38

Estaba en el despacho revolviendo unos papeles e intentando parecer despreocupado, aunque, en realidad, lo único que buscaba era mantener mis manos ocupadas, algo qué hacer más que abrir la puerta, buscar a Nina y despojarla a tirones de toda su ropa, y tomarla allí. Cálmate, me ordené. Era la orden de mi cerebro, pero mi corazón estaba desquiciado.

—No debí dejarla elegir —gruñí.

MÍA.

La posesión me dio un batacazo y tomó todo mi cuerpo y me forcé a no ir por Nina para obligarla a amarme. Ahora sabía cómo se sentía Hero y pensé en el dolor que debió sentir el asesino cuando supo que Sal había estado con Phill. Yo no podía ni soportar la mera idea de Nina con otro hombre en una cama, y aquello me retorcía las tripas a tal punto que solté los papeles para aferrarme a la mesa. Hero había perdonado a Sal, la amaba. Sabía que le perdonaría cualquier cosa a Nina menos su rechazo.

Ahora que sabía que ella existía, no la dejaría ir…, no me lo permitiría, y que mi madre se apiade de mí por lo que pensaba hacer si ella no lo aceptaba…, había mentido. No podía dejarla ir, aun sabiendo que ella podía elegir a otro macho, no podía dejarla ir. Apreté los puños conteniendo el rugido. La amaba, por mi madre que la amaba, todo mi ser vibraba por ella. En mi mente, la gata era lo único que tenía lugar y nada más importaba. Le confesaría todo, incluso quién era, pues ella debía quedarse conmigo, sin importar cómo. Me puse de pie y la puerta se abrió de golpe. Giré como un rayo y vi a Nina parada allí. Mi corazón se detuvo, aunque mi respiración siguió tan agitada como antes.

—¿Nina? —Grazné con una voz muy diferente a la calmada y neutra que utilizaba siempre. El semidiós en mí exigía tomarla, la quería, me susurraba palabras funestas al oído.

Los semidioses no pedían permiso, tan solo tomaban lo que es suyo. Los semidioses tomaban posesión de todo lo que querían. ¿Por qué yo debería ser menos? ¿Por qué debería contenerme? Estaba en mi naturaleza, después de todo. ¡Maldición!, y ahora la expectativa me estaba devorando. Mi mente ya no respondía, tan solo escuchaba el siseo de mi respiración.

¡Oblígala!, gritó mi mente. ¡Sométela! ¡Mía!

—No quiero —dijo Nina, y sentí cómo mi cuerpo empezaba a fallar, y forcé toda mi voluntad para no caer en brazos del semidiós que me pedía tomarla aun contra su voluntad.

Oblígala, sométela a tu lado. Es mía. Sométela, fuérzala a que se quede. No…, gruñó en su interior. No podría.

—La humana —continuó Nina con los dientes apretados, y vi un destello de lágrimas en sus ojos—. Ella, la humana que fui, ella está muerta. Yo, no quiero… —Sus ojos se pusieron vidriosos. Observándola, parecía un ángel, y mi ser se regodeó con sus palabras y corrí para apretarla en mis brazos—. Soy lo que soy ahora —gruñó contra mi pecho, y pensé que si la soltaba, caería—. Soy esto… y no lo dejaré por nada. No me obligues a volver.

—Nunca lo haría Nina. —Levanté su cabeza con delicadeza y la besé. Aunque la urgencia por reclamarla invadiera mi sistema, dije—: Nunca te obligaría. —Ella comenzó a llorar con aquella confesión—. Hay algo más que debes saber.

—¿Qué? —Sollozó—. No, espera… No me importa, Nicolás, no me importa nada, solo tú. —Se aferró a mí con un abrazo demoledor—. Nada importa, por favor, no me dejes. —Le acaricié el cabello con la nariz.

—No lo haré, pero necesito que sepas quién soy. —Ella asintió temblando—. ¿Ves esos cuadros? —Me moví para que ella observara—. Son como los de mi cuarto, ¿recuerdas?

—Sí…

—No soy solo un centinela, Nina. —Ella me observó—. Vatur es mi madre.

—¿Vatur? —Preguntó observándome.

