Tobin se acercó cojeando a la muralla de cristal y colocó las manos sobre ella, palpándola en busca de grietas o fisuras.
—Ya te he dicho que es inútil —dijo Ahriel—. Es una cúpula completamente cerrada. No se puede salir de aquí.
Tobin esbozó una sonrisa maliciosa, tan parecida a las de Bran que Ahriel sintió una punzada en el corazón. Desechó rápidamente aquella sensación. Hacía mucho tiempo que había rodeado su corazón de una muralla de fuego, una pared de hielo y un impenetrable cerco de espinas. Ahora, nada ni nadie podía afectarla.
Jamás volverían a hacerle daño.
Sintió que Kiara avanzaba un poco, tímidamente, y se situaba a su lado, acompañada por Kendal. Durante el largo y difícil trayecto a través de la Ciénaga, la princesa de Saria había perdido gran parte de su orgullo. Estaba sucia, cansada, hambrienta y maltrecha, y Kendal no se sentía mejor que ella. En cambio Tobin, a pesar de su pierna contrahecha, se había enfrentado a la Ciénaga con una fe inquebrantable, que era, sin embargo, fruto de la terquedad, más que de la esperanza.
—Pero yo tenía razón. Sólo me he equivocado en un pequeño detalle.
—¿Se puede saber de qué estás hablando? —gruñó Kendal—. ¿Hay o no hay una entrada en el palacio de la reina Marla?
—No exactamente. Veréis… todo Gorlian está en el palacio de la reina Marla. En su habitación, para ser más exactos.
Ahriel ladeó la cabeza con una breve sonrisa burlona. Kiara suspiró, exasperada.
—¿¡Qué!? —estalló Kendal—. ¡Estás chiflado! ¡Jamás debí hacerte caso…!
Kendal siguió despotricando, pero Tobin no se inmutó. Ahriel les dio la espalda a los tres, indiferente, mientras la mirada de Kiara iba de uno a otro. Sus ojos se detuvieron entonces en el grueso cristal de la gigantesca cúpula bajo la que se ocultaba Gorlian, y la verdad inundó su mente como un rayo de luz hendiendo las tinieblas. Cuando comprendió lo que ello significaba, su cuerpo entero se estremeció de terror.
—No… puede… ser —musitó.
Habló en voz muy baja, pero algo en su tono hizo callar a Kendal. Tobin asintió, solemne.
—Ella lo ha comprendido. Sabe que es verdad. Todo Gorlian está en los aposentos de la reina Marla.
Kiara se tambaleó, y Kendal se apresuró a sostenerla. Ahriel la miró.
Y entonces, también ella lo entendió, y fue como si algo la golpeara como una enorme maza. Sintió que le faltaba el aliento; se dejó caer sobre una roca musgosa y enterró el rostro entre las manos.
—¿Qué? —murmuró Kendal, confuso—. ¿Qué es lo que pasa?
—Es… este lugar —musitó Kiara con esfuerzo—. Esta cúpula de cristal… no es exactamente una cúpula.
—¿Qué quieres decir?
—Es una bola de cristal. Y nosotros estamos encerrados en su interior.
Ahriel cerró los ojos. Ella no lo habría sabido explicar con tanta claridad.
Gorlian era un mundo en miniatura. Por eso allí el tiempo transcurría más deprisa.
Y estaba contenido en una bola de cristal. La misma que Ahriel había tomado por una esfera de adivinación.
Recordó entonces que el Loco Mac le había dicho en una ocasión que, si cavaba un túnel hacia abajo, toparía con otra barrera de cristal.
«Él lo sabía», pensó Ahriel.
¿Cómo lo había averiguado? ¿Tal vez había visto en su viaje a las alturas algo que le resultara revelador? Ahriel no lo sabía, y nunca lo sabría. El Loco Mac había muerto muchos años atrás. Al igual que Dag, y que muchos otros.
—Pero eso es imposible —murmuró Kendal, pálido, mirando a sus compañeros—. Decidme que no es verdad.
Nadie se lo dijo.
—Si es una bola de cristal —susurró Kiara—, estará completamente cerrada. ¿Cómo hemos podido entrar aquí?
—De la misma manera que hemos encogido para caber en su interior —dijo Tobin—: magia negra.
