12

Me paso el resto de la noche comprobando constantemente cómo está Max para asegurarme de que sigue respirando. Al amanecer, le ha subido la fiebre. No puedo hacer mucho más que ponerle un parche medicinal en el cuello y esperar a que mejore. Le cambio los asquerosos vaqueros que lleva y la camiseta por un chaleco sin mangas y unos pantalones de chándal un poco grandes que se ha dejado Cade, y me llevo la ropa sucia para meterla en la lavadora. Justo antes de ponerla en marcha, recuerdo revisarle los bolsillos de los pantalones. Y lo único que encuentro es una vieja cartera de piel. Estoy a punto de echarle un vistazo cuando veo el reloj y me doy cuenta de que es casi la hora de ir a trabajar, momento en que la impresión me penetra hiriente a través de la neblina mental que me provoca el cansancio.

Tengo que irme, no puedo decir que estoy enferma sin tener un justificante médico. Eso significa dejar aquí solo a Max todo el día. ¿Y si hace ruido? ¿Y si se cae del sofá y se hace daño? ¿Y si empeora?

Pero no puedo hacer nada. Meto como puedo la cartera en un cajón para revisarla más tarde y, después de comprobar qué tal está Max por última vez, busco ropa limpia para mí. Luego me echo agua en la cara, me lavo los dientes y me voy.

A la hora del almuerzo, en lugar de comer, cojo el tranvía para volver a casa y corro por el camino hasta llegar a Anderson Court. Max está exactamente en la misma postura en la que lo he dejado: hecho un ovillo sobre el sofá. Tengo el tiempo justo para echarle unas gotas de agua en la boca antes de que sea hora de volver a marcharme. La única suerte es que tanto la señora Holloway como su compañero han sucumbido a dos fuertes resfriados justo hoy. Aparte de llamar a la puerta una vez por la tarde para ver si puedo sacar a Sammie a pasear —le digo que me encantará, aunque soy alérgica a los perros—, mi vecina se queda en su piso.

La tarde siguiente, a Max ha empezado a bajarle por fin la fiebre, pero solo permanece despierto el tiempo suficiente para beber media taza de caldo instantáneo. Me paso gran parte de la noche junto a la ventana, mirando a la calle que queda justo debajo para ver si localizo alguna furgoneta de la ACID o algún roto en el cielo.

Cuando empieza a amanecer, me pongo el pijama, me meto a rastras bajo las mantas y cierro los ojos. Estoy segura de que no dormiré, pero, si no lo intento al menos, voy a volverme loca. Cuando vuelvo a abrir los ojos ya es completamente de día, la luz del sol se cuela por la ventana. Miro la hora en mi kom y veo que he dormido durante más de cuatro horas. Salgo como puedo de la cama, con la mente todavía embotada por el sueño, a punto de sufrir un ataque de pánico, hasta que me doy cuenta de que es domingo y no tengo que ir a trabajar.

«Max», pienso. Y entro corriendo en el comedor.

El sofá está vacío.

El pánico se apodera de mí. Habrá sufrido delirios y habrá intentado escapar. O la señora Holloway nos ha delatado, y la ACID ha estado aquí mientras yo dormía y se lo ha llevado. Podrían seguir aquí, esperando…

Miro a mi alrededor y oigo mis propios latidos en los oídos. Parece todo mucho más ordenado que antes de acostarme. La manta con la que había tapado a Max ha sido doblada y colocada sobre el respaldo del sofá, las ventanas están abiertas y entra el aire fresco, y los zapatos de Max se hallan ordenadamente colocados junto a la puerta.

Entonces oigo el sonido del agua procedente del baño. Se me para el corazón. ¿De verdad que los de la ACID están dándose una ducha y esperando a que me despierte?

Entonces para el sonido del agua y se abre la puerta.

—¡Mierda! —grita Max, retrocede de un salto y me hace saltar a mí también.

