Zander centelleó en la puerta del apartamento donde Hero había dejado a Alex y Vívika. Lamentablemente para él, los cálculos habían salido mal y se hallaba dentro y no fuera del departamento como deseaba. Maldijo al momento en que oyó el sonido del televisor. Él necesitaba conocer el lugar para aparecer allí sin problemas. Sabía del departamento, pero no conocía sus dimensiones a la perfección, lo que hizo que, básicamente, apareciera en cualquier sitio. Gracias a Vatur no había aparecido dentro de un muro o una tubería de desechos, porque eso podía ser jodidamente incómodo. Los ojos de ambas mujeres se clavaron en él como dagas, pero apreció que no gritaran ni le aventaran con nada.
—¿Qué carajos…? —Dijeron a dúo.
—¡Chicas! Necesito que hagan algo por mí —colocó a Nicolás sobre el sofá cercano.
—Pero has aparecido de la nada —exclamó Alex, que se levantó y lo tocó, comprobando que fuera cierto que estaba allí. La cara de asombro le robó una sonrisa. Vívika permanecía sentada en el taburete con las manos aferradas a la mesada y con los ojos muy abiertos. Ella conocía el mundo de los oscuros, pero nunca antes había visto algo así.
—¿Cómo? —Preguntó Vívika. Las palabras se le atragantaron cuando vio cómo recostaba a Nicolás en el sofá, que parecía demasiado pequeño para él, pues tenía la cabeza apoyada en el apoyabrazos y su cuerpo inerte despatarrado cayendo por todos lados. Tragó y se aclaró la garganta—. ¿Qué le pasó? —Nicolás se levantó concentrándose en que sus piernas no fallaran e intentó caminar hacia ellos.
—Está un poco ebrio y, la verdad, chicas, les agradecería si lograran mantenerlo aquí unas horas…
—¿Qué ocurrió? —Ella sabía que no dejarían a Nicolás allí si no estuviera ocurriendo algo lo bastante grave como para dejarlo con una humana y una loba. Mierda. Mierda. Mierda. Justo cuando creía que su vida no podía estar peor, aquí estaba la fuente de todas sus confusiones, tirado en el sillón en el que ella se había acurrucado unos minutos antes.
—Hubo un ataque. —Zander intentó moverse, pero Alex permanecía toqueteándolo, como si no terminara de creer que estuviera allí.
—¿Por mi culpa? Esto… ¿ha sido por mi culpa? —Se atragantó con las palabras.
—No, ¡ni una mierda que no! —Señaló a Nicolás que se movía—. Él, bueno, tan solo se ha emborrachado y, bueno…, lo del ataque nos tomó por sorpresa. ¡Debo irme!
—¿Por qué? ¿Cómo? —Preguntó Alex, y Vívika notó el fastidio en los ojos del centinela. Aunque sabía que la adoraba, meterla en estas cosas estaba más allá de las reglas. Mezclar a los humanos con los oscuros era un dolor en el culo, pues nunca terminarían de entender del todo qué poderes tenían y cómo eran.
—Volveré… —dijo Zander de forma tajante.
—Vamos, Alex. —Vívika tocó el hombro de su amiga para apartarla y recibió una mirada de aprobación de él.
—Volveré pronto. —Ambas asintieron y, de un momento a otro, volvían a ser ellas dos y el rubio con pinta de surfista en el sillón.
—Iré por agua o algo… —Vívika no se movió mientras Alex corría a la cocina—. ¿Crees que el café le hará mal?
—Tal vez solo necesita dormir —dijo, y pensó en dejarlo allí un momento, descansando, pero cuando quiso alejarse la enorme mano de Nicolás se cerró sobre su muñeca. Vívika soltó un gritito ahogado y se odió al instante. Cobarde, cobarde, se reprendió.
—¿Dónde estoy? —Preguntó Nicolás, confundido.
—Estás en el departamento al que nos trajeron, ¿quieres que traiga algo de comer o, a lo mejor, algo para…?
—Tan solo quédate conmigo —le susurró sin abrir los ojos. Lucía mal, condenadamente mal. La primera vez que lo había visto parecía desconcertado, pero allí, estaba totalmente fuera de sitio y con una borrachera para cinco. Luego tendría que preguntar qué había bebido.
—Bien. —Vívika buscó un sitio cercano donde sentarse y pensó en una silla, pero él no la soltó, así que hizo sitio en el sillón. Nicolás se movió de lado sin soltarla. Suspirando, se sentó allí. Tomó una bocanada de aire y se odió en el momento en que el perfume de él la golpeó de lleno—. Tal vez solo necesitas descansar —le dijo y, sin saber por qué, su mano llegó hasta su cabello y comenzó a acariciarlo, metiendo sus dedos entre su sedoso pelo. Él suspiró y ella se tensó por completo.
—No. Estoy bien. Estaré bien en unas horas —balbuceó. ¿Horas? ¿Había dicho horas? Mierda. ¿Qué carajo era un centinela? Había visto hombres con resaca, tenía hermanos y nunca se recuperaban en unas horas.
—¿Por qué no duermes un poco? —Sugirió.
