Recorriendo los pasillos, aún le seguía dando vueltas al asuntito del abrazo con Ben, pues no comprendía por qué lo había hecho, pero algo en mi interior se sintió bien. Algo en mí había cambiado, como si una amargura arraigada hace mucho se marchitara para dejarme totalmente receptivo a toda muestra de cariño. Estaba seguro de que se debía a Nina. La busqué y la encontré en su cuarto. Se giró al oír que golpeaba la puerta. No tenía buena cara, estaba cabreada, sus ojos despedían chispas. Sin esperar invitación, entré y cerré la puerta. Ella seguía mirándome y se cruzó de brazos mientras yo mantenía la distancia. Me apoyé sobre la puerta. Apartó la mirada, me dio la espalda y siguió guardando cosas en su bolso.
—Sé que quieres hacerme muchas preguntas, pero tan solo te pido intimidad. —Ella me estudió mientras echaba un vistazo por encima del hombro, sin dejar de guardar cosas.
—¿Responderás a mis preguntas? —Me increpó cortante.
—A todas —respondí y me acerqué a ella. Le toqué el hombro y la moví de modo que quedara frente a mí. Tomé su mano y la apoyé contra mi pecho—. Por la diosa que lo haré. Solo que no aquí…, por favor —murmuré y me agaché apoyando mi frente contra la suya. Cerré los ojos y percibí cómo aquella necesidad se apaciguaba con el roce de su piel, y tomé una gran bocanada de aire.
—¿A dónde vamos? —Susurró Nina. Noté cómo mi corazón palpitaba con fuerza y mi cuerpo se estremecía. La necesitaba.
—Ahora, a mi casa —añadí alejándome un poco para mirarla a los ojos—. Te gustará, hay muchos lugares en los que podrás correr y disfrutar de libertad —dije, y me lamí los labios, notando que ambos respirábamos con dificultad—. Yo solo necesito tomar algunas cosas —murmuré y ella frunció el ceño—. Luego debemos ir por una mujer llamada Mikela.
—Es la misión de la que me hablaste, ¿o es una mujer a la que también necesitas rescatar? —Siseó Nina en un susurro y en su voz percibí celos, celos en estado puro. Sonreí.
—Sí, es la misión de la que te hablé. Ella lastimó a las elementales. Lastimó a Sal, por lo que no hay nada en ella que quiera salvar —confesé, y eso pareció calmarla.
—Bien, vamos. No debería haberlas tocado —dijo ella alejándose de mí. Tomé su mano cuando ella se colgó el bolso al hombro. Antes de salir le di un beso rápido y abrí la puerta. Salimos sin decir nada y, a la vez, diciéndonos todo. Nuestros cuerpos se tocaban, nuestras manos entrelazaban, pero sabía que era algo más profundo que eso. Eran nuestras almas las que se tocaban y no había nada que pudiéramos hacer contra eso.
El lugar era un caos y había oscuros por donde mirara. La escudé con mi cuerpo mientras la guiaba a la salida. Nos metimos en mi coche, y Nina guardó silencio. Me sentía incomodo, deseaba contarle todo, sin tapujos y que me conociera como nadie lo hacía, pero cómo se lo diría, eso era otro punto. Nina notó mi nerviosismo y me tomó de la mano. Le sonreí en agradecimiento y, por primera vez en eones, había alguien a mi lado. Dirigí el coche con cuidado, evitando las zonas en las que sabía que había problemas, y tardamos quince minutos en llegar. De reojo noté cómo Nina observaba todo. Sus ojos se agrandaron con sorpresa cuando el portón de mi casa se abrió ante nosotros. El jardín nos recibió dándonos una increíble imagen. Iluminado por el sol, se veía florecido, verde…, vivo.
Nina brincó fuera del coche incluso antes de que lo detuviera. Se paró un momento a observar el lugar y el sol la cegó, por lo que se cubrió los ojos con la mano para mirar la extensión del jardín. Salí del coche notando la alegría que brotaba por cada poro de su piel. Me quedé allí viendo cómo la alegría la colmaba, dejando de lado las preguntas y los problemas, y vi el momento exacto en que su gata tomó el control… Las garras se extendieron y convulsionó cayendo al suelo.
—¿Nina? —Dije para asegurarme de que estaba bien. Comencé a dar la vuelta al no recibir respuesta, cuando la vi acercarse con paso elegante y silencioso. Sus ojos amarillos con tintes dorados me observaron, y sonreí. Hermosa. Sentí una oleada de cariño llegando desde ella y la escuché ronronear. Caminó hasta mí y se frotó contra mis piernas. Extendí la mano y acaricié su pelaje, admirándola. Rugió muy bajo y empezó a correr jugueteando, saltando de un lado al otro. Se acercó nuevamente y volví a acariciarla. Nina ronroneó ante la caricia y volvió a restregarse contra mí.
—Vamos, debemos hablar, habrá tiempo para jugar después. —Se frotó una vez más, me acarició con la cola, y comenzó a correr hacia la entrada. Se detuvo a admirar el ingreso, abrí la puerta y entró—. Bienvenida —susurré, y comenzó el cambio, obligando a su gata a volver a su refugio interno. La admiré hasta que estuvo de pie.
—Eres hermosa. —Estaba absorto en la belleza de mi compañera. Me quité la chaqueta y se la entregué.
—¿Vives aquí? —Preguntó cubriéndose. Lentamente recorrí su cuerpo con la mirada, haciéndola poner aún más nerviosa.
—Sí —murmuré, devorándola con la mirada.
