9

Llegué a mi cuarto con una idea en la mente: la próxima vez que viera a Vívika debería bañarme. Tal vez bañarme en algún ácido o algo parecido. ¡Mierda!, ¿ahora estaba planeando volver a verla? ¿Y por qué no? Aún debía encontrar un sitio donde ella pudiera vivir sin correr riesgo. Me quité la chaqueta y la tiré en un sillón pequeño, de color amarillo, que databa de la época bizantina. Clif había cambiado las sábanas de la cama, ahora eran de un color azul marino, que había traído de un viaje a la India. Observé la cama y los postes que sostenían el dosel, los cuales eran torneados como las curvas de una mujer. Tragué con fuerza cuando aquel pensamiento me llevó a pensar en una mujer en especial, una gata que tan solo me había dado dolores de cabeza.

No. No debería pensar en ella. Me enfoqué en la imagen de Vívika, recordé su aroma y, de pie frente a la amplia cama, la imaginé tendida allí, con las sábanas azules cubriendo su cuerpo; con su piel cremosa; su cabello; su perfume; sus hermosos ojos color gris observándome, atravesando mi alma. Tragué con fuerza nuevamente, sin apartar los ojos de mi fantasía, y me quité la camisa. El recuerdo de la gata acudió a mi memoria como si buscara apartar a Vívika de mis pensamientos, pero me negué a abandonar a la loba que había sido tan amable y cálida, por la gata que estaba furiosa por haberse convertido en uno de nosotros. La soledad me atenazó el pecho y me rogaba que siguiera pensando en Vívika… y, de pronto, me sentí muy solo. Me quité el resto de la ropa y rodeé la cama hasta quedar parado a su lado. Desde abajo, me llegaron los sonidos de la televisión y por un momento escuché con atención. Sacudí la cabeza cuando oí a Irizadiel riendo junto a las chicas. Sabía qué película era, las chicas me habían obligado a verla, aunque no creía que Irizadiel estuviera siendo forzada. Suspiré y me recosté sobre la cama en la que nunca dormiría, mientras me enfocaba en Vívika y sus ojos grises, su cuerpo delicado. Pero, aunque me esforzaba en pensar en ella, unos ojos color café me observaban y el recuerdo de la gata me asaltaba.

—Tengo que apartarte de mi mente —gruñí a la imagen de los ojos color café y me concentré en Vívika—. ¿Por qué no? —Me dije cuando comencé a sentir la excitación y cerré los ojos para incrementar la fantasía. Quería consolarla y protegerla, no volvería a dejarla sola con sus problemas, nunca permitiría que nadie llenara de lágrimas esos ojos tempestuosos. Aquel pensamiento me pareció egoísta, incluso tortuoso, pero ¿qué pasaba si la lucha no llegaba? ¿Qué ocurriría si el fin del mundo era mañana y me encontraba solo, como alguna vez lo estuve en Lemuria? Los ojos color café, que me negaba a aceptar, se colaron en mi fantasía nuevamente, preguntándome si acaso sería feliz con esa mujer. Otra vez me resistí a pensar en la gata, y volví a Vívika buscando consuelo y la imaginé desnuda encima de mí. Percibí cómo me ponía duro, mi pene agarrotado buscando un cuerpo que no estaba allí para aliviarme. Cerré mi puño sobre mi erección y la imaginé dándome placer, y casi podía sentir su respiración agitada, el cabello cayendo sin control mientras ella susurraba mi nombre. Me lamí los labios y mi mano se movió más rápido cuando la imagen de ella aumentó el ritmo… Vi aquella piel color crema brillando por el sudor; su cuerpo uniéndose al mío, apretándome y tomándome por completo…; un gemido escapó de mis labios y sentí cómo el alivio llegaba mientras me retorcía de placer. Me quedé allí, con los ojos cerrados, mi mano aún envolviendo mi dureza por unos minutos. Cuando mi respiración se normalizó, hice lo que tanto temía. Abrí los ojos para encontrarme solo, otra vez, como tantas veces.

