26

Sal no podía dormir. Recostada en la cama junto a Hero, tenía los ojos clavados en el techo y podía sentir aquella extraña sensación que la llevaba al extremo. El hambre que podía transportarla a la locura. Si eso ocurría, estaba muerta. Tengo que luchar, se dijo y giró el rostro para observar a Hero. Él tenía una pierna sobre ella y su brazo descansaba en su pecho. Parecía casi como si estuviera protegiéndola de algo que ella no podía ver. Sus ojos aleteaban con fuerza y deseó poder saber con qué soñaba él.

Observó sus duros rasgos: la barba de un día que raspaba su mejilla cuando la besaba, sus labios tiernos, hábiles para los besos. La sensación de protección la llenó cuando él se movió y escondió su cara entre su cabello, haciendo que su nariz tocara la base de su cuello y enviara una fugaz ráfaga de energía a su cuerpo. No sabía cómo, pero podía sentirlo. Era como si fuera una extensión de su cuerpo y creía que nunca podría acostumbrarse a eso. Lo amaba, estaba segura y, aun así, se sentía sucia. La noche anterior había soñado con Phill y hasta creyó decir su nombre en voz alta. De lo que estaba segura era de que no había sido un sueño agradable.

En su sueño, Mikela lo tenía atado en una habitación oscura. Estaba colgando de la pared y ella lo martirizaba prometiéndole cosas que él no aceptaba. Se bamboleaba frente a él, pero Phill la ignoraba. Después, su sueño mutaba, cambiaba, y se veía de niña escondida detrás de la roca; la mirada de su madre mientras era asesinada; la sangre ensuciando su cara y, justo cuando iba a gritar por el horror, allí aparecía Phill, cubriéndola con su cuerpo, con sus alas; pero cuando iba a tocar su mejilla, el sueño volvía a cambiar y regresaba para verlo en aquella celda. Él tenía marcas en sus muñecas y en sus pies y parecía exhausto, como si hubiera pasado días en esa posición. Sal quería acercarse a él, pero en su sueño había algo que la mantenía fuera, lejos, solo permitiéndole ver. Por un momento, creyó que estaba allí cuando Phill levantó la cabeza y la miró, directo a los ojos.

—Lucha —le había dicho—. No importa lo que pase. ¡Lucha! —Luego de eso se había despertado agitada.

Se encontró sola en la cama. Escudriñó la habitación y vio a Hero parado junto a una ventana. Se levantó tambaleando, con la piel en llamas y lo abrazó desde atrás. Él tomó con fuerza sus manos por un buen rato y ninguno se atrevió a decir nada. Le prometió que nada ocurriría, aunque ella sabía que algo pasaba al verlo a los ojos, pero su preocupación desapareció cuando la llevó a la cama y le hizo el amor, para luego darle de beber su sangre.

Sangre.

El hambre le atenazó las entrañas y tragó.

Escuchándolo roncar se maldijo por ser débil y salió de la cama apartándolo de ella. Hero pareció consternado al principio, pero volvió a acomodarse y siguió durmiendo. Lo observó un poco más, absorbiendo la paz que él le trasmitía. Su guerrero. Aquel que la había acechado cuando aún no la conocía, y la había salvado. Hero era todo para ella, no importaba qué sintiera. Phill podía ser algo diferente, podía quererlo, pero nunca lo amaría como a Hero. Su héroe.

Se calzó unos jeans ajustados y una camiseta negra y se puso unas botas del mismo color, tipo motociclista. Se ajustó un par de dagas en la cintura del pantalón y escondió un arma pequeña en la parte baja de su espalda. Quería salir. La caza que se había dado más temprano no había agotado su necesidad. Se colocó una campera de cuero y abandonó el cuarto. Caminó hasta la habitación que compartían sus hermanas. Estar en aquel departamento le traía muchos recuerdos encontrados, pero dormir separada de ellas era lo más extraño de todo. Había buscado la forma de que Hero no se viera intimidado por estar metido allí, y por largo rato discutieron el «temilla» de la tapa del inodoro, pero todo iba bien: amaba la forma en que su hombre se adaptaba a todo. Eso lo hacía único.

