Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Y más silencio. Y luego, nuevamente, oía esa voz exasperante.
—¡Alitas, alitas, alitas!, no amas las alitas, Phillipe. —Levantó la cabeza solo para verla pavonearse frente a él—. Yo amo mis alitas, ¿tú no? —Está loca, pensó Phill cuando la vio bailar frente a sus ojos.
—Hermes dice que tal vez tú y yo podríamos dominar al mundo un día… ¿Te lo imaginas? ¿Te lo imaginas, Phill? Sería hermoso…, muy, muy hermoso… ¡Ah! Alitas, alitas, alitas…
Hermes, el maldito, lo había visitado un par de veces, lo había torturado hasta el cansancio. Él quería saber cuál era el elemento que hacía a Salomé tan especial. Estaba claro que sabía que su sangre curaba, su sangre podía sanar a muchos; pero, aun así, no sabía qué era lo que lograba que ella fuera especial. Su hijo, Nicolás, no le permitiría llegar a ella y lo odiaba por eso… Había aprendido que Nicolás era más poderoso de lo que creía… Incluso en la fiebre había hablado con la diosa y había preguntado aquello que, en otro momento, no se habría atrevido a preguntar.
—¿Escuchaste lo que dije? —Mikela se acercó hasta él, con sus pasos danzarines y achicó los ojos sonriendo. Aquella sonrisa era hermosa, pero escondía un veneno mortal para todo el que la tocase. Parecía cálida y, aun así, él había visto el odio y el rencor; todas las emociones más perversas. No lo había torturado físicamente, pero había descrito para él, una a una, las cosas y las formas que haría para matar a Salomé. Salomé. Todavía pensaba en ella, había valido la pena. Era algo especial en este mundo caótico. Ella no lo había condenado a esto, había sido él; pero, al menos, la había conocido. Por momentos se preguntaba qué habría pasado con Irizadiel. Deseaba que alguien le dijera algo de ella, una mínima pista de que el ángel que había amado estaba vivo. Pero nadie lo hacía. Mikela reía cuando le preguntaba, y Hermes la descartaba como una charla sin importancia.
—¿Me oíste Phill? —Repitió Mikela. ¡Maldición! Desearía no hacerlo, pensó—. Tan solo debes intentarlo, deja todo eso de salvarlos, ¿de qué te sirvió? ¿Han venido a buscarte? —Mikela negó—. No, no lo han hecho, sin embargo, aquí estas.
Le hubiera gustado decirle que Vatur sabía de él. Había hablado con ella, la había visto. Hermosa como siempre, la diosa acudió a sus plegarias y le demostró que no se habían olvidado de él. Todos lo buscaban, incluso Hero… y Salomé. Pero nunca le contaría eso a ella.
Cerró los ojos y se dejó caer. Sus manos estaban atadas, con los brazos extendidos; y sus piernas, del mismo modo, amarrados al piso, formando una cruz, como la imagen del Cristo crucificado que los humanos veneraban. Lo tenían así hacía semanas, por lo que sus muñecas y tobillos ya no dolían. Los primeros días había luchado y luego se había resignado a morir torturado por Hermes, pero todo cambió cuando la diosa vino en sus sueños. Había acudido a él unos días atrás y le dijo que estaban cerca. Que esperara. Y eso hacía.
—Odio cuando me ignoras, al menos dime qué opinas.
—Opino que estás loca, Mikela. —Levantó nuevamente el rostro para enfrentarse a ella—. ¿Qué pretendes?
—Tan solo… mírame —murmuró, acercándose hasta pegar su cuerpo contra el suyo y sus labios a su oído—. ¿No soy bella? —Él no respondió y ella se alejó unos pasos y, sin apartar la mirada, se desvistió, dejó caer sus ropas y quedó parada frente a él—. ¿Acaso no soy bella? —Repitió. Phill la estudió un momento. Su cabello rubio caía sobre sus hombros. Estaba más delgada que antes, con aquellas alas horrorosas y deformadas, como si hubieran sacado antes de tiempo a una mariposa de su capullo, totalmente grotescas. En su rostro, los pómulos sobresalían demasiado. Su boca, que ahora tenía colmillos, era una fina línea descolorida; pero eran sus ojos lo que más lo impresionaban. Aquellos ojos sin vida, brillosos de poder y de odio.
