Phill estaba asombrado por la facilidad con la que Irizadiel se acercaba a él, con la tranquilidad con que lo tocaba. Estaba acostumbrado a las miradas furtivas, al cariño disimulado, pero aquí, ella era totalmente distinta. Totalmente… viva. Después de lo que creyó que eran dos días, se levantó de la cama. Caminó con ella comprobando el dulce sabor de sus alas colgando en su espalda. Había pasado tanto tiempo sin ellas que sentirlas allí, pesadas, firmes, lo conmovía. Era distinto, podía percibir cómo su cuerpo se adaptaba a ellas, cómo su mente las aceptaba de vuelta como si nunca se hubieran ido. Comprobó que ya podía moverlas, batirlas lentamente y que las plumas estaban completas, por lo que pronto volvería a volar. Aquello lo emocionó.
Volar. Volar junto a Irizadiel. Se estremeció con la idea.
Caminando a su lado, notaba cómo sus músculos luchaban para mantener las alas elevadas, pues sabía que Irizadiel le enviaba miradas furtivas mientras controlaba sus expresiones. Siguieron paseando de la mano hasta un sitio que no podría describir, ya que sus colores no existían en la Tierra. Su aroma era distinto a cualquiera que hubiera conocido. Era tan mágico que pensó que nada podía ser más bello, y que tal vez el Paraíso sería así. No lo sabía, pero la mujer que caminaba a su lado representaba el Paraíso para él, así que sonrió ante la idea. Cuando llegaron hasta lo que parecía un mirador al cielo nocturno, Phill suspiró.
—¿Te gusta? —Él la miró fascinado. Era mucho más de lo que podía pedir.
—Sí, mucho —dijo acariciándole la mejilla. Ella sonrió y miró hacia la lejanía.
—Ellos nos necesitan ahora. —Él siguió su mirada y reparó en un punto en el espacio que parecía una estrella sin brillo, pequeña y distante. Cuando ella apretó su mano, Phill observó con mayor atención y comprendió lo que sus ojos veían.
—Esa es…
—La Tierra. —Se giró hacia ella estrechando los ojos.
—¿Dónde estamos? —Pensó estar en el Olimpo, aunque tampoco imaginaba que el hogar de Vatur estuviera allí.
—En la constelación de Orión —concedió Irizadiel, con una seriedad que no dejaba duda de que sabía de qué hablaba. Al final, Vatur era la madre de la mujer a su lado. Sintió como si una corriente de energía lo recorriera. ¿Quién era él para tener el honor? Ahora entendía mucho más. Phill asimiló aquello, y volvió a mirar la estrella distante.
—Debemos buscar la chispa de la vida —dijo Irizadiel seriamente—. Está en riesgo y tenemos que volver para buscarla y evitar que los traidores de los dioses la tomen.
—¿La chispa se encuentra en la Tierra? —La incredulidad lo llenó por completo.
—Sí, donde los ojos nunca la encontrarían —ella le sonrió—. Como aquello que tienes tantas veces frente a tus ojos, que no eres capaz de ver.
—Entonces mi hermano no mentía.
—Él fue quien te busco. —Phill tuvo que mirarla a los ojos para comprender lo que le decía.
—¿Por qué?
—Porque era el único que podía llegar allí, ya que la orden de captura sobre mí estaba echada. No podía acercarme y, cuando tu hermano perdió varios de sus mejores generales, acudió a mi madre en búsqueda de ayuda.
—Él nunca había recurrido a la diosa. La situación debió desconcertarlo.
—Es ahí donde todos nos equivocamos —dijo ella tocándole el brazo. Él la estudió—. No es la primera vez que Semiazaz habla con mi madre.
—¿Qué dices?
—Mi madre me lo ha confesado poco antes de que llegaras… —Ella se paseó alejándose de él—. No es la primera vez…, lo siento, no lo sabía.
—Aún no entiendo por qué.
—Porque es cierto que todo el mundo se mantiene en un balance, ya que los humanos mantienen su control porque temen a Dios. Esto es el caos. Si todo sigue así, nadie seguirá las reglas, y necesitamos de ambas partes para que este Mundo siga como está. Como dijo Semiazaz: «Los humanos deben ver al Cielo y temer, y si no lo hacen, imagina al mundo entero rebelándose».
—Todos caeríamos…
—Yo aún no confío en él, pero mi madre lo hace. Estoy segura que Semiazaz no se arriesgará a que mi madre lo mate.
—Debería…, después de todo lo que te ha hecho.
—No quiero justificarlo, pero fue criado así.
—Aún no sé qué rol cumplirá en todo esto.
—Tan solo mi madre lo sabe —Irizadiel suspiró—. Pero no podrá lastimarnos.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo está la diosa tan segura?
—Porque ahora no eres solo un caído, Phill. —Ella acarició sus alas—. Ahora eres un protector de la diosa y nadie puede tocarte sin provocar a mi madre.