Golpeó suavemente la puerta. Eva abrió antes de que ella pudiera insistir. Vio la ansiedad en los ojos de Sal y se hizo a un lado para dejarla pasar. Para su sorpresa, encontró a Carim husmeando en su computadora.

—¿Qué ocurre? —Preguntó Eva cuando se metió en el cuarto.

—Ha vuelto —confesó con tristeza y se sentó en la punta de la cama donde estaba Carim.

—¿Quién?

—La sensación, la siento.

—Sal… ¿Qué ocurre? —Eva apoyó una mano en su hombro, con temor, cuando Carim volvió a preguntar.

—El hambre…, es eso —dijo Carim observándola.

—No solo el hambre, bueno, eso también, pero bebo de Hero ahora. Él lo maneja mejor que yo…, aunque creo que lo siente.

—¿Ha empeorado?

—Solo un poco, a veces…, sé que debería hablarlo con Nicolás, pero él está un poco ausente ahora… Siento la necesidad de correr, ¿saben? Las cosas están empeorando. Además soñé con Phill.

—¿Hero lo sabe?

—No lo sé, tal vez… —murmuró Sal mordiéndose las uñas.

—¿Te ha dicho algo? —Preguntó Carim.

—No, él solo no dice nada, pero creo que lo sabe, sabe que me estoy volviendo loca.

—¡No te estás volviendo loca! —Gritaron ambas y se taparon la boca.

—¿Cómo lo saben? ¿Qué pasaría si un día despierto y descubro que he matado a alguna de ustedes?

—Él no lo permitiría… —afirmó Eva.

—¡No lo sabes! ¡Yo no lo sé! ¿Cómo ocurre el cambio? ¿El paso a la locura? —Eva y Sal observaron a Carim.

—Nadie lo sabe, tan solo se da, no está documentado en ningún sitio —dijo Carim aprestando los labios.

—¿Ni en la Sociedad? —Preguntó.

—No que yo sepa, pero seguiré buscando. Tranquila, encontraremos un modo, y si la sangre de Hero no es suficiente, te daremos la nuestra.

—Hero nos odiaría —susurró Eva.

—Pero no podría impedirlo —gruñó Carim con una furia rara para todas.

—Lo siento —se disculpó Eva.

—Las cosas están un poco revueltas ahora, con los humanos levantándose y todo eso. La verdad, es un desastre ahí afuera —murmuró Sal.

—Lo sé. Lo siento —dijo Carim acercándose a ella. Se quedaron allí observando a Sal.

—Tengo una sensación rara —musitó Sal.

—¿Cómo qué? —Preguntó Eva.

—Como cuando iba tras Phill. —Volvió a observarlas—. Me habló en sueños.

—¿Qué dijo? —Preguntaron al mismo tiempo.

—Que luchara, pero no sé contra quién…

—Aún no sabemos nada de él —dijo Eva y le palmeó la pierna.

—Lo sé, lo sé… —gruñó Sal—. Pero igual tengo esa extraña sensación. Es raro.

—Sal, cálmate…

—Hablaré con Nicolás —dijo.

—¿Irás a la S.A.?

—¿Qué más piensan que puedo hacer? Necesito hablarlo con él. Con todo este lío, apuesto a que está allí. —Se levantó y sonrió a sus hermanas—. Volveré, lo prometo.

—¿Cómo? ¿Nos dejarás aquí? —Sal abrió la puerta sin responder y vio a Hero parado del otro lado del umbral y jadeó. Estaba parado allí, con los brazos cruzados sobre el pecho, con esa expresión de que sabía que algo estaba ocurriendo, y estaba completamente cabreado.

—Vamos —le dijo él, sin siquiera decirle cómo sabía que estaba allí y qué planeaba. Carim le habló mentalmente cuando Sal les echó un vistazo confundida.

Es el lazo, lo investigué —murmuró la gata.

¿Puede oírnos? —Preguntó Eva.

No creo… —susurró Sal.

Yo no estaría tan segura si fuera ustedes —volvió a decir Carim.

Ni yo…, pongamos nuestros bellos traseros en marcha antes de que nos meta a patadas en el coche —chicaneó Eva.

¡Hero no haría eso, Eva!

¿Segura? —Preguntó la loba, y cuando Hero gruñó, Sal tragó con fuerza.

