40

Detuve el coche en el linde de un gran parque protegido, a unos kilómetros de donde me habían indicado que estaría la bruja. Caminé junto a Nina hasta una zona rocosa al pie de la montaña. Le eché un vistazo y noté que ella estaba atenta a todo a su alrededor. Por un momento quise volver a discutir su papel en esta tarea, como lo había intentado dos horas antes. Pero ella había dejado en claro que no se quedaría a esperar. Asumí la derrota y puse todos mis sentidos alertas y los poderes en funcionamiento. Mis manos crepitaban desbordadas de energía, sondeando, buscando cualquier indicio de mi padre.

—¿Quién es ella? —Curioseó Nina inquieta—. Digo…, ¿por qué quieres matarla? —La miré—. Puedo sentirlo en ti, Nicolás. Sé que la quieres muerta, pero bien, bien muerta, y nunca había sentido algo así a tu alrededor. Es un instinto asesino que hace que la piel se me erice. ¿Qué es lo que te ha hecho para que desees matarla?

—Conocí a Mikela gracias a Hero —murmuré sin dejar de mirar el entorno.

—¿Era su amante? —Preguntó Nina mientras subíamos una colina esquivando ramas y rocas.

—Lo fue —dije mientras corría una rama para que ella pasara—. En algún momento, aún no sé cómo ocurrió, pero sí lo fue. Después ella se obsesionó con él, y Hero intentó alejarse…, pero después ocurrió lo del nefilim, y después de eso la necesitábamos… —admití apretando los dientes— para encontrar a Sal.

—¿Por qué la necesitaban?

—Sal había sido secuestrada —afirmé—. Suponíamos que el nefilim quería matarla.

—¿Un nefilim? ¡Espera! ¿Qué es un nefilim? —Me miró intrigada, pero antes de que pudiera contestar, ella continuó—. ¿Quería matarla?

—No, el nefilim la había conocido de niña, la cuidó cuando Sal era una niña. Y como si eso fuera poco, tiempo después descubrimos que es amigo o amante de mi hermana —solté apretando el paso.

—Espera, ¿tienes una hermana? —Preguntó deteniendo el paso.

—Sí —me detuve un segundo—. De diferentes padres, pues ella es hija de un ángel. —Nina parecía confundida, pero me estaba acostumbrado a esa reacción.

Wow! —Musitó y volvió a caminar—. Sabes, creo que revocaré eso que dije de conocer a tu familia. —No pude contener la sonrisa, y le pasé un brazo sobre los hombros.

—La cosa es que había un vampiro desquiciado detrás de Sal, y necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir. Así fue como Mikela se metió en nuestras vidas, ya que ella podía encontrarla.

—¿También se metió en sus camas? —Preguntó mirándome de reojo. Bufé en respuesta. Gracias a la Diosa había escuchado a Hero y me había alejado de ella a tiempo.

—No —gruñí—. Lo intentó, pero no.

—¿Y Hero? ¿Volvió con ella?

—No. Digamos que Hero… —dije— estaba bastante cabreado después de que encontramos a Sal.

—¿Por qué?

—Ella se había acostado con el nefilim. —Nina hizo un ruido de disgusto—. Influenciada por el vampiro —añadí, intentando hacer quedar bien a Sal.

—¡Espera! Wow! ¡Mierda! —Solté una risita baja ante su asombro—. ¿Ella se acostó con el amante de tu… hermana?

—Bueno… —murmuré inclinando la cabeza—. Si lo dices así… —Hice una mueca de asco—. Suena mal, pero sí. La cosa es que Mikela nos traicionó…, quiso matar a Sal…, y escapó. —Cada vez estábamos más cerca de la entrada. Miré al cielo y el sol aún brillaba—. Por eso quiero matarla, media Sociedad quiere matarla.

—¿Por qué quiso matar a Sal? —Preguntó ella mientras caminábamos el último tramo.

—Tú no la conoces. —Sintió un deje de celos llegar desde el lazo—. Ella es como mi hija, deberías haberla visto cuando llegó, no era ni un ápice de lo que es hoy en día. Mataron a su familia…, yo era lo único que tenía. —Nina disminuyó el paso y me miró.

—Ma-mataron a su… familia —balbuceó boquiabierta.

—Sí, el nefilim la salvó y la sacó de allí antes de que la asesinaran también. Por eso intentaba protegerla —añadí—. Después de tanto tiempo… —Me pasé una mano por el cabello—. Cuando la vi… Si la hubieras visto, Nina, toda bañada de sangre, sus ojos tan abiertos como si el horror se le hubiera tatuado en las pupilas. Su cuerpo tan quieto, robótico, el miedo pegado a su piel. No pude soportar verla tan desvalida, no después de ver a mi pueblo morir, verla así… —Nina me acarició la mejilla y me abrazó por la cintura.

