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Hero maldijo en el momento que aquel ángel cayó sobre él alejando a Sal de su agarre. No los habían visto venir y cayeron sobre ellos como un martillo. Un gran y horrendo martillo de miles de toneladas que casi habían triturado sus huesos. Estaban dedicándose un último beso cuando ocurrió. La mujer a la que Nicolás conocía, llamada Dora, junto a Ben y otras pitonisas habían predicho que, pasadas las nueve de la mañana, el ataque caería sobre ellos.

Nueve de la mañana. Con el sol apuntando su dulce luz a la tierra.

Malditos sean. Habían dejado a muchos adentro, encerrados. Había muchas especies que no podían combatir al sol, pero habían solucionado eso dejando a los asesinos dentro de las fuertes paredes de la S.A. por si algo sucedía. Los cachorros y los niños habían sido trasladados en dos grupos. Una parte estaba en las entrañas profundas de la S.A., en el quinto subsuelo del mismo, otra parte se encontraba en las viejas instalaciones humanas. Ben había arreglado las instalaciones para el cuidado de los cachorros. En la antigüedad, aquellos lugares habían servido para albergar a los prófugos, asesinos y toda una cantidad de pervertidos, y ahora custodiaba la vida de varias generaciones de oscuros y humanos.

Muchas de las hembras habían decidido quedarse allí, cuidando de todos. Era raro. Afuera, el caos estallaría en unas horas, adentro la paz reinaba. Resultaba extraño cómo el mundo encontraba una situación límite para poder llegar a la paz deseada. No había diferencia entre los humanos y los oscuros, e incluso las razas más peligrosas se habían autoconvocado a una paz impuesta por ellos para contener el desastre. Era insólito ver a una hidra conviviendo con una mantícora, sin que hubiera muerte de por medio. Pero allí estaban. Habían llegado muchas especies, por así decirlo. Hero no creía que la palabra «personas» calificara para lo que eran, ya que muchos parecían salidos de películas de ciencia ficción. ¡Qué mierda!, había algunas que ni siquiera él sabía que existían. Hadas, arpías, centauros, cíclopes, hasta creyó haber visto un maldito unicornio. ¿Qué cuernos era esto? ¿Una fiesta…? ¿Dónde estaban Papá Noel y los Reyes Magos cuando los necesitaban?

Su sonrisa cayó cuando pensó en Sal, pues necesitarían toda la ayuda… y eso incluía a esos seres. Por lo que sabían de los Escritos, fueron doscientos los ángeles caídos a las tinieblas según Enoch, cuyos apócrifos de la Biblia se encontraron en el Mar Muerto junto con tantos otros textos de Historia Sagrada. Historia humana, claro está.

Nadie sabía cómo podía terminar esto. Los humanos se habían dividido y algunos habían decidido seguir a la diosa, mientras que los más cerrados de mente aún defendían a los ángeles y se declaraban los Enemigos de la Diosa. Pobres imbéciles…

Hero pensó que los humanos eran una raza volátil, ya que después de tantos siglos, aún se aferraban a los antiguos Escritos. Según la Biblia, los ángeles eran seres superiores a los humanos, y, aunque nadie hablaba de los oscuros, estaba dicho que también se creían superiores a ellos. Hero levantó los ojos al cielo recordando el ataque que habían sufrido, el daño que los supuestos ejércitos de Dios les habían hecho a todos, y cómo sus únicos aliados habían sido los caídos. Caídos, se repensó eso y creyó que los malditos Escritos deberían ser reescritos nuevamente porque los que los estaban atacando no eran los caídos, sino que eran ángeles con sus malditas alitas blancas…, bueno, al menos parte de ellos, ya que varias fuentes confirmaron que los atacantes tenían las alas… distintas.

