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Destellé en medio del caos.

Las instalaciones de la S.A. estaban cubiertas, había metal en las ventanas y la puerta estaba trabada. Afuera pude apreciar el caos que reinaba y sentí mi corazón desbocarse de dolor cuando un ángel dejó caer de gran altura a un oscuro, del cual no conocía ni el nombre, pero, aun así, dolía. Eché un último vistazo a Nina y le susurré que tuviera cuidado, y corrió directo a la batalla. Me negaba a dejarla sola, así que, siguiendo a la masa de pelos que era ahora, corrí derribando a todos los que querían atacarla.

Vi a Zander luchando, estaba del otro lado y, en total, pude contar más de veinte ángeles. Por un momento me vi tentado a preguntar dónde estaban los demás, pero no había tiempo. Algo me golpeó logrando que casi perdiera el equilibrio, pero en un instante Hass estaba allí. Hass era uno de los elementales de Zander, sonrió de lado cuando me salvó de un ángel que caía en picada hacia mí. Por un momento, lo miré confundido antes de que volviera a la batalla. Él era uno de los más peligrosos de los elementales, se sabía muy bien que donde había una pelea, bueno, él, básicamente, la había iniciado o la había continuado, cualquiera de las dos. El íncubo amaba pelear y aquí danzaba como una bailarina con una maldita sonrisa en el rostro.

Pronto se le unió Furcht, otro de sus hermanos. El cambiaformas era tan bueno como Hass, aunque parecía molesto por estar aquí. Al menos alguien no se sentía como pez en el agua, pensé. Me sorprendí al no encontrar allí a Leiden. Los tres malditos elementales eran letales. Leiden era un licántropo y, por más que siempre era más calmado que sus hermanos, no era el menos terrorífico. No por nada los tres se llamaban terror, odio y dolor.

Corrí en su ayuda cuando se vieron superados en número, aunque no parecía incomodarlos. Arranqué el ala de un ángel y clavé la mano a través del caído. Pero después de eso, todo sucedió de repente y no justamente para mejorar la situación. Alguien golpeó mi cara y caí de espaldas, Nina saltó apartándolo de un empujón colocándose como escudo sobre mí. Le di una palmadita en la pata para que me permitiera levantar. Los gritos surcaban el aire y el olor acre de la sangre se palpaba en el aire.

Un grito estridente cortó el aire y todo el mundo tembló. Nos cubrimos los oídos sin lograr mucho y cuando levanté la cabeza noté que pocos ángeles quedaban en pie, miré a mi alrededor y percibí que había muchos oscuros en el suelo. Una horda de ángeles se arremolinaba sobre nuestras cabezas como buitres. Instintivamente, todos nos tensamos esperando la llegada de un nuevo ataque, pero luego algo pareció llamarlos. Algunos se marcharon espantados, otros cayeron en picada mientras sus alas se carbonizaban en el aire haciéndolos caer como rocas contra el suelo para no moverse nunca más. No sabía qué había ocurrido, todos nos quedamos quietos de pie con las armas listas…, pero nada de eso ocurrió.

Nos miramos confundidos al verlos alejarse despavoridos, algo había pasado. Alguien gimoteó a mi lado y di la orden para que acudieran los equipos médicos y la puerta de la S.A. se abrió. Los equipos médicos acudieron por los heridos con eficiencia, mientras en mi interior algo me decía que no estábamos a salvo. El maldito infierno podría enfriarse antes de que estuviéramos a salvo. Noté a Vívika entre los médicos y curanderos que se arremolinaban sobre los heridos; la loba parecía muy eficiente dictando órdenes en el caos. Nina estaba a salvo, Eva y Carim estaban de pie. Mentalmente busqué a Sal. Sabía que estaba viva.

¿Qué era lo que había hecho que los ángeles se marcharan? No podía ser por mi padre…, tenía que ser algo más. Suspirando, percibí cómo Carim y Eva intercambiaban una mirada preocupada. Se miraron un momento más y se dirigieron hacia Nina, que estaba rompiéndole el cuello a uno que se movía.

—Debemos ir por Sal… —les dije notando la inquietud de las elementales. Sabía que algo había ocurrido, su lazo nunca se equivocaba. Zander apareció casi frente a nosotros, tan solo a unos metros—. Z… ¿Cómo está Ben?

