Ahriel despertó en un lugar caliente y seco. Por un momento creyó que había sido víctima de uno de aquellos malos sueños que acosaban a los humanos por las noches. Pero el dolor que le producía el cepo que atenazaba sus alas le recordó que aquello era real, muy real.
Por fortuna, Ahriel estaba bien entrenada y, pese a que se sentía completamente despejada, todavía no había abierto los ojos ni había hecho el menor movimiento. Podía intuir la presencia de otra persona en la habitación, y quería que ésta creyese que seguía profundamente dormida.
Puso a trabajar el resto de sus sentidos para averiguar más sobre la situación en que se encontraba.
Estaba tendida en un catre duro, y cubría su cuerpo una manta áspera y delgada, que parecía hecha de algún tipo de piel. Aguzó el oído y analizó mentalmente los sonidos que llegaban hasta ella. Los pasos, rápidos, seguros y enérgicos, pertenecían sin duda a un hombre, aunque no muy corpulento. Pero aquellos pasos eran irregulares, y Ahriel dedujo que no tenía mucho espacio para moverse y, seguramente, estaba sorteando obstáculos. Un sonido sordo y una maldición mascullada por lo bajo vinieron a confirmar su teoría: era un hombre, un joven, y acababa de tropezar con algo.
Siguió analizando los sonidos. Captó el crepitar de un fuego, el ruido de la lluvia golpeando sobre el tejado, un par de goteras un poco más allá… Oyó entonces que el joven echaba algo en un puchero de barro, y el olor del guiso llegó hasta ella con claridad. No supo identificar de qué estaba compuesto, pero sí captó un ligero olor a limo que quizá se debiera al tipo de agua utilizada.
Ahriel sopesó sus alternativas. En caso de que tuviera que luchar, desde luego su contrincante no parecía muy difícil de vencer. Aunque Ahriel no sabía si estaba armado, ya que no había oído el sonido que producía una espada al golpear contra el muslo de un hombre en movimiento. Pero el joven podía llevar una daga. Por su forma de moverse, Ahriel había deducido que era muy ágil y rápido. Y había que contar con el hecho de que, en aquella habitación tan pequeña, él se movería con más facilidad que ella, que tenía que contar con el peso muerto de sus alas a la espalda.
Se preguntó entonces si aquella estancia sería parte de una vivienda más grande, y si habría más gente en ella. Esperó un rato, pero no oyó entrar a nadie más. El joven retiró el caldero del fuego y sirvió el guiso en un cuenco. Mientras comía, Ahriel aprovechó para abrir un poco los ojos y espiar a través de sus párpados entrecerrados. Descubrió que se hallaba en una chabola fabricada a base de restos y desechos, y que la minúscula habitación estaba llena de objetos diversos de madera y arcilla. Pero, sobre todo, se fijó en el joven que comía sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Presentaba el mismo aspecto que las personas que la habían atacado en la cueva: andrajoso, greñudo y desaliñado. Sin embargo, y como Ahriel había adivinado, no era corpulento. Más bien parecía un saco de huesos. Aquella delgadez suya le hacía parecer más alto de lo que era.
Ahriel se fijó también en sus facciones, parcialmente ocultas por una barba revuelta. Apreció que su rostro alargado le confería una cierta expresión zorruna.
El ángel siguió observándolo hasta que terminó de comer y depositó el cuenco en un rincón. Lo vio levantarse, estirarse como un gato y avanzar despreocupadamente hacia ella. Cerró los ojos cuando lo sintió acercarse, pero el joven se limitó a coger algo que estaba cerca del catre. Ahriel lo oyó dar la vuelta y alejarse de nuevo hacia el fuego.
Entreabrió los ojos otra vez…
… Y su mirada tropezó con la de otros ojos, oscuros e inquisitivos, que la observaban con curiosidad.
—Buenos días —dijo el humano.
Ahriel se incorporó a la velocidad del rayo, lo apartó de un empujón y se colocó en posición defensiva. El joven la había sorprendido, y eso quería decir que era más sigiloso, rápido y observador que la mayoría de los humanos con los que el ángel había tenido ocasión de tratar.
—¿Quién eres? —exigió saber Ahriel.
El joven esbozó una mueca burlona.
