29

Después de que llegamos, me separé de los demás y fui en búsqueda de Ben. Lo encontré en su despacho donde estaba juntando unos papeles y observando su computadora. Cuando di un paso adentro me echó un vistazo por encima de los lentes.

Nos quedamos en silencio un instante. Era un silencio tan profundo que parecía consumir el aire del lugar. Cerré la puerta detrás de mí y me acerqué a su escritorio. Ben me tendió unos papeles, los tomé y los observé con cautela. Había hablado con él sobre su alejamiento de la S.A. y no parecía contento con la solución de mi madre.

—¿Has hablado con mi madre? —Pregunté. Él tan solo se limitó a darme otra mirada furtiva y suspirar.

—¿Te gustaría saberlo? —Respondió levantando una ceja, y bufé con fastidio. Cerré los ojos con fuerza y volví a hablar.

—¡Estoy hablando en serio! —Siseé. Él se detuvo, me observó como si evaluara mis emociones y se acomodó los lentes. Sus ojos pasearon por mi cuerpo mientras me estudiaba con detenimiento, y recordé que aún llevaba la ropa ensangrentada, lo que a él no se le había pasado por alto.

—¿Cuántos heridos? —Preguntó con dureza.

—Unos veinte… —respondí con impaciencia—. Ben, escúchame.

—¿Cuántos ángeles? —Preguntó ignorándome. Cuando lo miré incrédulo, volvió a hablar—. Centinela Ikkar… —murmuró bajando la voz e imponiendo su tono autoritario—. ¿Cuántos ángeles había?

—Unos diez, por lo menos —respondí de mala gana. Ben asintió pensativo y volvió a revolver unas hojas, como si buscara algo en particular.

”¿Ben? —Le dije pero, no me miró e incluso pensé que ni siquiera me había oído—. ¡Benjamín! —Grité levantando un poco el tono.

—Hablé con tu madre hoy —masculló sin mirarme.

—¿Te ha dicho cuándo debes partir?

—Hummm… —murmuró—. Creo que debes ver esto —indicó girando la pantalla de su holográfica de computadora. Sonreí incrédulo por su capacidad a no responder ni una de mis preguntas, pero observé la pantalla. Lo primero que vi fue una tarima y un cartel que decía: «Los enemigos de la diosa». Tragué con fuerzas y apoyé las manos en el escritorio acercándome más. Un hombre, que llevaba ropa militar, subió y se colocó detrás del micrófono y, detrás de él, subieron otros. Incrédulo por lo que estaba viendo, solté los papeles que Ben me había dado para ver más de cerca el video. Se me formó un nudo en el estómago cuando observé los rostros de cada uno de ellos y, cuando el video concluyó, volví a mirar a Ben—. Creo que conoces a uno de ellos —añadió.

—Sí —murmuré sacudiendo la cabeza—. Conozco a uno de ellos —musité con pesar, sintiendo la amargura subiéndome por la garganta.

—Creo que deberías decírselo tú, no quiero que me odie más de lo que ya lo hace —señaló con amargura, mientras yo aún intentaba procesar lo que había visto.

—Nadie te odia —añadí, y Ben soltó una carcajada amarga.

—No estoy tan seguro de eso —alegó mirándome por encima de sus lentes—, Nicolás.

—Velas por nosotros y ves más allá de lo que muchos lo hacen. —Agregué indicando lo que era cierto.

—Pero eso no significa que me guste ser la mano que blande la espada y corta cabezas. Ni que lo haga más fácil para mí —dijo agriamente.

—Claro que no —admití. Su puesto no era un lugar deseado.

—Vamos. —Tomó unos papeles y se acomodó los lentes—. Deben estar todos reunidos e impacientes. —Ben pasó a mi lado, y lo detuve tomándolo por el antebrazo.

—¿Te irás? —Pregunté con seriedad. El jefe de la S.A. me lanzó una mirada penetrante y fue la única respuesta que obtuve—. ¿Lo harás? —Insistí. Se soltó de mi amarre, pero bloqueé la puerta con la mano antes de que saliera. Ben tuvo que levantar la cabeza para mirarme a los ojos.

