24

Entré en la S.A. evitando el tumulto de la entrada, ya que había gente con pancartas que reclamaban por justicia. Me metí tras las rejas maldiciendo la situación. Si había una cosa que la S.A. odiara más que los oscuros rebelándose, era que los ojos de la ciudad cayeran sobre nosotros. El aire fresco me recibió en cuanto traspasé la puerta de ingreso. Era tarde, la Sociedad parecía quieta, inmóvil, pero siempre esperando el próximo golpe.

Porque siempre los había. Tal vez no hoy, no esta noche. Pero llegaría. De eso estaba seguro.

Detrás del mostrador de entrada, una rara ghoul me sonrió. Era un tipo de demonio parecido al súcubo, que recibía a los visitantes nocturnos, que no eran muchos; pero, aun así, siempre había alguien vigilando. La saludé con la mano y continué caminando hasta internarme en el laberíntico edificio. Me dirigí hacia la zona de oficinas e ingresé en un recibidor muy pomposo, como todo lo que Ben hacía. Nunca superaría su aire burgués. Noté que la secretaria de Ben se levantaba al verme. Lucía demacrada, pero igual sonrió.

—¡Eh, Shad! Te ves como el demonio —bromeé.

—Gracioso, gracioso. ¿Qué? ¿Has comido un payaso hoy?

—Eso es raro, algunas veces desayuno limones… —Ella soltó una risita.

—Déjame adivinar —tamborileó los dedos en su barbilla—. ¿Esa es Eva? Sí, es un comentario típico de Eva. Esa lobita se las trae.

—¡Sí! Has adivinado —admití y le sonreí—. Necesito hablar con Ben.

—Imposible… —respondió tajante.

—¿Qué?

—Que no puedes —afirmó—. Está en una reunión.

—¡No me importa! Necesito hablar con él ahora.

—Pero no puedes. —Noté que ella se ponía nerviosa—. Está hablando con tú sabes quién —dijo sin atreverse a nombrarla—. No puedo decirlo y lo sabes, Nicolás Ikkar. —Lo miró estrechando los ojos de una forma muy graciosa, que la hacía ver aniñada.

—¿Hace cuánto tiempo está en reunión con la diosa?

—Me dijo… —miró su reloj—. Hace dos horas pidió que nada ni nadie los interrumpiera. Que si alguien quería hacerlo, lo detuviera o llamara a seguridad y lo redujeran. ¡Me puso al mando, Nicolás! —Casi sonó horrorizada—. Bueno, él me dijo que debía estar a cargo —asentí con preocupación al ver cómo ella se sofocaba.

—Tranquila, Shadow, todo se solucionará —dije apoyándole una mano en el hombro—. Estaré en el gimnasio, ¿me llamas cuando termine? —Ella asintió.

—Claro, Nicolás…, es bueno tenerte aquí; es, ya sabes, como los viejos tiempos. —Ella tenía razón. Cuando Sal era joven, yo había vivido allí por años y ni siquiera me atrevía a admitir que, a veces, extrañaba ese mundo especial que envolvía a la S.A. Era un mundo diferente. Estar allí significaba estar rodeados de los míos, no había problemas ni miradas desconfiadas.

—Tranquila… —repetí.

—¿Has visto a los que están allí afuera? —Me preguntó.

—Sí, pero por ahora todo está bien. Mientras no crucen esa barrera, estaremos bien y si entran, estaré aquí y tomaré las riendas. —Ella lucía aliviada.

—Gracias…, de verdad, o sea, tú sabes que no permitiría que ocurriera nada, pero al final de cuentas, soy una simple… humana.

—No eres solo una humana, Shad, hay muchos aquí que harían cualquier cosa por ti —dije, y era completamente cierto. Incluso creo que Ben pondría las manos en el fuego por ella.

—Lo sé, pero bueno, al final, moriré primero si atacan… —masculló con tristeza.

—Eso no pasará. —Le acaricié la mejilla como a una niña.

Mirándola, pensé que si sobrevivíamos a este caos, tal vez, algún día hablara con mi madre en nombre de Shad, una humana que no tenía un lugar en el mundo, como Dora, como Caroline. No era aceptada por los humanos y no era un oscuro, y eso dejaba una brecha peligrosa. Aquellos humanos valían tanto como los oscuros que allí habitaban, pero ella tenía razón, había muchos que sobrevivirían al ataque de los humanos, pero ella corría con desventaja. Tal vez algún día hablara con mi madre por ella.

