Sal caminaba de un lado al otro desde el momento en que Nicolás llamó.
—¿Estás seguro de que estará bien? —Sal observó a Hero ofuscada—. ¿Habló contigo? —Él no quería responder a eso ni mentirle, así que se fue por la tangente.
—Por Dios, Sal, Nicolás es mayorcito y no creo que le haya pasado nada.
—No lo entiendes… ¡Debería estar aquí! —La apartó de la ventana y la atrajo hasta sus brazos para besarle el cuello.
—Lo entiendo, tan solo ven a la cama, ¿sí? —Sal obedeció, aunque Hero sabía que pensaba en Nicolás. Él no lograba entender por qué le había pedido su casa, pero, aun así, sabía que Nicolás tenía una buena razón. El centinela nunca hacía algo porque sí. Cuando ella frunció el ceño, le acarició la mejilla—. Si sigues así, comenzaré a ponerme celoso. —Ella lo estudió y puso sus ojos en blanco.
—No, no es eso, solo que él nunca se va así porque sí.
—Bésame… o comenzaré a ponerme…, tú sabes. —Ella estrechó la mirada sabiendo lo que vendría: «cosquillas». Hero empezó a hacerle cosquillas en el estómago, pasando por sus pies y cualquier lugar sensible mientras Sal gritaba y se retorcía ante su roce. Ella terminó el juego colocándose encima de él.
—Adoro cuando estás arriba… —murmuró Hero, acariciándole la mejilla y observándola.
—¿De verdad? —Sal se mordió los labios provocadoramente, tan solo para tomarle el pelo.
—Sí, puedo ver tus pechos saltando mientras bajas y subes…
—¿Sabes? —Dijo ella bajando una mano hasta la entrepierna de Hero—. Me estás poniendo caliente.
—Y tú a… —Las palabras se le atragantaron en la garganta cuando ella tomó su erección, sacándola del bóxer. Hero contempló su rostro satisfecho mientras lo tocaba. Sal bajaba y subía su mano haciéndolo estremecer—. ¡Oh, por la diosa, nena! —Hero cerró los ojos y la dejó hacer.
Sal había averiguado más sobre las marcas y ser marcado, las parejas y todo eso. Existía un ritual que debían seguir: ambos amantes debían intercambiar sangre mientras lo hacían. Sal sabía que habían intercambiado sangre antes, pero para terminarlo tenían que hacerlo con él detrás suyo, beber la sangre cuando estaban más expuestos, cuando el orgasmo los llamaba para llegar al orgasmo y, finalmente, él debía dejar su semilla en ella. Pero hacer todo eso de la forma correcta implicaba que Hero cooperara y, como Sal imaginaba que no lo haría, urdió otro plan. Hoy no había tiempo para juegos previos ni nada de eso, debía hacerlo sin que Hero se enterara o se negaría como tantas otras veces. Se giró sobre sí misma y se sentó sobre su falo erecto, dándole la espalda.
—Quiero verte la cara. ¡Vamos, Sal! —Protestó Hero, con la voz ronca por la pasión, mientras ella se movía a un ritmo acompasado.
—Creo que tienes una gran vista desde allí —le respondió agitada, mientras se colocaba de rodillas para hacer más fácil el trabajo. Hero la tomó por la cintura y trató de jalarla encima de él, pero no lo logró, por lo que se arrastró con ella encima hasta el borde de la cama, donde se sentó pegando su pecho a la espalda de ella y apresando sus pechos, la dejó hacer—. Quiero hacerlo, Hero… —gimió ella cuando sentía la agitación del orgasmo formándose en su vientre—. Quiero ser tu pareja.
—¡Sal! —Gruñó en advertencia, mientras se apretaba aún más a su cuerpo y depositaba una hilera de besos desde su cuello hasta su hombro.
—Lo quiero —le exigió—. Y si no me lo das, voy a atarte y hacer que lo hagas. No es lo que una chica sueña todo esto del emparejamiento, pero ¡a la mierda con todo eso Hero! —Gimoteó sintiendo la cresta del orgasmo llegar—. Eres mío y quiero hacerlo. —Intentó detenerla, pero ella aumentó el ritmo al tiempo que sus dientes asomaban de su boca—. Vas a hacerlo o es la última vez que duermes conmigo.
—¡Sal, detente! —Suplicó, pero ella no lo escuchó.
—Sabes que cumplo mis promesas —le advirtió.
Ella sabía que él aún veía y sentía cosas, que eso lo asustaba. Podía palparlo por el lazo que habían formado, pero, aun así, deseaba estar junto a él. Lo necesitaba como nunca antes había necesitado a alguien. Él lo era todo, pero necesitaba que él entendiera que prefería morir unida a él que vivir toda la eternidad en soledad.
