Por un momento, creí estar en alguna dimensión desconocida o algo parecido porque lo que estaba ocurriendo podía ser de alguna serie de ciencia ficción.
—¡No puede estar aquí! —Repitió el guardián con dureza. Vívika seguía con los ojos clavados en los míos y, realmente, no podía dejar de mirarla. ¿Qué hacía aquí? Me puse las manos en la cintura, levanté la mirada al cielo. Esto no podía estar pasándome.
—¿Sabes que estás desnuda, cierto? —Preguntó Nina, que estaba parada junto a mí. Se notaba que deseaba hacer algo por Vívika, pero no sabía qué.
—Lo siento, yo… —tartamudeó.
—Vívika, ¿qué haces aquí? —Pregunté incrédulo.
—¿La conoces? —Preguntó Nina, y le eché un vistazo confuso. Luego, asentí.
—Sí… —dije, y ella se mordió los labios.
—Dime que no es una de tus elementales —susurró Nina, consternada, y lo suficientemente bajo como para que solo yo la escuchara.
—Yo… —Vívika observó a Nina y gruñó—. ¿Quién es ella? —Preguntó de forma desdeñosa.
—Perdona, soy Nina —se presentó, intentando dar un paso hacia ella, pero la detuve. Había percibido el rencor en la voz de Viv—. ¿Qué? Solo voy a… —Negué con la cabeza. Parecía que Nina no se uniría a la locura de responderle tan mal como la otra había preguntado.
—Vívika… —dije atrayendo su atención—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Quería hablar contigo… —gruñó sin apartar los ojos de la gata.
—¿Y siempre intentas hablar desnuda? —Preguntó Nina—. Eso sí es tenerse confianza, chica —siseó la gata a mi lado, con cierto humor en la voz. Era una interesante forma de llamar la atención.
—¿Sabes? —Ladró Vívika—. ¡Por qué no te vas a la mierda!
—Guau…, la mujer tiene agallas. Yo no quería…
—Nina, por favor… —murmuré mientras intentaba calmarme y comprender qué estaba haciendo ella aquí. ¿Dónde mierda estaba Zander? Debía ocuparse de ella—. Entrégale tu chaqueta para que se cubra.
—¿Qué? —Chilló Nina.
—Nina… —suspiré.
—¿Qué? —Volvió a chillar—. No quiero su olor en mis ropas… —se quejó.
—¡Ni yo nada tuyo! —Siseó Vívika. Genial, lo que me faltaba, pelea de chicas. Al menos podríamos colocar un poco de barro, un par de sillas y verlas pelear desnudas. Vívika ya estaba lista.
—Centinela Ikkar, ella debe cubrirse —dijo el guardián, y asentí mientras intentaba que el dolor de cabeza no me taladrara—. O transformarse.
—Lo hará —asentí, ya irritado.
—Oh…, ahora entiendo —murmuró Nina, que caminó hasta los vestuarios perdiéndose dentro. No sabía qué iba a hacer, pero me pareció extraño. Intenté no pensar en Nina buscando cuchillos y cosas por el estilo.
—¿Por qué no fuiste? —Me giré echándole una mirada a Vívika—. Te pedí que vinieras.
—No fui porque tú me echaste —respondí arqueando una ceja.
—Y tú te comportaste como un idiota —me gritó.
—Wow!, chicos —dijo Nina mientras se acercaba a Vívika con una bata en su mano—. Toma, cúbrete, no sabes quién anda por aquí…, ya sabes —le dijo de forma relajada, extendiendo su mano hacia Vívika.
Observé a ambas y noté que Vívika despreciaba a la mujer que le entregaba la bata y, aun así, debía reconocer que Nina había sido diplomática, a pesar de que la loba la había tentado. Cuando esta no la tomó, Nina me miró por encima del hombro, sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—De verdad —dijo Nina—. Lo lamento… —continuó amablemente—. A veces hablo sin pensar, pero…
—¡No quiero nada tuyo! Maldita gata —gritó, y eso hizo que Nina diera un paso atrás, casi como si le hubiera dado un golpe en el hocico.