Lentamente me levanté suspirándole al vacío de la habitación, caminé hasta el baño temblando. Sin poder contenerme, me tomé de la mesada del lavatorio con ambas manos, como si mi corazón se desangrara y buscara detenerlo. Solo. Nadie mejor que yo conocía el dolor de la soledad y ahora anhelaba la compañía de una mujer. No podía entender el por qué de ese sentimiento. ¿Por qué ahora? ¿Por qué los destinos jugaban conmigo ahora? Había pasado años negándome a caer en lo que llaman amor, y ahora estaba totalmente vapuleado por la idea de querer a alguien cerca. ¿Qué se sentiría tener a alguien para siempre? Derrotado, sabiendo que eso era imposible, dejé caer la cabeza entre los brazos permitiendo que el dolor me agarrotara en la oscuridad del baño. ¿Cómo podían los destinos castigarme así?

Devastado, abrí la ducha mientras me limpiaba la mano y me observaba al espejo. Este me devolvió un reflejo de alguien que deseaba más de lo que podía tener. ¿Qué pasaría si la tomara, si me quedara con Vívika? ¿Qué haría mi padre si se enterara? Tragué con fuerza y suspiré. Me metí en la ducha, movido por el dolor que todo esto me causaba, porque no importaba cuánto lo pensara, una y otra vez, yo no podría tenerla. Necesitaba alejarme de Vívika antes de que mi padre le hiciera daño. Los destinos eran crueles y parecía que me jugaban una mala pasada deseando algo que no podía tener. Si mi padre supiera de su existencia, estaba seguro de que podría matarla, podría incluso hacer peores cosas que eso, podría usarla y dejarla tirada como basura. Habían arrancado a Phill de la faz de la Tierra y, aun siendo un poderoso caído, no había rastros de él. No quise ni imaginar lo que podría hacerle a ella. Phill era poderoso y fuerte, mientras que ella simplemente era una loba. No.

—Nunca podré tenerte —dije y estampé el puño contra la pared. Salí de la ducha poco después y me paseé por la habitación, sin saber qué hacer, pero lo bastante cansado y dolido como para bajar y enfrentar a las chicas. La unión de las elementales tenía un lazo mágico con su centinela y podía imaginarlas preocupadas en cuanto me vieran. No quería que nadie me notara aniquilado. Me senté en la cama, abrí la computadora y comprobé los mails de las reuniones que tendría esta semana. Un mail de Ben exigiéndome algo, lo pasé por alto…, y, sin saber por qué, entré a la base de la S.A. y busqué un nombre en particular. Vívika Saur. Los datos tardaron en llegar. Había información de su familia.

Tres generaciones de licántropos puros, nacidos de padre o madre. Abuelo y abuela garou, sin signos de violencia.

Luego hablaba de la familia de ella.

Padre: licántropo con ascendencia de garou; de personalidad tranquila, no presenta desórdenes de personalidad; cuerpos y seres balanceados.

Madre: humana, de padres humanos, sin presencia de signos de cambio ni genes oscuros que lo respalden. Dos hijos y dos hijas.

Zarik: 30 años, cambio pasados los 18 años. No infección, solo natural descendencia de padre. Personalidad tranquila, sin signos de violencia. Lobo y humano en balance natural.

Zeta: 25 años, cambio pasado los 18, sin signos de violencia; ser responsable y afable, presenta una capacidad innata para tratar con lobos inestables.

Vanesa: 28 años, sin cambio aparente. No presenta cambios pasados los 18; seguimiento hasta los 21 años: sigue sin cambios; análisis de sangre por voluntad de la familia indican que sus genes son netamente humanos en un 90% y licántropo en un 10%; mejoras en su visión y agilidad física.

Vívika: 23 años. Estudio realizado a los 18 años, sin cambios; monitoreo constante hasta los 21 años. 21 años, realiza el cambio, se la nota tranquila; su loba parece no presentar dificultades, convivencia buena, actitud tranquila y carácter fuerte; no presenta signos de violencia; convivencia con humanos, no presenta riesgos.

Nota: se sugiere control constante. Posibles problemas con un humano. Humano presenta fuertes reproches a su raza. No hay denuncias, se presumen golpes y castigo a la licántropa, aunque esta no presenta signos de defensa.

Control. La loba no presenta ataques a otros o a su propia raza.

Sacudí la cabeza, enojado. ¿Cómo podía ser que la S.A. supiera todo esto y no lo hubiera detenido? Tomé el teléfono y llamé a Zander. Tal vez yo no fuera digno para ella, pero tampoco la dejaría en manos de alguien que la lastimara. Apreté el teléfono a mi oreja cuando Zander respondió del otro lado.