Lleva una toalla puesta a la cintura y la agarra justo antes de que se le resbale. Mientras nos miramos, me doy cuenta de que todavía llevo el pijama y me siento incómoda: son unos pantalones cortos y una camiseta superfina y corta, con un gran escote y unos tirantes muy delgados. Y él, bueno… está prácticamente desnudo, con el pelo mojado pegado a la cabeza y las gotas de agua cayéndole sobre la clavícula y las costillas demasiado prominentes.

—Lo siento —dice tartamudeando, y se pone colorado—. Debería haberte preguntado si no te importaba que me duchara, pero estabas dormida y…

—No pasa nada —respondo, carraspeo y siento que también me ruborizo.

Ahora está limpio y huele bien, y me doy cuenta por primera vez de lo mono que es. Sus ojos, enmarcados por pestañas negras, tienen destellos dorados en el iris, y unas pecas le salpican el tabique nasal.

Y, ¡Dios!, se parece a Alex. Se parece tanto a Alex que se me corta la respiración. Me cruzo los brazos sobre el pecho, resistiendo el sentimiento de culpa y de vergüenza.

—¿Te encuentras mejor?

—Mogollón —responde, tosiendo. Mira a su alrededor y arruga el entrecejo—. ¿Dónde estoy?

—En mi piso —digo. «Es evidente, Jenna.»

—¿Todavía estoy en Londres?

—Sí. En el Exterior. En la zona M. Me llamo Mia. —Me da un vuelco el corazón cuando pronuncio el nombre. Todavía no siento que me pertenezca y, cada vez que lo pronuncio, temo decirlo tartamudeando y delatarme.

Arrugo aún más el entrecejo.

—¿Cómo he llegado hasta aquí?

—Dímelo tú —respondo—. Fuiste tú quien intentó robarme.

Se queda mirándome.

—¿Cómo?

A pesar de lo nerviosa que estoy, sonrío; no puedo evitarlo.

—Con un cuchillo para la mantequilla —añado.

—¿Y qué estoy haciendo aquí? —me pregunta—. ¿Por qué no me has denunciado a la ACID?

—¿Hubieras preferido que lo hiciera? —pregunto con el tono más despreocupado que puedo.

—¡No! ¡Por supuesto que no! Los de la ACID están…

—Están buscándote. Lo sé. Eres Max Fisher, ¿verdad? —Sé que empieza a sospechar un poco, así que actúo como si no estuviera segura, aunque, claro, no me cabe ninguna duda.

—¿Cómo lo…?

—¿Y tú qué crees? Sales en todas las pantallas de noticias. No te preocupes —añado cuando mira con los ojos abiertos de par en par la ventana, como si esperase ver un roto de la ACID aparecer de repente por ahí—. Nadie sabe que estás aquí.

«Eso espero», pienso, y cruzo mentalmente los dedos.

Max me mira.

—¿Tienes algo limpio que pueda ponerme?

Siento que vuelvo a ruborizarme, agarro los vaqueros ya limpios de Max, su camiseta y su sudadera verde, además de una muda de ropa interior que se ha dejado Cade (que le digo que he comprado para él), y se mete en el baño para vestirse. Cuando vuelve a salir, yo también me he puesto algo de ropa, y he preparado café y una tostada con mermelada. Mientras la devora, me quedo mirando al suelo. Aunque sé que no hay forma posible de que me reconozca, me pone nerviosa mantener contacto visual con él durante más de unos instantes. Tengo miedo de que pueda leerme el pensamiento de alguna manera, esos pensamientos que me gritan: «El padre de este chico ha muerto por tu culpa. ¡Él cree que lo has matado! ¿Tienes idea de en cuántos líos te puedes meter ahora mismo si se da cuenta de quién eres?».

—¿De verdad intenté robarte? —pregunta con la boca llena de pan.

—¿No te acuerdas?

Niega con la cabeza. Cuando le cuento lo que ocurrió, el poco color que había vuelto a su rostro desaparece.

—Estás de coña —dice.

—Para empezar, ¿cómo demonios has acabado enganchado a la Nublodina? —le pregunto.

—Caz y Tam.

—¿Quiénes?

Suspira.

—Imagino que lo mejor será que te lo cuente desde el principio.