—Bien, está organizando el caos y hablando con las pitonisas. Parece que no hay más ataques sobre la S.A. o tal vez los ángeles solo trabajan hasta el mediodía. La cosa es que todo el mundo está inquieto. Las pitonisas repiten una y otra vez… algo —añadió suspirando y frotándose los ojos—. No sé qué, es casi indescifrable, algo ocurrió, aunque no sé qué…

—¿De qué hablan, Z? —Pregunté.

—Ellas repiten algo como: la chispa de la vida está aquí… —murmuró, levantó los hombros y sacudió la cabeza, y yo me petrifiqué comprendiendo poco a poco a qué se referían—. Algo indescifrable, la chispa no puede morir…, bla, bla, bla, solo el amor la alimentará… algo así…

—¡Mierda! —Grité y lo fulminé con la mirada. Debí haberlo pensado antes, habían venido buscando eso, la desaparición de mi padre no los habría detenido. ¿Quién sería el que vendría por la chispa ahora?

—Eh… —me gritó Z chasqueando los dedos delante de mi cara, llamando mi atención—. Parece que tú si sabes de qué hablan. Te has puesto blanco como el papel. Llévate mi coche, no hay mucho que quede en pie, está escondido a unos kilómetros al sur. Lo encontrarás, sigue por esa línea —observé el estacionamiento rápidamente, y mi amigo estaba en lo correcto. Todo estaba destrozado, miré en dirección hacia donde él señalaba y asentí—. Solo prométeme una cosa… —dijo mientras Vívika se abrazaba a su cuerpo y me dedicaba una cálida sonrisa—. Lo quiero sin pelos, chicas —dijo señalando a las dos gatas y la loba que le respondieron gruñendo.

—¡Debo ir por Sal! —Dije sin una gota de humor. Zander me miró y asintió con rapidez—. Reúne a todos los que puedas. —La mirada de Zander se endureció.

—¿Cuánto tiempo? —Exigió con seriedad.

—Lo más rápido que puedas —susurré y le di una palmada en el brazo—. No sabemos que puede venir.

—Bien…, te veo luego —respondió, y me entregó las llaves.

—Zander, agradece a tus chicos —le grité a la pasada.

—¿Los has visto luchar? ¿Dime si no son una máquina? —Dijo con orgullo mientras se ponía manos a la obra y se marchaba hacia adentro. Carim y Eva gruñeron y me dieron un empujón en la pierna. Les dirigí una mirada de lado. Los ojos de ambas centellearon y dejaron que se filtraran palabras por el lazo natural que unía a los elementales con su centinela. Ellas soltaron palabras como: Le cortaré las bolas. Malditos engreídos. Sucios ignorantes. Jodidos cabrones. Aunque podría decir que pude oír varias malas palabras más con diversas combinaciones, con todas las posibles. No tenía ni idea qué había ocurrido, pero estaba seguro de que algo había hecho cabrear a las chicas.

—Debemos irnos —les informé mientras llegábamos a la valla del linde de la S.A.—. El coche está a unos kilómetros. —Antes de marcharnos pude ver a los elementales de Zander apilando cuerpos.

—¿Son tuyas? —Me preguntó Hass señalando a las chicas. Ellas gruñeron como respuesta y ahora comenzaba a entender quiénes eran los que las habían molestado.

—Sí, Carim y Eva son mis elementales. Nina… —dije señalándola—. Es mi compañera.

—Felicitaciones por eso, Ikkar.

—Gracias, chicos. Debemos irnos, tenemos una urgencia. —Ellos se enseriaron—. Zander les explicará —dije mientras las chicas aún gruñían—. Los veo luego.

El coche de Z estaba en perfecto estado, y dejarlo lejos había sido muy inteligente de su parte. Debería felicitarlo luego. A la carrera busqué cualquier cosa que pudiera atacarnos, pero no había nada. Incluso el aire parecía más liviano. No sabía qué había pasado y por qué se habían presentado tan pocos ángeles. Se decía que serían más de doscientos, pero allí había solo una veintena o más. Si contaban a todos los que se había espantado serían unos cuarenta. Apreté el paso, pensando cómo estarían Sal y Hero. Sabía por la unión que me necesitaban, pero el motivo era un misterio. Abrí la puerta trasera y me hice la anotación mental de mandar a limpiar el coche de Zander después de que todo se calmara. Ni bien me senté, el teléfono sonó. Era Hero, atendí al instante.

—Estamos a salvo, pero debes ver esto —me dijo y sonreí agradecido porque estaban a salvo aunque su tono de voz me dejó preocupado.

