Algo no andaba bien. Vívika sudaba temor y no planeaba dejarla ir así. No sabía qué ocurría, pero, definitivamente, algo sucedía. La tomé de la muñeca antes de que se perdiera en el gentío. Ella se estremeció y me miró atemorizada. Aquella mirada me atenazó las tripas, pues no podía imaginar quién le había hecho tanto daño como para que huyera de ese modo. Estreché los ojos y la solté, pero no pensaba dejarla sola. Comencé a caminar tras ella. Echó una mirada sobre su hombro y vio que la seguía y antes de pisar la acera se frenó en seco y me encaró.
—¡No me sigas! ¡No, no me sigas! —Sus mejillas estaban coloradas y sus ojos ligeramente asustados—. No te conviene —gimió agitada y me empujó el pecho con las manos sin lograr que retrocediera.
—Vamos Vi, Zander insiste en que nos llevarán a casa —le dijo Alex cuando llegó a su lado. Di un vistazo rápido a Zander y supe que mi amigo debió de percibir lo mismo que yo y le había dado a Alex la única opción a la que ella no se podía negar: llevarlas a casa. No podíamos dejarlas solas. Percibía a la loba asustada allí adentro y aún no sabía por qué. ¿Quién era el hombre que le causaba ese miedo incontrolable? Porque estaba seguro de que era por un macho.
—No, no, no creo que sea bueno. —Se estremeció una vez más y tragó con fuerza—. No quiero más problemas con él, lo agradezco, pero tal vez deberías ir con ellos, Alex, este es mi problema…
—Sí ¡Y que te den…! ¡Ni loca…! ¡Tú no te vas sola! —Su amiga casi escupió las palabras haciéndose eco de mis pensamientos. Zander le pasó un brazo por encima de los hombros de Alex para reconfortarla, y a mí me picaban las manos por hacer lo mismo, pero me contuve. Crucé una mirada rápida con Zander; la calle estaba atestada de tránsito y humedad y, aun así, ambos estábamos alertas.
—Estoy de acuerdo —gruñí entre dientes, sin dejar de mirarla.
—Mira… —dijo Vívika, decidida, aunque había un temblequeo en su voz—. Gracias. —Ella apoyó sus manos en mi pecho y me miró a los ojos—. Pero no te conviene, no quiero que tengas problemas…
—Creo que soy lo bastante grandecito como para poder decidir solo… ¿No crees? —Me burlé con sorna.
—Estoy de acuerdo con el surfista —señaló Alex, y Vívika miró a su amiga como si deseara desgarrarle el cuello.
—No sabes cómo es…, por favor —susurró suplicante.
—No —respondí autoritariamente. La tomé por los hombros y la giré—. Mi auto está allí —añadí, dándole un empujoncito. Podía sentir que Vívika no estaba tranquila, era claro que no deseaba a un centinela en sus asuntos.
—Ok, chicas —dijo Zander cuando todos estábamos dentro del coche—. Deben decirnos de qué va esto. —Observé por el retrovisor cómo entrecruzaban miradas mientras Vívika negaba con la cabeza y los ojos llenos de lágrimas. Arranqué el coche sin dejar de prestar atención al debate que ocurría en el asiento de atrás.
—Mira cariño, nos conocemos hace ¿cuánto?… ¿Una semana? —Dijo Alex, tirándose hacia delante para hablarle a Zander y mirarlo a los ojos—. Creo que tenemos futuro, pero ella es mi amiga y yo…
—Son centinelas —dijo Vívika en un tono plano y apagado, dejándonos sumidos en el silencio por varios minutos.
—¿Cómo lo sabes? —Zander se giró en su asiento para observarla.
—Es una loba de nacimiento. ¿No lo sientes? —Pregunté, echándole un vistazo a mi amigo. Zander me estudió un momento inhalando una gran bocanada de aire y cerró los ojos, para luego asentir con la cabeza.
—¿Cómo? ¿Qué quiere decir eso? —Alex estaba agitada—. ¡No! ¡No permitiré que la toquen! ¿Van a matarla? —Gritó. Entonces frené el coche violentamente.
—¿Por qué demonios la mataríamos? —Gruñí. De un momento a otro el auto parecía tremendamente pequeño. Alex se colocó enfrentándonos y cubriendo a Vívika, y ese solo gesto me conmovió de un modo que no sentía hacía mucho. Los humanos huían de los oscuros, les gritaban cosas o, simplemente, los evitaban, casi nunca los protegían.