—La persona que te ha salvado cuando estabas tirada ahí fuera, completamente empapada, herida y muerta de frío. ¿No te basta con eso?
—En ciertas circunstancias, no —replicó el ángel fríamente—. ¿Quién eres?
El rostro del humano se endureció.
—Bien. Me llamo Bran. Estás en mi casa, y soy yo quien hace las preguntas. ¿Quién eres tú?
—No estoy en tu casa por propia voluntad —puntualizó ella.
Bran se encogió de hombros.
—Muy bien. Puedes marcharte si te apetece. No te lo voy a impedir. Pero creo que Tora y los suyos han salido de caza esta noche, y el Loco Mac todavía anda suelto. Además, el Carnicero ha ampliado su territorio hacia el norte, y eso lo acerca aquí más de lo que a mí me gustaría. Por no hablar del hecho de que el Rey de la Ciénaga ya sabe sin duda que estás aquí, y estoy convencido de que tendrá mucho interés en conocerte. ¡Ah! Y, por cierto, sigue lloviendo a cántaros.
Ahriel se relajó sólo un poco.
—¿Pretendes hacerme creer que estoy segura en este lugar?
—Ningún lugar es del todo seguro aquí. Pero sí, es más seguro que andar a la intemperie.
Ahriel no dijo nada. Seguía observando fijamente al humano, tratando de decidir si era de fiar.
—Supongo que te estarás preguntando por qué te he salvado la vida —añadió él—. Ya debes de haberte dado cuenta de que aquí nadie da nada a cambio de nada. Y yo no soy diferente. Así que, si por un momento has pensado que te he ayudado por compasión, por bondad o lo que sea… olvídalo, ¿vale? No quiero que tengas una idea equivocada de mí.
—No la tengo. ¿Qué pretendes, pues?, ¿por qué me has ayudado?
Bran se encogió de hombros otra vez.
—Por curiosidad. Sí, ya sé que la curiosidad no es sana, sobre todo en un lugar como éste. Y la verdad, no he sobrevivido tanto tiempo metiéndome donde no me llaman. De hecho, cuando te vi ahí tirada estuve a punto de dar media vuelta, pero entonces vi tus alas, y bueno, me llamaron la atención, así que…
—¿Dónde estoy? —cortó el ángel.
—En el Sector Norte. Al noroeste de la Cordillera y no lejos de la Ciénaga.
—¿Qué cordillera? ¿Qué ciénaga?
—La Cordillera —respondió el humano, perdiendo la paciencia—. La Ciénaga. Sólo hay una cordillera y una ciénaga, y no vas a ver ninguna otra en lo que te queda de vida, así que ve haciéndote a la idea.
—¿Qué te hace pensar que voy a quedarme aquí para siempre?
—El hecho de que, como todo el mundo sabe, nadie ha escapado jamás de la prisión de Gorlian.
El nombre cayó sobre Ahriel como una maza. Se volvió hacia su interlocutor y lo miró fijamente.
—¿Qué has dicho? —preguntó, a pesar de que lo había oído perfectamente.
—He dicho Gorlian. ¿Qué pasa?, ¿no sabías a dónde habías ido a parar?
Ahriel no respondió. Se hallaba sumida en un frenético torbellino de pensamientos que se esforzaba por controlar.
En sus últimos años de servicio en Karish, Ahriel había enviado allí a muchos criminales, pero nunca había acudido personalmente a la prisión. Ella se limitaba a encerrarlos en las mazmorras del palacio y al día siguiente, sencillamente, ya no estaban. Ahriel sabía que había una serie de guardianes que se encargaban de llevarse a los condenados, pero no los había visto muy a menudo, y nunca había hablado con ellos. Lo cierto era que no tenía la menor idea de dónde estaba situado el correccional de Gorlian.
Pero aquello no tenía sentido. Si se encontraba en Gorlian, ¿dónde estaban las celdas, los barrotes?, ¿dónde estaba el edificio principal?, ¿por qué los criminales andaban libres?
Volvió a mirar Bran.
—Mientes —le dijo—. Gorlian es una prisión, no una tierra yerma.
El joven rio con sarcasmo.
—Y, naturalmente, tú la conoces como la palma de tu mano.
Ahriel no respondió.
