21

Durante horas permanezco sentada con las piernas cruzadas junto a Max, observándole dar vueltas mientras duerme. A pesar del parche medicinal y de las mantas, siempre que se despierta se queja de que tiene frío, y tiene la cara empapada en sudor, aunque no dejo de secársela con la manga. Elyn se acerca un par de veces para ver si estamos bien.

—¿Todavía queréis marcharos esta noche? —pregunta después de traernos otra botella de agua y un par de parches medicinales más.

Miro a Max, que ha vuelto a dormirse.

—No estoy segura.

Arruga el entrecejo con gesto compasivo.

—Bueno, si necesitáis algo más, dímelo.

—Gracias —contesto y le dedico una tímida sonrisa.

El resto de la tarde pasa lentamente. Me quedo mirando mientras, al otro lado de la sala, los demás entran y salen, agachados, de sus refugios. ¿De dónde serán? ¿Y qué hacen aquí? ¿Se pasan el día aquí sentados, ocultándose de la ACID?

«Venga —suplico a Max en silencio—. Mejórate. No quiero quedarme aquí.» Elyn parece bastante amable, pero el instinto que he desarrollado en la cárcel está despierto, y me susurra advertencias al oído. No me esfuerzo por saber qué quieren decir. Quiero salir de aquí antes de descubrir qué es lo que no está bien.

Me echo hacia delante, hundo la cara entre las manos y me pregunto qué demonios haremos. Entonces oigo unos pasos arrastrándose por la alfombra. Levanto la vista y veo a Jacob, que mira a Max con expresión seria.

—Tendrá que descansar durante varios días —dice.

Pongo mala cara.

—Tenemos que irnos esta noche.

—Si os marcháis, acabará cogiendo una neumonía.

No le respondo, me quedo mirando la cara roja de Max, escuchando su ruidosa respiración. ¿Suena mejor o peor que antes?

—De todas formas, ¿adónde vais a ir? —pregunta Jacob.

—Tengo amigos que pueden ayudarnos —respondo. No pienso contarle que esos amigos están en Londres y que no hay forma de contactar con ellos, así que, en realidad no nos podrán ayudar.

—Vamos a comer. ¿Nos acompañáis? —pregunta.

Lo miro, sorprendida.

—Nos encantará que nos acompañéis —dice, se vuelve y se va.

En un principio me quedo ahí plantada, decidida a no aceptar nada de lo que me dé esta gente; porque no quiero deberles nada. Pero entonces empieza a llegar el olor a comida a la sala, lo que hace que me rujan las tripas, y recuerdo que la última vez que he comido ha sido esta mañana, en el piso.

—¡Sarah! —oigo que me llama Elyn.

Me froto la cara con la mano. Me vuelven a sonar las tripas. Es como si intentaran salírseme del cuerpo.

—¿Sarah? —repite Elyn.

Suspiro y me levanto.

Los demás están sentados formando un rudimentario círculo sobre la alfombra, en el centro de los refugios. Elyn está sirviendo con un cucharón, en cuencos, una comida con aspecto a fideos chinos y que huele a pollo, de una gran cacerola. Sonríe y se desplaza un poco para que pueda sentarme junto a ella.

Durante un rato, el único ruido que se oye es el de las cucharas al chocar contra la porcelana. Los fideos chinos y las verduras están rehidratados, y la carne es un sucedáneo, pero tengo tanta hambre que podría comerme la alfombra.

—Hemos preparado un poco más para Declan, para cuando despierte —me explica Elyn mientras como.

—Bueno —dice Jacob cuando todos han acabado—, no has llegado a contarnos por qué escapáis de la ACID, Sarah. Debe de haber sido algo bastante serio para que vengan a buscaros de ese modo.

¿Me lo parece a mí o está intentando no sonreír?

Me vuelvo para mirar con disimulo en dirección a Max.