—Eres mi pareja, viviré y moriré a tu lado. Con emparejamiento o sin él, Hero, moriré cuando tú mueras. —Una lágrima se derramó por su mejilla cuando lo miró—. Después de tenerte, no soportaría la eternidad sin ti a mi lado —dijo Sal mientras confesaba a corazón abierto todo lo que él significaba para ella. Al mismo tiempo que las palabras abandonaron su boca, sintió los dientes de él clavándose en su cuello y rápidamente tomó su mano y la guio hasta su boca. La sangre de Hero brotó en sus labios justo en el momento en que el orgasmo la tomaba.
Nicolás tenía razón. Ella era todo para él y la necesitaba cerca, la necesitaba a su lado y por eso dejó que su ser más primitivo tomara el control y se aferrara del coraje para marcarla. Sal aún sostenía su mano cuando sintió la semilla volcándose dentro de ella y todo lo demás fue mágico… Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando percibió el amor que él le profesaba y incluso sintió el miedo contenido. Cada dolor, cada herida…, así como cada momento en que la había observado desde la primera vez que la vio. Incluso en las ocasiones en que creyó que la odiaba, él la había mirado con otros ojos. Lo vio allí, como si su vida fuera vista desde sus ojos: desde el día que las siguió al bar donde jugaban billar y, maldiciendo, observó cómo aquellos hombres le coqueteaban sin que él pudiera hacer nada, hasta las sonrisas que le sacaba cuando lo miraba enfurecida, aquel rubor en sus mejillas que tanto le gustaba cuando lograba irritarla. Las fantasías que había sentido antes de tocarla la noche en que la vio en aquella esquina y temió por ella y quiso consolarla y ella no lo había dejado; la discusión con Nicolás en su casa, que no conocía; el desagrado hacia Mikela; su aroma, su piel, el miedo y la posesión de la noche en que se encontraron en aquel callejón; el dolor que le causó cuando estuvo con Phill y la furia contenida; el miedo de que lo dejara; el sufrimiento, el amor, todo vertido en ella como si sus almas se fundieran y, al final de todo, su entrega. Sal no podía respirar cuando alejó su mano. Cayó desplomada por las sensaciones que repercutían en su cuerpo. Hero cayó a su lado y giró la cabeza para verlo.
—Te veo —le dijo, acariciándole la mejilla.
—Y yo a ti, cariño, ahora eres mía. —Lo que pasó después de eso, ninguno de los dos pudo precisarlo. Parecían haber sido embestidos por un camión con toneladas de concreto. Muchas emociones que los derribaron y el sueño los consumió en un sentimiento de paz y de unión que paladeaban hasta sus células más mínimas. Estaban juntos y ahora nadie podía separarlos, nadie. En lo profundo de su ser, sentían la unión como un lazo mágico que nunca desaparecía. Se amaban con cada célula, con cada centímetro de piel, como si jamás hubieran estado separados. Se quedaron dormidos, agotados por todo lo que habían vivido en unos instantes, en toda su vida. Ninguno de los dos pudo decirlo a ciencia cierta. Sal se despertó horas después y sacudió a Hero.
—¿Qué? —Respondió medio dormido y medio molesto.
—¡Ha llegado! —Hero se cubrió la cabeza con una almohada al tiempo que ella se bajaba de la cama—. ¿Hero? ¡HEROOO!
—Por la diosa santa, Sal, déjame dormir. —Ella lo maldijo, salió del cuarto y chocó con Carim.
—Iiuuu —le dijo la gata, olisqueándole el hombro. Arrugó la nariz como si ella oliera muy mal.
—¿Qué? —Preguntó con desdén.
—Hueles mal —le respondió Eva del otro lado. Sal se olió a sí misma y no notó nada raro. La apartó de un empujón y se dirigió hacia abajo. Escuchó ruido en la cocina y fue hacia allí, y lo primero que vio fueron las hermosas alas de Irizadiel.
—Hola, Irizadiel. Wow!, creo que nunca me acostumbraré a verte por aquí. Es raro, no sé, verte en la Tierra… —Rodeándola pasó a su lado y encaró a Nicolás que tomaba una rebanada de pizza de una caja, él estaba apoyando en la encimera, observándola descuidadamente—. ¿Dónde estabas? —Lo increpó. Nicolás levantó una ceja sin poder tragar el pedazo a medio masticar.
—¿Ves a lo que me refiero? —Dijo él mirando a Irizadiel, que sonreía, y tomó otro mordisco de su pizza.