—Eres un lobo disfrazado de cordero… —respondió y apartó la mirada. Ella sonrió, y se giró dándole la espalda.
—Los lobos no tienen alas, Phill… —Retrocedió hasta que las membranas grotescas que colgaban de su espalda se apoyaron en su pecho—. Tan solo tienes que intentarlo…, tan solo si me tocaras, Phill, si me besaras, juntos tendríamos la eternidad.
—Tus alas son inertes…, no son alas…
—Al menos tengo unas…, no como tú, a quien se las han cortado y…, déjame pensar —dijo al tiempo que se giraba y se golpeaba la barbilla con el dedo—. Ah, sí, te las cortaron por Salomé y caíste…, pero ¿qué hizo ella por ti? —Pasó los brazos por encima de los hombros de él, y frotó sus pechos desnudos contra su pecho mientras le besaba el cuello y le susurraba al oído—. ¿Qué hizo ella por ti? Vamos cariño…, hazme tuya, tómame, tómame con todo ese odio que le tienes y hazme el amor.
—Yo no la odio, no hay odio dentro de mí —gruñó. Nunca lo habría. Había esperado mucho tiempo para conocerla, para estar cerca de ella. Claro que no la odiaba. Vatur le había advertido de esto hace siglos y, sin embargo, él adoraba a Sal inconscientemente. Ahora debía vivir con ello—. Y nunca te amaría.
—Me harás obligarte. ¿Cierto? ¿Te gustaría? —Él tragó con fuerza. No podía lastimarla. Incluso si quería morderle la oreja, que era el máximo movimiento que lograría, el golpe le sería devuelto por el encantamiento que Hermes había puesto sobre ella. Ahora tan solo le quedaban días…, cuando sus alas estuvieran listas, el conjuro moriría y podría atacarla, pero, por ahora, lo único que podía hacer era soportarla.
—Tú y yo, generando un nuevo mundo… Sabes lo que ha dicho Hermes…, prometió que te devolvería tus alas si tú tan solo… —Se frotó con fuerza contra él y se colgó de su cuello, enrollando las piernas en su cintura. Sus ataduras tiraron haciendo que gruñera—. Te librarías del dolor…, vamos… —Ella ronroneaba en su oído cuando Hermes entró. Mikela ni se molestó en bajarse, tan solo giró el rostro para verlo.
—¿Están reconciliándose? —Curioseó jocoso.
—Phill me está evitando nuevamente —lloriqueó ella.
—Dejará de hacerlo en un tiempo, tan solo dale tiempo, mi querida, haremos los tres un mundo nuevo. El hijo de un caído y un ser totalmente nuevo.
—Tomaré venganza… por ti —dijo ella, y Phill sintió que se le helaba la sangre—. La mataré por lo que te hizo y recobrarás tus alas cariño.
—¿Qué le has prometido esta vez, Hermes? ¿Con qué mentiras le has ido ahora?
—¿Yo? —Preguntó indignado, con cara de incredulidad—. Le he dado lo que nadie le dio y, a ti, por ti, haré lo mismo…
—No crees que te detendrán, ¿cierto? —Dijo, esbozando una sonrisa para luego mirar a Mikela—. ¿Le pediste que te cuente el resto?
—¡Oh, cariño! ¿Te preocupas por mí? —Mikela le dio un beso en los labios antes de que pudiera esquivarla—. ¿No es lindo, Hermes? —Las rodillas de Phill fallaron y casi cayó. Mikela se bajó y observó a Hermes—. Deberíamos ayudarlo, míralo. ¡Oh, cariño!
