Veinte minutos después llegamos a los lindes del hospital. Bajé del coche y oteé el aire, me sacudí mentalmente de cualquier pensamiento y me dediqué a hacer lo que sabía hacer: cuidar de los míos. Debíamos encontrar a la gata y pronto. Por el bien de todos. Quedaban unas horas para la mañana y teníamos el tiempo limitado.
—Iré por los chicos. Me informan que encontraron un rastro probable. Te veré en unas horas y te llamaré si sé algo. —Zander rodeó el coche.
—Bien, esperaré a Hero y luego seguiré el rastro desde aquí. —Nos estrechamos las manos y, de un momento al otro, Zander se había ido. El teletransportarse era bueno en ocasiones como esta; si lo necesitara, Zander estaría aquí en un parpadeo.
Hero llegó quince minutos después. Me había informado que las mujeres estaban seguras, ya que había hecho sus propios abra kadabra y había protegido el departamento con energía; cualquier cosa que lo atravesara, él lo sentiría. Él era más poderoso que otros que había conocido y eso me intrigaba, aunque podía sentir algo diferente en el asesino. No sabía por qué, pero tener a mi lado un ser tan poderoso quitaba un poco de peso a mi propia carga. Hero podía defenderse solo y estaba seguro de que había cosas que aún desconocía, como el último don que mi madre le había entregado. Había hablado con ella momentos antes y Vatur tan solo me había dicho: confía en él. Solo podrás salvarte si confías, hijo mío. Así que seguí su consejo mientras me preparaba mentalmente para sincerarme con el hombre que estaba ahora a mi lado. Dejamos los coches estacionados allí y caminamos hasta la valla próxima, al lugar donde había estado la gata. Ocultos en la oscuridad, noté cómo Hero expandía su campo de energía, ya que podía sentirlo picando en mis manos, en la piel, como si fueran millones de hormigas y eso me fascinaba. Hero no conocía el alcance de sus poderes, o tal vez sí, pero había seguido el camino del servicio, el camino de la fe a Vatur y aquello me hacía apreciarlo aún más. Muchos oscuros, inmersos en tanto poder, llegaban a caer en la locura propia de creer que podían controlar el mundo y lucrar con los suyos. Yo había visto varios de ellos y había ejecutado a otro par, que habían pensado poder dominar los sentimientos de los oscuros o de los humanos, convocándolos en grandes sectas que habían terminado con masacres en los años’90. Pero Hero no era igual a ellos; podía percibir la bondad y la preocupación, cada uno de sus sentimientos. Por un momento me pregunté qué diría Hero si supiera que podía leer sus estados de ánimo a través de su energía. No creía que el asesino fuera feliz con ello. Intrigado, me atreví a preguntar por su don.
—¿Cómo adquiriste el don para hacer eso? —Indagué. Él me echó un vistazo por encima del hombro mientras escogía cuidadosamente dónde pisar. Caminaba unos pasos delante de mí, vestido totalmente de negro, con ropa que le permitiría luchar, y ni por un instante había dudado que debajo de aquel abrigo llevaba armas.
—¿Hacer qué? —Preguntó Hero.
—La energía, no muchos saben usarla. No naciste con ella, fue un don, ¿cierto?
—En eso te equivocas, centinela, sí nací con el don. El cambio tan solo lo potenció: es como si tan solo me hubieran dado mayor capacidad, pero siempre pude percibirla. De niño lograba saber cuándo alguien era bueno o malo, cosas así, curar dolores simples, no sé, jaquecas, dolores estomacales. —Esquivó una rama mientras hablaba. Nos internamos en el descampado que rodeaba el predio del hospital—. Soy originario de Inglaterra, pero mi familia era celta. Mi madre era una bruja de segunda generación, era una poderosa sanadora, ¿sabes? La gente recorría grandes distancias para verla y yo, desde chico, podía ver cosas. —Fruncí el ceño y le presté aún más atención. Hero había adquirido la capacidad de ver seres que se habían ido, como su examigo, al que mi hermana había tenido que matar, pero yo no había escuchado sobre cómo había sido antes de convertirse en lo que era—. Lo recordé la otra noche: mi madre decía que no debía temerles, que debía oírlos. Creo que Irizadiel, bueno, ella tan solo me ayudó a potenciar eso con lo que había nacido. Además de eso, está la historia… —Hero rio—. Incluso se dice que los celtas como mi familia eran…
—Son descendientes de los atlantes —afirmé. Hero enmudeció un segundo y continuó caminando. La noche era silenciosa, pero sabía que el asesino tenía un tercer ojo, que no necesitaba de pisadas y cosas así para seguir a la gata. Podía sentirla.
—Sí, eso al menos es lo que se decía en tiempos en que se investigaban las ruinas marinas, y el mar era azul y no negro como hoy en día. Bueno, la cosa es que creo que tengo parte de eso, ya sabes, mis antepasados tal vez fueron atlantes.
—Yo no lo creo —murmuré sacudiendo la cabeza mientras esquivaba un pozo de barro. Hero cambió de dirección.
—¿No crees en la teoría? —Preguntó Hero segundos después.
