30

Impulsivamente, nuestros cuerpos se juntaron, como si estuvieran imantados. Como si aquel cuarto estuviera desprovisto de gravedad y nos uniera, obligándonos a olvidar todas las preocupaciones, besándonos como si ambos pudiéramos completarnos. Apresé su boca para besarla con mayor intensidad. Por un momento degusté su sabor y gemí cuando recordé lo que había sentido por Vívika al conocerla. Nada tenía que ver con lo que sentía junto a Nina. Sus manos no dudaban cuando me acariciaban desde la base de la columna hasta los omóplatos. La seguridad de la gata me invitaba a jugar y, como si estuviera en celo, la apresé contra el muro, mientras apoyaba una mano junto a su cabeza y comencé a acariciar sus pechos por encima de la blusa. Nina levantó la camisa, y metió sus manos sobre mi espalda. La desabotoné para sentir la calidez de su piel, y jadeé cuando su pezón me rozó la palma.

—Si vas a negarte… —jadeé—. Este es el momento para detenerme. —Ella me clavó las uñas y me apretó aún más contra ella y abrió las piernas, y no me hizo falta preguntar nuevamente si estaba de acuerdo.

La pasión corrió, embriagándonos. Nina comenzó a quitarme la camisa y me acarició haciendo que cada célula de mi cuerpo reaccionara. Siguió acariciando mi espalda y se apretó más fuerte contra mí cuando lamí la tierna piel de sus pechos. La empujé contra el escritorio y tiré todo al suelo, sin pensarlo. Bloqueé la puerta con energía impidiendo que nos interrumpieran. La necesitaba.

Mi necesidad era tan grande que sentía mi pene latiendo contra la tela de los pantalones. Nina abrió las piernas y se sentó dejando que me acomodara en el medio. Sus manos fueron por el botón de mi pantalón y lo abrió rápidamente, mientras yo volvía a reclamar su boca con intensidad. Me separé de ella, jadeando, cuando la mano de Nina apresó mi sexo. Sus dedos tocaron e incendiaron aún más mi miembro. Bajé la cabeza y besé su cuello y, sin pensarlo más, le quité la camisa. Ella jugó con mi erección paseando su palma desde la punta hasta la base. Saboreé las sensaciones, la pasión vibrando en el aire mientras lamía su piel.

—Juega conmigo, centinela, hazme el amor —gimió, y jadeé nuevamente cuando ella comenzó a empuñar mi dureza de manera gentil, bajando y subiendo con un ritmo pausado que podía llevarme a la locura. Tenía la sensación de que podía estallar allí mismo, bajo el juego de sus manos, mientras lamía la piel de su hombro y de sus pechos. La tomé por la cintura y la levanté. Me apresuré a quitarle los pantalones, y le saqué los zapatos.

Me agaché frente a ella para besar sus pies haciendo que se estremeciera, y sonreí cuando nuestras miradas se encontraron. Se mordió el labio inferior mientras sus ojos lujuriosos me observaban quitar su interior. Me puse de pie para reclamar su boca nuevamente. Estaba extasiado con su sabor, con la suavidad de sus labios.

—¿Quieres que apague la luz? —Murmuré contra su boca.

—No, quiero verte —jadeó Nina, y sonreí.

Mi palma se posó en el espacio húmedo de su entrepierna mientras no apartaba los ojos de ella, quería beberme sus sensaciones, su placer. El olor a sexo, el aroma de Nina me estimuló. La miré y vi tenía los ojos vidriosos por el deseo; las mejillas rojas, y los labios hinchados; estoica, resistiendo las embestidas del deseo. Una guerrera. Caí de rodillas entre sus piernas y su estomago, y bajé lentamente la cabeza besando el monte de Venus. Sus pequeños rizos bien cuidados me dieron la bienvenida, y la sensación de placer se incrementó cuando ella gimió con mi toque, haciéndome querer más.