Sal había decidido quedarse en la casa de Nicolás… Hero tomó un coche blindado y la llevó él mismo. Él debía volver a la S.A. Sabía que debían reorganizarse, y rápido. Aun así, no se había atrevido a dejarla sola, además se tomó ese tiempo a solas con ella para contarle sobre su nuevo cargo. Sal había saltado y vitoreado como si él hubiera ganado algún campeonato, y eso lo hizo feliz, y le devolvió un poco de calma. Ella empezó a hablar de organizar una fiesta, una cena, y Hero le rogó a la diosa que le diera tiempo con ella, le pidió protección. Su compañera era fantástica, una hembra fuerte y decidida. Estiró la mano y le acarició la mejilla mientras ella seguía contándole todo lo que podrían hacer para festejar por su puesto como centinela.

—¿Estoy hablando demasiado? —Le preguntó, y él negó con la cabeza.

—Sabes Sal, nunca creí que estaría vivo en este momento. —Tragó con fuerza y le echó un vistazo. Ella estaba muy quieta—. Me salvaste de las sombras cariño. Cuando te conocí, era la mitad del hombre en que soy ahora. Tengo cosas que nunca… nunca creí tener, una compañera, amigos, las chicas. Soy parte de algo, ¿sabes? Y tú me diste eso. Ojalá pudiera encontrar un mejor modo para ayudarte con la sed, pero créeme, siempre podrás beber de mí, porque si sigo vivo, o muerto, es por ti. —Tuvo que volver a mirar a Sal, ya que ella no hizo ningún sonido, estaba quieta como una estatua mirándolo—. Di algo, Sal —suplicó.

—Yo… yo. —Sal limpió una lágrima que corrió por su mejilla y sonrió—. Hero, somos afortunados de tenerte, pero, por sobre todo, soy la hembra más feliz del mundo porque eres todo para mí.

—Te amo cariño —susurró mirándola. Ella se estiró y le dio un beso rápido.

—Te amo, Hero. Salgamos de esto y luego haremos el amor por días. Terminemos con esto.

—Te tomaré la palabra —murmuró, y ella rio.

Después de esa declaración atravesaron las enormes puertas de la entrada, y él dirigió el coche hasta la entrada de la casa de Nicolás, y fue justo cuando el ataque sucedió. Hero le estaba dando un último beso bajo la pérgola, cuando una fuerza lo golpeó y fue despedido hacia atrás, cayendo cerca de la puerta. La misma fuerza que los golpeó, hizo tambalear las columnas y una roca cayó sobre su pierna. Gritó de dolor, levantó la vista solo para buscar a su compañera, e intentó quitar la roca mientras veía a Sal tirada en el suelo quien, con una columna sobre su pecho, estaba totalmente expuesta al sol. Ella gritaba de dolor y se retorcía, pero no podía levantar la pilastra. Hero procuró quitarse lo más rápido que pudo la roca de encima, pero no fue tan veloz…, y lo primero que escuchó fue el sonido del batir de alas y su respiración se agitó al saber lo que venía. Vio como un ángel descendía lentamente entre ellos, y comenzó a maldecirlo para que se fijara en él. Sus alas no lucían hermosas como las de Irizadiel, ya que estaban chamuscadas en las puntas y los bordes. Siguió gritándole todo lo que se le pasaba por la cabeza, pero el maldito primero se detuvo a mirar a Sal y luego a él. Le sonrió de lado con malicia y levantó su mano como si quisiera que él viera con qué la iba a matar. Llevaba un cuchillo enorme y brillante, que parecía crepitar como el fuego, y aquellos ojos grises lo miraron y el nuevo centinela tembló. Estaba seguro de algo, ellos habían perdido todo atisbo de vida. Hero sintió la urgencia de salir de allí y vio, con horror, cómo caminaba hacia Sal. Su capa y su toga bamboleándose con el viento; su instinto lo llevó a pujar con más fuerza para moverse, intentó enviar un manto de protección hacia ella, pero no lo logró. ¡Maldición, no podía estar ocurriendo esto! Todo su cuerpo le gritaba que la cubriera, que la ayudara…, malditos fueran. Era su compañera y no la dejaría morir.