—¿Qué te pasa? Yo solo quería que te cubrieras… —se quejó.
—¿Por qué? ¿Te doy vergüenza o solo es envidia? —La gata intentó buscar mi ayuda. Pensando como un centinela, observé cada movimiento de ella; tal vez todos tuvieran razón, sería una buena compañera. Muchos otros ya le hubieran saltado al cuello por los improperios; en cambio, ella parecía confundida. Aunque notaba la inquietud de su gato, Nina lograba tenerlo a raya. Y eso era fundamental para el trabajo.
—Wow!, chica —dijo Nina—. ¿Estás drogada o algo? —Volvió a mirarme cuando Vívika le mostró sus blancos dientes. Incrédula era la mejor manera de describir la expresión en su rostro—. ¿Es una gata esquizofrénica?
—No soy una gata… —gritó Vívika.
—Nina —supliqué, tomando una bocanada de aire—. Déjanos a solas.
—Bien —dijo y levantó las manos como rendición. Estaba claro que aún estaba estupefacta, pero mantenía a su gata oculta sin tentar a la suerte.
—Centinela —gruñó nuevamente el guardián. Caminé hasta Nina, que me observó ceñuda, gesticulé un gracias, y, dándole un punto a la gata por su auto control, tomé suavemente la bata y, sin cuidado, se la arrojé a Vívika.
—Toma la bata y cúbrete, o tan solo vete —gruñí.
—Me marcho de aquí —señaló Nina, que me sonrió confusa.
—Sí, márchate…, antes de que te parta en pedazos —gruñó Vívika. La otra se frenó en seco.
—¡Nina, no respondas! —Mascullé rogando que me oyera. Ella se detuvo, me dio un largo vistazo y asintió—. Vívika, detén esto ahora.
—¿Qué? ¿Estoy molestando a tu gatita?
—¡No soy su gatita! —Respondió Nina, pero no se movió ni un ápice.
—Déjame pensarlo —dijo Vívika moviendo los brazos—. Estoy segura de que te desnudas cuando él te lo pide ¿cierto? —Sentí la furia subiendo, el dolor de cabeza incrementándose. Sulfurado, le dediqué un sonoro gruñido.
—Wow! Wow! ¡Espera! —Siseó Nina, apretando los dientes—. ¿Qué mierda te hice para que me trates así?
—Es verdad. —Vívika fijó su mirada en mí, y sacudí la cabeza con odio—. Eso te gusta de ella, ¿verdad? ¡Maldita gata alzada! —Di un vistazo a Nina, que aún se mantenía en su sitio—. Seguro que te mueres por acostarte con él.
—¿Y a esta qué mierda le pasa, Nicolás? —Nina no alcanzó a observarlo todo, pero cuando llegué junto a Vívika, ya la tenía tomada del brazo.
—¡Cierra la boca ahora! Estás tentando a una gata joven, y si logra que yo me doble con un golpe, estoy seguro de que no querrías saber lo qué haría con sus garras.
—Yo también puedo usarlas —gruño la loba. La sacudí hasta que me miró. El guardián retrocedió cuándo gruñí. Vívika abrió ampliamente los ojos, y la solté haciéndola retroceder unos pasos. La loba bajó la mirada y se colocó la bata de mala gana.
—Espérame aquí, Nina. Practica los golpes. —Volví mi atención a la otra y la tironeé nuevamente hasta que caminó junto a mí—. ¿Estás loca?
—¿Por qué? Pensé que no te molestaría que viniera, dado que dices que te eché, al menos pensé en venir a hacer las paces.
—¿Dónde está Zander? —Murmuré.
—En casa con Alex…, no puedes pretender que me quede allí todo este tiempo —siseó, me miró a los ojos, y volvió a estudiarse los pies.
—¡Demonios, Vívika! No tengo tiempo para esto —protesté, mientras me atusaba el cabello.
—¿Y tienes tiempo para ella? —Preguntó, y la estudié. Había algo en su voz, pero no podía aventurar qué era.
—¿A qué viniste? —Inquirí, endureciendo la voz.