—De modo que es verdad lo que se cuenta por ahí —musitó Kiara—. La reina Marla es la protectora de la secta de los Siniestros.
—¿Qué son los Siniestros? —preguntó Kendal.
—Yarael me habló de ellos. Extraen su poder del dolor, del sufrimiento, de todo lo repulsivo, lo monstruoso y lo degenerado. Es un tipo de magia retorcida y desvirtuada que se complace en alterar la naturaleza de los seres vivos y convertirlos en espantosas criaturas mutadas que no son más que una parodia de lo que eran antes. Buscaban un poder que los convertiría en dioses, y sólo lograron controlar la energía que se encuentra en los cuerpos en descomposición, en lo corrupto y lo putrefacto, en la enfermedad y en la muerte. Pero jamás perdieron de vista su objetivo. Ahora que han adquirido más poder, se dedican a transformar a los seres vivientes para volver a crear el mundo a su voluntad.
—En ese caso, Gorlian debe de ser su laboratorio de pruebas —gruñó Kendal—. ¿Por qué se aliaría Marla con esa gente?
—Porque, hasta el momento, ellos son los únicos seres humanos que han logrado resucitar algún tipo de magia, aunque sea una magia deformada y abyecta —intervino Tobin, sombrío.
—Hay que detenerla —musitó Kiara, pálida.
Ahriel esbozó una sonrisa socarrona.
—¿Se te ocurre alguna manera? Ella está ahí fuera, y nosotros aquí dentro.
—Tobin tenía un plan —intervino Kendal, sarcástico—. Uno de nosotros debía quedarse fuera para sacar a los demás.
—¿Y qué habríais hecho después? —les espetó Ahriel con dureza—. ¿Enfrentaros a ella? ¿Vosotros tres?
—Contábamos contigo. Aunque, después de lo que hemos visto, reconozco que Marla es mucho más poderosa de lo que pensábamos.
—Pero está Kiara —dijo Tobin pensativo, a media voz.
Ella se volvió hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno… no sé… la verdad es que entiendo poco de estas cosas, pero… las dos habéis nacido el mismo día y las dos estáis protegidas por los ángeles. Eso quiere decir algo, es una señal. Yo creo que, si alguien puede derrotar a Marla, ésa eres tú, princesa. Debes de tener los mismos poderes que ella.
—En algunos casos, incluso superiores —añadió Ahriel de mala gana—. Los ángeles os concedieron dones a las dos, pero yo jamás enseñé a Marla a utilizarlos. Pensaba esperar a que fuese un poco mayor. Aunque, de todos modos —concluyó con aspereza—, de poco te servirán ahora que estás atrapada en Gorlian y has perdido tu medallón y a tu ángel.
—Eso… no puede ser casualidad —dijo Tobin—. Quiero decir que Kiara es una protegida sin ángel guardián, y tú, Ahriel, eres un ángel guardián sin protegida…
—No soy un ángel —cortó ella con brusquedad—. Dejad de decir tonterías y aceptad de una vez el hecho de que nunca podréis salir de aquí.
Tobin no dijo nada, pero la miró, pensativo.
—¿Y si hubiese una manera? Si pudiésemos escapar de aquí… ¿te unirías a nosotros contra Marla?
—No. ¿Por qué habría de hacerlo?
—Para vengar a Bran.
La respuesta pilló a Ahriel por sorpresa. Había esperado que Tobin le hablara de justicia, de la lucha del bien contra el mal, de la paz, de la esperanza, de todas aquellas cosas en las que ella ya no creía. Entonces comprendió que Tobin no era como Kiara y Kendal. Él tenía sus propios objetivos y una visión del mundo más individualista que heroica.
—Eso pasó hace muchos años. Sus asesinos ya están muertos.
Una parte de su mente trató de rescatar de su memoria un secreto que había guardado celosamente desde la muerte de Bran. Ahriel lo reprimió enérgicamente. Nadie debía saberlo. Jamás.
—No han sido años para mí —le recordó Tobin—. Y te equivocas: no todos están muertos.
Ahriel no contestó. Kiara y Kendal asistían a la conversación sin intervenir. Ninguno de los dos había conocido a Bran y sentían que no tenían derecho a opinar.