—Déjame mostrarte cómo amamos los oscuros —le dije y mi boca buscó el sitio entre sus piernas. La escuché gemir cuando mis labios apresaron sus pliegues, la sentí estremecerse y sonreí. Quería demostrarle lo que sabía hacer, quería que supiera que sería buen amante, que podía satisfacerla. Mientras jugaba con mi boca, pensé en ella en brazos de algunos hombres en su pasado y gruñí contra su tersa piel. Combatiendo el deseo, Nina me acarició el cabello y enroscó las piernas sobre mi espalda exigiendo más, y sonreí sabiendo que le daría lo que me estaba pidiendo. Mientras probaba lentamente su carne acariciando su centro, la sentía retorcerse, por lo que la retuve con firmeza. Quería más y por ello intensifiqué las caricias lamiendo lentamente cada zona, cada pliegue, mientras la escuchaba gemir. Deseaba darle placer hasta el punto en que ella nunca pensara en otro. Gruñí contra su carne y mi lengua hurgó aún más profundo y se abrió paso. Sus gemidos se intensificaron, pero aún no estaba satisfecho. La necesitaba.

—Nicolás, Nicolás —suplicó y me atrajo hacia su boca nuevamente. Me besó con fuerza demandándome más; se apartó un poco, y sentí la necesidad corriendo por mis venas. Se bajó de un salto y me observó cuando gruñí molesto.

—Mi turno de probarte —susurró, y me atraganté. Me tomó de la mano y me guio hasta un sillón. Me dio un empujón y me sentó. Se colocó a mi lado y bajó mi pantalón, sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando mi erección quedó descubierta, sus labios bajaron para calmar mi necesidad. Me aferré con fuerza al sillón cuando ella me lamió. Podía sentirla abrazándome con su boca. Por un momento cerré los ojos y pensé que estaba en el cielo. La devoré con la mirada mientras ella se movía al compás de su succión. Le desaté la coleta dejando que el cabello se soltara y la escuché gruñir de placer cuando enredé mi mano en él.

Cerré los ojos percibiendo todo y me dejé amar como nunca antes lo había hecho. Sabía que ella no se marcharía por la mañana. Ella no sería una mujer más con la cual tendría sexo. Nina, sin saberlo, me estaba dando algo más que placer, me estaba ofreciendo algo que yo no conocía…: paz. No sabía cómo lo había logrado, pero la cercanía de su cuerpo hacía que las preocupaciones parecieran menos pesadas. Sonreí aliviado. Era irónico sentirse en paz justo ahora, pero cada toque de su cuerpo me devolvía un poco de cordura, un poco de aliento. No había preocupaciones mientras ella me tomaba y me sentí obnubilado por aquel pensamiento.

Una guerrera. Nina no era una mujer que se había rendido a mis encantos. Ella había peleado conmigo e incluso había pensado que la odiaba, pero la mujer que ahora me probaba, no se parecía en nada a la que había conocido. Me estremecí cuando ella pasó la lengua por la punta, abrí los ojos y la observé mientras los estremecimientos del placer me transportaban. Mi mano derecha siguió enredada en su cabello haciéndola ronronear y mientras mi mano izquierda apresó su trasero, mis dedos percibieron su humedad y decidí torturarla con caricias, como lo hacía ella con su boca. No comprendía por qué sentía aquella intimidad, aquella sensación de paz, no entendía del todo por qué con ella. Pero cuando ella levantó los ojos hasta mí, puedo jurar que escuché sus pensamientos.

Te deseo… por favor, déjame quedarme contigo —dijo su voz mental y me sorprendió escucharla dentro de mí.