—Vine… —dijo tragando con fuerza—. Solo para saber si estabas bien, pensé que hablar sería lo mejor.
—¿Mejor? ¿Mejor para qué? —Dije sacudiendo la cabeza.
—No importa…, olvídalo.
—Lo que hiciste con Nina no es justo —le recriminé, y ella alzó la mirada desafiante.
—¡Ja! Tan débil… —se burló y me acerqué un paso a ella.
—No, te equivocas. Deberías decir, tan fuerte. Hace dos semanas atrás era humana, tenía una vida de mierda, su familia la había rechazado, todo el mundo la odia, y ahora es uno de los nuestros. Fue atacada por ángeles y se repuso, no creas que es débil…, estoy seguro de que notó algo en ti.
—¿Qué? —Preguntó a la defensiva—. ¿Que soy débil? —Siseó. La observé a los ojos, y no podía encontrar ni un ápice de la joven que había conocido. Vívika estaba desenfocada.
—Tal vez —dije, y ella gruñó—. Nina odia a los tipos que golpean a las mujeres, defendió a varias del último ataque. Créeme, odia a los golpeadores. —Automáticamente, Vívika se abrazó a sí misma. Había notado los golpes en las costillas, unos que no había visto antes, y por lo que deducía, Nina también lo había hecho. Sabía que aquello era un golpe bajo e injusto, pero ella tampoco había sido justa.
—Lo siento Nicolás… —murmuró y pestañeó como si saliera de una ensoñación—. Estoy confundida, todo esto me está volviendo loca. Primero apareces tú, me salvas y después de lo que pasó, Alex está paranoica, me mira con desdén. Me siento sola y, si no fuera por Zander, me habría volado la cabeza. —Me miró a los ojos un instante—. Realmente, lo lamento.
—No importa. —Nos quedamos callados, sin saber bien qué decir.
—Creo que lo mejor sería que tú y yo seamos amigos —sonreí de lado, y asentí—. Lo siento, estoy mal, no sé qué me ocurre. Hablé con mis padres y las cosas están mal allí también, tengo miedo. —Sus ojos se humedecieron y vi un destello de la Vívika sensata, la mujer a la que alguna vez había mirado como algo más—. Estoy nerviosa. Lo lamento, creo que me las tomé contigo ya que, no sé, por un momento pensé que tú resolverías todo. Soy una tonta y lo lamento. —Una lágrima corrió por su mejilla—. No sé, lo siento tanto.
—Deja de disculparte —musité.
—¿Amigos?
—Creo que sería lo mejor —respondí y suspiré.
—Estaba enfurecida…, no viniste y me porté como una perra la otra noche, confiaste en mí y la cagué.
—Todos lo hicimos —confesé pasándome una mano por el pelo. Escuché el ruido de unos zapatos golpeando contra el suelo y vi aparecer a Shadow con el rostro desenfocado.
—¿Qué ocurre? —Pregunté alarmado.
—¡Nicolás!, Zander está en la línea —soltó un bufido poco femenino y continuó—: Me ha dicho que quiere hablar contigo. ¡Es urgente! —Y volvió a correr por donde había venido.
—¡Debe de estar cabreado conmigo! —Vívika se tomó la cabeza. La miré, imaginando a Z arrancándose los pelos después de que Vívika desapareciera.
—¿No le dijiste que venías?
—No —susurró y puso mala cara—. No me dejaría…, ya sabes cómo es de sobreprotector.
—Sí, lo sé, suele pasarse con eso —respondí mientras trataba de encontrar mi teléfono. Tanteé en el bolsillo de mi pantalón y lo observé. La pantalla tenía un mensaje: «Fuera de servicio»—. ¡Maldita sea! —¿Qué había pasado con mi teléfono? Me había olvidado de él cuando entré a la S.A. Debía de ser por mi madre…, el campo de energía de la diosa se extendía evitando cualquier infiltración, por más mínima que fuera.
—Va a matarme —susurró Vívika, apretando las manos.
—Yo, si fuera tú, me cuidaría de lo que te hará Alex en cuanto te encuentre —dije, recordando la vehemencia con que la había defendido.
