20

Llegué al edificio y subí y en cuanto puse un pie adentro sentí un déjà vu. Poco tiempo atrás había estado en este mismo departamento, había encontrando a Hero herido y Sal estaba desaparecida. Y lo que era aún peor, había llevado a Mikela conmigo. Pensé en ella y un gruñido se formó en mi pecho. El dolor y el pánico que me había causado con la desaparición de Sal no habían amainado. Y ahora, sabiendo que la maldita bruja estaba viva, pensaba sacarle la verdad sobre quién la había enviado, aunque tuviera que cortarla en dados. Imaginé por un instante cómo sería, y sentí la ira recorriéndome la piel como una onda eléctrica, y la increíble sensación de satisfacción al verla muerta.

—¡Nick! —Eva me tomó por sorpresa. Como ocurría desde hace un tiempo, mi cara debió trasmitirle algo, ya que hizo una mueca—. ¡Eh, chicas, Nicolás está aquí! —Gritó sin apartar sus ojos de mi rostro. Tomó una bocanada de aire y sonrió. Caminó hacia mí con la preocupación invadiendo su mirada—. ¿Estás bien? —Preguntó con cautela. La jalé hacia mí y la abracé. Odiaba que ellas se preocuparan por mí. Ojalá pudiera decirte quién soy, pensé y acaricié su cabello.

—¡Nicolás! —Carim parecía entusiasmada, vestía unos pantalones de gimnasia y una remera holgada, y llevaba un pañuelo que le cubría parte del cabello.

—¿Es la hora de los abrazos? —Se burló Sal apareciendo por el pasillo y me dedicó una sonrisa.

—Estoy bien —contesté, soltando a Eva—. ¿Cómo quedó el departamento?

—Como si nunca hubiera ocurrido nada —señaló Carim mientras aferraba un plumero en la mano.

—Eso es bueno —susurré, pero un momento después noté cómo el ambiente se cargaba de preocupación que provenía de Sal.

—¡Oye…, Nicolás! —Dijo Sal mirando el suelo—. ¿Crees que lo encontremos? Ya sabes…, a Phill.

—Lo encontraré, Sal, prometo que lo seguiré buscando. —Me hubiera gustado decirle que incluso mi madre estaba buscándolo, pero comenzarían a preguntar por ella y nunca se detendrían. Observé cómo el lugar había sufrido una drástica transformación, pero lucía bien. Hero llegó al rato con cajas de comida, lo cual agradecí, pues lo que había comido en la Sociedad no me había saciado el hambre. Nos sentamos a la mesa como lo habíamos hecho muchas veces. Como amigos, hermanos de lucha.

Las chicas estaban relajadas, el único que parecía un poco alterado era Hero. Nunca terminaría de conocer los alcances de sus poderes, pero presentía que eran más de lo que me había dicho. Después de cenar, las chicas volvieron a las tareas mientras Hero se encargaba de ordenar los muebles de la sala. Me acerqué a él y me dedicó una mirada dudosa.

—Quiero que sepas —dije mientras lo ayudaba a mover un sillón— que nunca podré agradecerte lo que hiciste por mí. —Él me miró y no pude descifrar sus pensamientos.

—No tienes que hacerlo —murmuró por lo bajo.

—Creo que debo, a veces pierdo la cabeza —intenté explicarme, mientras echaba un vistazo en dirección hacia donde estaban las chicas.

—No debes disculparte —volvió a decir con calma—. Todos nos confundimos y cometemos errores.

—Sí, pero yo no puedo cometerlos —confesé con pesar.

—Creo que debes darte un respiro —contestó, y se detuvo frente a mí con un almohadón entre las manos—. Creo que tienes que aprender que, a veces, hasta los dioses se equivocan. —Sus palabras repercutieron en lo más profundo de mi ser. Tragué con fuerza al notar la sinceridad en su declaración—. Debemos aprender de nuestros errores, no huir de ellos.

—Es más complicado que eso… —respondí, ganándome una sonrisa ladeada y una mueca que claramente decía que no me creía.

—No, no lo es. La dejaste allí, no sé qué pasó, no lo entiendo, pero te diré, por lo que sé, ella podría ser la mujer de tu vida, y aun así la dejaste —susurró para que las chicas no oyeran—. Una vez me preguntaste qué haría por Sal. Bueno…, creo que la pregunta sería qué no haría por ella. Dime, Nicolás, ¿qué harás ahora que sabes que ella existe en este mundo?