¿Qué mierda? Sus labios no se habían movido. Me observó y sonrió. Solté mi mano mirándola sorprendido por aquella revelación. Nina se montó sobre mí y dirigió mi erección a su interior. Temblé cuando su cuerpo me rodeó: estaba apretada y lista para mí. Sus ojos no se apartaron de los míos ni un momento, y se mordió el labio mientras su cuerpo se acomodaba a mi invasión. Apresé uno de sus pechos y lamí con cuidado el pezón, lo apresé con los labios y jugué haciendo círculos a su alrededor, hasta que su color se intensificó. Nina comenzó a moverse mientras yo atendía sus pechos con delicadeza, me clavó las uñas en los hombros y comenzó a montarme. Sus labios estaban levemente separados mientras comenzaba a mecerse. La acerqué y busqué su boca permitiéndole entrar y salir a su gusto. La calidez de su cuerpo me abrazaba, me aceptaba y yo no podía dejar de tocarla, de besarla. Apresé su trasero y, mientras ella me acunaba en su interior, la observé hacer con detallada curiosidad.

Ámame…, por favor, no me dejes —volvió a decir aquella voz. Su voz.

De improvisto se levantó, y la miré sin comprender qué era lo que estaba haciendo, pero no pude hablar, pues estaba agitado y duro. El aire frío golpeó contra mi erección mientras la veía levantarse. Nina se giró quedando de espaldas a mí sin darme tiempo a protestar, me miró por encima del hombro y se sentó sobre mi cuerpo. El jodido sillón rechinó cuando ella guio mi pene a su interior y sentí que era la gloria.

—¡Oh, gatita! —Susurré mientras la tomaba nuevamente. No quería alejarme de ella. No quería que pensara en eso—. No te dejaré —pensé, y ella ronroneó mientras la penetraba incrementando el ritmo.

—Creo que ahora sí soy tu gatita —gimió, y le mordisqueé la oreja mientras la aferraba por los pechos.

—Sí —gruñí y sentí cómo ella llegaba al límite. Guie mi mano hasta su clítoris y la impulsé a la locura, y el éxtasis la sacudió con fuerza cuando llegó su liberación—. Tu gatita —dijo, y busqué mi propio orgasmo. Ambos sentimos los latigazos del placer, las respiraciones agitadas como único sonido en la habitación.

—Mi gatita —repetí.

Nina se levantó y dio unos pasos, pero antes de que pudiera marcharse la jalé hacia mí y la acuné contra mi pecho mientras la besaba. Sentía aquella afirmación quemando mi pecho. Nunca antes había sentido aquel impulso, el deseo de poseer a alguien. Deseé poder hablar con Hero ahora. Mi mente seguía dándome vueltas, aquellas palabras, mi gatita. Mía. Y de nadie más. Nos quedamos así un buen rato, hasta que Nina levantó la cabeza y me besó.

—Creo que nos necesitarán allí afuera. —Se levantó antes de que pudiera protestar. No me moví ni un centímetro mientras la veía limpiarse y vestirse—. ¿No piensas venir?

—Tengo una excelente imagen de tu cuerpo desde aquí. Tal vez deberíamos quedarnos —ronroneé satisfecho. Ella terminó de colocarse los pantalones y se calzó los zapatos, para luego ir por la camisa.

—¡Vamos! —Dijo caminando hacia mí. Apoyó una rodilla en el sillón y me acarició la mejilla—. Eres hermoso —musitó, pero sus labios no se movieron. Aquello me hizo hacer una mueca. O me estaba volviendo loco o… no tenía ni idea de qué significaba.

—¿Qué? —Me preguntó en voz alta y me estudió frunciendo el ceño—. No me digas que ahora tienes remordimientos —se quejó. Aparté los ojos de su boca y la estudié. En su frente se formaba una arruguita que me hizo sonreír.

—No, ninguno…, para nada —admití. Y volví a repetirlo una vez más cuando noté que ella no lucía convencida. Enmarqué su rostro con las manos y la jalé para besarla—. Pero creo que aún podríamos escondernos un tiempo más aquí —añadí, y ella se apartó.