—¿No quieres enfrentarte a la reina Marla y hacérselo pagar? —insistió Tobin—. Ella creó Gorlian, con ayuda de esos retorcidos sectarios. ¿No quieres encontrar al nigromante que creó al Rey de la Ciénaga? ¿No matarías al que te colocó ese cepo en las alas?
Ahriel tembló de ira.
—No estás vengada —concluyó Tobin, satisfecho—. Ni tú, ni Bran. Únete a nosotros y tendrás tu revancha. Estoy seguro de que no es una casualidad que Kiara y tú os hayáis encontrado.
Kendal no pudo contenerse.
—Hablas por hablar —le espetó—. No se puede salir de aquí. Nunca obtendréis esa venganza que buscáis.
Tobin rio. No era una risa alegre.
—¿Crees de verdad que yo entraría en un sitio del que no supiera cómo salir?
—¡Qué engreído! —estalló Kiara—. Todos sabemos que no entraste aquí por propia voluntad.
—No —reconoció Tobin—. Pero tengo dos cosas que deciros al respecto. En primer lugar, recabé toda la información que pude sobre este lugar mucho antes de ponerme en contacto con vosotros. No resultó sencillo, pues Gorlian es el secreto mejor guardado de la reina Marla. Lo único que sabía al principio era que nadie había logrado escapar de aquí jamás. Pero yo sospechaba que, pese a ello, se requería un lugar de entrada de prisioneros. Y cuando llegué aquí y vi a esos engendros, comprendí que estaba en lo cierto. Si son creación de los Siniestros, no creo que Marla sea la única que tiene acceso a Gorlian. Estoy seguro de que esos nigromantes pueden entrar y salir de Gorlian sin problemas.
—En eso tienes razón —lo apoyó Ahriel inesperadamente.
Les habló del misterioso traficante que, durante un tiempo, había suministrado armas al Rey de la Ciénaga. Muerto éste, el traficante no había vuelto a aparecer, y el abastecimiento de armas se había interrumpido.
—Tenía que haber un sitio por el cual entraban y salían —prosiguió Tobin—. No una puerta en la muralla, ni un pasadizo secreto. Debía de tratarse de un lugar de poder, una especie de círculo mágico o algo así. Tenía que ser un lugar discreto, alejado de las zonas transitadas. Un lugar que nadie descubriese por casualidad y que no se manifestase a simple vista.
—Podría ser —admitió Ahriel—. Pero te recuerdo que Gorlian es muy grande. Jamás lo encontraríamos.
—Al contrario: yo tengo una idea bastante aproximada de dónde encontrarlo, y ésta es la segunda cosa que quería contaros. Veréis, cuando Kab terminó de interrogarme fingí que perdía el sentido de puro terror. Así pude enterarme de muchas cosas. Kab y uno de esos sectarios me trajeron aquí. No pude ver cómo lo hacían, pero entreabrí un poco los ojos cuando llegamos, y creo que lograría reconocer el lugar si volviese a verlo. Estaba en la cordillera, no lejos del lugar donde me encontraron tus hombres. Ahriel lo miró, impasible.
—Me cuesta creer que Marla cometiese el error de no comprobar si tu desmayo era o no fingido.
Tobin se encogió de hombros.
—La gente tiende a pensar que no valgo gran cosa y no me toman en serio. Al fin y al cabo, ¿qué puede hacer contra la poderosa reina Marla un tullido como yo?
Habló con amargura, y Ahriel sintió algo parecido a la compasión. Pero la presencia de Tobin despertaba recuerdos dolorosos de días pasados, y ella no terminaba de sentirse cómoda en aquella situación. Le impulsaba a creer que Bran no había muerto del todo, y Ahriel no quería creer eso, porque sabía que estaba muerto. Tobin había reavivado esa vieja sensación.
Y en todo aquel tiempo, desgraciadamente, no había sido el único.
Ahriel se obligó a sí misma a reprimir aquellos sentimientos y a prestar atención al joven.
