16

Alex vio a Nicolás reaccionando de a poco, lo escuchó resoplar y ponerse de pie. Parecía que el alcohol había dejado de surtirle efecto, y estaba bien para ella, ya que tenía varias cosas que decirle. Ahora podía moverse con normalidad.

Se sintió mal por él, no daba la impresión de que fuera alguien que hiciera ese tipo de cosas. Él apretó los puños contra su cara, y ella esperó a que se recompusiera para decirle lo que pensaba. Lo observó desde el otro lado de la sala, sin hacer ni un ruido. Él juntó las palmas de sus manos y se las llevó al pecho como si rezara. Alex suspiró y caminó hacia él envalentonada.

—¿Qué le dijiste? —Le exigió. Nicolás abrió los ojos y echó un vistazo. La encontró parada allí, disgustada y con los brazos en posición de jarra.

—¿Yo? —Masculló molesto.

—¡Sí, tú! No me importa quién seas, o qué seas, pero no puedes dejarla llorando de ese modo —exigió mientras apretaba los dientes, y levantaba las cejas, imprimiéndole a sus palabras todo el enojo.

—Ella no está… —musitó él, y lo pensó un momento. Se cruzó de brazos—. Yo no tengo que…

—¡Mira, tú…! —Rugió ella, con el dedo índice presionando el pecho de Nicolás—. ¡Ve y arréglalo! ¿Oíste? Ella ya tiene un idiota de qué preocuparse, no necesita otro.

—¿Me llamaste idiota? —Le preguntó y ella soltó una carcajada.

—¡Ve-te! —Indicó, señalando en dirección al pasillo. Nicolás frunció el ceño malhumorado.

—Humana… tú no… —bramó, pero ella no pensaba dejarlo hablar.

—¡Cierra la boca cabrón, y ve, y arréglalo…! ¡A-H-O-R-A! —Nicolás maldijo y ella se limitó a caminar hasta estar ante la televisión. La encendió y se sentó. Él apretó los puños y se dirigió hacia el baño. Alex se levantó, silenciosa y se colocó cerca del pasillo para escuchar.

—¿Vívika? —Susurró él.

—¡Vete!… —le gritó su amiga en respuesta.

—No me iré.

*****

—¡Lo sé! —Respondió Vívika y abrió de improvisto la puerta. Quedaron parados frente a frente. Ella sabía que tenía los ojos hinchados y sorbía su nariz—. Esta es tu…, por lo tanto tus reglas, ¿no?, ¡bueno, eso se acabó! —Lo empujó a un lado, haciéndolo retroceder y entró en su habitación para juntar sus cosas.

—¡Maldición!, puedes escucharme…

—No, ¿para qué…? —Comenzó a recoger las cosas—. ¿Por qué debería? —Se burló.

—Escúchame Vívika… —Cuando ella siguió guardado las cosas como una posesa, Nicolás se acercó exasperado—. ¿Podrías parar? —La tomó de la muñeca y la giró para que lo mirara.

—¿O qué? ¿Vas a pegarme? —Eso lo paralizó por completo y la soltó—. ¿Qué vas a hacer, centinela? ¿Hacer que me recluyan o algo así?

—Yo nunca quise… —musitó, y ella se sintió bien haciéndole frente—. Nunca lastimé a ninguna mujer.

—¿De verdad? —Él apretó los dientes con fuerza y ella sabía que quería gritarle, pero se contuvo. La loba de ella estaba molesta. El hecho de que no se hubiera transformado allí mismo debería indicarle a él cuánto dolor y odio podía controlar, o lo que era peor, al que estaba acostumbrada—. ¡Vamos! Golpéame, es lo que quieres ¿no? Vamos hazlo grandulón, golpéame… —Ella se acercó a unos centímetros de él, mirándolo a los ojos. Vívika lo observó mientras él buscaba recomponer la poca cordura que le quedaba, escondiendo los ojos de ella. Se pasó la mano por el cabello, como si pudiera empujar todos los pensamientos que Vívika hacía nacer en él. Se enderezó y salió del cuarto.

*****

Zander supo que algo andaba mal en cuanto llegó. Sintió la presencia de Nicolás, más bien su energía manando a raudales, y eso era algo peligroso. Sabía que su amigo estaba perdiendo el control. Había pasado antes por algo así, y sabía que el resultado no era bueno. Nicolás escondía su dolor en lo más profundo de su alma para no distraerse con nimiedades, y lo confirmó en cuanto lo vio salir. Le dio una mirada rápida de disgusto y siguió.