—¡Vamos! Debes vestirte —me retó, y fue por mis pantalones. Cuando los tomó se detuvo en seco y pareció percatarse de algo. Me miró con fuerza y confusión—. No usas ropa interior.

¡Nah! —Le respondí observándola desde el sillón—. Ajustan esto y molesta. —Ella estrechó los ojos, y sonreí.

—¡Vamos, vístete! —Me lanzó los pantalones, y los tomé en el aire.

—¿Por qué? ¿Tú crees que se tomarían a mal si saliera así? —Dije mientras me ponía de pie. Ella me estudió de pies a cabeza, y frunció el ceño haciendo un ruidito de disgusto. La sensación de tranquilidad que ella me transmitía me permitía bromear. Era como si fuera una brisa fresca dentro de tanto agobio.

—Cariño… —dijo apretando los dientes—. Creo que muchas te lo agradecerían.

—Pero ¿te molestaría? —Me echó una mirada furtiva, pero no respondió, aunque su silencio fue un gran sí para mí. Sonriendo, y de buen humor, me calcé los pantalones y tomé la camisa que ella me entregaba. Antes de salir del cuarto, la acorralé contra la pared para besarla una vez más. Cuando se alejó le dije:

—Ten cuidado, Nina. —Le acomodé un mechón suelto detrás de la oreja y miré aquellos ojos que comenzaban a hipnotizarme.

—Lo haré, tranquilo…, si son humanos, prometo no matarlos y defenderlos. Soy fiel a mi nueva diosa y, definitivamente, si veo ángeles, correré primero y preguntaré después. —Le sonreí cuando ella resumió todo lo que le había dicho—. Ahora es cuando me dices: «buena gatita» —añadió, y comencé a reír.

—Buena gatita —acaricié su rostro—. Si vas a transformarte por ahí, ten en cuenta que no te vean el culo.

—¿Por qué? —Preguntó ella imitando mi tono anterior—. ¿Te molestaría? —Insinuó. Sonreí, pero a diferencia de Nina, sí respondí:

—¡Me cabrearía como los mejores! —Ella se mordió el labio, y entrecerré los ojos. Nos apartamos de la puerta, la abrí y comprobé que nadie nos viera salir. Caminamos hasta las oficinas donde estaba Ben.

—Debo hablar con él —dije señalando el nombre en la placa.

—Iré con las chicas —me dijo, y se alejó.

—Te veré luego —susurré, y ella se despidió con la mano.

Me quedé unos minutos percibiendo cada una de mis emociones. Sin saber por qué, a mi mente acudieron los recuerdos de la noche en que buscaba la liberación pensando en Vívika, mientras la gata se colaba en mi mente; las palabras de mi madre hablando del jardín y de mi futura compañera, y lo entendí. Cuando lo comprendí, me tambaleé y me apoyé contra el muro; tomé aire y me palpé el pecho. En mi fuero interno percibí cómo esa idea se asentaba en lo profundo de mí ser: la deseaba. Pero ya no era solamente mi cuerpo exigiéndome el contacto, sino que era mi mente buscando estirar el lazo y rozarla, y deseaba tanto su aceptación que se me secó la garganta. Cerré los ojos buscando el cambio y lo vi: allí estaba, era como una pequeña cuerda que se fortalecía de a poco, como si alguien la trenzara, hilo a hilo, fortaleciéndola de a poco, fortificando aquella unión. Después de un rato, una vez recompuesta mi postura, me metí en la oficina y encontré a Shadow.

—¡Eh!, Nick —se levantó—. Ben te estaba esperando —añadió. Le sonreí y di un golpecito cortés en la puerta y entré. Ben estaba parado junto a una imagen de mi madre.

—¿Crees que me odiará por mi decisión? —Masculló sin girarse a verme.

—¿Por qué lo has hecho? —Interrogué—. Tenías la posibilidad de marcharte. —Ben se giró lentamente y me miró.

—¿Y dejar todo esto? —Dijo levantando los brazos.