—Tu madre… —dijo dándome tiempo a sopesar sus palabras— me ha dado un regalo que recién ahora creo comprender para qué servirá —concluyó con media sonrisa.

—¿Eso significa que no te irás? —Insistí estudiando cada uno de sus gestos.

—Y ¿dejarlos? —Suspiró aún sonriendo y me apretó el brazo—. ¿Abandonarlos aquí y dejar que todo esto se desborde? Sabes…, Nicolás…, siempre has sido como un hijo para mí… —masculló, e intenté no gruñir—. Aunque nunca te gustara —continuó, y se me formó un nudo en la boca del estómago, pues sabía que Ben no mentía y eso me dolía—. Tal vez no me he ganado tu confianza aún, pero espero poder hacerlo algún día. —Me soltó y me empujó a un lado. Yo estaba tan petrificado con su confesión que ni siquiera pude impedir que él me moviera con solo un empujoncito. Salí tras él y lo seguí por los pasillos, más por inercia que por voluntad. Me echó un vistazo por encima del hombro; se arregló la corbata; tomó aire y entró para enfrentar la muchedumbre. No entré. Me quedé parado junto a la puerta, oculto de los demás, sopesando el dolor y la decisión del hombre al que mi madre amaba. Shadow tocó mi brazo y me sonrió.

—Imagino que estás aquí para hablar de esto —dijo y me dio unos papeles donde estaba la trascripción del discurso que Ben estaba por dar.

—Gracias Shad —susurré. Ella me sonrió nuevamente y antes de que se marchara tomé su mano—. Por todo, por todo lo que haces.

—Este es mi hogar, Nicolás —murmuró sonriendo—. Ellos no me quieren allí afuera y aquí adentro tengo amigos —dijo y me acarició la mejilla—. Estoy aquí y lucharé con ustedes si es necesario. Soy buena aventando sartenes, usando cuchillos deshuesadores y martillos de moler carne; así que, llegado el caso, sabes que alzaré mi cuchillo —afirmó imitando el movimiento—. Y les daré lo mejor que tenga. Si es que no los mato de sordera o algo así, luego de que les dé mi discursito y termine de hablar. En cuanto les grite un poco, ellos tendrán sus oídos sangrantes ¡Créeme! —Se quedó callada un momento y pensó—. Hummm…, tal vez ese es el poder que me dio la diosa, ¿no crees? Hablar hasta matar a alguien. —Comenzó a reír y se cubrió la boca para amortiguar sus carcajadas. No pude evitarlo y reí con ella. Era increíble cómo los humanos vivían sorprendiéndonos. Aun en el peor momento, ella podía reír. Le di un beso suave en la frente y asentí.

—Creo que eres un regalo de la diosa —dije, y ella sonrió de forma pícara. Imitando un saludo militar, con un golpecito de tacones, se marchó. Volví la atención a la sala y escuché la voz de Ben.

—El ataque de los ángeles ha aumentado. No hay sitio dónde esconderse. —Un abucheo suave se coló en la sala. Ben se quitó los anteojos y se frotó el puente de la nariz. Suspiró y volvió a colocárselos—. Y no nos esconderemos tampoco.

¡Es hora de luchar! —Exclamó alguien y otros asintieron. No necesité echar un vistazo para confirmarlo.

—Sí, Robin —dijo Ben de forma calmada—. Lo sabemos, y lo haremos.

Me asomé para mirarlo. Aún no me había dicho cuál era su decisión. Él tomó unas hojas que tenía ordenadas en el pequeño atril y las rompió. Arrugué la frente ante su conducta, ¿qué significaba eso? Ben se giró y me miró, esbozó una sonrisa leve, y volvió su vista al frente retomando su postura de jefe. Echó una mirada al techo como si mirara más allá, como si buscara a mi madre en las alturas, aunque ambos sabíamos que no estaba allí.