—Nicoo… —dijo, pero él no se detuvo y salió sin mirar atrás. Z lo siguió de cerca, y recién se detuvo cuando llegaron a la vereda y tomó una bocanada de aire.

—¡Oye, amigo! —Exclamó mientras sentía la energía de Nicolás como si fuera una bomba nuclear—. ¿Qué pasó?

—¿Dónde está el coche? —Preguntó, y Zander supo que el Nicolás, con el que había bebido anoche, se había ido.

—¡Maldición, Nicolás!… —rezongó.

—¡Escúchame! —Gruñó su amigo—. No es el momento, ¿está bien? Tan solo dime dónde está el coche.

—En la esquina, las chicas están bien, Hero las ayudó… —Zander maldijo cuando Nicolás se alejó sin mirar atrás. Se giró antes de perderse de su vista.

—Estás a cargo de ellas… —le gritó y se metió en el coche. Z sabía que se refería a Alex y Vívika. Pensó que simplemente podía aparecer adentro del coche y acompañarlo, pero no se molestó en hacerlo. Sabía muy bien cuando su amigo se cerraba en sí mismo, y eso era exactamente lo que estaba haciendo, aunque bien no sabía por qué. Subió lentamente las escaleras y halló la puerta abierta.

—¿Alex?

—¿Qué mierda le pasa a tu amigo? —Exigió ella.

—No sabes lo que es… —dijo Zander. ¿Cómo mierda podía explicárselo?—. No lo entenderás… Es muy largo.

—¡Vamos! ¿Qué? ¿Acaso no puede ser solo decente? —Z puso los ojos en blanco. Por qué siempre pasaba lo mismo. Todo el mundo recurría a él para saber de Nicolás.

—No sabes por lo que está pasando ahora —le espetó en su defensa, sin poder decir realmente lo que le ocurría a su amigo—. Él no quiso…

—¿Lo estás defendiendo? —No necesitó responder, ella lo hizo por sí sola—. ¡Claro que lo defiendes! ¿Cómo no ibas a hacerlo?

—¡Maldición Alex…!, nunca había visto a Nicolás atraído hacia alguien por más de unas horas. No lo he visto salir con nadie ni preocuparse tanto por alguien que no sean sus protegidas ¡Por la diosa santa! Se estaba abriendo y, simplemente, ahora… —Fastidioso, se rascó la cabeza y apretó las manos—. ¡Olvídalo! —No se detuvo ni a pensar, simplemente de desmaterializó lejos de allí. Justo a la entrada de la mansión de Nicolás, un grupo de emergencia había sido enviado y se movían como hormigas laboriosas, limpiando y quitando cosas.

—¿Dónde está Nicolás? —La voz de Hero llegó del otro lado. Lucía un poco sucio, con hollín. Debía de haberse metido en la casa a buscar a las chicas, estaba despeinado y fatigado.

—Viene en camino —respondió de forma seca.

—¿Qué pasó? —Preguntó Hero, sacudiéndose la ropa.

—Tuvo una discusión de borracho con Vívika, y no sé lo que ocurrió, pero él está, bueno, como antes… —dijo sin saber cómo explicárselo—. No sé qué pasó, tan solo lo dejé unas horas, ¡solo unas horas Hero!

—¡Maldición! Eso es malo.

—Sí, se volvió el Nicolás: Tú-haces-lo-que-yo-digo-sin-chistar. —Ambos pusieron mala cara, sabían qué significaba. Desviaron su atención hacia la casa que todavía humeaba un poco; tras las paredes se oían las muchedumbres preguntándose qué pasaba dentro de aquellos muros, de los cuales nunca habían querido saber nada. Las llamas habían ennegrecido parte de la hermosa fachada de la casa, que estaba abarrotada de gente. Había vampiros y seres de la Sociedad arreglando y juntando cosas. Zander se preguntó qué pensarían lo humanos si supieran que esto había sido ocasionado por ángeles. Lo más seguro es que les agradecieran a los alados y les prendieran velas. ¿Es que acaso estaban ciegos? Perdidos en sus pensamientos, no vieron a Sal llegar hasta ellos, seguida por Carim y Eva.

—¿Dónde está Nicolás? —Reclamó ella, y Zander miró a Hero, fastidiado. Esa misma pregunta otra vez.

—Tendría que hacerme un cartel en la frente que diga: «no tengo ni la más puta idea de dónde está Nicolás». —Ella se detuvo un momento y frunció la boca. Hero sacudió la cabeza al verla poner mala cara.

—Oye, ¿y a ti qué te ocurrió? —Eva se paró junto a Sal y Carim no tardó en llegar. Las tres los observaban sin comprender nada.