—¿Sabes, que tú no duermas no significa que los demás no lo hagamos? —Rezongó mi amigo, pero no estaba de ánimo para responder, por lo que lo dejé pasar—. ¿Qué ocurre?

—Estuve hurgando en los archivos de la S.A. y hay reportes de maltrato físico —respondí con los dientes apretados.

—¿Qué? —Preguntó Zander que parecía confundido—. ¡Espera! —La línea se mantuvo en silencio unos segundos hasta que volvió a hablar—. ¿Y nunca hicieron nada?

—Parece que esperaban que ella presentara una denuncia o algo así —declaré con desagrado.

—¡Malditos…! —Respondió escupiendo las palabras—. ¿Qué vas a hacer? —Me preguntó y dudé un momento. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Aún no lo sé —confesé molesto.

—Vamos Nick, la chica te gusta y te diré que es muy buena en la cocina y sabes que soy quisquilloso para eso, pero ella tiene manos mágicas para la comida —dijo Zander, como si necesitara algo más para pensar en ella como una posible compañera.

—Sabes lo que ocurrirá, Z —declaré disgustado.

—Hablas de tu padre, ¿cierto? —El silencio fue la respuesta—. Mira, creo, personalmente, que es hora de que hagas algo por ti, puede acercársele, pero estoy seguro de que las chicas la protegerán si se lo pides, y sabes que cuentas conmigo. Habla con tu madre, Nicolás, no tomes decisiones apuradas…

—¿Me lo dice el tío que lleva pantalones de cuero? —Pregunté sonriendo. Zander podía ser muchas cosas, pero, sobre todo, tenía el talento de decir lo justo en los momentos en que perdía la cordura.

—¡El mismo chico! ¡Orgullosamente, el mismo! Y te diré… —bajó la voz unos octavos— cuando pueda iré a cobrarme eso que Alex me prometió.

—¿Cómo haces para meterme en estos problemas? —Murmuré frotándome la frente.

—¿Yo? —Se mofó. Incluso podía imaginarlo con la expresión de pobre desgraciado que ponía Zander—. Yo solo te invité a un concierto y tú, ¡bang!, disparaste a una loba que no hace más que idolatrarte. —Me dijo y bufé con fuerza—. No me sorprendería que tuvieras un club de fans en la web en unos días…

—¿Hablas de mí? —Pregunté, inconscientemente, mientras sonreía. No debía haber dicho eso, lo sabía. Zander guardó silencio por un rato y supe que me torturaría en cuanto me viera.

—¿Cuándo vendrás? —Indagó.

—En unas horas, primero debo hablar con Ben sobre la otra —añadí escupiendo las palabras al recordar a la gata que odiaba a los hijos de mi madre.

—Sí, ese es otro problema —dijo Zander—. Y para que conste, yo no te metí en ese.

—Hablaré contigo en cuando sepa algo —respondí cerrando la conversación, y, sin esperar respuesta, me dirigí hasta el guardarropa. Tomé un elegante pantalón negro con pequeñas líneas blancas de Armani, uno de los tantos en mi colección. Saqué una camisa blanca Gucci y decidí que no usaría corbata. Me eché un vistazo rápido en el espejo y pensé en Zander diciéndome que siempre me veía remilgado. Tal vez tuviera razón. ¡Mierda! Estaba evaluando qué ponerme en lugar del traje cuando alguien tocó a la puerta.

—Adelante —dije sin darme cuenta. La puerta se abrió y me encontré a Hero parado en el umbral. Molesto, me giré para encararlo—. ¿Me veo remilgado? —Pregunté sin más. Hero frunció lo labios y sacudió la cabeza; sus cejas casi se juntaron cuando frunció el ceño—. Entra, necesito tu ayuda.

—¿Desde cuándo te preocupas por eso? —Hero cerró la puerta y echó un vistazo a la habitación.

—Desde que Zander me lo dijo… —admití muy a mi pesar.

—Creo que te ves demasiado serio la mayor parte de las veces. No creo que remilgado sea la palabra, solo demasiado «serio». —Hero soltó la última palabra como si fuera un insulto, por lo que puse los ojos en blanco. Eso era lo mismo que decirme que no le gustaba cómo vestía.

—Eso es peor que decirme que me veo ñoño o quisquilloso, ¿sabes? —Manifesté y él soltó un risa por lo bajo—. ¿Y tu sugerencia es? —Pregunté, logrando que Hero se rascara la frente con el pulgar, evaluándome.