—Lo lamento —dijo, y le devolví el abrazo—. No quise sonar molesta.

—Cuando logré sacarla de su encierro mental, era como un bebé. —Continué dejando fluir todos los recuerdos poco a poco, contando todo aquello que nunca le había confesado a nadie—. Era como si estuviera muerta en vida. Tuvimos que enseñarle todo de nuevo y, a veces, la miraba a los ojos y no sabía siquiera si me escuchaba. Aprendía todo lo que le enseñaba, pero sin emoción, como si su alma hubiera muerto, hasta que no pude soportarlo más; entonces le rogué a mi madre por ayuda, alguien que la sacara de su entumecimiento. Y así fue como llegaron Carim y Eva. —Me alejé un poco para observarla, para mirar sus ojos—. Sal mejoró muchísimo con ellas, volvió a sonreír…, volvió a interesarse por la comida, hablaba. Y créeme, mi amor por las chicas no es lo mismo que siento por ti.

—Lo sé, lo lamento —murmuró y me detuvo, y se colocó en puntillas de pie para darme un beso—. No quise sonar tonta… Sal es fuerte.

—Cuando la vi herida… —continué, tragando a la fuerza como si no pudiera detenerlo, necesitaba que ella entendiera—. Pensé que moriría, Nina. —Acaricié la línea de su clavícula—. Hero se ofreció para matar a Mikela, él desea matarla tanto como yo. O aún más, no lo sé.

—¿Por qué decidiste ser tú el que lo haga? —Me preguntó, y sonreí de lado. La tomé de la mano antes de responder, y volvimos a caminar.

—Porque es mi amigo, es la pareja de Sal, y porque no deseo que salga lastimado. Y, además, porque el que diagramó todo este plan para matar a Salomé… —dije señalando la entrada de la cueva que estaba a unos pasos— es mi padre.

—¿Tu padre? —Murmuró, y sacudí la cabeza afirmativamente. Eso era otra cosa de la que teníamos que hablar.

—Sí, mi padre. Llegamos… —anuncié.

Nos metimos en la cueva que mi madre había indicado. Caminamos por un largo trecho a oscuras, sorprendidos tan solo por el silencio y algún aleteo sobre nuestras cabezas. Mis ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad, y como no sabía cuánto podía ver Nina en la noche, cada vez que el silencio se rompía por algún sonido alado, la cubría escudándola con mi cuerpo. Llegamos hasta una abertura después de un camino laberíntico y nos internamos aún más en la oscuridad, y bajamos más de cien metros hasta que oímos los primeros sonidos. Voces y gorgoteos. Empujé a Nina nuevamente detrás de mí y me apoyé contra el muro para ver de dónde provenían y lo que vi…, casi no podía creerlo.

Mikela estaba sentada en el centro de una caverna enorme, cuyo tamaño debería ser el de una cancha de fútbol. Ella estaba sentada en una roca plana, como si fuera un sacrificio, solo que lucía diferente. Llevaba un vestido blanco con manchas rojas y negras, y tenía unas alas horribles, deformadas como las de un murciélago. El lugar estaba lleno de velas que le daban una apariencia tenebrosa; la cueva debía de tener más de cincuenta metros de altura y no lograba apreciar el techo. La luz parecía concentrarse alrededor de ella, haciéndola lucir aún más detestable. Estreché los ojos buscando una amenaza, pero no hallé nada. Mi padre no estaba allí. ¿Por qué mierda la había dejado sola? Enfocándome en ella, noté que a sus pies había unos seres con apariencia de niños, con un solo ojo en la frente, una boca con enormes dientes y con la piel casi del mismo color que la cueva que los acogía. Esas bestias se arrastraban hasta ella como si quisieran tocarla y se amontonaban unas sobre otras haciendo gorgoteos asquerosos. Definitivamente, no eran niños. Mikela se giró cuando uno de ellos tocó la falda de su vestido, lo miró un segundo y lo golpeó con dureza, y sentí náuseas cuando vi su rostro. Mikela estaba manchada de sangre, y siguió mirando al ser que había golpeado mientras arrastraba más cerca lo que estaba comiendo. Las náuseas volvieron cuando noté que sus manos revolvían un cadáver. Imaginé que era una mujer por su tamaño y por su cabello largo, aunque cuando miré mejor, deseé no haberlo hecho. Era un niño y aquella imagen hizo que el odio corriera por mis venas. Nina tiró de mi chaqueta tratando de llamar mi atención, pero la retuve con el brazo.

—¿Qué ocurre? —Murmuró, y la observé deseando que ella no pudiera ver aquello. Era horrible.

—Te amo —susurré y le di un beso en los labios. Me aseguraría de que ella no tuviera que ver aquello y, un momento antes de que reaccionara, le infundí un hechizo de sueño y la desmayé. La acomodé en un rincón de modo que nadie pudiera atacarla, aunque sabía que casi ningún ser podía lastimarla ahora.