—Sabes que te devolverían el puesto en cuanto esto terminara —afirmé observándolo con fastidio.

—¿El puesto? —Preguntó molesto—. ¡Me insultas, Nicolás! —Exclamó alejándose de la imagen de Vatur, mientras se frotaba los ojos. Lo observé ir y venir, realmente estaba confundido.

—Entonces, explícame —exigí.

—No puedo irme —gruñó mirándome—. No puedo.

—¿Por qué no? Mi madre te cubrirá —protesté.

—Por ella, por ti…, sí, ella me protegería… —Se frotó la cara con exasperación—. ¿Y qué pasaría si algo te ocurriera? ¿Si tan solo Hermes encontrara un modo de hallarte? —Ben negó con la cabeza mientras sentía un nudo en la garganta—. Ódiame todo lo que quieras, pero eres el hijo de la mujer que amo, la diosa que amo; por lo tanto, te amo a ti también —dijo estudiándome—. Aunque nunca lo creas. Siempre he tratado de ganarme tu confianza, de ganarme tu amistad, y no lo he logrado, pero no importa —bufó resignado, mientras yo no podía moverme—. Solo importa que estés vivo. ¿Sabes lo que ocurriría si algo te pasara y no estuviera aquí? ¿Sabes cómo se pondría ella si algo te ocurriera a ti o a tu hermana? La diosa que conocemos, la mujer que amo, se volvería una sombra. Ella me dio un regalo hace un tiempo, este es el mío. —Lo observé mientras se frotaba las manos en los pantalones y se paraba frente a mí—. No te dejaré solo, no aquí. No podría perdonármelo.

—Ben… —susurré con la garganta seca.

—No soy un cobarde —afirmó levantando la planilla—. Puede que muchas veces me haya equivocado. Que incluso haga o diga cosas que no debo, pero no te dejaré aquí. ¡No puedo hacerlo! —Gruñó—. La amo con mi vida, y la inmortalidad que me dio es por algo. ¡Mierda! —Refunfuñó frustrado—. Te daría la dirección de la S.A. en cuanto lo pidieras. Te daría la dirección de la Sociedad si tan solo alguien me asegurara que no cometerías errores que llevaran a los nuestros a la extinción. —Tragué con fuerza, sintiendo la verdad en sus palabras, y un sentimiento extraño me invadió. Descubrí allí, frente a mis ojos, al hombre más enigmático que conocía.

—Eres un buen hombre, Ben —expresé. Aquello pareció tomarlo por sorpresa, se detuvo y me echó un vistazo—. Confío en ti…

—Gracias —respondió y se dejó caer en su silla—. Entonces, dime, ¿crees que ella me odiará por mi decisión? —Preguntó mirando el altar de Vatur. Caminé hasta la silla frente a él y me senté.

—No. No creo que ella vaya a odiarte, Ben. Mi madre sabe lo que vale la lealtad, y creo que es su amor por ti lo que la ha llevado a pensar que a su lado estarías a salvo…

—¿Sabes que no puedo vivir en su mundo? —Murmuró con una sonrisa amarga en los labios. No, no lo sabía. Lo observé asombrado ante su declaración y negué—. No puedo sobrevivir más de unas semanas.

—No lo sabía —confesé y pensé en cómo aquel hombre se veía obligado a vivir lejos de la mujer que amaba—. Lo siento.

—Yo también —añadió mientras ordenaba unos papeles y suspiraba—. ¿Te ha propuesto lo mismo que a mí? —Interrogó al cabo de unos segundos.

—No —respondí negando con la cabeza—. Sabría que no lograría nada. Por eso ni lo intenta. —Ben soltó una carcajada.

—Buen dúo hemos formado tú y yo, ¿eh? —Completó.

—Sí, ni que lo digas —refunfuñé un poco más relajado mientras cruzaba las piernas.

—¿Cómo está Zander?