—No, digo que no creo que seas como ellos —dije. Él se detuvo y se giró para mirarme—. No creo que seas descendiente de atlantes, tal vez hijo de alguno de los esclavos o los rehenes que tenían, pero no atlante. Ellos eran diferentes, ellos no… —me detuve un momento y recordé las palabras de mi madre—. Ellos no tenían alma, ya sabes, solo cerebro… —Hero sonrió, se dio la vuelta y siguió caminando.
—Esa una gran teoría —asintió.
—Es una verdad —confesé y continué caminando, sobrepasando al asesino. En mi cabeza comenzaba a hilar los pensamientos con los recuerdos. ¿Podía ser cierto? Hero, un descendiente de atlantes, ¿el pueblo que había arrasado al mío? Observé el cielo y casi sentí a mi madre sonriéndome desde el manto de estrellas. En Lemuria no se hablaba de karmas, ya que nadie retenía nada para ellos y todo era un ida y vuelta. Todo lo que se enseñaba estaba fundado en el amor, no había hijos ni padres, porque todos cuidaban de todos, no había límites para el amor, y cuanto más daban más recibían. ¿Podía ser que Hero sea la herramienta para quemar mi karma? Resoplé ante la ironía de todo esto y me forcé a seguir caminando mientras nos alejábamos del hospital. Cuando Hero no dijo nada, continué:
”No creo que seas como ellos, pero sí entiendo que tu madre ha sido buena bruja. Hacer lo que haces es más difícil de lo que crees, mi pueblo… —murmuré y me atraganté, pero me forcé a seguir, deteniendo mi andar tan solo para centrarme en Hero. Lo enfrenté y suspiré antes de continuar—. Mi pueblo creía en cosas como esas, trabajaban la energía, creía en el hecho de que un cuerpo tan solo era un contenedor de esta energía que se alimentaba de los sentimientos, que podía ser destructiva o constructiva, pero mi gente hablaba de la energía creciente, del amor al prójimo, y, bueno, el amor lo era todo.
—¿Tu pueblo? —Hero frunció las cejas que se unieron en su frente, y casi podía imaginar los engranajes de su mente corriendo—. ¿Lemuria? ¡Oh, ya lo recuerdo! —Se pasó la mano por la boca y desvió la mirada—. En lo que me mostraste, hablaba de la rivalidad de lemurianos y atlantes; tú crees que yo…
—Hero —dije atrayendo su atención— confío en ti, y créeme, no eres como ellos. Definitivamente, si eres descendiente de atlantes, bueno, ellos han aprendido cosas también, aunque no tengo la certeza sobre si tus antepasados eran atlantes, y yo…, yo no soy el mismo que vio caer Lemuria de niño; aunque no lo parezca, soy tan viejo como intuyes. Créeme, sé que no eres un atlante, puede que alguien en las tierras remotas de Atlántida haya huido y haya formado luego tus antepasados, pero tú no eres uno de ellos, y yo no soy el mismo que era. Tal vez esto sea una prueba —concluí y le di la espalda. Volvimos a caminar. Hero no dijo nada por unos minutos, hasta que volvió a hablar.
—Aquí hay un rastro. —Él siguió hacia la izquierda y lo dejé ir adelante. Nos aproximábamos cada vez más a la ciudad—. ¿Prueba de qué? —Preguntó momentos después…
—De que debemos cuidar nuestros karmas. Más de una vez, la vida nos pone frente a algo para ayudarnos a limpiarlo. Sabes el símbolo de esto, ¿no? —Hero negó con la cabeza y siguió caminando—. Lo simbolizan con una balanza. El lado derecho es lo bueno que hemos hecho y se le llama dharma, así como el izquierdo corresponde a lo malo y se lo llama karma.
—Y ¿cuál es tu karma para no poder estar con ella? —Hero me estudió por encima de su hombro, y noté que los músculos se me tensaban.
—Creo que haber nacido —confesé y sonreí como respuesta.
—No creo que eso sea malo, Nicolás. Pienso que hay muchos aquí que creen lo contrario, incluso ella. ¿Por qué crees que debes sufrir? Te he visto, Nicolás, la vi a ella responder a ti. ¿Por qué negar algo tan bello? —Preguntó Hero, y quise rogarle que no siguiera hablando, pero no era justo.
—Creo que la diosa nos dio libre albedrío y eso marcó mi destino.
—¿Por qué? —Volvió a preguntar.
—Nunca debí haber bajado, era necio. —Hero se detuvo nuevamente—. Pero necesitaba bajar —sacudí la cabeza, consternado y miré al cielo—, conocer las emociones humanas, entender por qué mi madre los amaba tanto, por qué…, por qué ella… —Mi mirada lo atravesó cuando volví mis ojos hacia él—. Quería saber qué se sentía y acabé viendo morir a mi pueblo. —Mis dientes estaban tan apretados que chirreaban—. Los vi morir… —gruñí—. Yo… creo que si no hubiera bajado… Cuando uno viene al mundo trae consigo su propio destino, creo que nunca debí haber pisado la Tierra, mi madre lo había dicho… Ella me lo dijo: no bajes Nicolás, no bajes ahí, ámalos desde aquí, pero no escuché…, quería saber qué se sentía. —Estaba agitado soltando todo aquello de lo que no había hablado con nadie, tratando de contener la furia acumulada con el paso de los años.