—Lo que quiero decir, Ahriel —estaba diciendo Tobin—, es que puedo sacarte de aquí…
Tobin hizo una pausa. Ahriel estuvo a punto de decirle que, en el fondo, no sentía deseos de volver al mundo real, porque Gorlian era su feudo y allí era ella quien dictaba las reglas. Que no le interesaba unirse a una causa que no era la suya por puro sentido del deber. Ya no.
Además, si Tobin tenía razón y había un modo de salir de Gorlian, ella había cometido un terrible error, años atrás, tomando una decisión que no le gustaba recordar.
Pero entonces Tobin dijo algo que sacudió las entrañas de la Señora de Gorlian y encendió su ira y su odio.
—… Y entonces le haremos pagar a Marla lo que le pasó a Bran.
Algo despertó en su interior, un débil eco de su antiguo sentido de la justicia, que se rebelaba ante lo absurdo de la muerte de Bran. Pero el odio tomó posesión de ese sentimiento y lo recondujo en otra dirección.
Venganza.
—Adelante, pues —dijo—. Se lo haremos pagar.
Kiara lanzó una exclamación de sorpresa.
—Pero, Ahriel, ¡es tu protegida! Tú no…
—No es mi protegida —cortó Ahriel—. Yo no protejo a nadie. Sólo cuido de mí misma.
Tobin dio una mirada circular.
—¿Estamos todos de acuerdo? Si es así, no hay tiempo que perder: debemos regresar a la cordillera cuanto antes.
—Pero, en caso de que encontrásemos la salida —objetó Kendal—, aún debemos tener en cuenta otra pequeña cuestión. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a Marla?
—Marla recibió la gracia angélica cuando nació —dijo Tobin—. Nada puede derrotarla. Nada salvo su ángel, u otra persona con la misma protección que se le confirió a ella. Pero, ahora que sé que Marla juega con magia negra, no estoy seguro de si Kiara está preparada para enfrentarse a ella.
—¿Intentas decir que no hay esperanza? —casi gritó Kendal.
—No. —Tobin se volvió hacia Ahriel—. Tú debes de saber algo. Seguro que conoces una manera de derrotar a la reina Marla.
Ahriel calló.
—Por favor —insistió Tobin—. Tiene que haber alguna forma. Algo o alguien que nos pueda ayudar. ¿No sabes nada al respecto?
Ahriel tardó un poco en contestar.
—Existe un modo —dijo finalmente.
Sus tres compañeros la miraron, pero ella no añadió nada más.
—¿De qué hablas? —exigió saber Kiara—. ¿A qué te refieres?
—Existe una criatura antigua y poderosa cuyo poder es superior al de Marla. Un ser a quien los ángeles derrotaron y encerraron hace mucho tiempo.
—¿De veras? Yarael nunca me habló de eso.
—Los ángeles no hablan nunca de él. Ha pasado tanto tiempo desde que fue vencido que todos han olvidado ya su nombre. Pero se le conoce como el Devastador. Y sólo la fuerza combinada de un ángel guardián y un humano de facultades especiales puede destruir el sello que cierra su tumba y controlar su voluntad.
Kiara se estremeció.
—Suena… no sé…
—Demasiado radical —opinó Kendal—. ¿Por qué no pedimos ayuda a los demás ángeles, Ahriel?
—Porque no intervendrían. Los ángeles son, fundamentalmente, observadores. Se comportan con los humanos como padres que pretenden educar a sus hijos, completamente convencidos de que saben qué es lo mejor para ellos. Sólo que los padres intervienen cuando hay problemas, y los ángeles no. Nunca actúan para cambiar el presente, sino para tratar de mejorar el futuro. Quisieron educar a Marla y a Kiara, porque leyeron en las estrellas que el destino de su mundo estaba en sus manos. Fracasaron. Ahora se encogerán de hombros y se limitarán a observar sin inmiscuirse cómo Marla se hace con el poder, destruyendo todo a su paso. En el fondo no les importa, ¿sabéis? ¿Qué es para ellos una generación humana destruida? Cuando todo esto acabe, los ángeles estarán allí todavía. Se limitarán a esperar que los humanos aprendan la lección del equilibrio en la próxima generación. Creen que es su deber, pero en el fondo no les importa.
—Hablas como si no fueras una de ellos —murmuró Kiara, estremeciéndose.
—No soy una de ellos.