—Ella está molesta conmigo. Creo que ella y Zander no durarán, piensa que él y yo nos ponemos en su contra, que congeniamos por lo que somos —comentó Vívika, y el sonido de unas ambulancias llegó desde afuera.
—Molesta, ¿cómo? —Pregunté distrayéndola, y, al mismo tiempo, tratando de enfocar la atención en lo que ocurría afuera—. Ven, acompáñame. —Y señalé hacia gimnasio.
—Alex, ella no está feliz, su familia está enojada por sus amistades y creo que eso la está afectando. Su padre pertenece a la Iglesia y parece que ha montado un grupito para alzarse en contra de los oscuros —murmuró, y pude imaginarme por qué.
—¿Su familia está molesta con ella? —Pregunté, intuyendo lo que podría pasarle si alguien se enterara quién era Zander.
—Sí, por estar conmigo. —Me giré un poco para verla, lucía abatida—. Esto de escondernos la ha vuelto un poco demente. Anoche durmió conmigo. Temía que alguno de nosotros entrara y la convirtiera.
—¿Qué? —Dije, poniendo mala cara.
—Lo mismo pensé y luego amaneció en el sillón y dijo que no se sentía cómoda —murmuró en un susurro—. Me dijo que debía pensar qué haría. Su familia la necesitaba, y ella no sabía cuál era su lugar en el mundo.
—Eso está mal —respondí sombrío. No quería ni pensar en cómo estaría Zander si Alex lo dejara. Ella había logrado alentarlo un poco y animarlo de su cotidianeidad. Si rompía con él, debería estar ahí, también…, como si ya no tuviera nada más de qué ocuparme. ¡Malditas Moiras! Me asomé al gimnasio y escuché el ruido sordo de los golpes y vi a Nina buscando darle una buena patada a una bolsa.
—Nina, ven. —Ella se detuvo de golpe y estuvo a mi lado sin chistar.
—¿Estás seguro de que quieres que vaya contigo? —Preguntó desconfiada cuando vio a Vívika. Le di un vistazo rápido.
—Serás mi compañera por un tiempo, así que creo que deberías ponerte al tanto.
—Es buen maestro —afirmó Shadow, que había vuelto sin que la notara. Últimamente me ocurría a diario y era una mierda—. La llevaré a un lugar seguro… —y señaló a Vívika.
—Estaré bien —afirmó y miró a Nina—. Lamento lo de antes, creo que estoy perdiendo la cabeza.
—Me imagino por qué —respondió ella tocándose el ojo—. Ese hijo de puta debería pagarlas, sabes…, ¡no es justo!
—Lo mismo pienso —susurré, y una idea se formó en mi mente—. Tal vez un día de estos podrías ir a hacerle una visita a su ex —añadí mirando a Nina mientras sonreí de forma maliciosa.
—¡Encantada! —Dijo la gata con una sonrisa.
—Seria un dolor en el trasero para él que una mujer lo golpeara —soltó Vívika riendo y suavizando su rostro.
—Rufián… —masculló la gata.
—Lo siento chicos, no es por interrumpir su charla… —Shadow parecía impaciente—. Pero tengo dos ambulancias con heridos, y dos de ellos humanos.
—¿Qué? —Pregunté mientras Shadow se alejaba con Vívika.
—Zander te contará… —gritó, y la vi desaparecer por el corredor.
—¡Búscale algo de ropa! —Grité, aunque no sabía si la humana me había escuchado—. Vamos… —dije y comencé a desandar el camino hacia la zona de urgencias. Estaba seguro de que se debería a algún ataque en la ciudad.
—¿Humanos y oscuros? —Preguntó la gata mientras me seguía el paso—. No sabía que los traían a la S.A.
—Regla número cuatro, creo… —dije intentando recordar la numeración de las reglas que le había dado—. Si un humano se ve atacado por uno de su propia raza y es fiel a nuestra Diosa o, al menos, amigo de uno de los nuestros, como Shadow, reciben protección y cuentan como nuestros.
—Como Caroline —aventuró Nina, y asentí.
