31

Nina se había sentido tocada, aunque sabía a ciencia cierta que ninguna mano la había rozado. Era como ser acariciada por un fantasma, o, al menos, es así como lo imaginaba. Se le erizó el pelo de su nuca y quedó con la mirada perdida en la pared del fondo. Esa caricia había sido tan íntima que se sintió arder por dentro y tembló aun sin saber porque. Paladeó mentalmente la sensación y percibió que venía impregnada con una fragancia conocida, una huella que reconocía a la perfección gracias a las últimas horas.

Nicolás.

Su gata ronroneó y le sonrió, pero no le explicó por qué lo hacía. Tan solo se frotaba por las paredes de su mente, como si estuviera feliz ante aquella fantasmagórica ilusión de la voz de Nicolás. Estaba sentada a la mesa junto a Carim, que le contaba algunas cosas que debía saber de la S.A., de los felinos, de su familia. Mientras tanto, Eva murmuraba maldiciones cada vez que Carim comparaba a la manada de lobos con las grandes diferencias evolutivas que encontraba con los felinos. Sal reía al ver la pelea, mientras Hero se dedicaba a mirarlas con admiración y a hacer algún comentario picante, tanto de un lado como del otro. Por lo que Nina había averiguado, él era la pareja de Sal y, por lo tanto, los unía un lazo inquebrantable que no llegaba a comprender en toda su dimensión, pero los hacía vivir juntos. Por eso Hero vivía con la gata y la loba, además de su pareja. A él parecía no importarle mientras acariciaba la espalda de Sal, y reía ante la discusión que, al principio, era seria, pero siempre terminaba en alguna broma. Se había encontrado con ellas cuando dejó a Nicolás para hablar con Ben. Su gata le había rugido cuando se alejó de él, pero se forzó a centrarse. Al menos él no la había rechazado luego de tener sexo como lo habían hecho algunos tipos en su anterior vida como humana, o le habían dado las gracias como si se tratara de una prostituta… Él había sido afectuoso, y eso le encantó.

Las elementales, como Nicolás las llamaba, la recibieron sin problemas y gruñeron a algunos que la miraban con desdén. Ella estaba feliz y serena y las chicas no eran lo que había imaginado, eran «normales y francas». Había descubierto que Carim era la sensible del grupo, la que ponía freno a las intensas discusiones entre Sal y Eva. Eva, por su parte, era la temperamental del grupo, la que siempre llevaba las cosas al extremo desde la visión de Sal y la que siempre parecía ponerse del lado de los débiles, aunque al principio mostrara los dientes. Sal era como los chicos que viven metiéndose en problemas, pero su corazón sobresalía siempre. Era dulce y tierna, y lograba demostrar destreza para salirse con la suya.

—Nina, ¿estás bien? —La voz le llegó desde al lado, pero no logró entender con claridad. Se sentía en una burbuja de confusión y las palabras le llegaban amortiguadas como cuando se está bajo el agua. Tenía la sensación de que Nicolás le había susurrado algo al oído y trató de zafarse de aquello, pero su gata no la dejó, y el susurro volvió a colarse en su interior.

Nina, debemos hablar. —Aquello la hizo estremecer y tembló. Se frotó los brazos, pues parecía que la temperatura había bajado unos diez grados desde que llegaron, y ella siguió buscando la voz—. Mi gata… —Eso fue lo último que escuchó y, sin saber por qué, tanto la gata como ella se sintieron hervir desde los pies a la cabeza.

—Nina. —Alguien la tocó, y enfocó su mirada en Carim—. ¿Qué sucede?

—Yo… —volvió a frotarse los brazos con las manos, sintiendo que el escalofrío volvía.

—Te ves perturbada. —Tragó con fuerza y miró a cada uno de ellos. Las chicas lucían intrigadas y tenían los ceños fruncidos. Quiso sonreír forzándose a ser franca, pero no lo logró. Aunque lo que más le llamó la atención fue la mirada que le dirigió Hero. Su boca era una línea fina, y no lograba descifrar por qué la observaban así. Cuando Sal notó su mirada, tocó a Hero.

—Hero, ¿qué pasa? —Él sacudió la cabeza y una sonrisa se formó en su boca.

—Nada, eso… es muy bueno —le dijo mirándola. A Nina le hubiera gustado preguntar qué era lo que había visto, qué era eso «muy bueno», pero no pudo.

—¡Nicolás! —Dijo Carim con su alegría habitual. Nina le echó un vistazo discreto. Sabía que lo había oído, pero ¿cómo? No podía ser cierto. Nunca antes había oído algo así, era como escucharlo hablar, pero desde su mente.

Estás alucinando, se dijo, y su gata le gruñó en lo profundo de su interior.

Nicolás ocupó el lugar en la silla junto a ella y el calor de su cuerpo la confortó. Había tanto que no conocía, que se sentía ignorante.

