18

—¿Qué ocurre? —Me preguntó Zander ni bien entraron al despacho. Noté la inquietud en su postura y sabía que me veía tan desencajado como me sentía. Apoyé los nudillos sobre el escritorio y los observé a ambos. Desde afuera, se filtraba el murmullo de los que apaciguaban aún las llamas, pero dentro de la habitación el silencio parecía devorarnos a los tres.

—Quiero que se encarguen de ella —dije sombrío, ocultando la mirada. Hero estaba inquieto, podía sentirlo, y sabía que se debía a mí. Estaba desestabilizándolo.

—Te refieres a… —dijo Zander cuando lo miré, y se pasó el pulgar por la garganta como si se degollara— que me encargue de ella o…

—No, tan solo encárgate de todo, yo… —gruñí, tragando y suspirando con fuerza y sin saber que decir—. Debes encargarte de ellas.

—Nicolás, tal vez… —aventuró Z, pero lo detuve levantando la mano.

—Detente… ¡Deténlo ahora! —Respondí cortante—. ¡No más distracciones! Hubo un ataque, somos profesionales y llevaremos la defensa adelante. La ciudad está en peligro, lo han visto con sus propios ojos —dije señalando la ventana desde donde se podían ver los daños—. Aún no sabemos si la gata sabe por qué intentaron matarla. No hay tiempo para juegos, ¡simplemente no hay tiempo! —Gruñí, golpeando los puños en el escritorio—. ¡No me importa ni cómo ni dónde! Tan solo hazlo, Zander —susurré con cansancio—. Sé que Alex te preocupa y por eso creo que lo mejor sería que tú lo manejes.

—¿Y tú qué harás? —Me preguntó, y paladeé la amargura de su pregunta.

—Mi trabajo —balbuceé—. Por lo que estoy aquí, como debí hacer desde un principio. Hablaré con Ben y les daré la información en cuanto lo sepa.

—Iniciaré el traslado de las chicas al apartamento —dijo Hero, y asentí agradecido.

—Bien… —afirmé. Observé la preocupación en sus rostros—. No voy a hablar más de este asunto, quiero que lo sepan. Hay mucho por hacer. Tengo que encargarme de esto y espero que comprendan que aprecio su ayuda y su amistad. Hero, quiero que me avises si presientes algo, no sabemos cuántos de ellos hay ahí afuera.

—Bien —repitió el asesino y dio un paso hacia la puerta.

Zander lo siguió con desagrado. Cuando la puerta se cerró, me deshice en el sillón mientras me tomaba la cabeza; en una parte muy íntima de mi ser todo esto me dolía. Otra vez las Moiras estaban jugando con mi destino. Pero ahora no tenía tiempo para ello. Si las Moiras se empeñaban en cagarme la vida, ¡que así fuera!

Tomé el teléfono y llamé al directo de la Sociedad. En silencio, me levanté y caminé hasta la ventana; desde allí podía ver a todos corriendo de un lado para otro. Vi a Eva cargando unas maletas hasta el coche de Z. Hero seguramente le había avisado de su cambio de casa. Estar juntos lo único que provocaría sería que los ángeles tuvieran un blanco fácil.

—Nicolás —Ben respondió un poco más lento que de costumbre. En otro momento me habría burlado o le habría hecho una broma, pero no estaba de humor.

—Sabes del ataque, ¿cierto? —Pregunté mientras me frotaba los ojos.

—Sí, sí… Necesito que vengas a la Sociedad.

—¿Los atacaron? —Pregunté y cerré los ojos con fuerza. El ataque había sido más atrevido de lo que pensaba.

—Sí, sí —respondió cansado, y casi podía imaginarlo arreglándose los lentes—. Pero los que vinieron no tenían alas.

—No tenían… ¿Qué significa?

—Significa que eran humanos, como en la caza de brujas. Eran humanos con garrotes y palos —murmuró, y apreté los puños en respuesta, imaginando la escena—. Y no te imaginas quién fue la responsable de alertarnos de ellos… y machacar a unos cuantos. —Me froté la cabeza y recordé que Dora estaba en la Sociedad por órdenes de Zander. Debía de ser ella.

—No me lo digas —respondí con un suspiro.