«Hummm… Sí, seguramente es buena idea —estoy a punto de decir, pero su expresión me detiene. Aprieto los labios con fuerza—. Sé amable con él —pienso—. Tienes que convencerle de que estás de su parte o no podrás llevárselo a Mel y a Jon sin liarla.»

Max arruga el entrecejo y mira su taza de café.

—Fue hace tres semanas, creo. Acababa de llegar a la universidad, se suponía que tenía que hacer los exámenes para ver qué trabajo tendría después de que me emparejasen, y mi madre contactó conmigo desde casa. Estaba histérica, decía que alguien estaba intentando entrar. Le pregunté si había llamado a la ACID, y me dijo que eran los de la ACID, que había una furgoneta y un roto en la calle. No supe qué pensar. Ni qué le había ocurrido a mi padre… —Tragó saliva, empezaba a fallarle la voz—. Eso la dejó hecha polvo. La dejó realmente hecha polvo. Pensé que había estallado, que estaba teniendo un ataque de nervios o algo por el estilo.

Pienso en mi madre. La culpa me reconcome cuando el rostro de Max se contrae.

—Espero que hayan atrapado a esa chica, donde quiera que esté —añade, tiene la voz cargada de odio—. O que esté viviendo en un lugar de mierda, sin comida y sin lugar donde guarecerse.

Me obligo a mantener una expresión neutra, a respirar con normalidad.

—Yo no paraba de decirle que se tranquilizase —prosigue—. Pero no había manera. No paraba de decirme que la ACID también iría a por mí, que tenía que escapar. No paraba de decir: «¡No dejes que te cojan!», una y otra vez, una y otra vez. Le pregunté por qué, pero no me lo decía. Luego entró mi amigo Josh en clase, disparado, y dijo que la ACID acababa de llegar y que preguntaban por mí. Al cabo de unos minutos, oí que alguien gritaba: «¿Dónde está? ¿Dónde está Max Fisher?».

»Entonces me di cuenta de que mi madre me había dicho la verdad. Pensé en esconderme bajo una mesa o dentro de un armario; lugares estúpidos por el estilo. Josh estaba mirándome. Yo intenté explicárselo, pero estaba demasiado aterrorizado para hablar. Corrí hacia la ventana y la abrí. Josh empezó a gritar, decía que estaba loco, que me metería en un lío más gordo si intentaba escapar, pero no lo escuché. Luego, la puerta se abrió de golpe. La ACID me había encontrado.

Se queda callado un momento y pone mirada ausente y de preocupación.

—Me entró el pánico —dice—. No tenía ni idea de lo que quería la ACID, solo sabía que tenía algo que ver con lo que había dicho mi madre, tenía ese presentimiento, ¿sabes? Así que me arranqué el kom, salté por la ventana (la clase está en la planta baja, gracias a Dios) y empecé a correr. Subí al primer tranvía que pasaba y fui hasta el Exterior, hasta el final del recorrido. Acabé en ese parque; estaba bastante abandonado y el único lugar que encontré para refugiarme fue un cobertizo junto al lago.

»No llevaba mucho tiempo allí cuando llegaron un chico y una chica. Se sorprendieron mucho al verme. Me preguntaron qué estaba haciendo allí, pero no quise contarles nada al principio (desde niño, siempre había oído historias sobre lo peligroso que era el Exterior), pero eran tan simpáticos que acabé contándoselo todo. Resultó que estaban buscando un lugar donde fumar un cigarrillo. La chica, Caz, dijo que, si vigilaba por si aparecían los de la ACID mientras fumaban, me podía quedar con ella y con Tam, que era el nombre del chico, esa noche, y que, a la mañana siguiente me dejaría usar su kom para poder contactar con alguien. Tenía tanto miedo de pasar la noche solo en ese parque que accedí.

«Idiota», pienso. Casi puedo adivinar lo que dirá a continuación.