—¿Entrenarás? —Preguntó, sacándome de mis cavilaciones.

—Sí, creo que me vendrá bien aceitarme un poco. —Ella sonrió cuando moví los brazos como molinetes y me sonaron los huesos.

Shadow era una de esas mujeres a las que adoraba. Nunca se me había insinuado, lo que la hacía adorable, ya que no tenía que cuidarme de que me tocara el trasero; y, además, siempre actuaba como si fuera su hermano mayor. Cuando había comenzado aquí, corría en mi búsqueda cuando no entendía algo. Como muchos, había sido rechazada por la sociedad humana por tener relación con los oscuros; sin embargo, ella no los odiaba, respetaba a ambas razas y eso la ponía en una situación difícil.

—Cualquier cosa me llamas, ¿de acuerdo? —Le dije.

—Sí, tranquilo. ¡Ufff…!, es relajante saber que estas aquí. —Se desplomó en su silla como si un vagón le hubiera pasado por encima. Sonreí y salí de allí saludándola con la mano.

Me dirigí al gimnasio, una de las zonas aisladas del ruido. Las familias, en su mayoría, dormían, menos los nocturnos que tenían un ala en la que podían hacer todo el ruido y, aun así, mantener la paz con los que eran diurnos, como los lobos, los gatos y las otras especies. Llegué y me metí en los vestidores. Tomé un par de guantes de boxeo y fui hacia la zona de entrenamiento. Moví el cuello y noté que sonaba. Debía serenarme. En estos momentos desearía poder leer la mente y saber de qué hablaban mi madre y Ben. Me coloqué los auriculares para intentar erradicar esa sensación de molestia que tenía y traté de enfocarme en entrenar, en pensar en otra cosa, como las personas que se agolpaban en las afueras del alambrado. En mi mente rondaban las palabras de Vatur con respecto a Hero. Aún no se lo había dicho. Me sentía un poco traicionado por mi madre y, a la vez, un embustero. Hero es mi amigo, lo había conocido hace poco y no podía pensar en colocarlo al frente de la Sociedad, no porque no pudiera, sino porque no quería ponerlo en ese riesgo. Esquivé rotundamente las canciones tranquilas…

En la pantalla digital se leyó: Artista: Evanescence / Canción: Bring Me to Life.

Cuando la música comenzó a sonar, empecé a golpear la bolsa sin parar, buscando dar un buen golpe mientras los acordes y la voz de Amy Lee se colaban en mis oídos como un elixir. Aquella canción marcaba el ritmo de mis movimientos. Empecé a moverme al compás de la música y, con la respiración agitada, me esforzaba en buscar la mejor postura, colocando el cuerpo de la forma correcta, estimulando que mis pies se movieran, manteniendo la técnica. Pasó ese tema y, a continuación, otro, hasta que noté que alguien me observaba. Nina estaba sentada en la escalera. Me quité los aparatos y me sequé el sudor que corría por mi frente.

—¿No puedes dormir? —Preguntó ella, observando el lugar.

—No, ¿y tú?

—Nada, es la adrenalina, creo. Ben dijo que podía tratarse de los cambios que está sufriendo mi cuerpo y la adaptación a ellos. Dice que, bueno, los gatos no son completamente nocturnos…, yo solo…

—Nina, nunca me dijiste cómo ocurrió —dije mientras me acercaba un poco más a ella.

—¿Tiene importancia? Esto es lo que soy ahora. ¿Qué importa lo que ocurrió?

—Importa —dije con énfasis, y ella se mofó—. A mí me importa —expresé, pero esta vez lo dejaría pasar. Esta vez.

—¿Por qué? Sé que… —enmudeció de golpe y sus ojos se clavaron en el piso de goma—. No importa.

—Vamos a ver… —Ella levantó aquellos ojos curiosos y me observó—. Te enseñaré primero lo que debes saber.

—Golpes, ¿no?

—Después, unos golpes —concedí.

—Genial, ¿comenzamos nuestros entrenamientos? —Eché un vistazo alrededor y levanté los hombros.

—¿Por qué no? Tú no puedes dormir y yo tampoco. Creo que me vendría bien.