—Hazlo, no me importa —dijo el otro con desdén. Mikela soltó las amarras de los pies y lo liberó. Lo libró primero de un brazo y luego del otro, pero Phill sentía la coacción del hombre. Fue arrastrado hasta una cama donde lo acostaron y volvieron a amarrarlo, ya casi sin tanta fuerza. Mikela se sentó a su lado. Esquivó su mirada y miró el muro hasta que se marchó. Por un rato clavó su vista en el techo, sin pensar en nada, hasta que una mano cálida tocó su cuerpo. Pensó que Mikela había vuelto sin que la oyera, pero cuando giró el rostro para ahuyentarla, allí estaba Vatur. Quiso hablar con desesperación, pero la diosa levantó su mano y lo detuvo y, sin saber cómo, se quedó sin habla. En su mente le pidió que hiciera silencio.
—Calma, ya todo estará bien —susurró con una voz dulce y melódica. Una sonrisa se formó en la cara de la diosa y sus ojos destellaron una ternura que hizo que el corazón de Phill latiera a mil. Una sensación de alivio lo recorrió y su cuerpo se relajó. Paz, pensó. Tal vez la diosa había venido a sellar su muerte, tal vez venía a sacarlo de esta agonía. Pero ella se veía diferente, muy distinta a la forma inmaterial que había visto antes.
Suspiró y el cansancio se desvaneció, como si no hubiera dolor, como si nunca lo hubiera sentido. Aquella calidez de energía lo invadió, dejándolo limpio y puro, como si el daño que le habían hecho no hubiera dejado marcas. Notó que podía mover la cabeza, observó a la diosa y tras ella apareció una doxy. La pequeña mujercita no debía medir más que un medio metro; aun así, sus ojos vibraban de astucia y de poder. Vatur seguía sonriéndole, por lo que no necesitó más que eso para relajarse por completo. La mujercita tomó su pie y lo hizo estremecer por el choque de energía, como una cosquilla que le trasmitía de los pies a la cabeza.
Las doxys eran una especie hermana de las hadas, y él nunca había visto una, hasta ahora. Como las hadas, tienen una figura humana, solo que estas poseen un pelaje oscuro, además de contar con un par extra de manos y piernas que las hacen ver espeluznantes. Pero allí, junto a Vatur, tan solo parecía una niña curiosa; sus alas eran similares a las de los escarabajos: gruesas, de color oscuro como el pelaje y con vivaces ojos amarillos que parecían llamear con fuerza. La mujercita posó sus cuatro manos sobre sus piernas, transmitiéndole una sensación de exquisita energía.
—Todo estará bien, Phill —murmuró Vatur.
—¿Es la hora de mi muerte, cierto? —Preguntó aliviado de que la diosa hubiera venido por él.
—No, no lo es…, es la hora de tu vida… —dijo, y Phill la miró sin comprender. ¿Su vida? ¿Qué quería decir con eso?
Las amarras que lo sostenían se soltaron poco a poco y fue la diosa quien, como a un hijo, lo ayudó a moverse. Cuando logró sentarse en la cama, la doxy lo soltó para posar una mano en su brazo. Él le sonrió al sentir nuevamente cómo lo llenaba de energía; mirándola a los ojos, parecía una niña. Echó una mirada al cuarto y vio un enorme cíclope junto a la puerta. Estaba seguro de que ni en sus sueños había visto uno, pero estaba convencido de que si Vatur los había llamado no había nadie mejor para custodiar la puerta, ya que el cíclope medía más de dos metros, por lo que debía permanecer con su cabeza reclinada para no chocar con el techo. Su ojo, ubicado en el centro de su cara, lo observó un instante. Era tan fuerte, tan grande y tan hostil que Phill pensó que, tal vez, esto tan solo era un sueño.
—Muévete despacio —le indicó Vatur al oído y él lo hizo. Si era un sueño, era uno muy hermoso.
—Hermes esta aquí —alcanzó a decir cuando su cuerpo respondió. Aún sin fuerzas, debía alertarlos, debía decirles que quien lo capturó se encontraba cerca. Podría lastimar a Vatur, podría lastimarlos a todos, incluso a la doxy con ojos de niña traviesa. La diosa pareció entenderlo y con una mirada tierna le dijo:
—Sí, lo sé, tranquilo. —Le acarició la frente y, ayudada por un golem a quien no había visto aparecer, lo pusieron de pie—. Pero él no es el único en el arte del engaño —dijo la diosa y apuntó sus ojos a una mujer ubicada junto a las cadenas con las que lo habían atado durante días.