—No huiré… —murmuró en voz baja, casi como para que solo yo lo oyera—. No huiré, no puedo —repitió más fuerte y se frotó la boca. Me temblaron las manos y sentí como si el tiempo se hubiera detenido—. Sé que han oído rumores sobre mi alejamiento de la S.A., y sé que han oído sobre el ataque y el video, pero quiero que sepan que se está investigando. Por lo que sabemos hasta ahora, los técnicos, tanto humanos como de los nuestros, dicen que no es una prueba concluyente y que la cinta está trucada. Así que en cuanto a eso, casi está resuelto; aunque ahora, no es tanto mi destino lo que está en juego, sino el de todos. Ángeles —masculló tomando aire. El video de su ataque había sido una trampa; aún no sabíamos quién lo había hecho, pero después de ver a los enemigos de la diosa que se alzaron para enfrentarnos, podía imaginar que podían ser ellos. Estaba agradecido por su declaración, eso significaba que no me vería en el aprieto de poner a Hero al frente y, aun así, pensaba en mi madre. Casi pude sentirla acariciándome, cerré los ojos y vi su imagen entristecida, pero la sensación se disipó luego de un momento—. Lucharemos, no hemos hecho nada malo, ninguno de los nuestros lastimó a los humanos.

—¿Y qué hay del lobo que atacó a la mujer hace unas semanas? —Preguntó alguien del fondo.

—No era de los nuestros.

—Pero era un lobo —exigió aquella voz, y quise gruñirle ante su desconfianza.

—Nicolás… —Ben me llamó con la mano—. ¿Puedes aclararlo, por favor? —Di unos pasos adentro y me coloqué junto a él. Eché un vistazo rápido a la sala, y vi que estaban todos. Miré a Ben que lucía abatido, aunque solo quienes lo conocíamos podíamos verlo.

—Sí, fue un lobo —admití intentando que mis palabras sonaran claras y tranquilas—. Hemos averiguado que el hombre había estado viviendo en la región del norte de Europa. Según hemos investigado, fue traído aquí por un grupo de humanos, lo estrujaron y torturaron hasta que su lobo estuvo fuera de control. Una vez así, lo liberaron. Frenético y muerto de hambre, solo atacó. —Hice una pausa notando cómo aquella noticia caía sobre los presentes—. Lo mismo ocurrió con el ataque de un cambiante. —Di una ojeada hacia donde estaba Nina con los demás y noté que se removía incómoda—. Tomaron a un macho del sur de México. Saben lo que pasó luego.

—¿Humanos? —Preguntó alguien de las primeras filas.

—Humanos y ángeles —dije dándole un vistazo a las hojas. No sabía cómo, pero Ben había previsto toda la información en aquellas hojas. Seguramente lo había predicho—. Hemos recibido un comunicado por televisión y amenazaron con ponerlo al aire a las siete de la mañana, cuando la mayor parte de los humanos se dirigen a sus trabajos y ven televisión. Planean sacarlos en las primeras planas de los diarios. Véanlo ustedes mismos. —Me aparté a un lado, y las luces se apagaron. Una imagen comenzó a proyectarse en la pared del fondo, la misma que Ben me había mostrado hacía unos minutos atrás.

Esta es una advertencia. Los enemigos de la diosa, los hijos del sol llamamos a la rebelión. Es la hora de levantar las armas en nombre de los profetas, de los ángeles que han venido a revelarnos que no estamos solos. Advertimos a los infieles hijos de la oscuridad y a la pagana Vatur que se marchen a las tinieblas que los engendraron. Abandonen las ciudades y repliéguense hacia las tierras sombrías si es que no quieren morir. A las 07:00 horas del día de hoy se declarará la guerra a los infieles y a todos aquellos que se unan a su causa. Pregonad la palabra de los ángeles, elevad vuestras voces y repeled la venida de la oscuridad. Alzaos en lucha, pues los ángeles os acompañarán. El día vendrá, y con él la bendición de los cielos.

