23

Me vuelvo. Max está mirando por uno de los agujeros de los tablones.

—Max —le susurro, haciéndole un gesto desesperado con la mano para que se acerque.

Se levanta y se acerca corriendo por el pasillo hasta donde estoy yo.

«Mira», le digo moviendo los labios y señalando el hueco.

Él lo hace. Cuando retrocede, estoy bastante segura de que la expresión que ha puesto es idéntica a la mía.

«¿Qué están tramando?», pregunta moviendo los labios. Yo niego con la cabeza.

Jacob se encuentra de pie en el centro de la sala, que está iluminada, como siempre, por lámparas fluorescentes. Junto a él, hay una mesa con una caja, parecida a la caja en la que ha metido la pistola y nuestras tarjetas de ciudadanía, pero más grande y pintada de verde. Los demás están sentados a su alrededor en unas silla que han sido dispuestas en semicírculo, observando algo que él ha sacado de la caja: un disco metálico con la parte de arriba ligeramente curva, más o menos de la mitad del tamaño de la palma de su mano.

—Este no está activado —está diciendo—. Pero los que tendréis ese día lo estarán. Tenéis que ser muy, pero que muy cuidadosos para no sacudirlos y que no se os caigan, si no, ¡bum! —Y separa los brazos.

Elyn, Rory, Jack, Paul, Amy, Lukas, Neela y Shaan asienten a la vez. Sus rostros son el vivo reflejo de la concentración, sobre todo el de Elyn.

—Debéis localizar vuestro objetivo, adosarlos y activarlos tirando de esta anilla de aquí —continúa Jacob, señalando algo que hay en un lateral del disco—. Luego tendréis treinta minutos para largaros.

Los demás asienten de nuevo.

—Este es un plano de la plaza. —Jacob vuelve a meter el disco en la caja y coge otra cosa: un papel cuadrado, que despliega hasta que se convierte en una hoja grande, que alisa sobre la mesa, junto a la caja—. He marcado los objetivos con una cruz roja, y al lado de cada uno he puesto las iniciales de la persona a la que corresponde cada objetivo. ¿Ha quedado lo bastante claro?

Los demás se levantan y se reúnen a su alrededor para echar un vistazo al plano. Entrecierro los ojos para intentar ver lo que contiene, pero está demasiado lejos; además, la iluminación es demasiado tenue.

—Se calcula que acudirán unos dos mil agentes de la ACID a la competición —prosigue Jacob—. Además habrá muchísimos espectadores. Y nuestro querido presidente, por supuesto. Será una carnicería. —Sonríe de oreja a oreja.

También lo hacen los demás, y a Elyn le brilla la mirada con esa expresión tan incómoda de embelesamiento que ya he visto en ella y en los demás cuando Jacob está presente.

Me quedo mirándolo por el angosto hueco de la puerta; las palabras de Jacob me retumban en la cabeza. «Sed muy cuidadosos. Si no… ¡bum! Objetivos… dos mil agentes de la ACID… competición… carnicería…»

Todo encaja de pronto como las piezas de un rompecabezas.

Me doy cuenta de que lo está diciendo.

Me doy cuenta de lo que es el disco metálico, y de lo que va a hacer esta gente.

—¿Qué ocurre? —pregunta Max cuando regresamos junto a la ventana—. Te has quedado blanca.

Me acerco a toda prisa a él para que baje la voz, con la vista en la puerta.

—¿Qué pasa? —insiste entre susurros.

Le hago una señal para que se acerque a mí y, en voz baja, le cuento lo que he visto. Su rostro también va palideciendo poco a poco.

—¿A qué se refieren con lo de la competición? —pregunta.

—No estoy segura —digo. Sin la posibilidad de usar un kom ni de consultarlo en una pantalla de noticias, no tengo forma de averiguarlo—. Me suena a algo relacionado con la ACID. No sé si es algo que ocurrirá en esta ciudad o en otra parte.

—Tenemos que largarnos esta noche —susurra.

Asiento en silencio.

—Iré a pedir la pistola y las tarjetas de ciudadanía en cuanto vuelva Lukas.

—Pero ¿y si él no te deja recuperarlas?

—Las recuperaré —replico—. Todo irá bien. —Pero no me siento ni la mitad de segura de lo que intento aparentar al hablar.

—Dios, Mia —susurra Max—. Son terroris…

—Chist. —Oigo voces; la puerta de la sala de reuniones está abriéndose—. Actúa con normalidad. No deben sospechar que sabemos algo.

Max se vuelve, se arrodilla y mira por uno de los agujeros. Yo me siento, con las manos apoyadas ligeramente sobre los brazos de la silla, y, como puedo, consigo corresponder a la amable sonrisa que me dedica Elyn cuando se dirige hacia nosotros.

—Muchas gracias, chicos —dice, colocándose un mechón de su lacio pelo rubio detrás de la oreja.

Lleva otro vestido hecho por ella con retales de tela con encaje en el ribete y en el escote, y un cristal de color violeta ensartado en un cordón de cuero colgando del cuello. Intento imaginarla colocando uno de esos artefactos, tirando de la anilla, alejándose para ponerse a salvo y esperando tranquilamente a que explote. Recuerdo la forma en que estaba mirando a Jacob, como si estuviera dispuesta a entregarle el alma si él se la pidiera.

Me recorre un escalofrío.

—No pasa nada —respondo.

—Ahora volverá Lukas —dice, y vuelve la cabeza para mirarlo por encima del hombro.

Max y yo nos levantamos.

—Bueno, ¿ha ido bien la reunión? —pregunto mientras nos dirigimos de nuevo a la planta baja—. ¿Habéis solucionado algo?

—Oh, sí —contesta con despreocupación—. Estábamos hablando de los turnos de vigilancia y de las cosas que queremos que traiga Jacob la próxima vez que salga a comprar comida, cosas aburridas de ese tipo.

Asiento en silencio y se me cae el alma a los pies. Pero ¿qué esperaba? ¿Que me dijera: «Sí, hemos estado hablando de dónde colocar los explosivos para poder matar a cientos de agentes de la ACID y a las personas inocentes que estén entre el público?».

«Tienes que detenerlos», me dice la vocecilla interior. Pero ¿cómo? La única forma que tengo de contactar con la ACID en este momento es salir a la calle y hacerlo en persona. No es una opción. Y ni siquiera sé lo que es la competición. Si Max y yo pudiéramos escapar y encontrar un PCR…

—¡Oh! —exclamo cuando volvemos a la zona infantil de la biblioteca—. He olvidado que quería preguntarle algo a Jacob.

—Voy yo si quieres —dice Elyn—. ¿Qué querías preguntarle?

—No te preocupes, ya voy yo —insisto y le dedico otra sonrisa falsa.

—Vale. Voy a preparar café. ¿Queréis una taza?

—Estaría muy bien, gracias —contesto.

Le echo un vistazo a Max, que está de pie detrás de los demás.

«Ten cuidado», me dice moviendo los labios.