—¡Déjala en paz, hijo de puta! —Le espetó y lanzó hacia él una gran ola de energía que habría derribado a varios hombres, pero el ángel no se movió, tan solo parecía haberlo empujado en el hombro, como si fuera un simple empujoncito de un niño. El maldito echó un vistazo hacia él y le dedicó una sonrisa por sobre su hombro. Maldijo con más fuerza cuando él estuvo a solo dos pasos de ella, apuntándole hacia el cuello con aquella terrible arma. Sal se removía furiosa, sus colmillos tan extendidos que casi no podía cerrar la boca, y siseando malditamente fuerte. Hero gritó con dolor sabiendo que lo inevitable ocurriría si no podía quitarse esa cosa de encima… ¿Dónde estaba Nicolás? ¿Por qué mierda no los ayudaba?…, pero en ese momento algo increíble pasó.

Una sombra alada apareció frente a sus ojos y otro ángel cayó golpeando al que amenazaba a Sal contra el muro. Por un momento se oyeron sonidos de golpes y gritos, pero Hero no podía ver lo que sucedía desde donde estaba. Se enfocó en Sal que pujaba por mover lo que la aprisionaba y esperó lo peor cuando unas alas se aparecieron en su campo de visión… Gruñó intentando quitarse con más fuerza la roca, hasta que una mano se posó sobre ella y la levantó como tuviera el peso de una pluma. Hero levantó la vista, asombrado, para encontrar a Phill allí. Se quedo tieso ante la imagen de poder que imponía el nefilim.

—¿Qué mierda? —Espetó. Phill lo saludó con un movimiento de cabeza mientras se quitaba para que Hero se pusiera de pie y, sin dudar ni un minuto, fue por Sal, le apartó la columna y la corrió a la sombra. Parecía que los ojos de ella iban a salirse de sus órbitas, y se sostenía el pecho jadeando. Hero siguió la mirada de Sal y notó que observa a Phill asombrada. Jadeó cuando notó algo que no había notado cuando corrió la roca. El jodido nefilim tenía alas, no lo había notado antes, pero ¡tenía alas! Quiso maldecir, pero se contuvo. Aunque él no lo dijo, Phill posó sus ojos sobre él y dijo:

—¿Qué pasa, centinela, aún me odias? —Hero quiso reír, y lo hubiera hecho si su mandíbula no estuviera completamente abierta por el asombro.

—¿Phill? —Articuló forzándose a hablar. La última vez que lo había visto fue cuando había secuestrado a Sal. Hero se movió sin dejar de mirarlo con asombro.

—Creí que habíamos superado la etapa de odio…, ella es tuya ahora y me alegro por eso. —Él volvió sus ojos a Sal, que ya no se quejaba. Phill había levantado una de sus hermosas y blancas alas y la cubrió del sol.

—Yo…, gracias —tartamudeo, sintiéndose estúpido.

—Vamos, no hay tiempo para esto, necesito que hagan algo por mí. —Miró al cielo, y Hero siguió su mirada. Irizadiel batallaba con dos ángeles y otros seres que no reconoció por la luz del sol; estaban junto a ella—. Busquen la piedra azul dentro de la casa. Es imperioso que lo hagan, y no la entreguen a nadie, salvo a Irizadiel o a mí —dijo eso y emprendió vuelo. Hero quiso preguntarle más, pero miró a Sal y corrió dentro.

—Tiene alas —susurró aturdida, y él sonrió.

—Sí, lo vi, Sal, una piedra azul… ¿Dónde?

—¿Qué? —Algo sonó a lo lejos, como un golpe seco, la casa derrumbándose tal vez. Enormes grietas se abrían en las paredes como heridas sangrantes.

—Piensa, Phill dijo que debíamos buscar la piedra azul.