—Soy el hijo de la diosa…, su hijo de sangre…, su hijo —añadí buscando que entendiera. Ella pareció caer en picada con aquella información, sus ojos me observaban intentando descifrar mis palabras—. No sé cómo, o por qué, pero eres mi compañera… La diosa, mi madre, te envió para mí, para que me salves. —En ese momento, sentí una ráfaga colarse por detrás de mí y sentí el olor a llovizna que impregnaba el lugar. Sabía muy bien que no había llovido y, mucho menos, que no había alguna ventana abierta que permitiera ingresar aquella brisa que nos envolvió con aroma a noche y amor.

—Así que ella es —dijo una voz femenina a mis espaldas. Sonreí, pues la reconocí al instante. Nina me soltó para mirar hacia el rincón desde donde Vatur nos observaba.

*****

Había una mujer de cabello oscuro y ojos como el cielo estrellado, que llevaba un vestido de gasa que flotaba a su alrededor como un manto, y era más alta que Nina, tal vez unos diez centímetros, de figura esbelta y sinuosas curvas… Por un momento quiso gruñirle hasta que en su mente oyó a Nicolás llamándola: mamá.

Eso debía ser por lo que su gata parecía calmada…, era como si aquella mujer pudiera imponerle un poder tan grande que ni la gata se atrevía a gruñir, aunque la humana en ella punzaba de celos.

—Tú eres Nina… —La gata miró a Vatur y luego a Nicolás, comprobando los parecidos.

De pronto, la temperatura del lugar parecía haber bajado diez grados. Nina oyó nuevamente a Nicolás. Más bien lo sintió. Él estaba furioso, temeroso de ella. La sensación de pérdida se hundía en él. Una y otra vez repetía… mía. Mía. Mía. Ella quiso calmarlo con una caricia, pero él se movió más rápido.

—No, madre. —Él se interpuso entre la mujer y Nina—. No te lo permitiré, es mía, ella es mía, no puedes hacerlo…, madre… ¡tú la enviaste, tú la creaste para mí, madre!… —La posesión en su voz lo hacía sonar como un cavernícola. Nina quiso protestar, pero cuando intentó moverlo, no pudo. Bajó su vista hasta sus manos y vio cómo se agarrotaban en puños.

—Nicolás…

—No la tocarás, ella es mía, ha venido a mí libremente…, no la he obligado, ella simplemente se ha entregado… No la forcé —gruñó, aunque en su voz había un atisbo de tristeza.

—Espera. —Intentó moverlo para verle la cara, pero él la atrapó con sus manos, impidiéndole salir de atrás de él—. ¡Nicolás! ¿Puedes obligarme? ¿Puedes? —Intentó mirarlo, pero no pudo, y regresó sus ojos a la mujer.

—Nicolás. —Ella volvió a llamarlo, y luego sonrió a Nina—. Él puede, pero no lo ha hecho, pues hacerlo implicaría someterte, y mi hijo es lo bastante moralista como para hacerlo. Incluso con la mujer a la que ama… sufriría un infierno, pero te dejaría ir, si es eso lo que quieres saber —suspiró y volvió a mirarlo—. Suéltala. —Nina percibió cómo un halo de energía fluía desde la mujer hacia ellos. Aun con eso, no podía creer que la diosa, de la que tanto hablaban, estuviera frente a ella.

—¡No! —Nina sintió cómo unos dedos invisibles intentaban que Nicolás la soltara.

—¡Suéltala ahora, Nicolás! —Dijo más fuerte, y Nina gimió de dolor—. ¡La lastimas, por Dios! —En un instante Vatur estaba a dos metros de ellos y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció frente a él para estamparle una fuerte cachetada. Nicolás giró el rostro y gruñó.

—No, Nicolás, suéltame…

—Ella no se ha unido contigo aún, suéltala. —Nina sintió cómo él aflojaba su agarre y se quedaba tieso—. Sabía que cuando la encontraras sucedería esto. —Nina dio un paso atrás y se frotó las muñecas que él había apretado. Vatur estiró su mano hacia ella, y Nina no pudo más que acercar la suya, aunque su cuerpo entero quería rugirle a la mujer que hacía que Nicolás se sintiera tan mal. En cuanto sus dedos se tocaron, una energía reconfortante corrió entre ellas, y la gata percibió cómo el dolor se disipaba, y suspiró. Él la miró abatido por encima del hombro.

—Lo siento, Nina —susurró, aunque sabía que él no lo hacía. Esa frase hizo que en Nina surgiera la necesidad de consolarlo. Él no tenía la culpa de nada…, quería decírselo, pero su boca parecía sellada y aquel dolor podían sentirlo tanto ella como la gata. Cuando lo vio estremecerse, forzó a su garganta, a su lengua, y a cada nervio de su ser a hablar y, haciendo el doble de esfuerzo, lo logró.