—¡Ese hijo de puta! Él la denunció, ¿cierto? —Gritó Alex sin poder contener los nervios—. Voy a comprar un arma y le volaré los sesos. Él los llamó, ¿verdad? ¿Él la denunció y vienen a matarla? ¿Es que acaso no piensan que ella…?
—¡SILENCIO! —Grité sin poder contenerme. Alex quedó pasmada, pero, aun así, no se movió—. Nosotros no matamos a los nuestros.
—¿No? ¿Y por qué mierda se llaman a sí mismos sociedad de asesinos, eh? —Era una buena pregunta. Incluso yo mismo me la había hecho siglos atrás.
—Es solo un nombre, Alex. Nosotros no matamos a los nuestros. Nuestro deber es protegerlos y castigarlos cuando infringen la ley, pero nada es porque sí… —Zander se movió para observar a la humana y calmarla.
—¿Quién es? ¿Dime qué pasó? —Exigí molesto por toda la situación.
—¡Vívika, no! —se quejó su amiga cuando esta comenzó a apartarla para enfrentarnos. Levantó la barbilla que le temblaba y las lágrimas se derramaron en su rostro al mirarnos a ambos.
—Soy lo que soy desde los veintiuno, hace tres años que he cambiado. Mi familia tiene algunos nacidos que no son como yo, un lobo… —Lucía hermosa y orgullosa. Quise consolarla y secar sus lágrimas, pero necesitaba saber qué había ocurrido.
—Sigue —pedí.
—Gus había sido mi novio de los dieciocho, novio de juventud y estábamos juntos cuando se dio el cambio…, solo que se lo confesé. —Apartó los ojos y miró hacia afuera—. Creía que era mi amor eterno…, como mis padres: mi madre no es una licántropa, es solo humana y creí que él… —Sus sentimientos se colaron dentro de mí y me atraganté con su dolor. Sabía lo que era desear el cariño de alguien y ser rechazado.
—¿Él estaba allí, cierto? —Pregunté. Ella asintió sin mirarme.
—Oye —dijo Zander buscando distender el aire tenso—. Entiendo que los asuntos con los ex son un dolor en el culo, pero…
—¡Le ha pegado! —Susurró enérgica Alex mientras Vívika la fulminaba con la mirada.
—¿Qué? —Preguntamos a dúo, conmocionados. Estas cosas tenían su castigo. ¿Cómo podía ser cierto que aquel humano siguiera acosándola sin sufrir ninguna pena?
—¡Olvídenlo! ¡Olvídenlo, esto es absurdo! —Vívika abrió la puerta del coche y bajó. Un segundo más tarde yo también baje y la seguí—. No debí haber venido.
—¿Dónde te ha pegado? —Gruñí con los dientes apretados conteniendo la ira. Nadie tocaba a los nuestros y salía impune.
—¡Por favor! Tan solo olvídalo… —Intentó pasar a mi lado, pero no la dejé.
—Hay un castigo para los humanos también —susurré.
—¿Realmente crees que me creerán?… —preguntó incrédula mientras una lágrima se derramaba por su mejilla.
—La diosa protege a los suyos… —afirmé.
—Lo sé… —admitió ella, aunque no sabía si eso la ayudaría en algo.
—Métete en el coche…, hablaremos de esto en tu casa —exigí imprimiéndole a cada palabra la energía que lograba doblegar incluso a los más desquiciados. Vívika bajó la cabeza, tragó con fuerza y obedeció. No volvió a hablar en todo el trayecto hasta su casa, mientras Alex la abrazaba y la consolaba. Los cuatro bajamos del coche y caminamos por una pequeña entrada hacia un jardín. No necesité que me señalara cuál era su casa pues la puerta colgaba de las bisagras. Vívika se paralizó al instante. Me detuve en silencio cuando noté la pintada en la pared de su casa.
Aquí vive una puta loba.
Morirás bastarda de la diosa.
—¿Todavía crees que no es nada? —Preguntó Zander con ironía.
—Debemos sacarla de aquí —murmuré mientras tomaba el teléfono—. Ve por las cosas más importantes, vendremos por lo demás luego. Tengo un par de amigos de confianza que se encargarán de todo lo demás y te lo llevarán. —Vívika vaciló un instante hasta que Alex la jaló hacia la puerta. Me alejé de ellos mientras los veía entrar a la casa. Llamé a alguien en quien confiaba: Hero.
—¿Nick? —Él respondió al primer timbrazo. No sabía cómo lo hacía, pero Hero había desarrollado la facilidad para reconocer cuando lo llamaba.
—¿Estas cerca de Sal? —Pregunté. Hero guardó silencio y lo oí caminar.
—Ahora no lo estoy. ¿Qué ocurre? —Indagó el asesino.