—El lugar era horrible, había mierda por todas partes, pero no quería parecer grosero, así que intenté pasarlo por alto. Caz me preparó un bocadillo. Unos diez minutos después de comérmelo, empecé a sentirme muy mal y mareado. Luego me desmayé. Lo siguiente que sucedió es que era por la mañana y creí que me moría, me encontraba fatal. Intenté localizar la cocina para beber algo de agua y me desmayé. Cuando Caz me encontró empezó a decir que era un nublado. No pude convencerla de que jamás me había acercado siquiera a esa mierda, porque estaba que me moría, me dolía todo el cuerpo. Dijo que tenía algo que podía ayudarme, pero que tenía que ganármelo. Se sacó una bolsita del bolsillo, con cristalitos azules dentro. Enseguida me di cuenta de lo que era. No quería tomarlo, pero…

—Te sentías tan mal que lo hiciste —terminé la frase por él.

Era la forma en que los nublados adictos de Mileway conseguían enganchar a otros presos, diciéndoles que eso les haría sentir mejor; asegurándoles que otra dosis no los engancharía. Y que la que se tomaran a continuación tampoco lo haría. Ni la siguiente.

Max agacha la cabeza con expresión de vergüenza.

—¿Cómo tenías que ganártelo? —le pregunto, aunque, en realidad, no estoy segura de querer saberlo.

—Tenían montado un negocio de falsificación de tarjetas de ciudadanía —me explica—. Otro chico, al que también habían enganchado a la Nublodina, y yo teníamos que salir a atracar para pagarles, porque no querían gastar el dinero que estaban ganando con las tarjetas. —Me mira y se encoge de hombros—. No recuerdo mucho más después de eso. Hasta que me he despertado aquí, quiero decir. —Me dedica una sonrisa vacilante—. Gracias por acogerme y por no delatarme a los de la ACID. Seguramente me has salvado la vida.

Se me revuelve el estómago. ¿Qué pensaría si supiera la verdad, que lo he acogido solo porque tenía que hacerlo, para salvar mi propio pellejo?

Siento una rabia repentina contra la ACID: porque han matado a su padre, por las mentiras que han propagado sobre la muerte de Alex, por destrozar a una familia y, aunque me siento egoísta solo por pensarlo, por hacer que una situación ya de por sí difícil sea aún más dura.

—Sí, bueno, pero no puedes quedarte aquí —le digo librando una lucha interna por decidir qué contarle, pues ha de sonar creíble y no aproximarse demasiado a la verdad, y además debe explicar la evidente ausencia de Cade—. Yo también estoy huyendo de la ACID. Me he escapado de mi compañero vital y unos amigos míos me han conseguido este piso. Si puedo llevarte con ellos, te ayudarán. ¿Todavía tienes tu tarjeta de ciudadanía?

—La verdadera, no —responde—. Caz y Tam me la quitaron. Pero tengo una falsa que me hicieron para poder viajar en tranvía; estaba en un bolsillo de mis pantalones.

Recuerdo la cartera que encontré cuando lo cambié de ropa hace un par de días. Voy a buscarla para dársela.

—Esa es —dice y parece aliviado.

Saca la tarjeta. La cojo y la examino. Si se mira muy de cerca, los dibujos holográficos se vuelven borrosos, seguramente es un efecto deliberado, pero, aparte de eso, nadie diría que no es auténtica. En la cara delantera, en letras rojas, está escrito: ESTA TARJETA OTORGA LA CIUDADANÍA DE LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE GRAN BRETAÑA, como dice en la mía. El logo de la ACID está estampado en la parte superior y hay una foto de la cara del general Harvey al lado. Bajo la foto holográfica se lee el nombre: ADAMS, MICHAEL.

—Impresionante —digo—. Y, en realidad, es mejor esta que la de verdad. La ACID ya la habrá marcado para intentar localizarte. Con esta podemos llevarte a casa de mis amigos sin que nadie se dé cuenta.

Cuando le devuelvo la tarjeta, oigo que me suena el kom muy bajito sobre la mesita de noche. «Es Mel», pienso. Me levanto de un salto, corro hacia la habitación y me coloco el kom en la oreja. Cuando la cara de Mel aparece en mi visualizador, me siento tan aliviada que me flaquean las piernas y tengo que sentarme en la cama.

—¡Mel! —exclamo—. ¿Cómo está tu madre?