—Te equivocas —le dijo mirándolo, pero dirigiendo sus palabras a Vatur. Sabía que frente a ella estaba la diosa, pero ni siquiera eso podía hacerlo sentir culpable por algo que no había hecho. Cuando habló, las palabras sonaron secas mientras apretaba los dientes para no gruñir—. Yo ya me uní a él. —Pudo ver cómo los ojos de Nicolás centellaban. Se acercó a su lado y le tomó la mano, apretándola de una forma amorosa—. Te equivocas, diosa… —Continuó, tragando con fuerza justo para mirarla a los ojos. ¡Maldita fuera!, ella no tenía derecho a hacerlo sufrir, ella conocía el sentimiento de que nada de lo que hicieras para tus padres sería suficiente…, y lo odiaba—. Tu hijo es el único por el que moriría hoy mismo, y lo haré mañana, y hasta el fin de los tiempos. —Esta vez la miró a ella. Una sonrisa tiró de sus labios, más por desafío que por cariño, y Vatur sonrió también, dejándola confundida. Su rostro se había suavizado, su mirada había cambiado.

—Lo sé…, pero él es el que necesitaba oírlo. —Esta vez su voz fue tierna, hasta empalagosa. La garganta de Nina se relajó como si pudiera nuevamente tomar el control de su cuerpo. Su corazón latió con más fuerza. Nicolás le devolvió el apretón y sonrió de lado.

—Como sé que lo amas… —Nina volvió su atención a Vatur—. Te diré esto, nadie puede tocar a la pareja de los semidioses. Ellas son tan poderosas como ellos, pero ellas deben entregarse libremente y confesar su amor y su unión, para que no quede ninguna duda de que se ha unido a él por elección propia, poniendo su corazón al desnudo, y sin malas intenciones. Y para eso, los cielos deben escucharlo…

—¿Qué debo hacer? —Preguntó arreglándose el cabello nerviosamente—. Salir al balcón y gritarlo a los cuatro vientos, correr hacia la primer iglesia y confesarlo, tan solo dime qué debo hacer… —Vatur acarició su mejilla.

—Está hecho, no es necesario un grito para que los cielos te escuchen, Laureen. —Ella sintió el golpe del nombre que había abandonado. El nombre de la humana—. Tan solo un susurro sincero puede aturdir a los dioses, pero eso ya lo sabes…, ¿cierto Laureen? —Nicolás la observó y en sus ojos podía ver su confusión. Apretó levemente su mano. Ella nunca le había dicho su nombre y recordaba muy bien que había dado uno falso en el hospital. Entonces, cuando la diosa lo nombró por segunda vez, ella comprendió que la noche del ataque alguien había oído sus plegarias. Vatur lo había hecho.

—Sí, pedí morir… —sollozó.

—Y lo hiciste —señaló Vatur—. Y renaciste…, y ella habitó en ti. —La gata se pavoneó por su mente con un paso orgulloso y Nina sonrió.

—¿Tú? ¿Tú querías morir? —Ahora Nicolás la había tomado de los hombros y la giró para que lo mirara a los ojos.

—Sí, cuando él me atacó… deseé morir…

—Y ahora deseas vivir, Laureen.

—Sí, lo deseo, pero Laureen murió hace tiempo, yo no soy la misma.

—Lo sé, por eso tuve que hacer que Nicolás te esperara tanto tiempo. —El dolor cayó sobre el pecho de Nina—. Pero aquí estás… —Nina no sabía si debía decir gracias, perdón por hacerlo esperar, o qué, pero la diosa volvió hablar—. Creo que tendrán mucho tiempo para hablar —añadió Vatur sin moverse. Ambos la miraron—. Pero ahora deben escuchar. —Ellos asintieron—. El final de esta tregua está llegando y esta noche deberán partir para encontrarse con un futuro que los llevará más allá de lo pensado.

—Madre…, odio cuando hablas con acertijos.

—Escúchenme… Sus corazones se han unido, que ni el cielo ni el infierno interfieran en eso… —Ella giró su rostro y observó sobre su hombro—. Que el pasado no te ate —murmuró mirando a Nicolás, y luego pasó a Nina—. Y que el futuro te dé fuerzas para recordar. —Después de decir eso, ella simplemente desapareció, dejando a Nina con un montón de preguntas.