—¿Un protector de la diosa?
—Sí, un guardián de la diosa.
—Yo, no…
—¿Recuerdas las palabras de los Escritos? —Él asintió.
Desde que el dolor se instaló en los corazones, y el miedo fue instaurado por los hombres, todo aquel oscuro que desee la vida, se la dará y que su corazón puro le permita vivir en las sombras de mi hermosa noche. Que nadie use aquel dolor para instalarlo entre los oscuros, y que su corazón dicte cada latido de la oscuridad que he creado para cobijar a mis hijos. Hijos míos, no temáis, que vuestra madre nunca os ha olvidado, que vuestra madre enviará legiones de caídos en vuestra ayuda.
Que la paz reine en nuestros seres. Confiad en ellos, mis guerreros, a los que les he confiado mi tenue luz. Que la vida de cada ser sea velada por los caídos y que estos protejan del sol a mis hijos. Hemos vivido y nacido mucho antes de la creación de la Tierra, mucho antes de que el hombre fuera llamado hombre. Que la luz no ciegue sus ojos y que las sombras cubran sus vidas. Buscad la sabiduría en mi palabra.
Vatur estará siempre a vuestro lado, a vuestra derecha, a vuestra izquierda, arriba y abajo, porque adondequiera que vayáis, iré yo; dondequiera que viváis, viviré yo. Y solo cuando muera la última de las esperanzas, cuando el último rayo de Nix se borre de la faz de la tierra, el último grito destrozado, dejaré de creer en mis hijos. Que nadie los juzgue por la vida, y que mis caídos velen por ellos en sus sueños, y que la mano de la diosa sea justa y sabia. Porque así ha de ser hecho.
Dijo Irizadiel con solemnidad recordando los escritos que alguna vez le habían prohibido leer.
—¿Qué debemos hacer?
—La chispa está vigilada por ahora… Debemos esperar. Cuando el caos se desate, acudiremos.
—¿Dónde la llevaremos? —Murmuró, y ella sonrió.
—A un sitio donde nadie pueda tocarla. —Le acarició la mejilla, y Phill sintió que amaba a esa mujer. Por ella haría cualquier cosa, por más suicida que pudiera parecer. Él conocía las estrellas brillantes, pero nada ni nadie brillaban tanto como Irizadiel lo hacía.
—Ven —dijo ella tomándole de la mano—. Vamos. —La siguió lentamente.
Phill caminó a su lado por un sendero diferente y atravesaron varios jardines llenos de flores que parecían mágicas Desde que el dolor se instaló en los corazones, y el miedo fue instaurado por los hombres, y de árboles dejaban caer sus ramas perezosas sobre el hermoso manto verde que tapizaba el suelo. Todo era mágico. El color de cada cosa era distinto a lo que había visto en eones de vida. Llegaron a una cascada que parecía comenzar algunos metros antes que ellos. Phill levantó la vista para ver su nacimiento y, sin embargo, no encontró nada. Ella lo guio hasta la entrada a la gruta y se metieron con lentitud sintiendo el agua salpicándolos. La cascada filtraba la luz. Cuando sus ojos se acostumbraron, vislumbró un cuarto elegante y femenino. Había una hermosa cama con dosel, velas encendidas por doquier, y un perfume derramándose por toda la estancia. Embelesado por el lugar, no notó cuando Irizadiel se detuvo detrás de él y dejó caer su vestido. Ella rozó sus alas tan solo con un dedo, pero mil sensaciones lo recorrieron entero. Miró sobre su hombro a la mujer detrás de él, y sus ojos le devolvieron lujuria pura. Comenzó a acariciar su espalda, y Phill tuvo miedo de moverse y romper el hechizo. Sus dedos siguieron cada músculo de la espalda, como si comprobaran su textura.
—¿Phill? —Susurró ella, colocándose en puntas de pie y murmurando al oído—. ¿Qué pasa?
—No quiero que te lastimen —confesó.
Anhelarla había sido su castigo. Si tan solo no la hubiera probado, si no hubiera besado sus labios, si hubiera obedecido las reglas, tal vez, solo tal vez, no la desearía con tanta fuerza. Era lo único que podía hacer, anhelarla sin tocarla; por más que quisieran, nunca podrían estar juntos. Miró con tristeza a Irizadiel. Una noche había roto aquel pacto y había pasado con ella un atardecer haciendo el amor, disfrutando el uno del otro y, cuando los guardianes vinieron por ellos, Phill asumió toda la responsabilidad. Observó un instante los ojos de Irizadiel y suspiró.
