19

Dora estaba sentada junto a una fuente ubicada en un sector del parque cubierto. El techo estaba protegido por enormes cristales tintados que filtraban la luz. Había creado aquel lugar hace mucho tiempo atrás, cuando noté la necesidad de Carim y Eva de estar al sol. Modifiqué este espacio y creé un jardín cubierto. Había plantas y flores, y asientos donde cualquiera podía disfrutar del día, protegido de cualquier ataque. Entré esquivando a una pareja de cambiantes en su forma felina. Me saludaron con un asentimiento de cabeza y siguieron su camino. Dora estaba absorta en el agua que se derramaba de una hermosa nereida.

—Has llegado —dijo sin girarse y con acento mexicano.

—¿Me has extrañado? —Pregunté sonriendo. Ella se dio vuelta y me sonrió.

—Siempre —murmuró. Me senté frente a ella y le tomé las manos.

—¿Has tenido algún problema? —Ella comenzó a negar, dándome palmaditas en la mano.

—No, ninguno. Deben de temerle mucho a Zander —susurró y soltó una risita. Unos hoyuelos se formaron en sus mejillas.

—¿Por qué lo dices? —Recordaba que Zander me había comunicado que ella estaba aquí, pero no me había dado más detalles. ¡Mierda! Con todo lo ocurrido, ni siquiera le había preguntado por qué la había enviado aquí ni mucho menos a darle las gracias.

—Ya sabes, prometió que me tratarían bien, o le arrancaría la cabeza a cada uno que me tocara. —Soltó con una risita, y sonreí también—. Él no parece ser malo, al menos que se convierta en algo más, pero nadie cuestionó su orden —ella volvió a reír.

—Es buen tipo —admití agradecido con mi amigo.

—Sí que lo es —señaló, acariciándome la mejilla—. ¿Cómo te encuentras?

—Perfecto, un poco alterado por los ataques…, ya sabes, solo eso —expliqué intentando disimular, aun sabiendo que ella sabía que no era todo.

—¡Ajá!…, ¿y lo demás? —Preguntó de forma pícara. Sacudí la cabeza, derrotado. No podía ocultarle nada.

—¿Por qué lo dices? —Interrogué, intentando sonar inocente.

—Tú nunca bebes… ¿Por qué ahora? —Bufé y me tomé la cabeza, avergonzado. Zander y su bocota, pensé.

—¡No puedo creer que te haya contado eso! —Dije ofuscado. Ella me acarició el cabello mientras escondía el rostro entre las manos.

—Si te alivia, él no lo hizo —respondió, palmeándome la rodilla.

—¡Ahora lo defiendes! —Le reproché entrecerrando los ojos, y Dora rio.

—No, tan solo digo las cosas como son…, y creo que debes hablar con tu madre ahora. —Levanté la vista y seguí su mirada. Allí, entre las hiedras que colgaban en un lugar a la sombra, estaba mi madre. ¡Lo que me faltaba! Me apresuré a mirar hacia todos lados, pero el área estaba inusualmente desierta—. ¡Tranquilo! No hay nadie, ni nadie vendrá tampoco.

—Es hermoso lo que has hecho aquí —dijo la diosa saliendo de las sombras, y sonreí. Mi madre reparó en Dora, quien se había puesto de pie—. Hola, Dora. —Vatur sonrió con agrado hacia ella, trasmitiéndole el amor que sentía por la humana, lo cual hizo que la temperatura subiera de inmediato.

—¡Mi diosa! —Susurró la anciana, intentando hincar la rodilla en el suelo, pero sin lograrlo. Su cuerpo era débil. Como no pudo arrodillarse, agachó la cabeza, refunfuñando por sus huesos. La tomé del codo para sostenerla.

—No creo que sea necesario, Dora —murmuré observando a mi madre, la que me respondió negando con la cabeza.