—¡Vamos ya! Dejen los juegos para después —rugió observándolas—. Nicolás ha llamado. Nos necesita allí. Todos los guardianes están siendo convocados y con ellos todos los asesinos.

—¡Mierda! —Eva estuvo de un salto junto a ellos—. Vamos. —Pasó junto a Hero, que no apartaba los ojos de Sal. Carim se levantó y tomó un bolso y pasó junto a ellos sin siquiera mirarlos.

—¿Cómo lo supiste? —Le preguntó cruzándose de brazos.

—La próxima vez quiero que sepas que así como has elegido ser mi compañera, has elegido estar ligada a mí, y no solo sentimentalmente. Sal, te siento aquí —dijo tocándose el pecho—. Debes saber lo que siento, y que debes avisarme cuando decidas hacer cosas por ti sola.

—Quería hablar con él. ¿Eso está mal?

—Has visto lo que ha ocurrido hoy por la mañana. ¿Has chequeado los noticieros, Sal? Porque eso ocurre allí afuera y sigue aún ahora. Cada vez son más los trasladados a la S.A., pues muchos están marchándose de sus casas. Hay enfrentamientos entre humanos. Han matado más de quince oscuros y, pese a los castigos y arrestos, siguen haciéndolo. ¿Sabes? Las cosas han empeorado, se han doblegado las guardias, y hay muchos asesinos allí afuera, ya que muchos han venido de otros lados, y los centinelas fortifican las fuerzas. No sería agradable saber que estás allí afuera sola.

—Lo lamento, es que…

—Estás peor, siento tu necesidad y creo que tal vez Nicolás sepa la respuesta, pero debes saber que es peligroso y te necesito Sal. —La jaló del brazo y le dio un dulce beso en los labios—. No me uní a ti para pasar solo los malditos siglos que me queden. Me uní a ti para estar a tu lado, así que, por favor, no me hagas atarte ni colocarte un dispositivo de rastreo en el trasero, porque créeme, puedo hacerlo. —Ella puso sus ojos en blanco y él se rascó la cabeza frustrado—. El hambre es mayor que antes, ¿cierto?

—No quiero enloquecer —gimoteó y se apretó contra él buscando que le diera un poco de cordura y permitiendo que apartara todos sus miedos.

—Y no lo harás. —Le acarició la mejilla y la obligó a mirarlo a los ojos—. No pasarás por eso, encontraremos un modo.

—Hero… —susurró sosteniéndolo del antebrazo—. Es Phill, tengo esa sensación de saber que está ahí…

—Lo sé, últimamente los ángeles están más cerca de lo que pensamos. —Sal suspiró aliviada al confesarle lo del nefilim.

—Vamos… —dijo ella tomando el valor que le quedaba y salió con él de la mano. La calidez de ese roce la reconfortó. Se metieron en el coche y partieron a la S.A. Algo iba mal, podían sentirlo sin decir más en cuanto se montaron en el coche.

Hero estaba incómodo, pero no por las chicas, sino por todo en general.

—¿Qué es ese olor? —Preguntó Eva, e instantáneamente Hero se miro la ropa que llevaba. ¡Mierda!

—¡Con un demonio! —Gruñó él cuando Sal olisqueó el aire. Hasta ese momento no se había percatado de qué ropa se había puesto, ya que estaba tan enojado porque Sal no le había contado qué haría, que no pensó cuando tomó la chaqueta.

—¿Huelo…? ¿Eso es? —Sal acercó la nariz a la manga de su chaqueta frunciendo las cejas.

—Alcohol —contestó antes de que ella pudiera decir otra cosa y soltó el volante y tomó la palanca de cambios con tanta fuerza que pensó que podría romperla. Tal vez tendría suerte y el olor a alcohol las despistara un poco, o tal vez el coche chocaría y Sal olvidaría el tema.

—No, no, no es eso. —Eva se acercó desde atrás y, de pronto, el coche parecía pequeño. Hero abrió rápidamente la ventanilla para dejar que el aire se colara dentro, pero lo que no había previsto era que la corriente le diera de lleno a Carim, que estaba detrás de él. La gata habló sin pensar.

—A gato…, él huele a gato. ¿Por qué hueles a gato? —Sintió los tres pares de ojos taladrándolo.

—¿Qué? ¡No!