—Nicolás, ¿de qué hablas? —Hero tragó con fuerza sin entender.
—Mi madre, Hero —aseguré señalando el cielo. Cuando él siguió sin comprender, lo tomé del hombro señalando las estrellas—. Mi madre, que es tu madre también…, mi madre, Hero… —lo solté. Los nervios me asaltaron y no pude decírselo de frente. Me giré y dije lo que casi nadie sabía—: Vatur… es mi madre.
—¡Espera…! ¡Espera, espera…, wow! —Hero me rodeó hasta colocarse frente a mí—. Vatur…, ¿Vatur la diosa? ¿La diosa Vatur es tu madre?, ¿o es solo, no sé, es solo una forma de decir? —Hice una mueca, coloqué las manos en la cintura, y bajé mis ojos para enfrentarlo.
—Ella es mi madre —murmuré, sonriendo de lado, ante la incredulidad de Hero, que dio dos pasos hacia atrás como cuando se desea apreciar un gran cuadro—. Soy el hijo de la diosa, quien me enseñó que el karma es una ley de compensación y no de venganza. —Mis ojos volvieron a vagar en la lejanía—. Mi madre me dijo que no tomara venganza contra los atlantes, que el destino había sido modificado, que encontraría la solución, pero ¿por qué debo ser castigado?, ¿por qué debo vivir solo?
—No es justo…, creo que cada uno sella su propio destino. —Lo observé, sintiendo la gran sabiduría de sus palabras. Eran casi como una cachetada—. ¿Sabes lo que vi cuando tu hermana mató a Zell? —Hero desvió la mirada hacia las tenues luces de la ciudad, que se divisaban a lo lejos—. Vi la pregunta en sus ojos. ¿Por qué lo había enviado allí? ¿Por qué? Pero, aun así, él, o lo que fuera, no me odiaba…
—Tomaron caminos diferentes, te volviste un guardián de los oscuros, y él tan solo un asesino a sangre fría —respondí tajante.
—¿Acaso no somos lo mismo? —Preguntó con amargura—. Yo soy un asesino también, pues he matado y creo que él fue mi primer muerto ¿No cargo yo también con sangre en mis manos? —Me preguntó, mostrándome las palmas de sus manos.
—Mi madre no cree lo mismo, ella confía en ti —le aseguré.
—Eso es un gran voto de confianza. Aunque te diré que no creo que tu madre quiera verte sufrir.
—No es mi madre el problema, Hero. —Retomé el camino—. No conoces a mi padre. —Seguimos caminando atentos a cualquier cambio. Era extraño, pero, definitivamente, me sentía mucho mejor, ya que no tener que ocultarle todo era un cambio que agradecía. Había esperado que Hero me despreciara, me rechazara e, incluso, que se riera en mi cara y me pidiera una prueba, pero no lo hizo.
—Mira, si tu madre es la diosa —una nota de gracia se coló en las palabras de Hero— no puedo imaginar quién es tu padre, y menos por qué tu hermana tiene alas… ¡Gran ensalada de familia tienes amigo! —Hero me palmeó el hombro haciéndome reír. Una vez más estaba en lo cierto.
—Mi padre es Hermes… —confesé entre dientes. Hero se giró, frunció el ceño y me sonrió ampliamente—. ¿Qué? —Pregunté, y algo en mi interior se tensó. ¿Acaso conocía a Hermes?
—¿Hermes? —Repitió con tono sarcástico y torció la boca—. Yo, nada… —Movió la mano desestimando lo que iba a decir—. Olvídalo, tan solo recordaba la imagen de Hermes con alitas en sus zapatos, y no te imagino con alitas en tus zapatos de diseñador, que, por cierto, vienes destrozando en este lodazal. No sé por qué los humanos se empeñan en poner hospitales en sitios de mierda como este. —La tensión se disipó de un momento al otro y largué una carcajada ante la ocurrencia. Alitas en los zapatos.
—Yo tampoco me imagino con alas. Irizadiel es mi media hermana…, y si crees que esto es una mierda, deberías ver las instalaciones por dentro —dije, recordando las habitaciones.
—No quiero ni imaginarlo. Qué bueno saber que es tu medio hermana, ya iba a pensar que Hermes le había cambiado la posición de sus zapatitos alados a su espalda —soltó Hero de forma maliciosa.
—Nah, ella es hija de un ángel. —Hero me detuvo con un movimiento de la mano, me frené en seco y presté atención a lo que nos rodeaba. Guardamos silencio hasta que él comenzó a correr sin previo aviso—. ¿Qué pasa? —Exclamé.
—Está cerca, la gata, puedo sentirla —gruñó, imprimiendo en cada paso toda su fuerza. Corrimos más de doscientos metros cuando vimos algo moviéndose a lo lejos. Pero no fue solo eso lo que llamó mi atención. Hero siguió corriendo y se tomó la cabeza con su mano izquierda y maldijo. Yo no necesité que me dijera qué sentía, podía verlos.