—Hay cosas más importantes que mi estado amoroso Hero —dije, y él no respondió—. La encontraron —afirmé, observándolo. Él frunció el ceño y se acercó—. A Mikela, la encontraron. —En sus ojos brilló el animal que lo habitaba, y vi su necesidad de venganza—. Iré por ella, pero necesito que estén aquí —añadí colocando una mano en su hombro—. Confío en ustedes, sé que harán lo correcto. Las chicas son emocionales y no las critico, pero pueden perder la cabeza.

—No puedes ir solo —siseó con los dientes apretados.

—Iré con la gata que rescatamos… —confesé, y me tomé un segundo para ver las emociones que cruzaban por sus rostros.

—¿Confías en ella? —Me preguntó sopesando mis palabras.

—Los necesito aquí… —repetí—. No importa si confío o no. Mi madre lo hace. —Recordé que Hero no sabía cómo Nina había defendido a Caroline—. Ella estuvo en el ataque a la Sociedad, evitó que entraran. Encontraron bombas caseras entre las cosas que los humanos tenían, armas blancas y todo tipo de cosas. Si no los hubiera detenido, no puedo imaginar lo que habría ocurrido. —Él estaba sorprendido.

—Escuché que alguien los había enfrentado y evitó que entraran, pero no sabía que era ella.

—Fue ella y te repito… —puse énfasis en cada una de mis palabras—. Los necesito a ustedes aquí, confío ciegamente en que sabrán qué hacer.

—Bien… —gruñó aún dudoso—. ¿La traerás viva? —Indagó, y fue mi turno para sonreírle.

—Imaginé que querías un tiempo a solas con ella.

—Digamos que sí —dijo haciendo una mueca y una sonrisa malévola curvó sus labios—. Pero si Sal lo oye, me matará.

—Tranquilo, te prometo que haré lo que pueda.

Dos horas más tarde entré en mi casa y encontré a Irizadiel al pie de la escalera. Me quedé un momento estudiando su hermosura. Era total e irrevocablemente hermosa.

—Te marchas, ¿cierto? —Ella levantó la cabeza, revelando sus ojos llenos de lágrimas.

—Debemos saber cuánto saben —balbuceó—. Me necesitan.

—Lo sé. —Me acerqué a ella y me senté a su lado. Mi hermana se dejó caer en el escalón y le pasé una mano sobre su hombro, atrayéndola contra mi pecho—. ¿Por qué lloras?

—Por dejarte, por esto —dijo, levantando las manos al aire—. Las chicas, yo…

—Estaremos aquí, esperando —prometí—. Te estaré esperando por eones, si es necesario. —Ella giró la cabeza y me sonrió.

—Gracias, nunca me había sentido tan… humana —agachó la cabeza antes de seguir—. Ya sabes, ser parte de algo.

—Eres parte de ellas también —añadí, sabiendo que las elementales la querían tanto como yo.

—No se los he dicho —gimoteó—. No tuve el valor.

—Estarán tristes, y muy, muy cabreadas porque no pudieron despedirse, pero creo que has cambiado sus vidas, incluso la de Hero.

—Es atlante —susurró y me miró—. ¿Lo sabes, verdad?

—Quería creer que no lo era —admití—. Pensé por un momento que no podía ser cierto.

—Lo es —afirmó mi hermana—. Es fuerte y tiene capacidades extraordinarias —asentí en respuesta.

—¿Quién diría que alguna vez llamaría amigo a un atlante? —Confesé riendo.

—No somos lo que nacemos, algunos no tuvieron elección —la miré sabiendo de lo que hablaba. Hero podrá ser descendiente de atlantes, pero más allá de todo, es mi amigo—. Te es fiel hasta la médula y confía en Vatur.

—Él es una caja de sorpresas —declaré en un suspiro.

—Hero es la prueba viva de que somos lo que queremos ser. —Asentí de acuerdo—. No es algo que se lleva en la sangre y nada más. Somos lo que nos creamos. Él creó su vida a base de tozudez y veneración hacia Vatur. La sangre no es nada…, somos nosotros los que tejemos nuestro destino, Nicolás. Como tú, con las chicas —sonreí y la observé—. Esas elementales son lo mejor que pudo pasarte —bufé poniendo los ojos en blanco—. Aunque no lo creas, hermano, te veo… —dijo colocando una mano sobre mi corazón.

—Ve con cuidado —supliqué.

—Lo haré, lo mismo para ti, hermano. —Le di un beso en la coronilla e Irizadiel se levantó y desplegó las alas—. Diles a las chicas que si no vuelvo…

—No te atrevas —imploré en un susurro y tomé su mano.

—Tan solo diles que siempre habrá un ángel velando por ellas.

—Les diré que volverás y podrán ver todas las películas cursis que quieran, y comer mucho helado de chocolate —respondí sin siquiera pensar en la posibilidad de perderla. Irizadiel sonrió y asintió.