—¿Cuándo saldremos? —Interrogó Sal, yendo directo a los negocios—. ¿Nicolás? —Nina lo observó y notó que la miraba con una intensidad que la quemó.

—Saldremos en media hora —respondió apartando los ojos de ella. Nina suspiró y encontró los ojos divertidos de Hero y quiso gruñirle. ¿Qué era lo que le causaba gracias? ¿Qué sabía él que ella no? Maldición.

—Quiero que formen un grupo. Imagino que iremos juntos a la zona sur.

—Es la más afectada.

—Zander encontró problemas cuando vino. Hay un oscuro y un humano internados. La mujer asegura que hay otros luchando. Varias familias de lobos, brujos, cambiantes y metamorfos…, quiero que presten atención a cualquier problema. Ella nos explicó que había varias familias allí. ¿Verdad, Nina? —Cuando le dirigió la palabra, su voz sonaba igual a la que había escuchado en su mente. Se quitó el estremecimiento, y la gata tomó el control. Lo miró y se lamió los labios provocando que Nicolás paseara sus ojos por sus labios.

—Ella nos aseguró que hay muchas familias y que muchas de ellas son humanos y oscuros no revelados a la S.A. Nadie sabe cómo lo supieron los humanos, aunque, personalmente, creo que fueron los ángeles los que los delataron. —Miró a Nicolás esperando que indicara algo, pero él no lo hizo—. Los tres que han llegado aquí son una familia: la mujer y el hombre mayor son humanos. Él tiene un cromosoma oscuro y eso se trasmitió a su hija, por lo cual ella es una oscura. La mujer dice que muchos de ellos son mestizos, como ella los llama. Por eso creemos que hay muchas más familias allí y no sabemos cuánto las asustó Zander, pero creo que por eso mismo deberíamos ir.

Wow!… —dijo Eva cuando ella terminó de hablar.

—¿Qué? —Preguntó observándola, para luego mirar a Nicolás.

—Casi suena como un prototipo de ti, Nicolás ¡Ja! —Las mejillas de la gata se coloraron por la afirmación.

—Sí, suenas profesional —añadió Hero levantando las cejas con una sonrisa en sus labios.

—Gracias —respondió acomodándose el cabello sin saber si debía sentirse contenta o avergonzada. Una oleada de cariño y orgullo la llenó. Espió a Nicolás y lo vio sonreír. La ternura que la llenó era distinta a una caricia. Era más íntima. Estoy enloqueciendo, volvió a decirse.

—Bien, saldremos en unos diez minutos —anunció Nicolás y se levantó. Ella observó cómo él se arreglaba la ropa. Lucía tan guapo, ella se lamió los labios como si aún pudiera sentir el sabor de su piel, y aquello produjo un calambre directamente en su entrepierna.

—Bien, iré por mis armas —indicó Sal.

—Sí, yo buscaré algo de ropa —dijo Carim—. Nina, recuerda meter algo de ropa en el coche. —Ella se puso colorada al recordar cómo Nicolás le había dicho lo mismo.

—Sí, lo haré —señaló y se levantó—. Iré por eso ahora. —Comenzó a caminar alejándose de ellas. Alejándose de Nicolás y de las sensaciones que la embargaban. Todo era nuevo para ella. Todo, incluso sus propios sentimientos. Cuando había conocido a Nicolás le había gritado por lo que era, por ella…

—Estúpida, estúpida —se reprendió recordando aquello.

Nunca debió tratarlo de ese modo. Pensó en un modo de disculparse, pues si bien podría ser que él lo hubiera olvidado, ella no podría dejar de sentirse miserable por lo que le había dicho. Mientras caminaba, miró al techo y rezó a Vatur para que la perdonara. No sabía qué ocurría, pero cuando detuvo su andar frenético se encontró parada frente a la puerta de su habitación. Entró y se castigó mentalmente por no aclararse, pues estaban en peligro y no podía fallarle, ya que él había confiado en ella.

—Algo que vestir… —dijo en voz alta mirando su cuarto—. Algo que ponerme, algo que ponerme—… ¿Qué debería ponerse? Sabía que las chicas lucían ropas caras, pero pulcras, tipo oficinistas, pero ella nunca había comprado pantalones negros y camisas blancas; tampoco era como si tuviera mucha ropa—. ¡Mierda!

—Carim suele usar ropa deportiva. —Se giró asustada, más para comprobar que él estaba allí que por otra cosa. Y encontró a Nicolás apoyado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, lo que lo hacía lucir apetitoso, y parecía relajado por su pose. Tragó. Envió toda la lujuria que le corría por las venas a un lugar apartado, aunque lo que más deseaba era saltar sobre él y devorarlo. Suspiró.

—Sí, creo que será lo mejor. —Volvió a revolver sus cosas y escuchó cómo él entraba y cerraba la puerta. Se agachó y revolvió en sus cajones. Su amiga le había enviado ropa, debería tener algo deportivo.