—Este lugar maldito es una prisión —prosiguió el humano—. Y si se trata de una tierra yerma: un desierto árido y muerto en el sur y una pestilente ciénaga en el norte. Ambos están divididos por la Cordillera, un amasijo de rocas afiladas y traicioneras. Aquí no crece prácticamente nada, y está plagado de lo que llamamos, a falta de otro nombre mejor, bestias o engendros: criaturas monstruosas, llenas de odio e instintos asesinos. Nadie sabe de dónde han salido esos seres, quién los creó ni cómo han aparecido aquí, pero el Desierto, la Ciénaga y la Cordillera están repletos de ellos. Nuestra relación con ellos es simple: o nos los comemos, o se nos comen.
Ahriel evocó su encuentro con el gusano de la caverna y reprimió un estremecimiento.
—Vivimos como salvajes —concluyó Bran—. Somos los desechos de la sociedad, y ya nadie se acuerda de nosotros. Ahora ya no podemos robar, matar ni estafar a la gente decente: nos robamos, matamos y estafamos entre nosotros. En nuestra lucha por la supervivencia aprendemos a no confiar en nadie. Las alianzas son breves y acaban por ser traicionadas en favor del provecho propio. Al final, sólo sobreviven los más fuertes y los más listos, y no por mucho tiempo. Aunque eso no importa: siempre llegan a Gorlian nuevos ocupantes… como tú.
Ahriel se separó de él con presteza.
—Yo no debería estar aquí —dijo—. La reina Marla…
—No pronuncies ese nombre aquí —advirtió Bran—. No lo hagas, a no ser que sea para maldecirlo. Ella fue quien creó esta prisión.
—Para castigar a los criminales.
Los ojos del humano brillaron peligrosamente, y asomó a su rostro una torcida sonrisa.
—¿De veras? ¿Tienes idea de cuánta gente inocente ha terminado sus días aquí? ¿No? Cualquiera que ose interponerse en el camino de la reina Marla se encontrará en Gorlian antes de que se dé cuenta…
Ahriel no pudo evitar acordarse de Kendal. Se preguntó cuánto tiempo habría durado el joven bardo en aquel lugar.
Se levantó, decidida, y se encaminó a la puerta.
—¿A dónde vas?
—Voy a salir de aquí.
—Estás loca. No se puede salir de aquí. —Hizo una pausa y echó un vistazo a las alas de Ahriel—. Aunque tal vez volando…
—Ya no puedo volar —replicó ella secamente—, pero saldré de aquí. Guíame hasta los vigilantes de la prisión.
—No hay vigilantes. Nadie cuida de este lugar. ¿No me has escuchado? Nos arrojan aquí y luego nos olvidan. Pero no se puede escapar. Los límites de Gorlian… no pueden traspasarse. Muchos lo han intentado antes que tú, pero ninguno de ellos lo ha logrado.
—Ellos eran humanos —replicó ella suavemente.
—Ya he visto que tú no lo eres. Pero, ¿qué te hace pensar que eres mejor que nosotros? Te he rescatado ahí fuera, y soy un humano.
—Estaba herida —replicó Ahriel—. Ya no lo estoy. ¿Pueden hacer eso los humanos?
El joven abrió la boca para replicar, pero clavó su mirada en ella y descubrió que todas sus heridas se habían curado espontáneamente. La observó de pies a cabeza mientras ella recorría la estancia con la mirada, buscando ropa de abrigo y algún arma que pudiera servirle.
—Ya sé qué eres —dijo finalmente—. Eres un ángel.
Ahriel no vio la necesidad de responder.
—Y sólo he oído hablar de uno —prosiguió Bran—: el ángel guardián de la reina Marla. Eres tú, ¿verdad?
Ahriel se volvió hacia él, señalando unas pieles que colgaban de un saliente de la pared.
—¿A qué animal pertenecían?
—A un engendro con dos cabezas mal puestas. Pero, escucha…
Ahriel se apartó de la piel con repugnancia y salió de la chabola sin una palabra. El humano soltó una maldición entre dientes y salió tras ella.