—¡Maldición! —Sal empujó a Hero un momento antes de que la parte del hall de entrada se derrumbara y, con ella, la hermosa araña que Nicolás atesoraba hace siglos—. ¿Dónde mierda esta Nicolás? —Gruñó ella mientras se quitaba pedazos de cemento de la ropa.

—Matando a la maldita de Mikela. Vamos, debemos encontrar la maldita piedra.

—Últimamente maldices demasiado —protestó ella, y él le soltó una risa cálida. Recorrieron la casa peleando, pues había otros dentro, no eran ángeles ni humanos, era como si los zombis de las películas de terror pulularan por allí.

—Están poseídos —dijo Sal mientras le daba un puñetazo a uno que se acercaba a ella de forma predadora—. Hero… —Él torció el cuello de uno, lo dejó caer y observó a Sal—. Creo que decirte ahora que no los mates no cuenta, ¿no? —Sus puños se cerraron, maldiciéndolo.

Nop. Creo que eso debías decirlo antes, cariño.

—¿Y cómo mierda iba a saberlo…? —Chilló.

Así pasaron más de media hora y los ruidos de la pelea fuera de la casa no menguaban. Siguieron peleando y buscando, debían hallarla. No había ni un rincón que no estuviera destrozado, y la casa parecía a punto de colapsar sobre ellos. Los cuadros y los mobiliarios estaban destrozados. Afuera, la pelea continuaba. Cuando llegaron a la oficina de Nicolás, la ventana explotó, soltando fragmentos de vidrio hacia dentro. Hero cubrió a Sal, encarcelándola entre su cuerpo y la pared, cubriéndola de los vidrios y el sol. Cuando se giró, una arpía se levantaba entre los cascotes. Hero la observó, pero ella volvió su atención hacia afuera, agazapándose sobre sus cuatro patas o, más bien, dos patas y dos manos, ya que su cuerpo era humano.

—Protege a la piedra…, protégela. —Le echó un vistazo rápido. Les dijo en un chillido animal que ambos se cubrieron los oídos. Cacareó un poco más y algo cayó sobre ella.

Hero volvió a cubrir a Sal, que empuñaba un cuchillo. Sobre la arpía cayó un ángel y la sostenía contra el suelo, sobre su espalda. La arpía se movía intentando alcanzar con sus manos ganchudas los ojos del ángel o algo que pudiera destrozar, pero no lo lograba. Los vieron luchar, incapaces de moverse, hasta que un minotauro abrió un hueco aún más grande en la pared y entró balanceando una poderosa e inmensa hacha. Los minotauros eran inmensos humanoides con cabeza y cola de toro, mezcla de hombre. Por lo general, medían más de dos metros, pero Hero estaba seguro de que este superaría esa marca. Se decía que si durante un combate resultan lastimados, entraban en un estado de furia llamado berserk. Él quería ver eso, pues ya se mostraba más que malo ahora, así que no podía imaginar cómo sería en ese estado. Los movimientos fueron rápidos. Hero vio cómo la arpía sostenía al ángel en un abrazo atroz, imprimiéndole toda la fuerza que le quedaba, mientras el minotauro daba un duro golpe con el hacha en la espalda del ángel, justo en su columna y entre sus alas. Lo próximo fue ver cómo la arpía salía de debajo del caído y el minotauro terminaba la tarea cortándole la cabeza. Y eso fue todo: el jodido ángel había quedado reducido a cenizas. Ambos, la arpía y el minotauro, los miraron.

—La piedra, búsquenla, guerreros, la diosa los necesita. —El minotauro gruñó eso y salió disparado, y luego salió la arpía—. ¿Por qué todo el mundo creía que debían cumplir sus órdenes?

—¿Cómo mierda se supone que la encontremos? —Gruñó.

—No lo sé.