—Exacto. —La guie por los pasillos sabiendo muy bien adónde debíamos ir. Encontré a Zander hablando con un médico. Cuando me vio despidió al doctor y se acercó a nosotros—. Z, ¿qué ocurrió?
—Vívika escapó —gruñó él mientras no perdía detalle de la gata.
—Lo sé, está aquí.
—¡Voy a matarla! —Ladró—. ¡Eh!, tú eres la gata del hospital —dijo señalando a Nina, y ella levantó la mano en forma de saludo.
—La misma.
—Te ves mejor —exclamó Z, echándole un largo vistazo que me molestó.
—Gracias…
—¿Zander? —Dije atrayendo su atención y acercándome un paso a Nina.
—¡Lo lamento! Salí en su búsqueda con Alex y nos encontramos con una revuelta. Ellos estaban golpeando a un tipo.
—¿De los nuestros? —Pregunté.
—Humano. Una mujer gritaba, era su esposa, también humana, y la han traído también —añadió apretando los labios.
—¿Por qué atacarían a dos humanos? —Preguntó Nina tratando de entender el cuadro.
—Había un oscuro con ellos —dijo Zander—. Por lo visto, es su hija, que vivía con ellos, y, bueno, cuando atacaron… sus padres intentaron defenderla.
—¿Cómo está ella?
—Estable, herida, pero estable —gruño Z—. Le están dando grandes cantidades de sangre. No morirá, pero su padre recibió una gran paliza y está muy grave.
—Ojalá mis padres me hubieran defendido así —dijo Nina en un suspiro. Ambos la miramos y pusimos mala cara.
Sabía que los padres de Nina le habían dado la espalda y, aunque quisiera ocultar el dolor, había momentos como estos en que el mismo se colaba hasta la superficie de aquella mujer, aparentemente calma. Me había contado que habló con al menos su madre y le había explicado todo, y, aun así, no le había importado. Había averiguado que habían librado una orden contra ella de no acercarse a su familia ni su casa.
—¿Qué le ocurrió a quien venía contigo? —Preguntó Nina, y la miramos desconcertados. Bufó y agregó—: Venías con alguien. —Debería hablar más tarde sobre sus padres, pues estaba seguro de que le dolía más de lo que decía.
—¿Qué? —Preguntó Zander.
—Tú dijiste venía con… no recuerdo el nombre —añadió ella.
—Alex —completé, ganándome un gruñido de Zander.
—¿También fue atacada? —Indagó la gata. Yo no había notado que Z decía haber venido con Alex, pero nada pasaba desapercibido para Nina. Buen punto para una compañera.
—No, Alex, ella se marchó —susurró mi amigo con amargura. ¡Lo que me faltaba!—. Dijo que era una locura, se bajó del coche en pleno centro y no dijo adiós.
—Lo lamento tanto —murmuró Nina y le ofreció una sonrisa cálida—. Por ahí lo pensará mejor. ¿Ella era importante para ti?
—¡Lo era como para ponerse pantalones de cuero! —Solté intentando no reírme, y mi amigo puso mala cara y me gané un golpe de parte de Nina.
—Tal vez lo piense, ya sabes… —siseó mirándome como si quisiera golpearme—. A veces decimos cosas sin pensar, tal vez lo pensará y volverá.
—Es humana —me mofé y la observé haciendo una mueca.
—¿Y qué? Eso no tiene nada que ver —se defendió apretando los dientes y dándome una mirada severa que decía claramente: «no estás ayudando». Puse los ojos en blanco y volví a intentarlo—. A veces, nos equivocamos, ¿está bien? —Escuché esa declaración y sonreí sabiendo que ella había pensado mucho sobre nuestro primer encuentro.
—Vívika estaba preocupada por ti —solté intentando una técnica mucho más directa que la de Nina, y resultó porque los ojos de Zander conectaron con los míos y vi el brillo en sus ojos. Él no tenía cura.
—¿Dónde está? Voy a estrujar su cuello, lamento que te guste…, pero me hizo cagar del susto. —Echó un vistazo a Nina—. Lo siento, no debí decirlo frente a una dama.