—Eso es lo que más desearía en el mundo. —Nicolás movió la cabeza, logrando que la palma de la mano de Vívika quedara sobre sus labios. Le dio un beso tierno y volvió a moverse como estaba. El corazón de ella se desbocó y sintió el temblor llegar a sus manos. Era hermoso, aunque no entendía qué hacía allí. Se sentía bien saber que ellos confiaban en ella, nadie dejaría a un centinela desvalido y fuera de la Sociedad de Asesinos, aunque tal vez él tuviera más poder del que ella creía.
—Perdona —murmuró y alejó la mano de su pelo—. Es costumbre, solía acariciar el cabello de mis hermanos cuando estaban enfermos. —Eso era otra cosa que había aprendido con el cambio, aparentemente tenía un don. Algunos lo llamaban el don de la omega. Ella había tenido poco tiempo para asimilar eso y estaba claro que no tuvo el mismo efecto con su ex, pero parecía que Nicolás reaccionaba a su don. Su padre le había contado que en una manada, el omega ocupaba un cargo muy importante, y si el alfa hostigaba a uno de menor rango o era injusto, era allí donde su rol entraba en juego. Estaba claro que ella nunca se había imaginado enfrentando a un alfa, pero de una cosa estaba segura: odiaba las injusticias, pero, por sobre todo, odiaba que lastimaran a los más débiles. Por eso había estudiado enfermería, para ayudar a los otros a sanar.
—Se siente bien. No te disculpes por eso…, yo tendría que estar disculpándome contigo.
—¿Por qué? —Preguntó sin entender.
—Por meterte en esto, nunca debí meterme en tu vida y la he fregado —sentenció.
—Me has salvado del idiota de Gus —susurró retomando el ritmo de sus caricias—. No creo que nadie piense que me has jodido la vida. —Él sonrió de lado y asintió sin abrir los ojos.
—¿Por qué nunca lo denunciaste? —Vívika contuvo el aliento al escucharlo y no se atrevió a mirarlo cuando sus ojos amenazaron con largar las lágrimas saladas que se habían formado en ellos—. He visto tus moretones, pero no hay nada de quejas ni denuncias… ¿Por qué? —Por idiota, pensó. Por no tener el valor.
—Porque lo amaba —murmuró tan suave como si no quisiera admitirlo. Nicolás abrió los ojos taladrándola con la mirada.
—¿Aún lo amas? —Indagó el centinela, y ella se sintió más estúpida.
—No —apartó la mirada—. Ya no. —Nicolás suspiró justo cuando Alex volvía de la cocina trayendo dos tazas.
—No sabía qué necesitaría, así que…, bueno, traje café y agua —dijo levantando y mostrándoselas de a una.
—Nicolás ¿puedes sentarte?
—Sí. Te lo agradezco, Alex, no era necesario. —Se enderezó de modo de seguir teniendo sujeta la mano de Vívika y poder tomar la taza con la otra. A su amiga no se le pasó por alto la mano de Nicolás alrededor de la muñeca de Vívika—. ¿Dónde está Zander? —Preguntó Nicolás y ellas compartieron una fugaz mirada.
—Creo que…, mejor, por qué no… —Recordaba lo que el otro centinela había dicho: Mantenlo aquí. Eso había dicho, pero cómo mierda pensaba que lo lograría era un tema diferente. Sabía que el lugar estaba sitiado por algo mágico que les impedía salir, pero no sabía si eso lograría mantenerlo allí a él también.
—¿Qué? —Nicolás gruñó, haciendo que ambas temblaran.
—¡Déjalo! Por qué mejor no vas y te… —Nicolás la jaló hacia él de un modo que quedaron nariz con nariz. Los ojos de Vívika centellaron un momento, demostrándole que la loba no amaba ser jalada ni sujeta, y que si le permitía aquello era porque tan solo…, bueno, ni ella misma sabía por qué se lo permitía.
—Hubo un problema, te emborrachaste —señaló.
—Nunca me emborracho…
—Bien, bueno, esta vez sí, campeón —añadió burlándose de él—. Y resulta que a Zander se le presentó una urgencia y tuvo que marcharse.
—¿Qué urgencia? —Preguntó como si el centinela le hubiera contado todo.
—Tan solo habló de un ataque… —dijo.
—¿¡Qué!? —Medio alarmado y medio confundido, Nicolás intentó ponerse de pie, pero lo único que logró fue un mareo que lo hizo replantearse la idea—. ¿Dónde está mi teléfono? —Protestó sin soltarla. ¿Quién se creía? ¡Bien!, hasta ahí llegaba su paciencia. La mano de él parecía anclada a la suya y no estaba sujetándola de una forma cariñosa. El instinto la hizo tironear de él para soltarse, pero no pudo. Así que dejó que el animal en ella le mostrara tan solo un poco del cabreo que tenía ahora. Solo un poco. En sus ojos, pequeñas motas amarillas tiñeron sus iris, el amarillo de sus ojos lobunos; podía percibir cómo sus pupilas se achicaban al percibir los colores de las cosas de un modo muy distinto al de la humana, pero eso no fue todo, también lo demostró a través de su cuerpo, que tembló. Y no de miedo. Al menos esta vez. Aquel tono autoritario la estaba fastidiando.