Fuera, la lluvia había amainado, pero el paisaje seguía siendo igual de desolador. Ahriel avanzó decidida. Le costaba creer que Marla tuviese conocimiento del horrible lugar al que enviaba a sus criminales. Sin duda algunos de ellos merecían tal suerte, pero, como había dicho Bran, otros…
Ahriel sacudió la cabeza. Eran aquellos hombres oscuros, como el individuo que le había colocado el cepo en las alas, ya fuesen nigromantes, monjes tenebrosos o adoradores de las sombras, los que sin duda ejercían una mala influencia sobre su protegida. Y ella, Ahriel, no había sabido verlo a tiempo, pero todavía podía enmendar su error. Tan sólo debía salir de allí, regresar a Karishia, sanear el reino y devolver a Marla a la senda del bien. Tan sólo…
—Si eres realmente el ángel de la reina Marla, no serás bien recibida aquí —dijo la voz del humano tras ella.
Ahriel no contestó.
—Tu reina ha arruinado la vida de todos los hombres y mujeres de Gorlian —insistió el joven—. Todos querrán verte muerta.
—No voy a quedarme aquí mucho tiempo. Su interlocutor se encogió de hombros. —Como quieras. Puedo llevarte a los límites de Gorlian para que lo veas por ti misma. Ahriel se volvió hacia él.
—¿Y qué me pides a cambio? Bran sonrió.
—Vas aprendiendo —comentó—. Te lo explicaré: como has podido observar, no soy muy corpulento. Y, sin embargo, llevo ya mucho tiempo aquí. He logrado sobrevivir gracias a mi astucia, y al hecho de que hasta ahora he ido por libre, pero me las he arreglado para que todo el mundo me conozca. Aunque lo cierto es que yo los conozco a todos mejor de lo que ellos se piensan —sonrió—. Me valgo de ello para seguir tirando.
—Ve al grano —dijo Ahriel—. Hablas demasiado.
—Las noticias corren rápido en Gorlian —prosiguió él—. Ya sé que diste una paliza a los chicos de Yuba. Una contra cuatro y saliste ganando. Eso significa, ángel, que tienes problemas. Yuba querrá vengarse y, por otro lado, el Rey de la Ciénaga estará interesado en tenerte controlada. Puede que seas buena, pero no durarás aquí si los tienes a todos contra ti. Lo que te propongo es lo siguiente: yo te enseño a sobrevivir en Gorlian y te llevo hasta los límites de la prisión. Si encuentras una manera de escapar, me llevarás contigo. Si no… digamos, simplemente, que me deberás un favor.
—¿Te basta con eso? ¿Cómo sabes que cumpliré mi parte del trato?
—Sé pocas cosas de los ángeles, pero sí sé que tenéis un alto sentido del honor y del deber —sonrió de nuevo—. Si es cierto todo lo que dicen de vosotros, no me extraña que Marla se haya deshecho de ti. Lo que no me explico es por qué hemos tardado tanto en verte por aquí.
Ahriel ignoró el comentario.
—De modo que, si no logro salir de aquí, te deberé un favor. ¿Qué entiendes por eso?
—Es mi manera de sobrevivir. Siempre sé lo que necesita la gente y dónde conseguirlo. La mayor parte de la gente de aquí está en deuda conmigo.
—Pero ellos no te devolverán el favor…
El humano movió la cabeza.
—Algunos me consideran imprescindible según para qué cosas. No sólo sé lo que necesita la gente, sino también… y esto es lo más importante… secretos que no estarían dispuestos a contar: puntos vulnerables, planes, estrategias, escondrijos… Utilizo la información a mi favor. Regateo. Hago tratos…
—Estafas y extorsionas —comprendió el ángel, mirándolo asqueada.
Nuevamente, Bran se encogió de hombros.
—Si tienes un mínimo sentido del honor, no necesitaré estafarte a ti también. Creo que lo que te he propuesto suena razonable. ¿Qué dices?
Ahriel meditó. Sentía que se rebajaría si aceptaba colaborar con un embaucador como aquél, pero tuvo que reconocer que se hallaba en un mundo extraño y debía sobrevivir en él… para regresar junto a Marla.
Se volvió hacia el humano y le tendió la mano.
—Acepto.
Él sonrió, y se la estrechó.
—No te arrepentirás. A propósito… todavía no conozco tu nombre.
—Me llamo Ahriel.