—¿Qué hay de ese Devastador? —intervino Tobin—. ¿Podría él derrotar a Marla?
—Con toda seguridad. Y Kiara tiene el poder para liberarlo. Marla tenía un medallón en el cual estaba inscrita la leyenda: «Sólo un Protegido despertará al Devastador.»
—En mi medallón —intervino Kiara—, en cambio, decía: «Guiado por su ángel.».
—Yarael nunca permitiría que abrieses el sello, Kiara. Debemos hacerlo tú y yo.
—En tal caso… si Yarael no está de acuerdo… bueno, no sé si debería hacerlo.
—¿Es que no has comprendido nada? A Yarael no le importa nada lo que nos pase. Los ángeles dicen luchar por la justicia, ¿pero quiénes son ellos para juzgar quién merece un castigo y quién no? Excepto su misión para contigo, lo demás le es indiferente.
—¡No te creo! Yarael no es así. Se unirá a la lucha contra Marla.
—No lo hará. ¿Y sabes por qué? Porque, para los ángeles, todo lo que tenga que ver con Marla es asunto mío. Yo fracasé, y debo reparar mi error.
Kendal la miró de reojo.
—Pero no es por eso por lo que vienes con nosotros, ¿verdad?
Ahriel no contestó enseguida.
—No —dijo finalmente, tras un largo silencio.
—¿Entonces…? —empezó Kiara, pero Tobin respondió:
—Venganza.
Y Ahriel entrecerró los ojos en un gesto torvo.
El viaje de regreso a la Cordillera fue más penoso que el anterior. Era como si la Ciénaga hubiese intuido que pensaban escapar de Gorlian y tratase de retenerlos allí para siempre, sepultándolos en su lodazal infecto. Cuando, finalmente, pusieron los pies en tierra firme y la Cordillera se alzó ante ellos, Ahriel miró atrás y se preguntó si sería cierto que no volvería allí nunca más. Después de tanto tiempo, la perspectiva de escapar de allí la dejaba indiferente, porque no terminaba de hacerse a la idea.
Una parte de ella deseó volver atrás a buscar algo que había perdido hacía mucho tiempo, y por primera vez en muchos años lamentó aquella pérdida. Volvió a reprimir aquellos pensamientos, sacudió la cabeza y siguió adelante.
A petición de Tobin, pasaron por el lugar donde se hallaba la tumba de Bran. Ahriel se despidió de él en silencio. «Vengaré tu muerte», le dijo mentalmente. Creyó oír una respuesta en su corazón, pero no se trataba de la voz de Bran, sino de algo parecido al llanto de un recién nacido.
A partir de ahí, tardaron tres días más en llegar a su destino. Entonces, al caer la tarde, la Señora de Gorlian se detuvo y señaló a su alrededor con un amplio gesto de su brazo. Se encontraban en una depresión entre altos picos montañosos.
—Esto es lo que llamamos la Zona de los Recién Llegados. Todos aparecen más o menos por aquí.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió Kiara—. A mí toda la cordillera me parece igual.
Ahriel no respondió. Tobin avanzó renqueando y miró en torno a sí.
—Pero aquí no está —dijo—. Nosotros aparecimos un poco más lejos. Kab y el nigromante cargaron conmigo un buen trecho y después me dejaron aquí.
—Tiene sentido —asintió Ahriel—. La salida no puede estar demasiado cerca del lugar donde dejan a los nuevos presos porque, si así fuera, alguien la habría encontrado ya.
—Es algo más complicado que eso —Tobin señaló un picacho retorcido y puntiagudo cuya base se alzaba al fondo del valle—. Nosotros bajamos por ahí.
Sus compañeros se quedaron en silencio un momento.
—No se puede subir —dijo Kendal finalmente—. Es demasiado escarpado.
Ahriel no dijo nada. Si Tobin tenía razón y en lo alto de aquel picacho se encontraba la salida de Gorlian, entonces Bran había acertado con respecto al motivo por el cual le habían inmovilizado las alas. Sólo había una manera de llegar allí arriba: volando.
—¿Cómo bajasteis vosotros? —preguntó Kiara con curiosidad—. ¿Con magia?
—No exactamente. Había unas escaleras en el interior de la montaña. Se accedía a ellas a través de una cueva.