Tardamos más de media hora en llegar, pues las calles estaban atestadas de barricadas, y murallas improvisadas. Cuando lleguemos a mi casa, todo era un completo desastre. Había cuerpos y cenizas regadas por toda la propiedad. Me sorprendió encontrar a seres que hacía mucho tiempo no veía, seres que servían a mi madre. Un minotauro, que estaba parado junto a la puerta de la entrada, me hizo una reverencia cuando me vio. Observé alrededor y noté a dos minotauros; una sílfide estaba arrodillada junto a un cíclope; vi a un grifo junto a una mantícora y una arpía. Percibí a Hero, que estaba ayudando a una doxy. Le eché un vistazo a mi exhermosa casa e hice una mueca de dolor. Carim y Eva saltaron del coche en búsqueda de Sal y la hallaron junto a otro oscuro, a las sombras de la casa.

—¿Qué pasó aquí? —Nina había cambiado y se estaba metiendo en unos pantalones ajustados. Esperé hasta que ella llegó a mi lado y levanté los hombros sin saber muy bien qué debía responder.

—Están muertos —dijo Hero acercándose a nosotros y resaltando lo obvio.

—Lo sé —admití aún con una mueca de dolor. Mi hermosa casa.

—¿Mikela? —Preguntó el asesino.

—Muerta —gruñí—. Nina la mató. —Hero observó a Nina sorprendido.

—Bien hecho Nina, tienes mi respeto —declaró Hero—. ¿Tu padre?

—Aún no sé qué pasó con él, pero tengo la sensación de que está muerto. Dime, ¿qué ocurrió aquí? —Hero se giró y miró a Sal. Ella le dedicó una mirada triste y asintió—. ¿Qué? —Indagué—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo?

—Irizadiel… —balbuceó y tomó fuerzas—. Irizadiel, no sé… —Hero se pasó una mano por el pelo sin encontrar un modo para decírmelo.

—¿Qué pasó con ella? —Exigí.

—Será mejor que entremos a la casa y te lo explicaré todo —afirmó y comenzó a caminar. Mis pies estaban anclados al suelo ante la idea de que algo le pudiera haber ocurrido a mi hermana. Nina tiró de mi mano hacia donde Hero se dirigía. Nos metimos en la casa que se veía aún peor que desde afuera. Hero se detuvo y me miró.

—Estaba aquí, luchando junto a Phill —señalo hacia un rincón. Mis ojos encontraron al nefilim con… alas. La pregunta debía haberse dibujado en mi rostro ya que Hero continúo—. Y sí, antes de que digas nada, tiene alas. Y ellos buscaban una piedra. —Se me heló la sangre y giré la cabeza tan rápido que mi cuello sonó.

—¿La encontraron? —Indagué.

—Sal y yo la encontramos, no podíamos quitarla del piso, estaba en tu habitación —añadió arrugando la nariz. Cerré los ojos y maldije. Mi madre había disfrazado muy bien la chispa—. Lo lamento, sé que no te gusta que hayamos entrado a tu cuarto, pero tu hermana insistió.

—Lo sé. ¿Qué ocurrió?

—Cuando la toqué hubo un sonido agudo y, bueno, después los ángeles vinieron como una bandada de moscas sobre nosotros. Ahí fue cuando apareció tu hermana, ella… —Hero se miró los pies.

—¿Qué? —Lo encaré apretando los dientes.

—Le dimos la piedra como nos había pedido, gritó y desapareció. —Fruncí el ceño y miré al cielo. Tragando con fuerza sopesé la idea de que mi hermana se hubiera inmolado con la chispa de la vida por el bien de todos. El dolor se me agolpó en el pecho y me sentí caer—. Lo siento Nicolás. —Me quedé allí sin escuchar nada más.

En algún momento, Nina me llevó a una habitación, me desvistió y me recostó en una cama, pero no podía dormir. Me quedé en silencio allí tendido en la cama, con la vista clavada en el techo y con el corazón partiéndose de a poco, sintiendo el dolor carcomiéndome. Por las noches, Nina dormía a mi lado, y las chicas venían todos los días, pero después del tercer día entendieron que no quería hablar. Hero pasaba horas sentado junto a la cama, me contaba de la S.A., de sus intenciones de estar a cargo de unos elementales o, simplemente, intentaba calmar mi dolor infundiéndome energía. Zander acudía dos veces al día con Vívika a su lado. Ella me chequeaba los signos vitales, y lo tranquilizaba diciéndole que simplemente estaba allí catatónico, pero vivo.

Pasaron horas.

Pasaron días.

Pasaron semanas…