Volví la vista a Mikela. Nina me odiaría cuando despertara, lo sabía, pero aquello era demasiado sufrimiento para que ella pasara por eso. Como un rayo, me lancé contra la bruja. Al instante, aquellas bestias rugieron…, y ella me vio. Corrí los doscientos metros que me separaban de ella pisoteando a aquellos seres repugnantes. Cuando Mikela percibió el peligro siseó y las bestias cobraron vida creciendo y creciendo, hasta ser de dos metros de altura, formando una muralla que me separaba de mi objetivo. Repugnantes. Tenían la piel como el barro mismo, con una especie de llagas y eran lo más asqueroso que había visto en mi vida. Extendí la mano antes de que llegaran a mí y la poderosa ráfaga hizo que dos de ellos volaran lejos, y se estrellaron con un ruido seco contra la roca. Otros tres se tambalearon hacia mí y uno logró tomarme del brazo. Mikela parecía molesta por la interrupción y me gruñó mientras me observaba sin levantarse para seguir devorando al niño, como si yo fuera a quitarle la comida. Me giré, y continué con la bestia que me tenía atrapado y me tiraba golpes. Le di una patada en donde se suponía que estaba su rodilla. Eso lo hizo caer, y mi mano se asió de su cuello, tomé el cuchillo que guardaba en el interior de mi chaqueta y, con un movimiento preciso, la hoja cortó el cuello del maldito y la enorme bestia cayó. Corrí, y golpeé con el hombro a otro de esos malditos, y cuando cayó de espaldas, salté y lo golpeé con el pie en el pecho y volví a rasgar su cuello. Levanté la cabeza y fui por mi siguiente objetivo. Se lanzaron hacia mí chasqueando los asquerosos dientes cerca de mi cara. Demasiado cerca para mi gusto.

Maté a otros dos atravesándoles el pecho con la mano, olían horrendo. Cuando estaba a solo dos pasos de llegar a Mikela, un dolor me atravesó el pecho y bajé los ojos y me estudié para saber dónde estaba la daga, pero no había nada. Y en ese momento lo supe: mi padre había sido sacado de la faz de la tierra.

Caí de rodillas y me retorcí tomándome el pecho, cerrando los ojos con fuerza, con un dolor punzante apuñalándome el pecho que no me dejaba respirar. Gemí de dolor y me tomé la garganta intentado calmar el ardor que me recorría desde el centro del pecho hasta cada terminación nerviosa. Noté que alguien me tocaba el rostro y me obligué a abrir los ojos. Me encontré con el rostro de Mikela a pocos centímetros de la mía. Gruñí, pero ella no pareció sorprendida y busqué fuerzas para darle un golpe y borrarle la sonrisa, pero no pude moverme. Mi cerebro dio la orden, pero mi cuerpo estaba anclado al suelo, como si todas las fuerzas me hubieran abandonado. La verdad es que nunca antes había pensado que golpearía a una mujer, pero Mikela había jugado con todo lo que amaba, era algo peor que una mujer.

—¿Te gustan mis alas? —Siseó, y no respondí—. No puedes matarme, Nicolás…

—Sí, puedo —gruñí e intenté levantarme sin ningún resultado. De un salto, Mikela se monto sobre mí.

—Me pregunto qué sabor tendrá la carne de un semidiós. —Y sin decir nada más, estiró una de sus enormes garras y la incrustó en mi pecho. Grité de dolor cuando ella revolvió sus dedos en el interior, rozando mis costillas. Lo retiró tan solo para probarlo, dándole una lamida, y en sus ojos vi un brillo de hambre. Quise revolverme y alejarme de ella, pero el dolor me atenazaba y me anclaba al piso. Maldije a mi padre, hasta los últimos momentos de mi vida me jodería la vida. ¿Acaso, simplemente no podía morir? Mikela volvió a hincar otro dedo en mi vientre y aullé del dolor.

—Voy a probarte… síiiiii —siseó, y sus alas se batieron—. Alitas, alitas…, voy a probarte, hummm… Muero de hambre, esos niños no fueron suficiente —lloriqueó—. Voy a comerte, Nicolás. —Su sonrisa me dio repugnancia y sentí la bilis subiendo por mi garganta. Esto no debería estar sucediendo, este no podía ser su final. Ella no podía matarme. Iba a morir y del peor modo. Hasta que oí un grito.