—No hay cuevas en esta zona, Tobin —dijo Ahriel.
—La entrada no puede descubrirse a simple vista. Seguidme y veréis a qué me refiero.
Cuando alcanzaron la base de la montaña, la rodearon hasta llegar a la parte posterior, donde se abría un inmenso precipicio que parecía no tener fondo.
—No hay mucho espacio para moverse, así que tened cuidado —les advirtió Tobin.
Avanzaron con precaución, pegados a la pared rocosa, hasta que Tobin, que iba delante, se detuvo. Los demás vieron entonces que el reborde se interrumpía para dar paso al abismo.
—¿Y ahora qué, genio? —gruñó Kendal, pero Tobin no lo estaba escuchando. Parecía muy concentrado en palpar la pared en busca de algo.
Kiara iba a hacer algún tipo de comentario, pero Ahriel la acalló con un gesto. En aquel momento, Tobin halló el saliente que buscaba y tiró de él. Y esperó.
Se oyó un ruido parecido a un gemido que parecía proceder de las entrañas de la tierra.
Y, entonces, una parte de la pared desapareció, mostrando la entrada al interior de un túnel.
Tobin sonrió, satisfecho. Sus tres compañeros se habían quedado boquiabiertos.
—Adelante —los invitó el joven—. Entrad deprisa, no sea que alguien pierda el pie.
Ahriel, Kiara y Kendal se apresuraron a hacer lo que decía. Una vez en el interior, comprobaron que, efectivamente, había unas escaleras talladas en la roca que ascendían hasta perderse en la oscuridad.
—Para haber fingido que estabas inconsciente, te fijaste mucho en todos los detalles, ¿eh? —comentó Kendal, impresionado.
Tobin iba a responder cuando, de pronto, volvió a escucharse aquel escalofriante sonido, y la abertura se cerró tras ellos, dejándolos sumidos en la oscuridad. Kiara gritó y se lanzó contra la pared de roca, pero Ahriel la sujetó con firmeza.
—Silencio. Estamos demasiado cerca como para estropearlo todo ahora.
Kiara asintió, avergonzada.
—Seguidme todos —ordenó la Señora de Gorlian—. Puedo ver mejor que vosotros en la oscuridad. Cogeos de la mano y no os separéis.
Los tres jóvenes obedecieron, y Ahriel los guio por las escaleras. Tobin tropezó varias veces, pero sus compañeros lo sostuvieron e impidieron que cayera rodando escaleras abajo.
Al cabo de una subida que se les antojó interminable, vieron por fin un leve resplandor en lo alto. Antes de que Ahriel pudiese detenerla, Kiara salió corriendo hacia él. Kendal la siguió, y Ahriel se disponía a hacer lo mismo cuando vio que Tobin tenía dificultades para avanzar en aquellos últimos metros. Lo miró un momento, pensativa, mientras él arrastraba su pierna lisiada por el suelo de piedra, y entonces le tendió la mano para ayudarlo.
—Gra… —empezó Tobin, pero Ahriel lo cortó con sequedad.
—Lo hago por Bran.
Al doblar un recodo vieron un círculo de luz que relucía en el suelo. Ahriel lo contempló. Aquello era magia negra, al igual que los engendros y el cepo que le retenía las alas, pero ella no sintió ningún tipo de repulsión. Había pasado tanto tiempo en Gorlian que su cuerpo y su alma se habían acostumbrado a las infames vibraciones de aquel poder retorcido. Hacía ya muchos años que sentía el cepo como una parte más de su cuerpo.
Por un momento, sintió un ramalazo de nostalgia ante aquellos días pasados, cuando todo su ser reaccionaba dolorosamente ante cualquier manifestación de aquella magia perversa. Reprimiendo un suspiro, ayudó a Tobin a entrar en el círculo y vio cómo desaparecía.
Se quedó quieta un momento ante la salida, dudando. Una parte de su ser parecía desgarrarse para quedarse en Gorlian, y Ahriel comprendió que, después de tantos años, todavía se preguntaba si había hecho lo correcto.
Antes de entrar en el círculo, volvió la mirada hacia el túnel oscuro y se preguntó si tendría valor para regresar a buscar lo que dejaba atrás.