—¿Desde cuándo eres tan cortés? —Me burlé.
—Nicolás —me reprendió Nina—. No ves que está mal…
—Sí, mal de la cabeza. Ni siquiera lo defiendas, Nina, es una pérdida de tiempo —grazné.
—¡Ves, tú no tienes corazón!… —se mofó mi amigo.
—Lo tengo —dije tocándome el pecho—. Y, para que conste, no hay nada entre Vívika y yo…, solo amigos. Está bien, además —agregué—, ella me ha dicho que si no fuera por ti, se sentiría muy sola —dije alargando las palabras. Z me estudió y asintió con aire catedrático.
—Que sería de ella sin mí…
—¿Amigos? —Preguntó Nina y se echó a reír—. ¿Ella aparece desnuda frente a ti y son solo amigos?
—Debió correr como lobo hasta aquí —respondí restándole importancia al asunto.
—¿Desnuda? —Preguntó Zander frotándose la barbilla—. Hummm…, eso es muy interesante. Por eso no la encontré en el camino. ¿Desnuda se veía bien? ¿Cómo es, pechos grandes, chicos? Imagino que son grandes, ¿tiene pecas en…? ¡Auch! —Sus palabras sonaban tan desagradablemente lascivas que ambos bufamos y Nina lo golpeó.
—¿Por qué me suenas a esos tipos que no le cuesta nada conseguir pareja? —Preguntó Nina con el ceño fruncido.
—Hasta recién lo defendías —dije.
—¿Me estás diciendo que soy fácil? —Preguntó Zander fingiendo estar ofendido. Nina levantó los hombros y asintió.
—Eres buena Nina, pero hazme caso, no lo defiendas cuando se trata de mujeres —le dije y le palmeé el brazo. Eché un vistazo a Z, que ponía los ojos en blanco—. Te ha visto dos veces, Z, solo dos veces y ya sabe cómo eres. —Le palmeé el hombro a mi amigo—. Iremos a ver los heridos.
—Bien, pero para que conste… —expuso señalándonos—. Solo hablaré con ella.
—Está bastante inestable, por lo que no me sorprendería que te diera unos golpes, así que vete con cuidado —indicó Nina con una sonrisa.
—Descuida —dije, empujándola un poco—. Olvidará todo lo que tiene para decirle en cuanto la vea en bata.
—¿Está en bata? —Preguntó Zander mientras abría la puerta—. ¿Solo en bata?
—¡Eres asqueroso! —Le gritó ella—. ¡Por dios, dime que no es siempre así! —Masculló.
—¡Oh, cállate! Eres amargada como él.
—Te dije que no lo defendieras —la reté nuevamente.
—Prefiero eso a andar meneándome frente a todos —gritó ella en dirección a Zander.
—Vamos Nina, deja que él haga…, bueno, lo que deba hacer. —Lo saludé con la mano y comenzábamos a alejarnos cuando Zander me llamó.
—¡Nicolás! —Me detuve un momento mientras la gata seguía caminando—. ¿Crees que era de ella de quien hablaba Dora? —Lo observé sin entender. Luego le preguntaría—. ¿Solo amigos, verdad? —Gritó.
—Solo amigos —le respondí y seguí a Nina que caminaba delante sin perder detalle de nada. Llegamos a la zona de mayor agitación. Muchos oscuros corrían de un lado al otro. Una mujer estaba sentada junto a un íncubo que la consolaba tiernamente. ¿Quién lo creería?
—Debe ser la madre —dijo ella tristemente. El dolor se coló dentro de mí sin saber por qué. Ella no hablaba de cómo fue transformada, no hablaba de nada personal. Lo único que sabía era que había hablado con su madre, y que era fuerte, estoica. Quería consolarla, pero no sabía cómo. Descarté la idea al verla recobrar la compostura, como de costumbre, ocultando sus sentimientos.
—Lamento que tu madre no lo tomara bien —añadí cuando nos detuvieron frente al vidrio de la habitación del hombre. Estaba magullado, y varios médicos y enfermeros revoloteaban sobre él con instrumental y gasas.
—Yo también lo siento —respondió ella tristemente.