—Claro que no es necesario. De todos, tú nunca debes arrodillarte ante mí —dijo con aquella voz tan sabia y profunda. La diosa llegó hasta ella y tomó su rostro con la mano para que la mirara a los ojos.

—Lo haría si no fuera por estas piernas —se quejó la anciana. Vatur apoyó su mano en el hombro de la mujer con una expresión comprensiva—. Estas piernas están viejas, ya no sé cuánto puedan aguantar este cuerpo. —Un momento después suspiró aliviada y sus ojos se abrieron deteniéndose en la diosa.

—¿Aún duelen? —Le preguntó esta, sonriendo.

—¡Diosa bendita! —Murmuró Dora. No necesitaba preguntarle qué ocurría, sabía que sus piernas ya no dolían. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y las sorbió para no llorar. La diosa era generosa, mucho más que cualquier otra. Casi ningún humano u oscuro conocía su rostro, pero Dora no era como los demás.

—No llores…, no quiero verte llorar, cuidas de mi hijo. —Vatur la abrazó y en su lengua natal, la que solo pocos conocían, pidió protección para ella y pidió que calmaran sus dolores. Yo sabía que mi madre le habría otorgado la vida eterna si tan solo Dora así se lo pidiera, pero había aprendido que lo que no se pide, no puede ser dado. Si Dora deseaba vivir como un humano, así lo aceptaría, aunque en el fondo sabía que eso la desolaría al igual que a mí—. Tu madre del Cielo —dijo Vatur, señalándose—. Y tu madre en la Tierra —siguió, señalando a Dora.

—Soy bendecido —musité.

—Y antes de que lo preguntes… —añadió mi madre— sé que te emborrachaste, pero no fue por Zander. —Puse los ojos en blanco y me tomé la cabeza. Dora largó una carcajada y Vatur la siguió, cuando me sonrojé.

—¡Ustedes dos van a matarme! —Dije en un suspiro.

—Bueno, eso si no tomas en cuenta que tal vez Sal, Eva y Carim no lo hagan antes, por no contar a… ¿cómo se llamaba la chica?

—¿Cuál de las dos? —Preguntó Dora, frunciendo el ceño. Honestamente, sentía que hoy iba a morir de vergüenza. Podía controlar a los demás, pero nadie podía controlar a estas mujeres, e incluso me era imposible acallarlas.

—¡No hay dos! ¡No hay ninguna chica! —Me apresuré a decir con énfasis, pero ninguna de las dos me prestó atención.

—Vívika es la loba por la que bebió —continuó Dora, y rezongué de forma audible para demostrar mi fastidio—. Aunque estoy confundida con la gata que salvó.

—¡Escuchen…, escuchen…, suenan como dos viejas chismosas… y no, no hay gata ni loba! —Exclamé con vehemencia—. Bueno, tal vez Nina —balbuceé y me pasé la mano por el cabello con fastidio. ¡Mierda!

—¡Oh! ¿Ahora tiene nombre? —Preguntó mi madre, sonriéndole de forma cómplice a Dora.

—¡Mamá! —Gruñí.

—¿Qué le prometiste? —Me preguntó.

—Bueno, prometí entrenarla —tartamudeé y me odie aún más—, pero es solo eso —mascullé.

—No es lo que yo vi —agregó Dora estudiándome, y entrecerré los ojos taladrándola con la mirada.

—Me aventuraría a decir, hijo, que Dora es muy poderosa.

—¡Mamá…, no digas eso! Dora, ¿qué es lo que viste? —Indagué cruzándome de brazos.

—¿Ahora te interesa? —Preguntó la anciana, y maldije en silencio.

—No, bueno, yo… —Mierda, ahora tartamudeaba. Frustrado, me pasé una mano por la cara.