—Mucho mejor, gracias —responde. Aunque tiene muchas ojeras—. ¿Estás bien? Pareces preocupada.

Durante un instante, pienso en contárselo todo, y mandar a la mierda la preocupación de que la ACID pueda estar escuchándonos. Me reprimo justo a tiempo. Si la ACID oye el nombre Max Fisher, aparecerán por todo el edificio, como una plaga de termitas.

—Creo que necesito hacer una visita al médico —le explico—. No… no me encuentro muy bien.

—Vaya —dice Mel—. ¿Es muy urgente?

Tengo el corazón desbocado.

—Bastante —contesto, incapaz de ocultar el tono de desesperación en mi voz.

Mel conserva la expresión de tranquilidad.

—¿El miércoles te iría bien? Es el día de la ceremonia, podrías tomarte el día libre en el trabajo, ¿verdad? Nosotros lo hacemos.

Asiento en silencio. El día de la ceremonia, cuando el último grupo de los jóvenes que acaban de cumplir los dieciséis son emparejados; se celebra todos los meses, y siempre se considera fiesta nacional.

—Ven a la clínica a primera hora de la mañana, a las cero ocho cero cero.

—Está bien —repongo.

Ojalá hubiera podido deshacerme antes de Max, pero el miércoles, seguramente, es el mejor día. La señora Holloway habrá salido para la celebración de emparejamiento en la plaza de ceremonias de la zona M, y, si tengo suerte, podría incluso sacar a Max de aquí sin que nadie nos vea.

—Entonces, hasta el miércoles —dice, y corta la comunicación. Suelto un suspiro tembloroso. Tres días. Setenta y dos horas. Puedo guardar un secreto para que Max no se entere hasta entonces.

¿Puedo?

INFORME DE DETENCIÓN DE LA AGENCIA CONTRA EL CRIMEN PARA SU INVESTIGACIÓN Y DISOLUCIÓN

¡ADVERTENCIA! Este documento solo puede ser leído por el personal autorizado. Copiarlo o revelar su contenido se considerará delito criminal.

Fecha de detención/ones: 22.05.13

Hora de detención/ones: 03.00 h

Hora del informe: 06.00 h

Agente que entrega el informe: 7865 Johnson.

Sospechosos detenidos:

1) Nombre: Caroline Jane Nicholls

1) Edad: 23

1) Sexo: M

1) Número de tarjeta de ciudadanía: 987523436CJN

2) Nombre: Tam Nicholls

2) Edad: 23

2) Sexo: V

2) Número de tarjeta de ciudadanía: 987523437TN

Circunstancias de la detención: Prisioneros sospechosos de fabricar y vender tarjetas de ciudadanía falsas. El equipo de agentes realizó una redada en la residencia de los prisioneros —Marks Court, número 3, Leopold Road, zona S, Londres Exterior— tras detener, el 19.05.13, a otro sospechoso de posesión de una tarjeta falsa. Dicha detención nos condujo hasta los prisioneros <enlace con el caso KN67B>. El equipo encontrado en la vivienda incluye cámaras holográficas, ordenadores holográficos y tres impresoras 3D utilizadas para imprimir las tarjetas. Los agentes también encontraron utensilios para el consumo de droga, tabaco y alcohol en la vivienda.

Acción: Los prisioneros escucharon todos los cargos y fueron detenidos para su interrogatorio en el Centro de Interrogatorios de Londres Alto. La Unidad para la Detección de Objetos Falsificados de la ACID decide aplicar una alerta de seguimiento y enlazarla a los números de identificación para activar las tarjetas, de esta forma, las fabricadas por el señor y la señora Nicholls pueden ser localizadas y así proceder a la detención de sus usuarios.

Notas adicionales: Encontrada una tarjeta original perteneciente a Maxwell Fisher <enlace con el caso JS45H>. Todavía se desconoce cómo llegó Fisher a la vivienda o dónde se encuentra en este momento. Los prisioneros manifiestan desconocer cualquier detalle al respecto. Se sugiere hacer un seguimiento de las tarjetas falsas para un mejor desarrollo de la operación puesto que Fisher posee una.

FIN DEL INFORME