—Es enorme… ¿Podemos hablar aquí? —Preguntó, admirándolo todo.
—Contigo desnuda en el mismo cuarto que yo, no lo creo. No creo que pueda concentrarme en otra cosa si estás desnuda. —Ella sonrió—. Ven, te daré algo con qué vestirte.
Subimos las escaleras mientras Nina seguía fascinada por la casa. Entramos a una habitación en el ala opuesta a la de invitados. Sentí su necesidad transmitiéndose por el lazo, percibí su mirada lasciva, y me endurecí.
—¡Oh, por dios Nina! —Gruñí respirando con dificultad—. Toma, vístete. —Le tendí una camiseta que Nina miró de mala gana; fácilmente le llegaría hasta las rodillas.
—¿Te molesta verme así? —Me preguntó, y me giré a verla—. ¿O hay alguien más aquí?
Sonreí de lado y me abalancé contra ella apresándola contra mi cuerpo. Mis manos acariciaban cada centímetro de piel, absorbiendo su necesidad, mientras apretaba mi erección contra su vientre. ¿Molestarme? Claro que no… Nina gimió. Tomé posesión de su boca sin piedad, no era un beso suave, pero dejaba trasmitir toda la necesidad que sentía.
—Necesito estar dentro de ti…, siente qué tan duro estoy…, y es por ti. ¿Aún crees que me molesta verte desnuda? —Dije murmurando sobre sus labios. Nina gimió nuevamente cuando apresé su trasero y bajé mi mano lentamente hasta su carne tierna—. Dios, estás lista para mí…, no hay nadie aquí, solo tú…, pero necesito que me escuches… y no puedo pensar contigo desnuda ¡Por la diosa…, vístete! Si no quieres que te tome por toda la maldita casa…, porque juro que puedo hacerlo, aunque sea para que compruebes que no hay nadie aquí, salvo tú…, desnuda, ¿bien?
—Te creo, y te necesito… —gimoteó cuando apresé sus pechos en mis manos—. Me vestiré… —tragó con dificultad—. Diosa querida, igual deseo que lo hagamos por toda la casa…, tomaré eso como una promesa —gimió. La solté lentamente y se alejó unos pasos. Con manos temblorosas se colocó la camiseta y me siguió por los pasillos de la casa mientras le explicaba cada lugar con la voz ronca de necesidad. Inconscientemente, la guie hasta mi cuarto.
—Mi cuarto —anuncié sin mirarla. La cama me tentaba a probar mi teoría sobre su cuerpo y recordé la noche en que fantaseaba con Vívika, pero pensando en Nina. La dejé vagar por la habitación mientras admiraba las piezas que colgaban de las paredes. Se detuvo en cada una de las piezas. Se paró frente a una imagen que un pintor de Mu había hecho de mí, y se giró frunciendo el ceño, comparándome.
—Dispara —le dije, y ella se giró enfrentándome.
—¿Oigo tus pensamientos? —Murmuró—. ¿Por qué?
—Estamos emparejados —respondí.
—Empa… qué… —tartamudeó.
—Emparejados, aún no sé cómo, Nina. Soy mucho más viejo que tú, pero créeme, soy un total novato en cuanto a esto. —Nina echó nuevamente un vistazo a los cuadros mientras comenzaba a pasearme por la habitación.
—¿Qué tan viejo? —Preguntó curiosa.
—Muy viejo.
—¿Puedo negarme a… estar contigo? —Me examinó, y contuve el gruñido. Nina se giró, y agaché la mirada. El dolor que se trasmitió por el lazo lo confirmé cuando la miré a los ojos. Lucía miserable. Percibí a su gata que aporreaba su mente, gruñía y arañaba las paredes, y quise consolarla, pero me contuve. Ella debía pensar. Sentí como si mi corazón se hubiera detenido con su pregunta y me odié por hacerla sentir así. Sabía que era duro para ella. Apreté los dientes.
—Puedes —admití sin demostrarle el dolor que me causaba aquel pensamiento— si lo deseas. —Me moví evitando sus ojos. Ella debía ser libre de elegir.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? —Respondí desconcertado, y le eché un vistazo rápido.
—¿Por qué te duele? —Preguntó frotándose sobre su corazón.
—Soy muy viejo Nina, pero esto… —dije señalándonos a ambos— es algo que nunca esperé sentir.
—Bien —murmuró, y dio un nuevo vistazo a la habitación—. No sé por qué. No sé cómo, pero siento eso —dijo señalándome—. La conexión, y no puedo negarla, por primera vez en mucho tiempo no me siento sola. Y no, no te dejaría ir.
—¿Perdona? —Pregunté intentando asimilar sus palabras.
—Aunque no quisieras ser mi pareja —dijo levantando la barbilla—. Haría que tu vida… ¡Oh, no! ¡Espera! —Pensó y me señaló—. Haría que la vida de tus amantes fuera un infierno —gruñó, y sonreí.
—No habrá otras —dije—. Las parejas de los oscuros, una vez que el lazo mental se completa, nunca podría. Yo nunca podría estar con otra…
—¿Igual así me dejarías ir? —Masculló.
—Sí —admití.
—¿Por qué? —Preguntó desconcertada—. No podrías estar con nadie más, aun así —gruñó ella.
—Hay una investigación… —susurré frotándome las manos. Tragué como si una lija se hubiera instalado en mi garganta—. Esa investigación podría volverte humana de nuevo.
—¿Hu…? ¿Humana? —Tartamudeó.
—Sí —admití. Nina se tomó la barbilla y se giró pensando en ello—. Piénsalo —le dije a duras penas, y me marché.