—¡Pobre de ellos! ¡Eres generosa, Vatur…, muy generosa! En mis tierras, esto se pagaría con sangre, ríos de sangre —susurró la mujer y aquellos ojos violetas se posaron un segundo sobre Phill.
—No me creas tan generosa, Maya, podría sorprenderte. —La mujer sonrió con complicidad a Vatur y desvió su mirada hacia él.
—Hermes es un embustero, nefilim, pero yo soy Maya, la diosa del engaño —sonrió y lo hizo estremecer. Había oído sobre la diosa Māiā que, según la literatura puránica, es hija de Ánrita y su madre es Nikriti.
Phill había escuchado por siglos de ella, pero nunca la había visto. Sabía por varias religiones hindúes que Maya es la deidad principal que manifiesta, perpetúa y gobierna la «ilusión» y el sueño de la dualidad en el universo de los fenómenos.
—Ni siquiera él es tan bueno…, todo será un gran sueño —volvió a sonreír, pero esta vez parecía compadecerse de él. Phill se miró y suspiró. Las marcas se habían ido. Volvió sus ojos a la doxy.
—No más, no más daño…, ¿ves? —Dijo ella sonriendo y exponiendo dos hileras de dientes filosos.
—Te lo agradezco… —Ella se sonrojó, o algo parecido a eso.
—Vamos —susurró el golem.
Lo sostuvo con todo su cuerpo y lo arrastró hasta una pared. Los golem son figuras del folclore medieval, y fueron creados por personas creyentes y cercanas a Dios, aunque no terminaba de descifrar a qué dios pertenecían. Phill nunca habría pensado que la bella Vatur pudiera crearlo. Como Adán para los humanos, el golem es creado a partir del barro, insuflándole después una chispa divina que le da vida. Solo los dioses poseían esa chispa divina, solo aquellos que tenían el poder de un dios podían controlar la creación. Se decía que los golem eran seres carentes de alma, pero Phill comenzaba a dudar de esas afirmaciones cuando, con cariño y cuidado, lo tomó en brazos como a un niño pequeño y le sonrió.
—¿Cómo saldremos de aquí? —Murmuró, intentando encontrar con la vista a Vatur.
—No lo olvides, Phill, «todo es mente, el universo es una creación mental, como un sueño». —Acarició su cabello rubio—. «Los pensamientos pueden convertirse en sueños». —Él lo sabía. Todo lo que crees, creas, si piensas cosas buenas, ocurrirán, y si crees cosas malas, también ocurrirán—. Y «como es arriba es abajo, como es abajo es arriba» —dijo Vatur, repitiendo uno de los principios del hermetismo. Terminó de decir esas palabras y colocó una mano sobre la masa de piedra frente a ellos. Phill vio cómo un hueco comenzaba a formarse y las partículas se separaban, apretándose en los extremos del hueco para dar paso a una luz cálida.
—«Nada permanece inmóvil; todo se mueve; todo vibra» —dijo recitando el principio de Vibración, y dio un paso al frente, al vacío que no esperaba encontrar. Como ella, el golem la siguió sin miedo, sin siquiera mirar una vez hacia abajo. Estaban en algún lugar alto y, aun así, cuando el golem salió, no cayó, sino que flotó con él en brazos, sin problemas. Detrás de ellos vio salir volando a la doxy que lo había curado; sus alas de escarabajo se movían tan rápido que casi no las podía ver. Luego, la diosa Maya se paró junto a Vatur y, moviéndose, todos observaron cómo el muro volvía a constituirse en una masa cerrada ante sus ojos…, y en ese momento notó que sus ojos se cerraban.
—Duerme, nefilim, duerme. —Phill no pudo distinguir si era la voz de Maya o de Vatur, pero la calidez y el cansancio se hicieron de su cuerpo y se sintió caer en un sueño profundo—. Duerme, nefilim…, todo estará bien… Morfeo… te cuidará…, duerme y ve con Morfeo. —Una sonrisa se formó en su rostro antes de que los brazos de Morfeo lo tomaran.