Nomine Vatur, perducat nos ad aeternitatem. [En el nombre de Vatur, guíanos hasta la eternidad.] —murmuró ella, y respondí poniéndome de pie, apoyando el puño en el corazón.

Nomine Vatur —repetimos, sabiendo que no importaba lo que viniera, siempre estaríamos luchando por la diosa. Ambos nacimos como guerreros y moriríamos del mismo modo. Cerré los ojos para no verla partir y elevé una plegaria a mi madre para que la protegiera, fuera donde fuese.

Caminé vencido hasta la cocina y me dejé caer en uno de los taburetes. Clif debía de estar durmiendo y la casa estaba silenciosa. Ahora, sin las chicas ni Hero ni mi hermana, la casa parecía desierta. El silencio era atronador y no pude más que agarrarme la cabeza. Mi teléfono sonó, tomándome por sorpresa y rompiendo la mudez, lo que casi me hace caer de la silla. Casi. Miré la pantalla y vi el número de Zander.

—Zander… —dije agotado. Estas son las horas en las que adoraría dormir.

—¡Eh, Nick!, suenas cansado.

—Lo estoy —admití—. Hero tiene razón, lo peor de esto es no poder dormir.

—¡Realmente eso es una mierda! —Convino mi amigo.

—Él opina igual.

—Dejé a las chicas en la casa de un amigo —indicó e hizo una pausa—. Pero Vívika insiste en querer hablar contigo. Se siente bastante mal.

—No es el momento adecuado —me froté la frente.

—¡Oh, vamos, Nick! ¡No me salgas…! —Comenzó a protestar Zander, pero lo corté.

—Si no estás haciendo nada importante, mueve tu culo hasta aquí y te lo explicaré. —Escuché a Zander despidiéndose de un hombre, y un momento después gritar desde la entrada.

Wow! ¡Esto sí que se ve abandonado! Ahora realmente parecerás esos viejos que habitan en casas enormes…

—Estoy en la cocina —grité maldiciéndolo.

—… Me corregiré, de esos viejos amargados que pinchan las pelotas a los niños cuando caen en su patio —lo oí entrar y lo estudié de reojo—. ¡Te ves como la mierda!

—¡Gracias! Me alegra escuchar tus palabras de aliento.

—¿Qué ocurre? —Preguntó levantando una ceja de forma interrogativa—. No respondes a mi sarcasmo, que es genial por supuesto, y no te inmutas por nada. ¿Es que sufres el síndrome del nido vacío o qué?

—Sufro el síndrome M-I-K-E-L-A —dije deletreando—. ¿Lo conoces? —Expresé sin humor, la amargura transmitiéndose en cada una de mis facciones. Zander se tensó y su rostro se endureció.

—¿La encontraste? —Indagó serio, ya no había chistes ni bromas. Zander había cambiado a su modo centinela, y sus ojos brillaron ante la expectación.

—Sí, la hallaron —concedí.

—¿Y por qué estamos sentados aquí? —Interrogó tomándose de la mesada—. ¿Qué esperas?

—Iré con la gata que encontramos en el hospital —musité, y aquello pareció un baldazo de agua fría, pues se estremeció y retrocedió unos pasos.

—¿Qué? —Gritó molesto cuando se le paso el estupor—. ¿Por qué? ¡No! ¡No puedes ir con ella!

—Mi madre me lo ha pedido —susurré mientras me hacía sonar el cuello.

—No, no —dijo rodeando la mesada para sentarse a mi lado—. Confío en tu madre, pero con esa maldita… no puedes.

—¡No es una perra, defendió a la Sociedad! —Gruñí.

—¡No! ¡Ella no! Bueno, tal vez ella también. Pero hablo de la otra perra…, de Mikela. Es peligrosa, Nicolás.

—Necesito que te quedes aquí —afirmé—. Y sabes bien que no puedo llevarme a las chicas conmigo.

—¡Nicolás! —Chilló.

—La entrenaré —dije intentando calmarlo—. Estará lista —ambos teléfonos sonaron a la vez, por lo que nos tensamos de inmediato.

—¡Oh, no! —Murmuró Zander con fastidio—. La última vez que pasó algo así, estaba con Hero, y tú borracho…

—Aún debemos hablar de eso… —susurré.

—… Y luego atacaron la casa, la Sociedad, peleaste con Vívika, y todo se volvió un pandemónium… —Abrí el teléfono para evitar que Zander siguiera con su perorata.

—¿Sí?