—Dolorido —dije levantando las cejas—. Pero creo que lo superará en brazos de una loba. —Me levanté lentamente y agregué—: Supervisaré la llegada de los oscuros. No quiero otro ataque sorpresa. —Caminé hasta la puerta y me volteé dubitativo—. Ben.

—¿Sí?

—Crees que… —resoplé y volví a intentarlo—. ¿Crees que es posible que aunque dos seres no sean de una misma raza escuchen los pensamientos del otro? —Ben se colocó las gafas y me estudió.

—¿Están emparejados? —Preguntó curioso.

—No lo sé —dije observando el piso, sin atreverme a mirarlo a la cara—. No lo creo.

—Tengo entendido que solo pueden oírse las parejas, es como un recurso. Así cada uno sabe, a ciencia cierta, el estado del otro y si está en problemas —explicó.

—¿Aunque sean de diferente raza? —Pregunté animándome a mirarlo.

—Sí, creo que sí. ¿Qué razas son? —Me atraganté ante su pregunta.

—Son dos razas muy diferentes —respondí evitando los detalles.

—Creo que solo puede pasar cuando están emparejados. Se ha demostrado que, en casi todos los casos, cuando el vínculo se forma, sin importar la raza, ambos pueden oírse. La otra posibilidad es que uno de los dos sea telépata —aclaró.

—No lo soy —admití inconsciente de que había hablado en voz alta, y me arrepentí de inmediato. El desliz me hizo boquear, pero, gracias a Vatur, Ben ignoró eso y siguió.

—Entonces diría que él… —dijo dándome un rápido vistazo—, debe pensar bien lo que hará, porque está emparejado.

—No se conocen hace mucho tiempo —murmuré, y Ben frunció los labios.

—Eso no importa. La unión va más allá de eso —dijo midiendo mis reacciones—. Él debe entender que ella es quien lo calma y complementa, por eso existe el vínculo. Puede que incluso no se sientan atraídos físicamente, pero, aun así, la unión los llevará a estar juntos. Digámoslo de este modo… —dijo Ben entrelazando los dedos y apoyando los codos en el escritorio—. Ella es el bálsamo que él necesita para evitar la locura.

—Ella me atrae físicamente —confesé sabiendo que Ben podía adivinarlo tranquilamente.

—Entonces no hay nada que no pueda pasar. Cuando dos almas se acoplan, no hay nada que pueda separarlas. No importa el tiempo; incluso ha habido casos en los que ambos se amaban aun si conocerse y cada uno sabía cómo era el otro, los recuerdos, todo, como si estuvieran juntos. Es algo más que hormonal o físico, es la unión de dos seres que se complementan. Dos almas primitivas que alguna vez fueron una sola y, al separarse, buscan encontrarse incansablemente.

—Sí, sentí paz cuando… estuve… con ella —confesé.

—Pensé que hablábamos de un amigo —se burló Ben y, sonreímos juntos.

Me marché de allí con una idea dando vueltas en la cabeza. Hero y Sal podían saber el estado del otro, pero, aún mejor, podían saber dónde estaban. Parado en el pasillo pensé en Nina y respiré profundamente mientras cerraba los ojos. Debía intentarlo.

¿Nicolás…? —El susurro mental me sacudió haciendo que abriera los ojos y, sin saber cómo, supe que ella estaba junto a Sal, Hero, Carim y Eva en el comedor—. ¿Qué ocurre? ¿Qué es esto? —El susurro había sonado tan cercano que casi sentí como si estuviera a mi lado.

—Nina, debemos hablar —susurré, todavía sin saber si podía oírme. Sonreí mientras saboreaba ese pequeño lazo—. Mi gata… —Sabía que debería explicarle todo, pero me sentía optimista. Aprecié aquella nueva sensación, pues el solo hecho de oírla susurrar en mi mente me calentaba y me entibiaba el corazón. No, no quería dejarla ir.

Mi Nina.