Nunca hubiera permitido que perdiera sus alas ni que la lastimaran. Él había pagado las consecuencias y no quería pasar por lo mismo. Ese amor entre un ángel y un nefilim era la otra razón por las que le habían quitado las alas. Se giró, rompiendo el contacto, tan solo para observarla. Irizadiel estaba desnuda. El resplandor de las velas hacía su cuerpo más apetecible. Las sombras y las luces se reflejaban en ella. Phill notó que su sangre empezaba a correr con rapidez y que su corazón inmortal latía con tal fuerza que parecía querer salírsele por la boca.
—Accidere non potest, si quid nosti. (No puede pasar, sabes lo que pasará si lo hacemos).
—Non possunt contingere nobis. (Ya no pueden tocarnos.) —dijo ella achicando el espacio entre ellos. Apoyó sus manos en el pecho de Phill y sonrió. Ambos respiraban de forma agitada percibiendo la necesidad del otro—. Hic… (No aquí). —Ella vio la duda en sus ojos y retrocedió unos pasos—. ¿Annon? (¿Acaso yo no…?).
—Non. (No es eso).
—Entonces ámame —dijo ella volviendo a achicar las distancias. Sus labios rozaron su pecho y, siguiendo un camino de besos, llegó hasta los labios de él. Phill devoró su boca; enredó sus dedos en el cabello de Irizadiel, y la atrajo contra su cuerpo mientras su mano libre la asía por la espalda. Sus pechos se apretaron contra su cuerpo y tembló. Cuando liberó su boca, Irizadiel habló—: Amor me venit, ante finem. (Ámame antes de que el fin llegue). —Y eso hizo que ambos se olvidaran todo. La levantó en brazos y la acorraló contra el muro. Irizadiel deshizo a tirones lo poco que él llevaba puesto y sus alas se curvaron hacia delante envolviéndolo, atrapando en la intimidad a sus cuerpos. Los labios de Phill devoraron sus pechos mientras sus manos la recorrían. Irizadiel tomó sus hombros atrayéndolo e incitándolo, pues necesitaba su cuerpo… Cuando sus manos bajaron buscando el lugar cálido y húmedo en su entrepierna, ella gimió. El roce la incitaba a entregarse. Él sería suyo esta noche, y nada ni nadie los separaría. Puede que el día no llegara mañana, que el sol explotara en mil pedazos y los enviara a una oscuridad mortal, pero ahora, tan solo importaba el hombre frente a ella. Phill se agachó frente a ella y la probó. Su cuerpo le entregaba un elixir que lo llevaba hacia la locura, y la lamió escuchando los gemidos de Irizadiel. Se aventuró a más, y la probó íntimamente apresando entre sus labios su tierna carne y, cuando lo hizo, se sintió poseído por una lujuria sin igual.
Arrodillado frente a ella, la miró. Irizadiel tenía las mejillas rosadas; su cabello revuelto, y los ojos de un penetrante azul que invitaban a adorarla. Levantó una de sus piernas y la subió a su hombro, e hizo lo mismo con la otra hasta que ella estuvo enroscada a su cuerpo, con sus pliegues tiernos tan cerca de su boca, que le permitían degustarla. Irizadiel se asía de su cabello con dulzura, mientras su lengua se metía en lo profundo de su ser. La probó, la lamió y degustó hasta que ella pidió clemencia. Las piernas de Irizadiel casi no soportaron su peso y por eso no se negó cuando Phill la cargó hasta su cama. La dejó allí y se montó sobre ella, pero Irizadiel no quería eso aún, pues deseaba probarlo como él lo había hecho.
Lo acomodó de espaldas, y ubicó sus alas en la ancha cama. Lo observó por un instante y comenzó a besarlo a conciencia. Quería besar todo su cuerpo, todo su ser. Phill tocaba sus alas enviándole pequeños impulsos eléctricos a su cuerpo. Acarició su pene en todo momento, y adoraba escucharlo gemir, lo quería dentro de sí. Quería bañarse en su esencia. Lo besó hasta llegar donde su mano lo envolvía, lo apresó entre sus labios para saborear su carne blanda y fue por más. Comenzó a buscar el placer probándolo y provocándolo con movimientos más fuertes, más duros. Cuando terminó con él, levantó los ojos, y Phill la atrajo sobre su cuerpo para besarla. Después de un beso abrasador, se montó sobre él y dirigió sus cuerpos a la unión mística. El placer los inundó a ambos. Empezó a moverse lentamente y fueron aumentando el ritmo. Cuando el placer explotó, ambos se sintieron desfallecer. Irizadiel lo cubrió con su cuerpo, y Phill pensó que podría morir ahora, no le importaría.
Moriría por ella. Y la amaría todo el tiempo que estuvieran juntos. Aunque eso implicara ayudar a su hermano. Lo haría por ella, por la diosa, por todos…
Que el corazón del ser sea juzgado como tal, que la mano de los caídos vigilen sus corazones y arrastren con ellos el poder de erradicar el mal, siempre que el corazón así lo dictamine.