Diez minutos más tarde estacioné el coche cerca de la entrada y bajé. Vi las pintadas en las puertas y en las paredes. Rojo, como la sangre que sería derramada si no detenían esto. Sin pensarlo más, entré y encontré sillas caídas y cosas revueltas en la sala de espera. El mostrador de Caroline estaba desordenado, con pintadas. Ella estaba agachada, juntando unos papeles y gimoteaba detrás del mueble. Me acerqué despacio para no asustarla.

—Hola, Caroline… —musité por lo bajo. Ella lucía realmente abatida, su ropa estaba rota, su cabello despeinado.

—Hola, Nicolás —balbuceó. Cuando me miró, noté un golpe en su ojo y las lágrimas que corrían por sus mejillas, desarreglando su maquillaje.

—¿Qué ocurrió aquí? —Pregunté. Lentamente se puso de pie y me miró. Caroline es humana, ella no debería haber sido el blanco de los ataques. ¿Qué mierda había pasado?

—No lo sé, fue todo muy rápido —dijo con voz entrecortada—. Un grupo de humanos llegaron, decían que querían hablar, que estaban siendo acosados. ¡No sé!, se mostraban temerosos y decían que necesitaban refugio, ¿sabes? —Farfulló atropelladamente—. Esperaron aquí hasta que Monik, la encargada, viniera, y, bueno, se abalanzaron sobre ella e intentaron entrar a la fuerza; era como si estuvieran poseídos… Traté de ayudarla, pero me tiraron, me… me dijeron que era una amante de los oscuros y que merecía… —Ella volvió a gimotear. Rodeé el mostrador y la abracé—. ¡Fue horrible!, ellos golpearon a varios más que aparecieron cuando escucharon los gritos y fue… —sorbió su nariz—. Cuando apareció Nina, ella reconoció a uno de ellos y le saltó encima al tipo que me golpeaba. Lo quitó de un golpe y fue por otros, dándonos tiempo a pedir ayuda. Tendrías que haberla visto, Nicolás, con sus dos piernas derribó a más de tres tipos altos y grandes… Me refugié tras el mostrador mientras otros tiraban hacia adentro a Monik y a los demás, cuando algunos más llegaron a controlar la situación. Bueno…, cuando los demás llegaron, Nina había noqueado a la mayoría y se peleaba con otro tipo musculoso. ¡Tendrías que haberla visto, Nicolás! ¡Fue genial! —Exclamó agitada, y sonreí al escuchar el entusiasmo en sus palabras—. Ella nos defendió, ella… ¡fue genial! —Caroline suspiró como si aquello la consolara. Seguramente la tal «Nina» se había hecho una fiel amiga después de hoy.

—Caroline…, ¿quién es Nina? —Hice un esfuerzo por recordarla, pero había mucha población aquí últimamente. Ella se apartó un poco y me miró sorprendida.

—La gata, ¡oh! ¡No sabías su nombre! La gata que trajiste la otra noche, Nina. ¿No sabías cómo se llamaba? —Comencé a unir las partes del rompecabezas. Nina, la misma gata que nos había dicho malditos. Sacudí la cabeza y sonreí de lado.

—No, la verdad que no… —admití—. Tranquila, todo estará bien, me alegro de que llegara a tiempo —dije mientras le acariciaba el pómulo enrojecido.

—Ben mandó reforzar la seguridad. Dicen que también atacaron tu casa, ¿cierto? —Me preguntó.

—Sí, pero esos tenían alas. —Sus ojos se ampliaron ante mis palabras—. Me alegro de que Nina llegara a tiempo. Debes colocarte una compresa fría en ese ojo. —Asintió en silencio.

—No la sancionarán, ¿no? —Dijo asustada—. Ella los atacó, pero los humanos fueron los primeros, no le harán daño, ¿cierto?… ¿Ayudarás a que Ben no la castigue? No quiero que la castiguen, ella nos defendió… —Percibí la desesperación en su voz y una sonrisa se forjó en mi rostro. Hace días había peleado con Nina por odiarnos, nunca podría castigarla por defendernos.

—La ayudaré en todo lo que pueda —confesé. Eso la relajó, haciéndola sonreír torpemente.

—Gracias. Le avisaré a Ben que estás aquí. —Ella se soltó y corrió a su escritorio y comenzó a revolver con impaciencia, buscando el intercomunicador.