La pantalla quedó en negro y las luces nuevamente se encendieron, iluminando las miradas incrédulas de todos. Pero eso no fue lo que llamó mi atención. Noté cómo Zander se levantaba de su asiento y salía por la puerta sin mirar atrás. Percibí levemente la incredulidad de mis elementales y su necesidad de comprender. Ellas no habían conocido a Alex. Cuando vi por primera vez el comunicado, la imagen de ella se había clavado en mis pupilas. Estaba ida, serena, con sus manos entrelazadas frente a su estómago y sus ojos plagados de ira. Esperé a que los susurros terminaran para continuar, aunque sentía una necesidad imperiosa por buscar a Z.

—Como verán, la amenaza está ahí. A partir de la mañana de hoy, esto será un desastre —concluí, me aparté, y Ben volvió al mando. Se quedó parado allí, evaluando las emociones de los que estaban sentados frente a nosotros. Muchos lucían molestos, otros dejaban ver la furia que los colmaba.

—Como informó el centinela Ikkar, estamos en problemas. Quiero a los centinelas patrullando la ciudad. Hemos abierto un nuevo sitio de refugio. —Sacó un plano que miré de reojo—. Es una vieja instalación de los humanos, que está abandonada, y se la ha dotado con todo lo que se necesita. Es un búnker, por lo que estará lo bastante protegido —dijo. Eso obligaría a los ángeles a dividirse para atacar, pensé. Ben tenía una buena estrategia. Nosotros seríamos más fuertes juntos, mientras que los ángeles perderían fuerzas enviando a dos grupos—. Quiero que vayan en grupos, que cada centinela lleve a los suyos y quiero que se muevan en conjunto. Nadie marchará solo: es una orden. No me importa cuán solitarios sean, nadie andará solo; de lo contrario, será castigado. —Ben había dado un par de directivas más y continuó hablando. Me alejé y salí para buscar a Zander. Lo encontré recostado en la puerta del cuarto de entrenamiento. Miraba al techo y se restregaba la cara con furia.

—¿Cómo estás? —Pregunté y él me dio un vistazo.

—¿Hace cuánto tiempo lo sabes? —Exigió con los dientes apretados. Sacudí la cabeza al entender que él creía que lo había traicionado.

—Desde hoy, luego del ataque —admití. Zander volvió a observar el techo y soltó una carcajada. El metamorfo sacudió la cabeza, y le di un segundo para pensar. Z era un metamorfo de primer tipo, dotado con poderes impresionantes. Podía teletransportarse de un sitio a otro y adoptar la imagen que más deseara, pero esconder sus sentimientos no era una de sus habilidades—. ¿Qué es lo gracioso? —Pregunté.

—¿Sabes? Esto es lo que me pasa por intimar con humanos. Creí que serías el primero en decírmelo. Lo dijiste cuando te conté de ella. Imaginé que vendrías con tu sermón de padre que regaña a su hijo. —Entrecerré los ojos y recordé la charla.

Los humanos son efímeros —recitó mis palabras y me estudió—. ¿No eres tú el que me dijo eso?

—Zander, escucha. A veces…

—Tenías razón, debí escucharte. ¡Maldición, Nicolás! ¿Cómo mierda haces para vivir teniendo la certeza de que sabes más que todos los demás? —Gruñó, y percibí la irritación en su voz.

—No es divertido —confesé—. La mayor parte de las veces no la tengo.

—Claro, como con Alex, ¿cierto? —Susurró.

—Tan solo quería evitarte el mal trago, tal vez era lo que necesitabas, ella se veía bastante mal y, además…

—¡Para, detente! —Me dijo levantando la mano—. ¡Puedo soportar verla allí, puedo soportar incluso tus reproches por mi conducta, pero tu lástima…, no! ¡Déjalo! —Se dejó caer apoyado, resbalando, hasta que estuvo sentado. Achiqué la distancia que había entre nosotros y me detuve frente a él.

—¿Cuánto sabe, Z? —Exigí. Él estaba sentado con las manos en puños donde descansaba su barbilla.

—Creo que no mucho… —dijo sin mirarme.

—¿No crees o lo sabes?

—No lo sé, Nick, es complicado. Sabe algunas cosas, pero no conoce mucho. —Vívika apareció de un costado con un paquete en sus manos, y se petrificó al vernos.

—¿Qué? —Dijo mirándonos al uno y al otro—. ¿Qué pasa?