—Imagino que tendrás algunos jeans, ¿verdad? —Saqué uno y se lo mostré. Era de diseñador, pero no importaba—. Bueno, unos jeans y la camisa te harán ver más relajado. —Sonreí de lado. Miré a Hero que parecía diferente del hombre que había visto el día de ayer.

—La has marcado —dije. Cerré la puerta del guardarropa y le eché un vistazo rápido.

—Sí —admitió—. Sal… —Hero se rascó la cabeza mientras buscaba el modo de decírmelo—. Sal insistió en que era el momento y creo que tenía razón, poder sentirlo desde su punto de vista es como si te dieran una bofetada en el rostro, créeme. Ella está feliz.

—¿Y tú? —Pregunté evaluando su aura que parecía más sana. Los colores vivos apagaban la oscuridad que antes lo envolvían.

—¿Qué crees? —Añadió con una sonrisa en los labios—. Me enamoré de ella, Nicolás, no puedo, no sé cómo explicarlo, es raro, da miedo, mucho miedo en realidad. —Sabía que el asesino nunca demostraba sus sentimientos. En un tiempo eso era lo que me había hecho dudar sobre sus intenciones con Sal, pero verlo allí, susurrando sus sentimientos, me golpeó en el pecho y sonreí.

—Creo que es un miedo justo, la tienes para ti —dije mientras me quitaba los pantalones, los tiraba sobre la cama y me colocaba los jeans.

—Pero da miedo igual… —admitió Hero medio avergonzado. Asentí.

—¿Cómo me veo ahora? —Me giré hacia él y abrí los brazos.

—¡Mucho más relajado! —Respondió Hero y ambos nos reímos.

—Sal dijo que saldrías —comenté.

—Sí, pensé en ir al centro. Ben me llamó hace unas horas diciendo que debo investigar a un vampiro que parece estar frecuentando a una humana.

—Bien, yo voy para allí también, debo arreglar el asunto de una gata en un centro de humanos. Y, además, debo encontrar un sitio para una loba, la que está en tu casa en este momento —dije alzando las cejas y Hero sonrió—. A propósito, gracias por eso.

—Sé que no te gusta depender de los demás…, si me lo has pedido es por algo importante —añadió sabiamente el asesino.

—Y te lo agradezco, aunque me imagino que Sal ya te fue con el cuento —murmuré.

—Sí, lo ha hecho, y está como loca. La convencí de que fuera con las chicas, no quiero meterme en esos problemas. —Sonreí al ver su expresión, ahora él sabía lo que era estar en medio de tantas féminas—. Debo irme.

—Hero… —El asesino se detuvo antes de tocar el picaporte—. ¿Qué harías tú si supieras que…, no sé, quieres conocer a alguien, pero temes por la seguridad de ella? —Él se giró pensativo y se quedó quieto un instante.

—Primero, y principal, evaluaría si la mujer en cuestión vale la pena —dijo, y levanté una ceja ante esas palabras—. Ya sabes, si es para ti, o solo te gusta. Puede que si es algo como lo mío con Sal… —sacudió la cabeza y sonrió; su aura se tiñó de colores rojos y lilas—. Bajaría al infierno para enfrentarme con los dioses con tal de tenerla —confesó. Hero hablaba de dioses. Lo pensé un momento y sonreí. ¿Qué haría Hero si supiera que era un semidiós y que un mensajero de los dioses, llamado Hermes, me había concebido y haría cualquier cosa por tenerme?

—Me parece que es sabio —asentí en un gesto solemne—. Vamos. Creo que te hará bien rodearte de hormonas masculinas por un rato. —Caminé hasta su lado y le palmeé el hombro—. Iré hasta tu casa a ver qué podemos hacer. Zander estará allí, así que lo recogeremos e iremos por el vampiro y la humana —dije. Bajamos juntos las escaleras e hicimos el menor ruido posible al salir mientras escuchábamos a las chicas riendo en la sala con la televisión a todo volumen.

—¿Por qué algo en mi instinto me dice que me estás usando para que ellas no sepan que has salido? —Preguntó Hero en un murmullo que me hizo reír.

—Tu instinto nunca falla —me burlé, empujándolo un poco. Nos metimos en el coche rumbo a la ciudad. Aún no sabía por qué, tal vez por el ataque de soledad que me había golpeado, pero hoy quería tener cerca a las personas en las que confiaba.