—¿Y cómo cuernos voy a saberlo? —Le gritó, dejándolo atónito—. ¡Estábamos solas!, cenando y, ¡zaz!, de un momento a otro aparece Zander aquí, de la nada, contigo en brazos. ¿Cómo carajos piensas que voy a saber? ¿Por qué no empiezas por explicarme cómo cuernos llegaron aquí?
—Mejor me iré a ver… la TV. —Oyó la suave voz de Alex, y la vio desaparecer. Gallina. Nicolás soltó su agarre, y ella se cruzó de brazos y lo encaró.
—No me importa quién eres, tan solo te diré que no permitiré que ningún hombre vuelva a gritarme sin retrucarle —le gruñó.
—¿No crees que deberías haberlo intentado antes? —Replicó Nicolás con un tono odioso, y se tomó la cabeza.
—¿Me estás llamando cobarde?
—Para que conste, yo no lo dije, esa has sido tú —señaló burlonamente.
—¿Y quién es el cobarde ahora? —Vívika no había notado cuán cerca estaba de él. Los pechos estaban casi apretados contra su musculoso cuerpo, tan solo los separaban unos centímetros—. Ahora, por qué no hacemos esto más placentero para ambos y comienzas por quedarte quietecito.
—¿Tanto te molesto? —Indagó mientras ella lo observaba luchar contra el mareo. Inspirando, añadió—. Bien, me iré.
—No puedes…
—¿Por qué no? ¿Quién lo impedirá? ¿Tú? —Susurró Nicolás y la observó de forma arrogante. ¡Ahí estaba otra vez esa mueca de soberbia de los niños a los cuales nunca les dicen que no!
—Eres arrogante. —Vívika se alejó tan solo para que él pudiera caminar—. ¡Ve, inténtalo! Pero para que lo sepas, ya he intentado marcharme de aquí y no pude, pero puedes probar. ¡Ah!, y, por cierto, buena suerte con eso de mantenerte en pie solo. —Nicolás estrechó los ojos y le gruñó mientras ella se alejaba otro paso.
—¿Por qué mierda querías marcharte? —Preguntó molesto.
—Eso no te importa —dijo orgullosa.
—Sí…, importa. —Nicolás tomó su muñeca y la jaló para tenerla cerca nuevamente—. ¿Por qué?
—¿Por qué no? —Replicó haciéndole frente.
—Porque te dije que…
—Sí, sí, me dijiste, te dije, y bueno. ¿Qué va? Quería salir, ya sabes. A los lobos no nos va bien en eso de que nos tengan enjaulados y, por lo visto, a ti tampoco. Así que ¿por qué no me dices qué puedo hacer por su majestad para que esté mejor? ¿Algo que pueda hacer para entretenerte?
—¡Sí! ¿Por qué no te desnudas? Eso me entretendría. —Vívika palideció cuando las palabras salieron de la boca de Nicolás, aunque por su expresión, él también parecía impresionado.
—¿Perdona? —Exigió molesta. Más que molesta—. ¿Qué?
—Nada, olvídalo. —Nicolás se cruzó de brazos e hizo una mueca.
—¿Cómo que nada? ¿Qué has dicho? —Volvió a exigir.
—No he dicho nada… —retrucó, y a Vívika le recordó a sus hermanos—. Olvídalo.
—¡Pervertido!, vas a comerte cada una de las palabras ¿Y tú me dices gallina? ¡Jódete! No sé quién te crees, pero buscaré la forma de sacarte de aquí, ¿oíste?
—Tú me preguntaste —respondió, quitándole importancia, y eso la hizo enojar aún más.
—Sí, pero pensaba que alguien como tú podría haber pedido otra cosa. —Enfrascada en su bronca y gritándole a Nicolás, Vívika no oyó el grito de Alex.
—¡Oigan! —Ambos cerraron la boca al mismo tiempo y miraron a la mujer bajita—. Zander llamó y dijo que todo está bien. Vendrá por ti en unos momentos, aunque me comentó que no te gustará ver el estado de tu casa.
—¡Genial! ¿Ves? ¡Todos felices! Ya todos podemos irnos en paz y tú puedes olvidarte de mí…, y tu cabreo, y recuperar el resto de tu puta compostura en otro lado…
—No quise… —balbuceó, y ella no esperó que le contestara. Soltó las palabras y se dirigió al baño cerrando la puerta tras ella. Esperó que Nicolás gritara algo, pero no lo hizo y lo agradeció.
Debía saber qué cuernos haría con su vida. Volver a su casa era imposible; tal vez instalarse en un hotel unos días le vendría bien. Ya no quería estar en este departamento. Odiaba saber que Nicolás se molestaba con ella y, por sobre todo, odiaba depender de él. ¿Qué mierda me pasa?, se preguntó y se sentó bajando la tapa del inodoro. Algo definitivamente iba mal en ella, pues siempre terminaba junto a tipos latosos, maleducados y gruñones, por no decir demandantes. Esta vez no sería igual. No lo sería.