—Tranquila, sé el camino; además, primero debo agradecer a Nina. —Ella asintió y me alejé dejándola tranquila. Pasé la primera puerta y encontré a dos guardianes armados, los saludé al pasar y seguí hacia el ala donde la gata estaba instalada. Aún no podía creerlo. Si algún adivino me hubiera dicho que ella defendería a alguien en nombre de la S.A., no le habría creído. Llegué a la puerta y golpeé.

—¿Quién es? —Preguntó en un grito desde adentro.

—Soy Nicolás… —Ella abrió la puerta de golpe y me fulminó con la mirada.

—¿Qué quieres? ¿Viniste a castigar mi comportamiento? —Se giró dándome la espalda, caminó hasta la cocina y se perdió dentro. Esperé en la puerta sin moverme un centímetro. Ella se había ganado mi respeto o, al menos, un poco. Había defendido a Caroline y a Monik, no podía ni imaginar lo que habrían hecho con ellas si nadie las hubiera ayudado. Estaba seguro de que estaríamos limpiando sangre en la puerta de entrada. Pasaron unos segundos hasta que ella estiró la cabeza para verme y me observó, parado allí—. ¿Qué? —Preguntó frunciendo el ceño.

—¿Puedo pasar? —Dije, y ella lució confundida. Dio unos pasos afuera y me enfrentó.

—¿Puedo decirte que no? —Hizo una mueca, y levanté los hombros, asintiendo.

—Claro…, sí, puedes. —Ella me estudió un segundo, como si sopesara si le mentía o no. Al ver que no me movía, bufó y sacudió la mano.

—Entonces entra, ¡sí, entra! —Di un paso adelante, aún con ella observándome. Reparé en que había colocado cosas nuevas en la habitación. Había un par de cuadros sin colgar apoyados contra el muro, y una televisión de pantalla plana en una esquina, que emitía un sonido suave. Había una alfombra grande y mullida, casi podía imaginarla amasándola en forma de gata, y la cama ya no tenía las sábanas grises de la Sociedad.

—¿Te has adaptado?

—¿Adaptado? —Preguntó incrédula mientras seguía mirando sus cosas.

—Sí —dije señalando los cuadros—. Veo que has hecho unos cambios.

—Sí, bueno, si voy a quedarme aquí, ¿qué más da?

—Me gusta —admití. Ella volvió a la cocina—. Me gustó lo que hiciste allá afuera, aunque no entiendo bien por qué lo has hecho, pero…

—¿Por qué los defendí? —Me preguntó.

—Sí. ¿Por qué lo hiciste? —Admití. Ella salió de la cocina y se acercó con dos tazas y me ofreció una.

—Hablé con mi madre —continuó. Acepté la taza y me senté en la cama mientras ella se cruzaba de piernas en el piso, sobre la alfombra—. Le conté lo que me ocurrió, ¿sabes? Esperaba que me ayudara y me sacara de aquí —susurró y se mordió los labios mientras observaba su taza—. Antes de que llegaras… —me echó un vistazo rápido— a decirme que no podía marcharme, pero no lo hizo, ni siquiera se molestó por mí. Recordé lo que me dijiste. —Sus dedos se enroscaron en un hilo de la alfombra distraídamente, mientras hablaba sin mirarme—. Ellos… —masculló—, unos amigos me enviaron algunas cosas de estas, estas cosas —dijo señalando los cuadros—. Pero… yo, ahora, no… —Tragó con fuerza y se aclaró la garganta, intentando seguir, pero no necesitaba que me dijera nada más. Simplemente le habían dado la espalda.

—Lo lamento. —Ella levantó los ojos—. De verdad, lo lamento mucho. Encontraron al que te convirtió.

—¿En serio? —Sus ojos vidriosos brillaron.

—Sí, lo tienen en custodia, pues quieren averiguar algo más de él, pero tiene una condena sobre su cabeza y nunca más…

—Gracias —susurró, haciendo un gesto parecido a una sonrisa—. Imagino que te preguntarás qué hacía allí, ¿no?

—Eso no me interesa. Lo que importa es que salvaste a Caroline —dije, y ella asintió.

—Eran como seis… y se le lanzaron encima. Tendrías que haber visto cómo la golpeaban. ¡Esos malditos! Caroline nunca lastimaría a nadie, ni siquiera creo que pueda matar una araña sin llorar, y ellos, la golpeaban muy duro.