—Vamos a sentarnos. —Caminamos hasta una pérgola y se sentaron juntas. Vatur no dejó de abrazar a la humana ni un minuto y trasmitirle toda la energía vital que necesitaba la anciana. Yo permanecí de pie. Esta pequeña charla me había puesto nervioso: primero había sido mi madre, hablando de compartir mi jardín; ahora las palabras enigmáticas de Dora. Hice un mohín y volví a maldecir, podía sentir las miradas cómplices de las dos y por esto nunca las juntaba. ¡Nunca!—. Como decía, ya que no te importa lo que ocurra con la gata, creo que deberíamos hablar de otra cosa.

—Claro, total ya se han reído de mí —protesté.

—¡Nicolás! No seas insolente con tu madre —me recriminó Dora, y volví a poner los ojos en blanco.

—¿De qué quieres hablar, mama? —Pregunté de mala gana.

—Los ángeles buscan algo —dijo Vatur.

—Lo sé, destrozaron mi casa. Imagino que creían que «eso» que buscaban estaría ahí, aunque no tengo ni idea de qué buscan. ¡No sé cómo se les ocurrió que estaría en mi casa! —Protesté al recordar el destrozo que habían hecho.

—Porque está en tu casa —afirmó Vatur. La estudié confundido.

—¿Qué?

—Que está en tu casa Nicolás —repitió reafirmando sus palabras.

—Pero, no, espera, ¿qué buscaban? —Pregunté fijo a los ojos.

—¿Recuerdas la historia de la creación?

—Sí, la recuerdo —admití entre dientes, pensando que lo que fuera que buscaban, había vuelto a poner en peligro a mis asesinas.

—Bueno, lo que buscan es una parte de esa «chispa» —anunció, y retrocedí un paso.

—Aguarda. ¿Qué? No. Espera, ¿qué? —Balbuceé, intentando tomar aire—. ¿Aún existe eso de la chispa? ¿Cómo? ¿Cómo es posible?

—Porque existe la vida —afirmó Dora, y la miré extrañado. Eso era una historia, solo una fábula que les contaban a los niños.

—Pero ¿por qué la han guardado allí, en mi casa?

—¿Por qué no? —Preguntó mi madre con el rostro serio.

—¡Mamá! —Gruñí, sopesando lo que podría haber ocurrido si la encontraban—. No respondas con una pregunta a mis preguntas ¡Por la diosa!

—Mientras exista vida, existirá la chispa de la creación. Y en tiempos en que la venida de los ángeles se acercaba, la coloqué en un sitio donde ninguno la buscaría.

—La Tierra —completó Dora, y sentí la ira creciendo de a poco. ¿Acaso mi madre no sabía lo que había ocasionado? ¿No sabía que mis… Sal, Eva y Carim estarían en peligro? Incluso mi hermana.

—Mi casa… —mascullé apretando los dientes con furia—. ¡¿Y tenía que ser mi casa?!

—¡Oh, Nicolás! No te ofusques —murmuró Dora, quitándole importancia, mientras yo comenzaba a caminar de un lado al otro.

—¿Sabes lo que eso significa? —Antes de que pudieran responder continué hablando—. Significa que estoy en el ojo de la tormenta. ¡Significa que si han atacado la casa como lo han hecho hoy, seguramente es porque saben que está allí! ¿Cómo piensas sacarla? ¿Cómo la quitaremos sin que nos ataquen nuevamente? ¿Cómo? —Pregunté frotándome la cara, intentando encontrar una solución, cuando una idea cruzó por mi mente y me detuve para mirarlas—. ¡Aguarden! Si saben que está allí, es porque alguien avisó, ¿cierto? —Vatur asintió.

—Encontramos a Mikela —dijo mi madre. Hizo silencio por un minuto, observando mi expresión, que cambiaba del enojo al asombro, y de nuevo a la rabia—. ¡No irás solo! —Anunció.

—No puedo sacar a las chicas de aquí ni a Zander ni a Hero —dije enfrentándola—. ¿Cómo crees que lo haré? Quieres que cargue a Ben conmigo, ¿cierto? ¿Sería algo así como una salida de hijo y padrastro? ¿Eso es lo que quieres?

