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Eva maldijo. Todo estaba por comenzar y sus músculos estaban agarrotados. No sabían nada de Nicolás. ¿Qué hubiera pasado si Mikela lo hubiera matado? Maldición, no podía ni pensar aquello. Él era como su hermano, está bien que más de una vez lo había mirado de un modo que no debía, pero era su familia, y no tendría que haber ido solo. Había insistido en ir, pero Nicolás se había empecinado en que la necesitaba allí. Sus nervios estaban a flor de piel y le gruñía a todo el que la fastidiara. Dos horas antes de la lucha, tomó a Sal y Carim y las arrastró hasta una sala que encontró despejada. Tenía que decirlo antes de que la loba la tomara y no pudiera hablar. Debía decirlo.

Decírselo a ellas. Siempre había sido distante, había demostrado su cariño, pero nunca les había dicho cuánto las amaba. Sus hermanas.

—¿Eva? —La llamó Carim cuando caminó hasta el rincón y no las miró.

—Esto es lo que soy, ¿saben?

—¿Qué?

—Su hermana, su amiga, soy una elemental, soy esto. Fui entrenada para tiempos como estos y ahora… —no se atrevió a decirlo. Ponerlo en palabras significaría que fuera real. Y ella no quería eso. Siempre había cubierto sus sentimientos. Sal y Carim estaban para eso, ella se guardaba bajo una coraza y escondía sus miedos, pero ahora…

—Todas tenemos miedo —Eva sonrió a Sal y una lágrima se derramó en su mejilla.

—Todo estará bien —susurró Carim y se sentó en una silla, apoyando los codos en sus piernas mientras se frotaba las manos.

—Tengo un mal presentimiento —articuló, pero lo demás no salió de su boca. Un nudo se había formado en su garganta.

—Estaremos bien —Sal jaló a Carim obligándola a pararse y tomó la mano de ella. Se dieron un abrazo, descansando sus cabezas juntas. Muchas cosas habían pasado. Eva sabía que no había peor cosa que la pérdida de un elemental, y dolía, dolía mucho—. Las amo, hermanas, son aquello en lo que me refugio —susurró Sal—. No importa quién o qué esté en el medio, siempre serán mis hermanas, mi familia. Ahora y siempre. Son lo único que tengo —declaró con un sollozo.

—Tienes a Hero… —dijo Carim y una gota de tristeza se coló en su voz.

—Tal vez hubiera sido mejor dejar de acostarse con tantos y buscar a uno, una pareja.

—Si salimos de esta te juro que lo haré —declaró Carim.

—No se preocupen, ellos vendrán…

—Siempre juntas —susurró Eva, y sus hermanas se le unieron.

—Siempre.

Cuando el sol dio en sus ojos, a un paso de la puerta, sabía lo que tenía que hacer. Convirtió sus miedos en furia cuando Carim corrió. Eva corrió hacia un cambiante acorralado por dos ángeles que lo atacaban desde el cielo. Tomó impulso y parecía que se eyectaba para saltar sobre los malditos que flotaban a metros del suelo, pero antes de tocar al ángel, alguien la chocó a medio camino haciéndola caer de forma dolorosa. Gruñendo se levantó, y vio cómo un tipo alto y rubio luchaba con uno de los ángeles. Tomándolo del tobillo lo jaló a tierra y enterró un cuchillo en su garganta para luego retorcerle el cuello, y así terminar con él. El asesino se encargó del otro. Ella casi, solo casi, sonrió ante la destreza de aquel macho. Definitivamente, debía de ser igual de hábil en la cama, con todos esos músculos ondeando bajo su ropa, pero cuando él la miró por encima del hombro para dedicarle una sonrisa petulante, ella gruñó.

—¡Maldito arrogante! —Le gritó, aunque sabía que de su boca solo había salido un gruñido.

—Linda lobita… —le dijo de una forma molesta y tan lasciva que la estremeció y, sin, prestarle más atención, volvió a la pelea. Ella lo siguió con toda la intención de devolverle el maldito favor y cargarle su próxima muerte. Pero Carim fue primero, la vio golpear de lado y, sin dudarlo, corrió hacia ella. El dolor explotaba en su lazo. Tomó a un ser que no sabía qué era, y lo jaló lejos de Carim. Chequeó el lazo y notó que Sal también luchaba. Eva no sabía por qué, pero la lucha casi había hecho que el lazo fuera más palpable que nunca.

No quiero perderlas —fue lo último que había dicho antes de salir de la habitación, y lucharía por eso…

A su lado, un cambiante se enfrentó a ella. Un ángel que lucía extraño se levantaba ante ellos, sobre sus pies, observando con horror cómo sus alas desaparecían carbonizándose. Un brillo los envolvió y todos se cubrieron los ojos. Lo próximo que supo es que Nicolás estaba allí, con Nina.

*****

Carim golpeaba todo lo que tenía cerca. Un ángel quiso tomarla por el lomo y la cola, pero un asesino se había adelantado tumbándolo al suelo. Gruñó como un animal, aunque mantenía su forma humana. Carim sabía que era algo más que eso, incluso olía a ¿lobo? ¿Por qué mierda no cambiaba? La ayudó a levantarse, no sin antes golpear a un ser gris que hondeaba una espada hacia ellos. La cubrió con su cuerpo y en un ágil movimiento tomó el arma y la hundió hasta que pasó hacia el otro lado del tipo. Carim, o más bien su gata, estornudaron con el olor pútrido de la sangre de aquel bicho. El asesino la observó un momento.

—¿Sabes que las niñitas como tú debían quedarse adentro, cierto? —La respuesta de Carim fue un rugido, se apoyó sobre sus patas traseras y cuando él hizo una mueca, saltó. No sobre él, claro estaba, pero había esperado que él se corriera o se asustara… y sí, una mueca de confusión destelló en su rostro para luego desaparecer cuando Carim le arrancó de un mordisco la cabeza a un ghoul. Miró hacia el hombre deseando poder hablar con claridad, pero no podía, así que tan solo lo miró con una sonrisa burlona en su rostro.

—Niñita, tu culo, hijo de puta —pensó y resopló, y fue por más.

Por el rabillo del ojo lo vio pelear mientras una horda de soules embestía contra ellos. Niñita… ¿niñita? Rugía en su interior, empujando esa bronca a los soules. Aquellas cosas podían desmaterializarse de un momento a otro, pero Carim sabía esperar y moverse y cazar… Esas cosas bailaron a su lado, materializándose a cada instante para tirarle golpes que Carim esquivaba sin problemas, hasta que entendió el ritmo en que lo hacían. Esperó, uno. Esperó, dos. Esperó, tres. Tiró el zarpazo golpeando al soules en el pecho, lo tumbó y saltó encima. Eva estaba allí inmovilizando al otro… La maldita cosa no se quedaba quieta… hasta que Zander llegó con ellos y le cortó el cuello.

—Son geniales, chicas —les dijo y sonrió.