—Creo que es fantástico, Nicolás. No lo negaré. —Molesta, Sal miró al ángel, pero no podía mantenerse enojada cerca de ella. Irizadiel era distinta, tenía el alma pura y había algo más que las unía: Phill. Aún pensaba en encontrarlo, pues había rastreado cada una de las fuentes, pero parecía que el Cielo mismo cubría lo que había sucedido. Además, Nicolás no parecía querer responder ninguna pregunta. Ella también comía un trozo de pizza, parecía tan humana que era imposible no sonreír—. No sé, verlas así, preocupadas por ti, es lindo.
—¿Ves?, alguien lo valora. ¡Gracias, Irizadiel! —Añadió Sal, hastiada.
—¿Cómo no hacerlo? —Respondió irónicamente Nicolás, poniendo los ojos en blanco—. Y aquí viene el resto del tropel. —Carim y Eva le gruñeron, pero se centraron en Sal.
—¡Eh, Irizadiel! ¿Cómo estás? —La saludaron en cuanto entraron y ella respondió con un movimiento de cabeza mientras las dos olían a Sal.
—¿Qué? ¿Ha usado el perfume de alguna sin permiso o solo quieren saber cómo huele un macho a ver si recuerdan cómo es? —Nicolás no pudo contener las palabras y las dos le gruñeron en advertencia, mientras Sal comenzaba a tomarse el estómago riendo a coro con Irizadiel.
—¡Escúchame tú! ¿Desde cuándo te metes en nuestras vidas? —Le gritó Eva.
—No, solo planteo algo que podría, no sé, bajar su… o levantar su… ¡olvídenlo!
—Nicolás, cariño, dime una cosa —dijo Carim apartando a las otras y acercándosele.
—¿Cómo se llama? —Nicolás frunció el ceño y se atragantó.
—¿Quién? —Preguntó, una vez que recuperó la voz.
—La loba que dejó el olor en ti, ¿lo huelen? —Dijo ella, volviéndose hacia sus hermanas.
—¿Una loba, eh? —Inquirió Eva en un tono sarcástico.
—Creo que nuestro niño se ha vuelto hombre —se burló Carim, mientras le palmeaba el pecho—. Y ha buscado una gran loba feroz para que se lo devore. —Todas rieron.
—Mira, te estás pasando. ¿Nicolás y una loba? Demonios tendría que haberlo pensado antes, vuelves tarde —añadió Eva caminando para colocarse a su lado—. Hueles a tabaco, alcohol y mujer y, ¿quién es ella?
—No es nadie…, Irizadiel, tal vez… —la miró suplicante.
—¡Oh, no hermano!, son todas tuyas… —Irizadiel levantó las manos negándose a defenderlo y se rio; casi parecía que una sinfonía invadiendo el lugar.
—Sal…, ¿te has emparejado?… —dijo en cambio, desviando la atención hacia Sal. Ambas se alejaron de él para mirarla detenidamente.
—Estamos aquí por él, ¿recuerdan? —Salomé estaba roja como un tomate, aún más cuando señaló a Nicolás tratando de desviar el tema.
—¡Oh, no!, eso es interesante, yo también quiero saberlo —agregó él, cruzándose de brazos. Sal lo miró fulminándolo, pero no logró nada.
—Yo, hoy…
—¡Oh, por la diosa, Nicolás!, ¡nuestra niña ya es una mujer! —Carim saltó sobre Sal, apretándola y abrazándola. Nicolás e Irizadiel no podían parar de reír, aunque él realmente agradecía el hecho de no ser el foco de las miradas.
—¿Está bien si les pincho la alegría? —Preguntó Eva. Carim soltó a Sal, que la maldijo, y ambas la miraron—. ¿Dónde va a vivir?
—¿Qué? —Preguntó Sal.
—¿Quién? —Indagó Carim.
—¡Heroooo! ¿Dónde va a vivir? —Carim y Sal se miraron, para luego mirar a Nicolás.
—¡Ah, no, a mí no me miren! Estoy bastante ocupado con lo mío como para saber eso. —Sacudió la cabeza—. Además, lo hubieran pensado antes…
—¡Todo es por tu culpa! Si hubieras vuelto temprano, no habría estado despierta; y si no hubiera estado despierta, yo no…
—Sabes, Nicolás…, realmente las adoro. —Irizadiel las observaba. Las tres suspiraron y sonrieron.
—Irizadiel, ¿cómo te encuentras? —La hermosa ángel se cubrió la boca con el dorso de la mano mientras tragaba.
—Bien, sanando, Nicolás me está ayudando.
—¡Eh!, volveré a la cama un rato más, pero sepan una cosa… —dijo Carim—. No me he olvidado del tema, lo dejo porque no quiero arruinarle el día a Irizadiel. —Saludó con la mano y se marchó.
—Volveré con Hero. —Sal tomó un trozo de pizza y desapareció también. Eva se colocó justo al lado de Irizadiel y le pidió un pedazo.
