob está de pie al otro lado, sonriéndome.