—¡Por la diosa, Nicolás! Estás siendo insolente —me cortó Dora y, apreté los dientes para no responder.

—Nunca te haría algo así —respondió mi madre.

—Bien. Bueno, no me importa, puedo hacerlo solo —ladré.

—¡Que seas un semidiós no te da derecho, Nicolás! —Gruñó Vatur—. Te he dicho que no irás solo y no lo harás, o te imposibilitaré y te llevaré a Orión conmigo y enviaré a otro en tu lugar.

—Y dime, ¿se te ocurre alguna…? —Hubiera dicho maldita idea, pero me contuve, pues sabía que el tema de mi madre y Ben era delicado—. ¿Idea de con quién debería ir?

—Sí —dijo con esa mirada enigmática que tanto la caracterizaba—. Hay una gata revoltosa que está causando estragos, creo que le vendría bien un tiempo a solas contigo. —Quise protestar, pero me detuvo levantando la mano—. Dominaste a Sal, creo que podrás con esta.

—¡No hables de ella así! —Me quejé—. Tiene un nombre, se llama Nina y ¿sabes el tiempo que tomará enseñarle las tácticas de lucha? ¿Las técnicas de combate? Y ¿sabes lo que tomará domesticarla?

—¿Y me dices que yo no la trato como corresponde y tú la tratas como a un animal?

—¡No me gusta verlos discutir! —Murmuró Dora, mientras sus manos artríticas se aferraban al banco, con los ojos vidriosos. Mascando rabia suspiré con fuerza e intente calmarme.

—Lo lamento, Dora —me disculpé un poco más tranquilo—. Lo siento madre, pero es que…

—Te diré lo que sé, Nicolás. El único modo que encuentres a Mikela es cuando el ocaso del día ocho de este mes toque el horizonte. Lo que significa que hay tiempo.

—Me han visto yendo con la… con Nina —musité. Deberían decirme al menos eso.

—Creo que todo puede pasar. Si yo fuera tú, me apuraría y, por sobre todo, la entrenaría muy bien. Vas a necesitarla. —Vatur se levantó del asiento, se agachó y besó a Dora en la mejilla. Me dio un beso fugaz y se alejó, perdiéndose entre las sombras.

Después del encuentro con mi madre, me encontraba bastante ofuscado, pero aun así, acompañé a Dora hasta el comedor general, que se parecía mucho a un restaurante francés. Tenía pesadas cortinas sobre vidrios totalizados, una alfombra con rombos en rojo y negro, y mesas redondas. Todo gracias a Ben. Personalmente, pensaba que era anticuado y oscuro, pero a muchos les gustaba comer allí, ya que compartían el lugar con muchas familias. La única norma del comedor era estar en forma humana. Solo los niños pequeños podían andar en cuatro patas. Ni bien entramos, nos envolvió el bullicio que se extendía por casi todo el lugar. Dora me tomó de la mano como a un niño y me arrastro con ella.

—Por aquí estará bien —me dijo. La había seguido sin prestar atención hacia dónde nos dirigíamos. La charla con mi madre había sido tremendamente perturbadora, por lo que no noté dónde estábamos hasta que nos detuvimos y me encontré parado frente a la mesa en la que Nina comía sola. Ella levantó la cabeza sin saber qué decir, y su tenedor se detuvo entre el plato y la boca. Estaba sorprendida.

—¡Eh, Nicolás! —Me saludó y su mirada paseó desde la mujer hasta mí. Quise poner los ojos en blanco en dirección a Dora en cuanto me di cuenta lo que tramaba la anciana. ¡Tramposa!—. ¿Cómo…? ¿Cómo estás?

—Lamentamos interrumpir tu comida, cariño —se excusó la anciana, mirándome de reojo mientras me asestaba un codazo en las costillas, que logré disimular—. Soy Dora, veo que conoces a mi sobrino. —Nina levantó los ojos hasta mí y sonrió.