—¿Te sientes bien?, digo, a pesar de estas cosas… —Eva señaló a Nicolás, que se estiró y limpió sus manos.
—Creo que iré a la cama —anunció él.
—Que descanses, Nick.
—Ve con Vatur… —saludó a ambas, e Irizadiel volvió su atención a Eva.
—Se siente bien, esto, la normalidad con la que hablan con mi hermano, la fluidez con la que interactúan. Es lindo.
—¿Tú…? —Eva guardó silencio—. Lo siento, no debería preguntar estas cosas.
—¿Por qué no? —Inquirió Irizadiel.
—Ya sabes, no sé, Nicolás no habla mucho de sus cosas y creo que preguntártelo a ti es casi como dejarlo mal parado o traicionarlo —dijo Eva mientras se estudiaba las uñas.
—Nunca lo traicionarían. Lo veo en sus ojos, incluso en los de Salomé. Ella ama a Hero, pero, aun así, Nicolás es tan importante en su vida como pasa contigo. Admiro eso, el amor y lo incondicionales que son.
—Hablas como si no lo hubieras vivido —afirmó Eva, estirándose para tomar el vaso que Nicolás había abandonado.
—Tal vez con Phill. Él era algo así, aunque nunca estuve rodeada de personas que se sintieran cómodas conmigo.
—Bueno, estás en el lugar correcto, por momentos podemos ser un fastidio en el trasero, pero… hay momentos buenos.
—Sí —dijo Carim entrando en la cocina nuevamente. Irizadiel miró a Eva, que levantó los hombros en respuesta—. Como cuando una bella gata, o sea yo… —exclamó parándose frente a ambas— camina hasta el refrigerador, toma un tesoro escondido de chocolate y crema de más de dos litros, del que nadie sabía de su existencia, toma tres cucharas… —Sacó las cucharas y las blandió frente a ellas.
—Que sean cuatro, Hero se ha levantado. Irá al centro, así que cuenten conmigo —dijo Sal mientras cerraba las cortinas.
—¡Déjame terminar! —Protestó Carim.
—Lo siento, continúa.
—¡Hummm! Y lleva en su mano un DVD de chicas… —Carim le mostró el disco que tenía guardado en el bolsillo.
—¡Genial! —Exclamaron Sal y Eva.
—Yo quiero una cuchara, ¿cómo demonios escondes cosas y no me entero? —Protestó Eva.
—Por eso se llama esconder… —Carim notó que Irizadiel las observaba—. Ven, Irizadiel…, la pasarás bien.
—No sé ni qué sabor tiene el chocolate… y no sé nada de eso —dijo señalando el DVD.
—¡Oh, chica! —Eva la abrazó por encima de los hombros sin tocar sus alas—. No sabes lo que es el Cielo hasta que comes chocolate.
—Ven, te enseñaremos qué hacemos cuando no tenemos ningún trabajo por delante. —La jalaron hasta la sala con sillones y, lo más importante…, un televisor pantalla plana del tamaño de la pared.
—Iré por el kit de manicura, creo que te verías bien con tus uñas pintadas. —Irizadiel no podía hablar, aquello la dejaba atónita. La dejaron sentarse primero. Se sentó en el borde del sillón, acomodando sus alas. Carim y Sal se sentaron a su lado y Eva a sus pies. Abrieron un envase enorme de algo que ella no conocía, y cuando Carim tomó un poco de chocolate se lo tendió y todas la miraron. Irizadiel se llevó la cuchara a la boca y paladeó el sabor con los ojos cerrados.
—¿Y? ¿Qué opinas? —Preguntaron ansiosas. Cuando abrió los ojos, las tres la miraban esperando una respuesta.
—Creo que es lo mejor que he probado en años… —confesó con el sabor en su boca.
—Bueno, ahora te haremos ver una de esas pelis que te hacen soñar con los príncipes azules…, se llama Cartas para Julieta y es… romántica.
—Aunque te diré —Eva le acercó el pote con lo que Irizadiel describía como el sabor más exquisito que había probado y tomó un poco—, yo ya espero príncipes violetas, verdes, rosas, hasta te diría que flúor…
—¿Por qué? —Preguntó insegura.
—¡Porque los príncipes azules no existen! —Todas rieron—. ¡Oh, mierda, me helé la cabeza…! ¡Auch! ¡Auch! —Eva comenzó a frotarse la cabeza cuando la película comenzó.
—Guarda silencio, loba revoltosa…, calla, calla. —Carim le aventó un almohadón. Sal le dio un empujoncito e Irizadiel se sintió bien. No sabía por qué, pero intuía que su madre no se había equivocado con Nicolás, le había enviado un regalo y ahora ella era parte de eso. Y lo adoraba.