—Sí, ¿qué te pasó a ti? Además de tú sabes qué… —preguntó Hero. Z se pasó la mano por el pelo y pateó el suelo—. ¿Peleaste con Alex? —Adivinó y él bufó.

—Ella está paranoica… —gruñó en respuesta.

—Bien, esperen. ¿Quién es Alex? —Preguntó Carim, frunciendo el ceño.

—La amiga de Vívika —respondieron a dúo.

—¿Y ella es…? —Eva hizo una mueca de fastidio.

—Ella es… —empezó a decir.

—Nadie…, está bien, N-A-D-I-E. —Ninguno escuchó llegar a Nicolás. Su voz sonaba sombría y aterradora. Todos quedaron pasmados. Caminó hacia ellos como si fuera una tromba, a una velocidad no humana, como si el maldito infierno viniera tras él. Se veía desencajado, su rostro endurecido, su postura recta, y sus ojos de un azul tan profundo que casi podían creerse negros.

—¿Qué pasó aquí Salomé? —Exigió.

—¿Eh? Nunca me llamas por el nombre commm… —Sal guardó silencio al instante que Nicolás le dio una mirada odiosa. Esta vez, ni Carim ni Eva hablaron. Ella se enderezó de modo automático, algo muy propio de los asesinos—. Fueron cuatro ángeles, dos vinieron primero…, atacaron la casa por arriba, abrieron un hueco en el techo, y entraron. Había fuego azul por todos lados, nadie lo previno, y luego llegaron otros dos que incendiaron el ala norte. Era como si buscaran algo, aunque no pudimos saber qué, creo que el fuego no llegó al ala este.

—¿Quién está herido?

—Nadie, bien, solo un poco, Eva y, bueno, tu hermana y yo…

—¿Cómo los echaron? —Preguntó, observándola a las tres.

—Creo que fue tu hermana, ella dijo algo que no entendimos, pero ellos se alejaron como si les hubieran retirado la orden de ataque. Creemos que no se llevaron nada, aunque no estamos seguros. No conocemos la casa tan bien, por lo que esperábamos que llegaras y se disipara el humo.

—¿Las han curado? —Les preguntó con su tono duro.

—Sí, Irizadiel, ella nos curó también —respondió Carim.

—¿Dónde está Irizadiel?

—Dijo que debía hablar con la diosa… o algo así, no lo sé. ¿Te encuentras bien? —Sal intentó buscar al Nicolás que conocía, pronunciando sus últimas palabras muy suavemente.

—¡Perfecto! —Mintió, aunque todos sabían que no era cierto—. Vamos adentro, hablaré con Ben. Creo que esta noche ya pueden mudarse a su antiguo departamento; enviaré seguridad. Estarán bien —y se giró.

—Nicolás, ¡espera! —Carim lucía inquieta. Tanto Zander como Hero sabían que ellas compartían el sentimiento.

—¿Nicolás? Espera un momento —pidió Eva.

—¿Acaso no saben cumplir una orden? —Rugió de forma desmedida, girándose siniestramente hacia ellas. Carim abrió los ojos y su boca dibujó una «O». Hero quiso consolarla, pero Sal y Eva ya estaban a su lado. Se dieron una mirada rápida con Zander y ambos compartieron el malestar.

—Hablé con Dora —dijo Zander, intentando que la mirada asesina de Nicolás se apartara de las chicas. Cuando sus ojos fueron hacia él, apretó los dientes. Había una cosa que lo irritaba sobremanera, y era Nicolás en su posición: «soy el jefe, así que te callas»—. Está en la Sociedad.

—Los quiero a ambos en mi habitación…, necesitamos hablar. —Nicolás se giró nuevamente y comenzó a caminar. Hero dio un paso, cuando Zander lo detuvo.

—Para que conste, no eres mi jefe —gruñó. Nicolás dio media vuelta para observarlo. Z había metido las manos en los bolsillos y lo miraba de mala gana. Hero estaba más atónito que enojado—. Si quieres que vayamos… —dijo señalándose a él y a Hero— debes pedirlo bien, una cosa es que les grites a ellas, y muy distinta es…

—Los «necesito» a ambos en mi habitación —levantó una ceja en un gesto burlón—. ¿Mejor?

—Algo mejor, algo mejor —concedió Zander. Nicolás se metió en la casa mientras Zander arrastraba los pies hacia adentro. Sabía lo que vendría. Vívika sería un nombre prohibido y bla, bla, bla.

—Volveré pronto —dijo Hero y le dio un beso rápido a su compañera, pero transmitiéndole todo el cariño y comprensión.