—¡Sobre mi cadáver, puta! —Giré el rostro y vi a Nina transformándose en el aire para caer sobre Mikela e incrustarla contra la roca lejos de mi cuerpo. Mikela siseó e intentó moverse, pero Nina fue más rápida, muy, muy rápida, casi como si fuera un fantasma. Le arrancó un ala de un mordisco, y recibió un dedo apuñalándole el costado, pero no se detuvo. Gruñó y volvió a morderla, esta vez su brazo. Mikela soltó un par de golpes que Nina recibió sin problemas y rápidamente buscó el lugar blando entre el cuello y el hombro, y lo mordió. La agilidad de la gata fue impresionante. Nicolás oyó el chasquido de sus dientes y el sonido de los huesos de la bestia rompiéndose. La maldita le hincó nuevamente los dedos como puñales, hundiéndolos en su piel, pero Nina no la soltó y mordió con más fuerza demostrando su fortaleza. La sangre se desparramaba por su boca, la bruja gorgojeó con su propia sangre y su cuerpo quedó flácido, colgando solamente del agarre de Nina. Recién cuando Mikela dejó de moverse por completo, la soltó. La cabeza de la maldita colgaba de un tendón hacia un lado y tenía una mueca asquerosa de horror.

Tomé una dolorosa bocanada de aire y dirigí toda mi atención a Nina. Un resplandor brillante la envolvió, y aulló cuando recobró su forma humana apoyándose contra la roca. Lentamente se quitó las manos de Mikela que seguían incrustadas en su cuerpo y se agachó a mi lado. Sus manos temblaban y por el lazo percibí el dolor que estaba sintiendo.

—Debería matarte por lo que has hecho —rugió con los dientes apretados, como si con aquello pudiera cortar el aire. Su mirada glacial me estremeció, pues estaba furiosa. Me ayudó a levantarme, me senté con su ayuda y le eché una mirada a Mikela, o lo que quedaba de ella. Los seres, contra los que había luchado, habían desaparecido y formaban montículos de barro maloliente—. ¿Por qué no tienes fuerzas? —Me espetó Nina. Comprobé que había recobrado el uso de mis piernas y me puse de pie, dejando que ella me ayudara a erguirme. Percibí la satisfacción de saber que ella estaba allí, para mí. Se sentía bien. Yo nunca había mostrado debilidad ante nadie, simplemente no podía permitírmelo, hasta que conocí a Nina.

—Mi padre… —siseé. Nina se giró alarmada buscándolo entre las sombras—. No, no está aquí. Él fue atacado.

—¿Y eso es malo? ¡Maldición, Nicolás! Después de todo lo que nos hizo…

—No, tan solo que no esperé que doliera. —Le sonreí e intenté besarla, pero me detuvo con un gruñido bajo.

—¡Ni lo intentes! —Me gritó mientras me soltaba—. Saldremos de aquí y te juro que no te saldrás tan rápido de esto…, voy a matarte.

—Nina —murmuré—. Yo solo…

—¡No! —Me cortó en seco nuevamente—. No voy a discutir aquí, sé que crees que soy débil, pero me importa una mierda.

—Nina —insistí, tirando de ella, pero se soltó de mi agarre.

—Salgamos de aquí… —gruñó. Estaba cabreada, pero me tomaría todo el tiempo necesario para enmendarlo.

—No creo que seas débil. —Confesé para mí mismo, aunque cuando ella me observó supe que había hablado en voz alta. Noté su desnudez y, torpemente, me apresuré a quitarme la chaqueta. Ella la aceptó de mala gana. Cuando pisamos la entrada, el sol nos recibió de lleno, devolviéndonos el calor. Eché un vistazo a la herida, pero ya estaba cerrada. Todo había sucedido como había dicho mi madre. Mi teléfono eligió ese momento para sonar, quitándome la sonrisa.

—¿Zander…?

—Nicolás, ¿dónde estabas? Te necesitamos aquí, esto es un infierno. ¡Maldición! Necesitamos toda la ayuda que puedas darnos. —No supe qué responder, lo único que hice fue tomar la mano de Nina y correr mientras mantenía el teléfono pegado a mi oreja y oía los gritos y estruendos como sonido de fondo. Debería haberlo sabido. Malditos sean. Habían atacado cuando estaba lejos.

—¡Por la diosa! ¡Nicolás, hay ángeles por todos lados…! —Gritó Zander.

—Voy para allí y, Zander… protégelos. —Dicho esto corrimos hasta un lugar cubierto. Esta vez usaría un modo más rápido de llegar. Debía salvarlos.

—¿Qué sucede? —Preguntó Nina agitada.

—Están atacándolos… —gruñí mientras sentía mi fuerza volver aumentando dada la furia que corría por mis venas—. ¡Madre! —Grité mirando al cielo—. Espero que sepas qué haces… ¡Nina! —Dije soltando su mano—. Transfórmate.

—¡Malditos! —Gruñó ella, y sentí a la gata fluyendo dentro de Nina—. No podremos llegar… —maldijo y comenzó a transformarse.

—Sí lo haremos, ahora eres mi pareja —dije eso y destellamos con Nina hacia la S.A.