—No es molestia señora, soy Nina. ¿Quieren… quieren sentarse conmigo? —Preguntó señalando las sillas vacías. Yo quería protestar, buscar una excusa, pedir que me tragara la tierra ¡cualquier cosa!, pero Dora se sentó, dejándome de pie de forma incómoda. Así que reuniendo la poca paciencia que me quedaba, dije: Disfruta de la velada.

Nina me observó extrañada mientras yo buscaba algo en lo que prestar atención más allá de sus ojos color chocolate, hasta que Dora comenzó a parlotearle sobre la comida, la vida en la S.A., y lo bella que era. No era común para mí sentirme incómodo, pero todo esto realmente me molestaba y no sabía cómo actuar, así que intenté poner mi mejor cara. Y allí estaban de nuevo las jodidas Moiras, riéndose de mí, justo cuando creía que los ángeles eran lo peor que podía pasarme. Dora se dirigió al baño y Nina se atrevió a hablarme.

—¿Te encuentras bien? —Me preguntó, mientras yo masticaba un bocado de algo que había pedido al azar. No quería imaginarme lo que me diría Dora si le contaba que, por el momento, no podía comer, así que pedí lo primero que vi.

—Sí… ¿Por qué? —Respondí intentando parecer natural.

—No sé, luces… extraño. Como si estuvieras incómodo.

—¿Incómodo? —Dije tosiendo cuando me atraganté.

—Sí, ya sabes, con mala cara, como si estuvieras constipado o algo así —añadió ella, haciendo un gesto extraño.

—¿Constipado? —Ella levantó una ceja, haciendo una mueca rara que me hizo sonreír—. ¿Cómo luce una persona constipada?

—Ya sabes. —Ella hizo un mohín—. Ya sabes, como si hubieras chupado limones o cosas así —dijo y solté una carcajada. Era lo mismo que solía decirme Eva algunas veces.

—Estoy bien —afirmé cuando logré dejar de reír—. A partir de mañana empezaremos el entrenamiento. Por ahora será aquí, luego veremos, ¿está bien? —Ella asintió—. Necesito compañía para una misión y creo que te vendría bien.

—¿Crees que alguna vez lograré ser como…? ¿Cómo es que llaman a los…?

—Asesinos, sí, tal vez algún día. Pero, por ahora, trataremos de que aprendas todo lo posible para sobrevivir a la misión. Pero estoy seguro de que lo lograrás. —Eso pareció alentarla. Se acodó en la mesa, mirándome directamente a los ojos.

—Creo que está bien para mí. Soy rápida aprendiendo y, últimamente, he aprendido un par de cosas.

—Eso ayudará —confesé. No teníamos mucho tiempo, por lo que no iba a ser un entrenamiento normal. Debía forzarla a aprender.

—¡Genial! Al menos podremos darnos unos golpes antes de salir…

—¿Golpes? ¿Quién te dará golpes? —La interrumpió Dora con seriedad al regresar del baño. Nina levantó primero sus ojos hasta la anciana y luego hacia mí—. ¡Nicolás! —Exclamó dándome un golpe en el brazo. Un golpe que honestamente no merecía—. ¡Tú no puedes golpearla! Los hombres no pueden golpear a las mujeres y lo sabes bien.

—¡Solo me entrenará! —Exclamó Nina en mi defensa, cosa que agradecí—. Y créeme, Dora, es del único del que los soportaré. —Nina sonrió con suficiencia—. Si me enseñas… —continuó mirándome— soportaré los golpes.

—Es un trato —afirmé.

Me marché un poco después, y me metí en el coche rumbo a casa, aunque primero iría a ver a las chicas en el apartamento.

—Mañana será un largo día —susurré en el vacío del coche. Un día muy, muy, muy largo.