—¿Una gata? Hueles a uno de los míos, pero es raro.

—¡Vamos, confiesa, Hero, estás rodeado! —Se tomó un minuto para mirar a Sal por el rabillo del ojo, y vio que no estaba feliz. Había olvidado que no le había contado eso.

—¿Cuándo ocurrió? —Las palabras parecían dardos.

—La noche del ataque.

—¿Dónde la encontraste? —Murmuró Carim, y Hero hizo una mueca por el espejo retrovisor.

—¿Cómo sabes que estaba perdida, Carim? —Cuando las otras dos la fulminaron con la mirada, Carim se achicó.

—Lo siento.

—Nicolás la encontró en un sitio horrendo. Fue transformada en los últimos días. ¿Ustedes no estuvieron patrullando? ¿Cómo no se enteraron de nada? —Contestó con rapidez.

—Nicolás dijo que un oscuro había sido atacado, pero no sabíamos que era una gata.

—Bien… —admitió tomando coraje—. La gata fue atacada por ángeles y, pongámoslo de este modo, a ella no le gusta ser lo que es, o al menos no le gustaba —respondió rápidamente—. No lo sé, la cosa es que tuvimos que dormirla y cargarla. De allí el olor. La dejamos en la S.A. ¿Está bien?

—¡Espera, espera, espera! —Él tragó con fuerza y apretó el acelerador. ¿Dónde estaba Nicolás cuando lo necesitaba? Sopesó sus palabras y esperó que ellas no decidieran indagar más—. Un ángel no te convierte en cambiante.

—No, pero ellos no sabían que ella había sido atacada semanas antes. Cuando la atacaron, creyeron atacar a una humana. —Eva lo estudió y asintió.

—He oído algo similar —murmuró Carim, y él agradeció eso en silencio.

—Tiene sentido. Están buscando el modo de cabrear a todos y, por lo visto, lo han logrado, ya que media ciudad está en llamas.

—Ponernos en contra —dijo Carim arrugando la frente mientras se pasaba el pulgar por los labios.

—¿Y cómo terminaste cargándola? —Gruñó Sal. Hero le echó un vistazo y, por lo visto, la explicación no había sido suficiente para ella—. ¿Por qué debiste cargarla? ¿Por qué no la cargó Nicolás?

—Debíamos sacarla de allí, ¿ok?, y ella no cooperaba, así que, una vez que los ángeles estuvieron muertos, simplemente la cargamos en el coche de Nicolás, la dormí y después la cargué hasta la habitación —confesó.

—¿Y te cambiaste la ropa para que no lo supiera? —Rezongó Sal.

—Mira, puedes creerme o no. —Hero levantó los hombros; ahora él también se había fastidiado. No había pasado por todo aquello a propósito, así que… ¿qué más daba si ella se cabreara?—. No fue lo más lindo que pasé, así que no te cabrees. —Se quedaron en silencio un rato hasta que Sal volvió a hablar.

—¿Ángeles? —Preguntó ella. Él agradeció a Vatur que ella descartara el tema de la gata.

—Sí, Sal, ángeles, ¿está bien?

—¿Qué más sabes que no nos estás diciendo? —Preguntó Carim observándolo por el espejo retrovisor. Mucho, pensó Hero, pero no podía decírselo.

—Creo que es Nicolás quien debe decírselos, es su centinela.

—Claro, claro —suspiró—. Es su nuevo síntoma de amiguitis aguda, ¿verdad?

—Algo así. Pero igual deberá decírtelo él. —Afirmó. Guardaron silencio hasta que llegaron a la Sociedad. En cada esquina había algo quemándose y personas amontonadas con palos y cuchillos en plan de guerra. Nunca antes había presenciado algo así.

Ahora Nicolás los reuniría a todos porque debía indicarles algo, ¿qué más podía pasar? Cuando el coche se mezcló con otros que iban en la misma dirección, Sal notó que un lobezno jugaba en el asiento trasero de un coche. Los padres iban adelante, los miraron desconfiados y aceleraron. Ya nadie sabía quién era amigo o enemigo. ¡Maldito problema en el que se habían metido! Justo antes de tomar la ruta en dirección a la S.A., Hero sintió un tirón de energía y Sal gritó.

—¡Ángeles!

Habían venido por ellos…