—Nicolás, soy Nahima, ¿tienes a mano un televisor? Porque querrás ver esto —ella era la operadora de rescate de la S.A. Una humana que se encargaba de las conexiones de la red y las comunicaciones. Me levanté de un salto y caminé hacia el estudio, con Zander siguiéndome de cerca. Tomé el control y apunté a la pared falsa de madera que se movió a un lado, dándole paso a un costoso plasma de más de un metro y medio de altura y casi dos de largo.

—¿Dónde? —Dije al tiempo que lo encendía.

—¡En cualquier lado! Puedes ver la noticia en cualquier lado. —Nahima sonaba alterada. Eché un vistazo a Zander, hasta que algo volvió a llamarme la atención.

—… ¿qué ocurrió, puede decirnos algo? —Una rubia llevaba el micrófono y la cámara apuntaba a un hombre que estaba golpeado en el rostro.

—… sí, ese maldito entró aquí y atacó a mi mujer… —masculló el hombre, paseando sus ojos de la periodista a la cámara.

—… ¿Él le dijo algo cuando lo inmovilizó?

—… dijo que los humanos estamos perdidos, que no hay cura para nosotros.

Pero le dijo algo más… ¿Quién era? ¿Qué hacía?

Dijo que era un hijo de la diosa, que no importaba qué hiciera, la S.A. lo protegería, y que él, bueno, él saldría libre y vendría por mí…, tuvo la arrogancia de decirme su nombre.

¿Su nombre?

Sí, Benjamín, Benjamín Stork. —El tipo tembló y volvió la vista a la periodista, que ponía cara de terror y miraba a la cámara.

¿Benjamín Stork, el director de la S.A.? —Palidecí y se me secó la garganta.

¿Sabe algo más?

Sí, que yo tengo cámaras, cámaras en la casa, por seguridad

¿Tiene una imagen del que lo atacó…?

No, se movía muy rápido, con total impunidad… —Unos médicos alejaron al tipo y lo subieron a una ambulancia. En la habitación la temperatura bajó en picada. Por un instante el tiempo parecía haberse detenido.

Y aquí lo vemos, señores, la S.A. quien presume de tener a sus agentes y población bajo las reglas y ser un ente de paz y tranquilidad, hoy no lo parece tanto. En un momento mostraremos la imagen de la cámara

¿Tamara? —Dijo el tipo que hablaba con la periodista.

¿Sí, Tom…?

Se están armando disturbios en ese lugar, tenemos entendido que varios barrios se han armado y esperan un ataque…, este es el segundo ataque a humanos en solo dos semanas.

Aquí todo es confuso, hay muchos curiosos con los que hemos hablado que piensan que lo mejor sería arremeter contra la S.A., de la misma forma en que ellos lo están haciendo, Tom

¿Te refieres a armas?

Se refieren a atacar directamente a la población de oscuros que habitan en la ciudad… —Apreté los dientes y miré a Z.

—¿Nahima estás ahí? —Pregunté sabiendo que ella aguardaba en línea.

—Sí, Nicolás.

—Quiero las imágenes de esa cámara, y quiero saber si se están enfrentando en las calles. —Esto no podía estar pasando. ¡Maldita sea!

—Entendido —respondió automáticamente.

—Nahima… —volví a decir, quería decirle que no era cierto, pero aún no lo sabía.

—Lo sé, esto es una burrada, no creo ni por un segundo lo que dicen… —Ella era humana, incluso podía dudar de nosotros si quería, pero me calmó oír sus palabras.

—¿Dónde está Ben?

—En su despacho —dijo mientras se escuchaba el sonido de varios teléfonos sonando a la vez—. Él fue quien me pidió que alertara a todos los centinelas y agentes fuera de la S.A. Si esto se descontrola deberán traer a todos aquí.

—Envía a los equipos de rescate, que evacúen las zonas donde haya disturbios —ordené.

—Entendido.

Por un minuto fui cambiando los canales uno a uno. Algunos volvían a hablar con el tipo, otros colocaban la imagen de Ben. Muchos canales explicaban el peligro que representábamos para la raza humana y encontré otros mostrando cómo la gente se armaba. Pero lo que más me sorprendió fueron las imágenes de los enfrentamientos. Había un humano con un arma en su mano pisando un cuerpo: el que estaba en el suelo tenía colmillos. Luego otra, el interior de una casa: dos lobeznos y dos adultos, madre y padre, dentro había un hombre tomando del cuello el cadáver del lobezno. Se me revolvió el estómago.

—¿Qué haremos? —Preguntó mi amigo, y me giré para enfrentarlo. La verdad es que no sabía cómo proceder, lo único que tenía claro era que debíamos movernos.

—Pon en alerta a los tuyos, y llamaré a las chicas —dije y él asintió.

—¿Hablarás con Ben? —Me preguntó con una mirada sombría.

—Primero hablaré con mi madre.