—Sí que os lo he dicho —respondo—. No somos compañeros vitales. La ACID lo descubrió y empezó a perseguirnos.

—Claro que nos lo has dicho. Te pido disculpas. —Jacob deja su cuenco en el suelo.

Decido desafiarlo con una pregunta.

—¿Y tú? ¿Qué estás haciendo aquí?

—Oh. —Jacob se estira, entrelaza las manos y hace crujir los nudillos—. Lo mismo que vosotros, supongo. Mantenerme apartado de la ACID. —Se levanta—. Tengo que hacer algo —dice a los demás—. Nos vemos luego, ¿vale?

Abandona la sala. Se hace un silencio incómodo, y veo que Elyn y Shaan intercambian una mirada, como si hubiera preguntado algo que no debiera.

—Nosotros estábamos como vosotros —dice Elyn, mientras recoge los cuencos vacíos—. Rory y yo, quiero decir. Nos conocimos en septiembre, unos meses antes de nuestras ceremonias de emparejamiento vital. Yo sabía que Rory era con quien quería estar en realidad, no me llevaba bien con el chico que mis padres y los de la ACID habían escogido para mí, así que nos fugamos.

Me vienen a la cabeza algunos recuerdos de Dylan. Los aparto, molesta. Ese chico me arruinó la vida. ¿Por qué no puedo olvidarlo de una vez?

—A nuestro padre lo metieron en la cárcel —dice Amy, y se señala a sí misma y a Jack, y por primera vez me fijo en lo mucho que se parecen. Son tan parecidos que ahora estoy casi segura de que son mellizos—. A nuestra madre la volvieron a emparejar y su nuevo compañero era un tipo horrible, quería separarnos y enviarnos a un campamento militar dirigido por la ACID, decía que era «para que no seáis como vuestro padre».

—Yo lo que creo es que quería quitarnos de en medio —añade Jack.

Paul y Lukas me cuentan que ellos también son fugitivos, de dos familias violentas e infelices. Y Neela y Shaan, tal como yo sospechaba, se fugaron juntas porque sus sentimientos eran demasiado fuertes para ignorarlos. No por primera vez, me pregunto por qué yo no me fugué. Por qué dejé que Dylan me convenciera para coger la pistola y amenazar a mi padre con ella. Estoy segura de que, si lo hubiéramos intentado, se nos habría ocurrido otra forma de sacarme de allí. Y, con todo, entonces sentía algo tan fuerte por él que seguí su alocado plan sin cuestionármelo. Algunas veces, me cuesta mucho reconocerme en la chica que era antes de ingresar en Mileway.

—¿Y cómo habéis acabado todos aquí arriba? —pregunto, arrugando el entrecejo. Parece demasiada coincidencia que todos hayan acabado encontrando el mismo lugar.

—Yo conocí a Jacob en Manchester cuando estaba de okupa en un edificio de apartamentos abandonado —dice Paul—. Lo reclu… ¡Ay! Oye, ¿a qué ha venido eso? —Se queda mirando a Elyn, que le acaba de dar un fuerte y repentino codazo.

—Somos de todas partes —dice Elyn con calma—. Jacob viaja mucho, y todos acabamos cruzándonos con él de una forma u otra.

—Entonces, ¿él os ofrece un refugio seguro a cambio de nada? —pregunto—. Eso es muy…

—¿Muy qué? —Elyn entrecierra los ojos.

«Generoso», quiero decir. «Raro.» Pero no lo digo. Con esa mirada de suspicacia, ya no parece tan delicada ni tan guapa; es como si algo oscuro acechara bajo la superficie.

—Nada —respondo—. No me hagas caso.

La conversación se enfría después de eso, así que vuelvo para comprobar cómo está Max. Me siento aliviada al ver que respira algo mejor, aunque sigue caliente.

—¿Queréis haceros un refugio? —me pregunta alguien situado detrás de mí. Me sobresalto, me vuelvo y veo a Elyn, que está ahí de pie. Se ha situado detrás de mí sin hacer prácticamente ningún ruido—. Así tendréis algo más de intimidad.