—Piensa en un lugar donde Nicolás la escondería, piensa solo en un lugar. ¡Vamos, Sal! Conoces a Nicolás mejor que yo —o no—. Dudó un instante recordando que Nicolás había dicho que nunca le había mostrado su habitación a nadie ni siquiera a Sal. Pero él la había visto, sabía cómo era y todo lucía lo suficientemente viejo como para que la piedra estuviera allí. La jaló por la escalera cuando una idea se cruzó por su mente.

Su cuarto, debía estar en su cuarto. Nicolás tenía un montón de objetos allí, muchos antiguos de otros mundos que él no había conocido…, estaba claro que el centinela nunca hacía algo por nada, así que quiso sonreír cuando recordó cómo intencionalmente lo había conducido hasta allí.

—¿Dónde vamos? —Exigió Sal, pero él no tenía tiempo para contarle todo. Así que como una bala corrieron hasta la habitación de Nicolás. La puerta de madera estaba cerrada. Hero le dio una patada y la arrancó de las bisagras. Se sorprendió al ver que la habitación estaba casi intacta. Sal parecía sorprendida, pero imaginó que él luciría igual la primera vez que la vio. Comenzaron a buscar por el lugar. Revolvieron las cosas mientras más sonidos de estruendos y estallidos se colaban desde el exterior.

Maldición, maldición, maldición.

Cuando había terminado con todos los cajones, Hero se maldijo. Sabía que estaba aquí, pero ¿dónde? Un temblor lo hizo trastabillar y se fue de bruces al suelo. Maldiciones salieron de su boca. Echó un vistazo a Sal que trataba de mantener el equilibrio. Se tomó un momento para un largo respiro, bajó la cabeza y entonces…, la vio. Realmente la vio. La piedra azul era inconfundible, estaba colocada allí, en el medio de un diseño tallado en el suelo. Varias imágenes se arremolinaban a su alrededor, pequeños soles y lunas, diferentes orbes. Allí, rodeándola. Y Hero supo que era esa.

—La tengo —rugió y quiso tomarla, pero cuando la piel de su mano hizo contacto con la piedra, esta lo quemó y un zumbido, algo parecido a un grito, surcó el aire. Cuando terminó, parecía que la tierra se había tragado el aire de la habitación. Hero se levantó cauteloso y se asomó por una ventana buscando la fuente del sonido, pero todo estaba muy quieto. Tanto los aliados a la diosa como los ángeles parecían quietos, demasiado quietos. Una doxy de mediana estatura señaló a la lejanía y fue cuando él lo vio. Un enjambre volaba hacia ellos, en todas las direcciones posibles…

—¿Qué? ¿Qué cuernos es… eso? —Sal tembló a su lado y él le pasó un brazo sobre los hombros sin apartar la mirada.

—No creo que sean abejas, cariño. —Cuando la masa se acercó aún más pudieron distinguir figuras… eran ángeles. Condenados infiernos. Los superaban en número… La batalla volvió a cobrar vida, pero tanto Sal como Hero sabían que eran pocos para enfrentarlos. Muy pocos.

—La piedra —le dijo, y Sal no se movió—. Sal, debemos sacarla, no sé por qué, pero me suena a que nos dará una ventaja… ¡Vamos! —Le gritó. Y con un estremecimiento, ella volvió a la vida. Se arrodillaron frente a la piedra.

—¿Qué demonios es?

—No lo sé, pero casi se siente como si latiera… —La tierra tembló y ninguno de los dos tuvo que preguntar nada, sabían que los ángeles estaban allí. Se escuchaba la pelea, los aliados aún luchaban. Se miraron una vez más y volvieron por su objetivo.

—Es como si la maldita cosa estuviera arraigada a la casa.

—Es una piedra —gruñó Sal. Quiso quitarla y gimió cuando sus dedos se chamuscaron.