—Nada —mentí.

—Bueno, sabes Nicolás, eres un terrible mentiroso —dijo colocándose las manos en la cintura y suspiró—. ¿Qué ocurre?

—Alex está al frente de una de las facciones de la rebelión —respondí observando a mi amigo.

—¿Qué? —Largó el paquete al suelo y se acercó.

—Ella, bueno, se ha unido a un grupo… —Le di una mirada significativa a Vívika cuando se agachó y posó una mano sobre el hombro de Zander—. Y estoy intentando saber cuánto sabe de nosotros.

—¡Mierda!

—Lo mismo opino —dije.

—¿Ella se volvió loca? ¿Qué cuernos le pasó?

—Nadie lo sabe, no se veía bien —explicó Zander—. Y no lo digo para alentarte, tan solo quiero que sepas que averiguaré qué ocurrió.

—Lo siento, Zander —dijo Vívika y lo abrazó. Ella lo atrajo contra su pecho. Me sentí incómodo frente a ellos, y agradecí cuando Nina se asomó por el pasillo. Estudió a la pareja y volvió a mirarme confundida. Carraspeé, y ambos me observaron.

—Los dejaré solos —murmuré—. Debo ir con Nina —farfullé señalándola—. Bien, yo… me iré. Avísenme si necesitan algo.

—Nicolás —me llamó Z y me tocó la pierna—. No me dejes afuera.

—No lo haré…

—Promételo —exigió con dureza—. Los problemas del corazón nunca me impidieron hacer mi trabajo. —Miré a mi amigo y luego a Vívika.

—Cuídalo, ¿sí?

—Lo haré. —Me enderecé y caminé hasta Nina. Abrí la puerta para que ella pasara y la cerré detrás de mí.

—¿Qué tan mal está? —Me preguntó mientras comenzábamos a caminar por el pasillo.

—No lo sé, creo que bastante mal —admití.

—Ella lo consolará —murmuró Nina con una media sonrisa.

—¿Vívika? —Pregunté con desagrado—. Era la mejor amiga de Alex.

—Bien, mejor aún. —La miré sin entender su razonamiento—. Se consolarán mutuamente —aclaró. Asentí comprendiendo su lógica y reparé en su nuevo atuendo. Bajé el ritmo, haciendo que ella fuera por delante mientras la estudiaba. Llevaba pantalones ajustados que le marcaban las curvas y estuve tentado a comparar mi mano con su trasero y pensar en cuánto podría tomar; además, llevaba una camisa blanca que dejaba entrever el montículo de sus pechos, y su cabello estaba recogido en una coleta. Olía bien… ¿Qué tan bien sabría si la probaba? Quería sentir su piel, la deseaba.

—Dime que no estás mirándome el trasero —susurró sin girarse y con una nota de humor. Me atraganté cuando se volteó y me encontró observándola más de la cuenta. Tosí haciendo que ella riera y aquella melodiosa voz me calentó. Estrechando los ojos y recuperando el paso, volví a su lado. Descubrí que me gustaba jugar con la gata, era poderosa y dura. Mi cuerpo se estremeció cuando noté el anhelo de acariciarla.

—Tienes un buen trasero —le dije, provocándola. Ella me miró, fingiendo estar ofendida. La gata flotó sobre su piel trasmitiéndose hasta sus ojos. Aquello hizo que una parte de mí se endureciera. En especial las partes bajas, lo que causó que respirara con dificultad.

—Centinela Ikkar, hace que me ruborice con las palabras que salen de su boca —exclamó al tiempo que pasábamos a la zona de oficinas, casi rozándome.

—Deberías ver lo que puedo hacer con mi boca —murmuré junto a su oído—. Eso sí te haría ruborizar.

—Si no estuviéramos en guerra, me encantaría probarlo —me tentó y sonreí. La tensión crepitó entre nosotros y, de pronto, quise probarla. Quise arrancarle un gemido.

—Es justamente porque estamos en guerra que deberíamos probarlo —declaré y, sin pensarlo un segundo más, la arrastré de la mano hasta una oficina vacía.