—Ella me pidió que hablara contigo. Estaba muy agradecida. —Nina me observó con calma y le dio un sorbo a su bebida—. Nina —dije sonriendo—, me gusta el nombre que tomaste.

—Ya sabes. Es ridículo —murmuró y sus mejillas se enrojecieron, haciéndola lucir más joven—. Pero pensé: ahora soy una gata, ¿no? Mi hermana solía tener una gata a la que no le había puesto nombre y yo la llamaba minina, y pensé que ahora soy como ella. Una gata sin nombre y pensé, ¿por qué no?

—Nina —dije pensando en su historia—. Me gusta. —Me relajé un poco al verla parlotear. Definitivamente, no era nada comparada a la que conocí en el hospital. No estaba totalmente relajada, aún era cautelosa, pero tenía fuerzas y ganas de vivir, y eso la mantendría viva.

—Estaba por pedir que me enseñaran a pelear. —Le dio un sorbo al café mientras la observaba—. Por eso estaba en las oficinas. Quería que me permitieran hacer algo, no sé, usar el gimnasio, cuando los oí. Escuché a Caroline gritar y me fui sobre ellos —gruñó apretando los dientes—. ¡Malditos! —Me echó un vistazo rápido—. Ya sabes, ¡malditos humanos! —Solté una carcajada que la sonrojó—. Unos hombres golpeaban a Caroline y a…

—Monik —dije.

—Sí, a ella, a Monik y odio que los tipos golpeen a las mujeres, no importa quién o qué raza sea, está mal, no pueden.

—Estoy de acuerdo —añadí y pensé en Vívika, soportando los golpes. Definitivamente, la gata nunca los hubiera soportado.

—¡Oye!… —dijo, y llamó mi atención sacándome de mis cavilaciones, y agradecí la distracción. No necesitaba pensar en Vívika ahora—. No lo envenené. —Fruncí el ceño sin comprender. Ella señaló la taza que tenía en las manos—. No lo envenené —repitió. Sonreí, y ella me imitó—. Creo que los humanos me habrían matado si no hubieras ido por mí —admitió. Bebí un sorbo y sonreí.

—Está bueno —le dije, levantando la taza. El café me dio un respiro, estaba delicioso.

—Bueno, básicamente me salvaste de los alados también —añadió, torciendo la boca.

—Sí, alados…, ni me hables de ellos —murmuré con desagrado.

—¿Qué hay con ellos? Nunca había visto algo así. ¿Qué pasa con ellos? —Ahora parecía curiosa.

—Atacaron mi casa —confesé, sin saber muy bien por qué le contaba todo eso.

—¿Hay alguien herido? —Preguntó, y lo pensó un instante—. ¿Fue en venganza por salvarme?

—No creo. Tan solo está pasando algo muy grande. —Bebí el resto del café y me levanté. Nina me imitó—. Notificaré que te permitan entrar al gimnasio.

—Gracias.

—Y creo que deberías ir a que te vean eso en la enfermería —completé. No se me había pasado por alto su mano magullada. Le entregué la taza—. Te enseñaré a pelear si es que lo deseas; también hay otros muy buenos por aquí y…

—No, no, —dijo, interrumpiéndome—. Tú, bien… —La miré sin comprender—. Tú, puedes entrenarme, ¿sí? —Suspiró cuando levanté una ceja, preguntándome si algún día hablaría de forma pausada o no—. De un extraño a la vez…

—Entiendo. Me parece correcto.

Me marché de su cuarto con la promesa de que volvería más tarde. Tal vez entrenarla lograría que pensara menos en mis propios problemas. Necesitaba eso. En parte me consolaba saber que podría entrenar a Nina y sentirme productivo al mismo tiempo. Admiraba a la gata, no todos se adaptaban tan rápido al cambio y menos sabiendo que su familia no los quería. En cambio, ella parecía dolida, pero no derrotaba y eso me gustaba. Entrenarla afianzaría su lazo con la S.A. Seguí pensando en Sal mientras recorría los pasillos. Estar cerca de la Sociedad me ayudaría a crear un plan para el futuro. Iba divagando cuando algo cruzó por mi mente. Dora. Ella estaba aquí. Debía buscarla.