¿Qué ocurre Nina? ¿Por qué estás así? —Preguntó la voz profunda que volvió a oír en su mente. Se giró a verlo.

—¿Por qué lo preguntas? —Nicolás frunció el ceño.

—No he dicho nada —respondió sacudiendo la cabeza, y ella tragó con fuerza.

—No lo dices en serio. —Sintió que la sangre le abandonaba la cara.

—Nina —susurró, con una ternura impresa en cada letra, casi como el susurro de un amante. Sus ojos se llenaron de una luz y agradecimiento que ella no comprendía. La atrajo entre sus brazos, y su beso fue intenso. La acorraló contra un muro mientras su boca la reclamaba con tanta fuerza que tembló, lo que la hizo olvidar todas las preguntas. Su gata pateó lejos sus temores y le ronroneó.

—Me he sentido rara, pero debe ser parte del cambio…, ¿cierto? —Lo enfrentó—. Creo que necesitaría una gran charla con Carim. —Se detuvo cuando notó que él no decía nada y que tan solo la observaba como si estudiara cada uno de sus gestos—. ¿Qué?

—Tenemos que hablar —dijo pasándole un dedo por su mejilla.

—¿Y no es lo que hacemos? —Respondió sintiendo el peso de su cuerpo atrapándola.

—Sé que puedes oírme —le habló, pero sus labios no se movieron y ella boqueó—. Tenemos mucho de qué hablar… —continuó mientras le acomodaba el cabello entrelazándolo entre sus dedos.

—No, no puede ser cierto. —Abrió los ojos como si fueran a salírsele de las cuencas.

—Lo es. —Esta vez su boca se movió.

—¿Cómo? Nunca tuve, yo…

—Solo te diré esto por ahora, pues debemos irnos, y lamento que si me quedo un segundo más aquí… —Enterró su boca entre su cabello hasta que encontró su cuello y aspiró su aroma. Comenzó a besarla hasta que sus labios apresaron el lóbulo de su oreja haciéndola estremecerse, y enroscándola en sus brazos como si no quisiera dejarla ir—. No podré resistirme y, realmente, debemos irnos. —Nina lo provocó arañando suavemente su espalda mientras su respiración se agitaba—. ¡Oh, por la diosa! Nina…, escúchame. —Se apartó y tomó aire. Ambos lo hicieron—. Sé que puedes escucharme aquí —dijo tocando su frente—. No es una ilusión, puedes oírme. —Cuando ella iba a preguntar algo, él la acalló—. Sé que tienes preguntas y prometo responder a cada una en cuanto volvamos… Escúchame, cuando te hable, no quiero que nada te suceda. —Nina no supo por qué, pero su mirada de temor la congeló—. No quiero perderte, sé que eres hábil y puedes luchar, pero no te pongas en peligro, y óyeme cuando te hable. —Ella asintió sabiendo que cada palabra estaba colmada de sentimiento—. Responderé tus preguntas, tan solo no te separes de mí. —Nina supo que no solo lo decía por la batalla—. Y cuando vuelva, prometo hacerte el amor como nunca lo has sentido…

—¿Me enseñarás a amar como lo hacen los oscuros, centinela? —Ronroneó, y él sonrió relajándose un poco.

—Te enseñaré a amar como solo los dioses pueden hacerlo —murmuró, y no sabía por qué aquello le sonaba tan personal que ella lo besó.

—Debo buscar ropa… si no quieres que mi culo quede al aire otra vez. —Él la soltó, y ella fue por lo que había venido.

—Mantén ese culo enfundado, cariño. —Ella le enseñó un pantalón deportivo y una camiseta escotada de deportes también.

—Muy escotado.

—Creí que te disgustaba que tuviera mi trasero al aire.

—Claro —dijo de mala gana, acercándose de una forma predadora—. Esta será mejor. —Nina no supo por qué, pero aceptó sin chistar la camiseta que él le dio. Era sosa y amplia. No le gustaba para nada, pero de eso hablarían luego.

—Bien, bueno…, no me gusta, pero te daré el gusto. No quiero que te perturbe el hecho de pensar en matar a algunos, y preocuparte por si una de mis bubis se escapa. —Caminaron hasta la puerta y Nicolás la abrió para que ella pasara—. Aunque no deberías preocuparte, no son tan grandes —añadió mirándose los montículos que formaban sus pechos.

—Están bien para mí —susurró sin mirarla.

—¿Por qué te preocupa tanto? —Exigió, impostando su mejor voz de desdén.

—Porque eres mía —señaló él un minuto antes de entrar al corredor principal donde los esperaban los demás. Nina le echó un vistazo y sonrió.

—Solo, si eres mío —susurró para que él la escuchara.

—Hecho —dijo, y miró a los demás con su semblante de centinela. Ahora debían luchar.