—Bien —dijo, y se levantó.

—Hay cosas que debes saber… La mayor parte de nosotros muere si se le arranca la cabeza, ¡simple! Cortas la cabeza y, salvo que tenga algún modo de ponerla en su lugar, no importa qué sea, no se unirá.

—¿Y los alados? Como esos ángeles que me atacaron…

—Bueno, ellos son más complicados —dije haciendo una mueca.

—¿Complicados como… mejor corre y luego pregunta?

—Exacto —dije sonriendo.

—Pero tú puedes matarlos —afirmó.

—Es distinto.

—Ah, es un superpoder de ser centinela de la S.A., ¿cierto? Como una superfuerza o algo así. —Aquel simple comentario logró que comenzara a reír a mandíbula batiente—. ¡¿De qué te ríes?!, Nicolás… —me dio un empujoncito en el brazo, queriendo parecer ofendida.

—Lo siento —me disculpé, intentando volver a lo que decía.

—No, no lo haces. —Nina se cruzó de brazos.

—La cosa es… si ves un ángel, corre.

—Bien. ¿Qué más? —Exigió curiosa, y lo pensé un momento.

—Tenemos un juramento: una vez que entras a la S.A. está prohibido matar humanos. —Ella quiso acotar algo, pero la detuve—. Salvo que pongan en riesgo tu vida, si no, no puedes.

—¿Las reglas son no matar humanos?

—Las reglas son: a) serás fiel a Vatur; b) hagas lo que hagas, la vida de los humanos es valiosa; no importa cuán inmortales seamos, ellos son lo primero.

—¿Por qué? —Preguntó irritada.

—Porque es la ley impuesta por Vatur —respondí.

—Y ¿eso le ocurrirá al que me atacó? —Preguntó, y miró sus manos.

—El que te atacó no era humano, Nina. Esa es nuestra ley. Incluso puedes ser tú la que le corte la cabeza. —La miré intrigado, aquellos ojos marrones me atraían de una forma hipnótica, como si pudiera hundirme y nadar en su mar de chocolate.

—Creo que está bien con que, bueno, que otro lo haga —añadió insegura.

—Es tu decisión. ¿Cómo están tus heridas? —Ella me mostró la mano casi sana y le restó importancia.

—¿Qué pasó con los ángeles que atacaron tu casa? ¿Hubo heridos?

—Por suerte, no. Las elementales se encargaron de ellos.

—¿Elementales? —Comencé a explicarle sobre el mundo en el que vivía ahora. Todo era nuevo para ella y encontró en eso algo de paz. Nina era como un bebé que quería aprender todo…, probar todo.

—Quieres decir que cada una de ellas sabe cuándo la otra… —Algún pensamiento se cruzó por su mente, pero no me lo dijo—. Dios, eso es peor…

—Sabes, me recuerdas mucho a alguien —dije recordando un comentario parecido de Hero. ¡Maldición, Hero! Aún no había hablado con él. Después de un rato, Nina parecía mareada. Comenzamos a entrenar con movimientos básicos, sin mucha complejidad, dándole tiempo para que se adaptara a sus nuevas habilidades y velocidad.

—Golpea aquí. —Ella lo hizo con tal fuerza que me hizo expulsar todo el aire de los pulmones, dejándome sin habla.

—Lo lamento, lo lamento… —Me dejé caer al suelo, tratando de que mis pulmones recibieran el aire que pedían, aunque no moriría por eso. La sensación de no tener aire era espantosa. Mierda, golpeaba duro, pensé.

—Estoy bien… —mascullé e intenté pararme torpemente.

—Porque creo que no estás seguro. —Ella se agachó a mi lado y me observó mientras recuperaba el aire. ¡Bochornoso! Me sentía como un idiota, pero no había previsto su fuerza. ¡Qué idiota! Nina me tomó del brazo y me ayudó a levantarme.

—¡Oiga, usted no puede estar aquí! —Ambos miraron en dirección a la entrada. Vívika estaba parada allí. Ambos nos quedamos atónitos al ver a una mujer rubia, flaca, temblorosa y completamente…

—¿Soy yo, o está…, … está…? —Tartamudeó Nina.

—Desnuda… —completé sin poder creérmelo. Pero había acertado en algo, su cara no era el único lugar donde ella tenía pecas.