—¿Qué pasó? ¿Dónde fue?

—Ya entenderás a mi madre, luego —añadió y tiró de su mano en dirección a la puerta, pero ella no se movió—. ¿Qué pasa?

—Eres el hijo de una diosa…

—Y tú eres mi pareja…, nadie podrá tocarte otra vez. —Los ojos de Nina se revolvieron inquietos, como si una sombra de su pasado la cubriera. Tal vez ahora él podía conocer sus recuerdos.

—¿Cómo lo supiste? —Nicolás suavizó su rostro con una sonrisa.

—No lo sé, tan solo fue lo que intuí, soy más viejo, Nina. Sé algunas cosas de mi madre y sé muy bien que no ayudaría a cualquiera que simplemente deseara morir. Ella tan solo ayuda a los que creen no tener más esperanzas. Imagino que pasaste por algo muy feo, y juro que tendré que contenerme para no matarlos, pero, aun así, sé que algo pasó, pero esperaré. Cuando esto termine, tendremos todo el tiempo del mundo para estar juntos. —Nina sintió cómo una lágrima rodaba por su mejilla. No había vuelto a llorar hacía mucho tiempo y aquel llanto prometía soltar todo ese daño que le habían hecho. Corrió hacia él y se estampó contra su cuerpo y lo abrazó.

—¿Por qué? ¿Por qué actuaste de ese modo con tu madre? Ella no parecía molesta…, ¿o sí?

—No lo parecía, pero la energía a su alrededor parecía inestable, y cuando entendí que fluía hacia ti…, lo lamento, no solía ser así. Nunca necesité ser posesivo con nadie, las elementales suelen ser bastante atentas entre sí, por lo que no debía hacer nada por ellas, pero tú… Pensé que mi madre había decidido algo sin mi permiso…, creo.

—Creo que le debes una disculpa, aunque intuyo que tienes razón. Ella venía por mí, pero es lo que haría cualquier madre, ¿no? Saber si la mujer que está con su hijo lo ama o si solo es un juego. —Él posó sus ojos pícaros en ella.

—¿Soy solo un juego para ti? —Musitó, rodeándole la cintura.

Sip… —admitió dejándolo con la boca abierta—. Uno con el que quiero jugar por toda la casa, uno que quiero lamer. —Lo lamió cerca del cuello—. Besar… —Esta vez le dio un ligero beso en los labios—. Acariciar… —sus manos se aferraron a su camisa—. Hasta que el juego tan solo pida basta… —Esas palabras lo encendieron y cuando volvía en búsqueda de su boca, ella se movió, pero no la dejó ir, tan solo la atrapó y le lamió el cuello mientras intentaba respirar.

—Maldición —dijo alejándose un poco.

—¿Qué?

—El tiempo, lo que debemos hacer… Lo siento, no debí traerte conmigo, es muy peligroso, no debía, ¡maldición! —Ella lo detuvo con un dedo en sus labios.

—No, no empieces con eso, iré contigo, y no me importa qué suceda, estaré allí. —Se tomaron unos minutos tan solo para mirarse. Nicolás comenzó a contarle la historia de su tierra en Lemuria, sobre su madre, todo… Cuando terminó, ya estaban en el coche en dirección hacia donde Mikela caería.

*****

Nina dormía recostada en el asiento. Y yo no pude más que admirarla. Mi compañera. Estaba seguro de que Hero y Zander se burlarían de lo sentimental que me había puesto después del infierno que les había hecho pasar a ambos, a Hero más que a nadie.

Sonreí. Si hace muchos años atrás alguien me hubiera dicho que tendría de mejor amigo a un vampiro con ascendencia atlante, y que estaría emparejado con una gata, me habría reído hasta el cansancio. Sin embargo, aquí estaba. Todo esto estaba llegando a su fin, pronto…, todo acabaría. Aún no sabía cómo, pero todo terminaría. En mi mente retumbaron las palabras de mi madre.

—Creo que tendrán mucho tiempo para hablar… Esta noche deberán partir para encontrarse con un futuro que los llevará más allá de lo pensado.

Tal vez Nina no lo supiera, pero mi madre no había dicho eso porque sí. Hubiera deseado preguntarle, pero la conocía…, el fin estaba cerca, aunque nadie sabía quién ganaría.