—Hum, vale —contesto.

—Por ahí hay algunas estanterías de sobra —comenta, y señala el otro extremo de la habitación—. Le diré a Rory que venga a ayudarte a moverlas, son pesadas.

—Ya me las apañaré —digo.

Cruzo la sala hasta llegar al lugar donde están las estanterías sobrantes. Una de ellas todavía tiene un póster, lleno de polvo y manchas de humedad, pegado en uno de los laterales, en el que se anunciaba: LA HORA DEL CUENTO, TODOS LOS VIERNES DE 02.00 A 03.00 DE LA TARDE, bajo la foto de un osito sonriente. Dios, este lugar tiene que ser realmente antiguo si todavía usaban el reloj de doce horas. Arrastro la estantería hasta el lugar donde está tumbado Max y vuelvo a por otra. Cuando ya he arrastrado la tercera estantería, Elyn ha regresado con un montón de sábanas y mantas.

—¡Vaya! —exclama—. Yo sola no puedo ni mover una de esas.

Me encojo de hombros y formo un cuadrado de tres lados con los estantes. Ella me ayuda a colgar las sábanas y a extender las mantas en el pedazo de suelo que queda dentro.

—También te he traído esto. —Me entrega un par de lámparas fluorescentes.

Las sacudo para encenderlas y las coloco sobre las baldas. Luego muevo con delicadeza a Max para que se despierte y se meta dentro.

—Si necesitáis ir al baño, hay uno por ahí —dice, y señala una puerta que está cerca—. Es químico, así que es bastante horrible, pero peor es nada.

Vuelvo a asentir en silencio, y con una tímida sonrisa, se marcha. La observo mientras se aleja. Es muy delicada. Resulta increíble pensar que haya logrado escapar de la ACID durante tanto tiempo. Pero, bueno, ¿no son siempre las personas de apariencia más inocente las que más sorprenden? Había mucha gente en Mileway que suponía que yo era débil y frágil. Y que descubrían, a un precio muy alto, que no lo era.

Me meto a gatas en el refugio.

—¿Mia? —pregunta Max con la voz ronca—. ¿Nos quedamos?

—Hasta que mejores, sí —respondo.

Me dedica una tímida sonrisa.

—Supongo que esto es mejor que nada, ¿no? Pensaba que pasaríamos la noche en una celda de la ACID. —Tose, luego traga saliva y hace una mueca de dolor.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto.

—Bien —contesta.

Pero no parece estar bien. Suspiro para mis adentros. Seguramente tendremos que quedarnos aquí dos o tres días, como mínimo. Aunque tiene razón: esto es mejor que pasar la noche en una celda de la ACID.

Espero hasta que vuelve a cerrar los ojos, luego me tumbo en las mantas a su lado. Resulta extraño estar con él aquí, así. Jamás he compartido habitación con nadie, mucho menos un espacio tan reducido. Es incluso más pequeño que mi celda; hay unos treinta centímetros de separación entre ambos. El suelo es duro e incómodo, pero no me quiero mover mucho por no chocar contra él y despertarlo. Por algún motivo, no dejo de recordar lo que sentía cuando estaba apretada contra él encima de las estanterías, cuando nos ocultábamos de la ACID; me provoca oleadas de frío y calor por todo el cuerpo. Para distraerme, levanto la vista para mirar la sábana que tenemos sobre la cabeza y pienso en como ha evitado Jacob mi pregunta sobre qué estaba haciendo aquí. ¿Por qué lo ha hecho si no tenía nada que ocultar? Al fin y al cabo, ¿Max y yo no hemos hecho lo mismo? ¿Y a qué ha venido el codazo que le ha dado Shaan a Paul cuando lo he preguntado? ¿Qué iba a decir el chico?