—Es algo más… —Siguieron luchando, sin saber cuánto tiempo habían pasado de rodillas. Intentaron romper el suelo, pero nada sirvió. Hero había usado su cuchillo para arrancarla como se hace con la mala hierba, pero no pasó nada. Maldiciendo y negándose a dejarla, siguieron buscando mil formas. Sus frentes estaba perladas por el sudor y sus ojos brillaban con determinación. En ese momento, Irizadiel cayó dentro. Hero se levantó de un salto para golpear lo que fuera que venía por ella. Corrió hasta el hueco en la pared y lo que vio fuera lo desalentó. Irizadiel gimió suavemente y él gruñó. Volvió hacia ella e Irizadiel sonrió. Tenía el rostro golpeado, se formaban moretones en sus mejillas, y un hilo de sangre se arremolinaba en su ropa. Sal la tomó de los hombros y la recostó sobre sus piernas mientras le acariciaba el cabello como a una niña.

—Irizadiel, la encontramos… —susurró. Hero se giró hacia la piedra y reuniendo todas sus fuerzas la tomó. Por un momento quedó paralizado por la facilidad con la que salió. Había luchado un buen rato y de pronto la piedra estaba allí, en su mano… Gruñendo por el dolor, se la colocó en la mano a Irizadiel. Pensó que tal vez ella también sisearía por el calor, pero no lo hizo. Ella giró su rostro hermoso, le sonrió y cerró su mano.

—Vamos, Irizadiel, resiste. ¡Nicolás te necesita, demonios del infierno, yo te necesito…! —Gritó él. Ella parpadeó y se llevó la piedra a su pecho lentamente, como si acunara una flor, con la delicadeza de una caricia y gritó cuando esta tocó la piel que quedaba expuesta por el escote de su vestido.

—Detente, Irizadiel… —gritó Sal, pero ella no la oyó. Hero la tomó de la mano, instándola a que alejara la piedra de ella, pero ni siquiera pudo moverla.

—No teman…, no teman —murmuró cuando el grito cesó—. A tu derecha, a tu izquierda, arriba y abajo, solo cuando muera la última de las esperanzas —murmuró y les dedicó una sonrisa.

—¡Por la diosa, Irizadiel!, no hagas esto… —gimoteó Sal, y Hero quiso zarandear a la hermosa angelita, que parecía más débil que nunca.

—No teman —volvió a decir y su sonrisa los envolvió. Y cuando menos lo esperaron, Irizadiel destelló, estallando en una luz pura, blanca y potente que los cegó al instante. Con los ojos cubiertos, percibieron el calor.

Hero creyó que era hermoso…, lo más parecido al sol que hubiera sentido hace siglos. El calor lo reconfortó, como si lo hiciera olvidar del pasado, como si pudiera curarle las heridas del alma…, como una caricia. Sintió aquel poder haciendo vibrar cada una de sus células, era un calor tan suave, tan delicado y estimulante que se sintió encender…, se sintió curar.

Hermoso.

La fuerza fue tan grande que los echó hacia atrás, golpearon sus espaldas contra los muros y se cubrieron los ojos hasta que la luz pareció ser absorbida por un agujero negro… Les zumbaron los oídos y cuando la luz desapareció, la hermosa ángel ya no estaba allí. No había rastro de nada, como si ella nunca hubiera estado allí… Un temor se instaló en el pecho de ambos mientras se miraban, respirando con dificultad, y desde afuera se colaron gritos de terror, como si la peste hubiera venido por ellos. No podían haber perdido.

Hero se puso en pie sintiéndose liviano…, como si se hubiera desecho de un gran peso. Observó a Sal que también parecía molesta por algo. Sus ojos se encontraron y él le dedicó una cálida sonrisa. La amaba y no permitiría que muriera, no hoy. Cuando los gritos aumentaron, corrió hacia el hueco que había hecho Irizadiel al entrar, con Sal pisándole los talones, y lo que vieron…, simplemente los dejó mudos… Ángeles, ángeles grises, ángeles estallando. ¿Qué mierda era eso?