«Da igual —pienso—. En cuanto Max se recupere, nos largamos. ¿A quién le importa quiénes son o qué están haciendo aquí?»

Sin embargo, Jacob tiene la pistola, y nuestras tarjetas de residencia, y las quiero recuperar, aunque no sirvan para nada. La idea de que las tenga él me pone nerviosa. ¿Nos las devolverá? Y, para empezar, ¿por qué nos las habrá quitado?

«A lo mejor sabe quiénes somos en realidad —pienso—. Ha dicho que en este lugar nadie tiene koms, pero ¿y si está mintiendo?

»Ahora mismo, este es el lugar más seguro donde podemos estar —me digo—. Duérmete y ya te preocuparás de todo esto mañana.»

Pero es más fácil decirlo que hacerlo, y me quedo desvelada durante horas, con la cabeza llena de preguntas.

25 de mayo de 2113

Querida Jenna:

Te he escrito muchísimas cartas como esta desde el día en que naciste. Aunque nunca te las he enviado, siempre te he imaginado leyéndolas y contestando. Prácticamente como si estuviéramos manteniendo una conversación real. Parece una tontería, la verdad… Pero hasta la muerte de tus padres adoptivos, y hasta que pacté con LIBRE que te sacaran de prisión a cambio de recabar pruebas contra la ACID para el juicio, creí que jamás podría verte ni hablarte en persona, y esa idea me resultaba tan dolorosa que tuve que buscar una forma de mitigar ese dolor. Por eso te he escrito las cartas.

Y, aquí me tienes, escribiéndote otra.

Tengo tantas preguntas… ¿Dónde demonios encontraste a Max y cómo? ¿Y dónde os habéis metido? En cuanto me he enterado del incidente en las estación de Clearford de ayer, he sentido ganas de salir corriendo hacia allí. Pero no he podido porque sabía que, si te encontraba, tendría que haber permitido que la ACID te detuviera, y habría sido incapaz de hacerlo. He sido incapaz.

Y los de LIBRE tampoco han podido viajar hasta allí todavía. Ahora, la ACID ha descubierto dónde estás, y como ya estaban investigando los asuntos que se traía entre manos Alex Fisher, tenemos que mantenernos al margen tanto como podamos, al menos durante un par de semanas. Como precaución, Mel, Jon y otros miembros de LIBRE ubicados en Londres han sido trasladados a otros destinos. También hemos conseguido liberar a la madre de Max y llevarla a una casa segura.

Sin embargo, tenemos otros recursos para localizarte, y créeme cuando te digo que estamos usándolos. Además, no creemos que todo esto influya en el juicio. Ya tenemos prácticamente más pruebas de las que necesitamos para presentar la demanda contra la ACID, y esperamos tener el resto para finales del verano, ocurra lo que ocurra. La clave está en averiguar lo que está pasando realmente en un lugar llamado Innis Ifrinn —Isla del Infierno—, lo que antes eran las islas Orkney. Se supone que ni siquiera existe, y ya hemos visto documentos e imágenes que nos hacen pensar que están torturando gravemente a los prisioneros; sospechamos que allí han muerto hasta una veintena de personas desde que lo abrieron a principios de año. Conseguir pruebas de ello reforzaría, en gran medida, nuestro alegato contra la ACID.

Me estremezco solo de pensar que podríamos —aunque solo sea una posibilidad— tener la clave para acabar con medio siglo de asfixiante mandato de la ACID en este país. Poco a poco han ido aislando a la del mundo, controlando al pueblo mediante la intimidación, y eso no está bien… A tu padre también le habría gustado ver como desaparecían, no al padre que recuerdas ahora, sino a tu padre de verdad. El que luchaba contra la ACID con tanta pasión como yo y como el resto de los miembros de LIBRE.

Jenna, estés donde estés, por favor, cuídate. Mantente a salvo. Ya perdí a mi hija una vez. No creo que pudiera soportar perderla de nuevo.

Con todo mi amor,

tu madre