—Necesito pedirte un favor —susurré.
—Sé cuánto odias hacer eso —admitió Hero—. Así que tan solo lárgalo. —Sonreí en silencio admirando cuánto me conocía en tan poco tiempo.
—¿Aún tienes ese galpón lejos de la ciudad? —Pregunté.
—Imagino que galpón le dices a mi casa, ¿no? —Hero sonaba divertido.
—Sabes a lo que me refiero, Hero —respondí sacudiendo la cabeza.
—Puedes usarlo… —accedió sin más, dejándome helado. No hizo preguntas ni siquiera indagó por cuánto tiempo. Nada.
—Gracias… —Debía pensar como se lo compensaría.
—Hay unas llaves en la puerta de un coche abandonado, cerca de la puerta, aunque imagino que no las necesitas. —Solté una carcajada. El maldito me conocía mejor de lo que imaginaba.
—Correcto…, gracias —respondí y cerré el teléfono al momento que Zander y las chicas volvían.
—Vamos —les dije, y comencé a caminar hacia el coche nuevamente. Noté cómo varias cortinas se movían, estaba seguro de que los humanos habían visto lo sucedido, por lo que alejar a Vívika de aquel lugar sería lo mejor.
—¿Puedo saber a dónde la llevan? —Interrogó Alex y la observé entornando los ojos, tan solo para ponerla nerviosa—. O… ¿deberás matarme si me lo dices? —Zander soltó una risita por lo bajo y yo sonreí.
—La llevaré un sitio que es de un amigo, tú puedes quedarte con ella si lo deseas —le respondí aún sonriendo. Nos metimos en el coche en silencio.
—No quiero molestar a nadie…, sabes, no quiero. —Observé a Vívika por el retrovisor.
—Él no está allí y, créeme, no le molestará —afirmé. Sal había obligado a Hero a abandonar aquel lugar. Y, por lo visto, Sal había ganado.
—Odio esto, yo nunca… —Vívika había dejado de llorar, pero se sentía muy triste; podía notarlo en su voz.
—Tranquila, cariño —le dijo Alex y Vívika escondió su cabeza en el hombro de su amiga—. Todo se pondrá bien. Imagínate si hubieras venido sola… —Alex palmeó mi hombro y le habló a Zander—. Nunca podré agradecerte que lo trajeras Zander, lo digo en serio.
—Se me ocurren un par de cosas que podrías hacer para agradecerme —respondió mi amigo, quien ahora lucía más relajado. Su comentario se llevó varios reproches de las chicas, disolviendo la tensión del ambiente.
—Sabes, eso es demasiada información para mí —declaré.
—Y para mí —respondió Vívika, limpiándose los ojos.
—Y, ¿sabes qué es lo mejor?, Alex —preguntó Zander mientras me observaba—. Todo se resume a la historia de mis pantalones —bufé y puse los ojos en blanco.
—Que te quedan hermosos —expresó ella, que parecía no saber nada de modas.
—¡Ves, Nicolás! —Exclamó Zander, dándome un empujoncito en el hombro—. ¿Cuándo lo entenderás?
—Sabes, prefiero no saberlo… —admití.
—A mí me gusta como vistes —dijo tímidamente Vívika y se lo agradecí. Al menos ella no amaba los pantalones de cuero.
Las chicas se sorprendieron cuando llegamos. Procuré que se acomodaran lo mejor que pudieran en la «casa» de Hero, que constaba de un galpón alejado de la ciudad, algo parecido más a una fabrica que a un hogar. Había un par de motos apiñadas cerca de la puerta y, del otro lado, se podía ver una gran cama con sábanas de seda. Antes de conocerlo, nunca hubiera imaginado a Hero como alguien que usara sábanas de seda. Casi no había divisiones: tenía una cocina al fondo y un baño, que era el único espacio delimitado del lugar. Todo lo demás era una sola cosa y las distintas áreas de la casa se dividían por el mobiliario. Al menos tenía todo lo que ellas necesitaban.
—Imagino que tu amigo no es de recibir muchas visitas, ¿no? —Murmuró Alex mientras inspeccionaba el lugar y no pude reprimir la sonrisa.
—Estarán bien por ahora —declaré—. Y, créeme, que estés aquí representa una gran cuota de confianza de su parte.
—Debe ser un buen amigo… —dijo Vívika dejando un bolso sobre una silla.
—Lo es —admití, aunque nunca había pensado antes en Hero como «un amigo».
Saludamos a las chicas y salí para hablar con Zander. Al echar un vistazo a los alrededores entendí por qué a Hero le gustaba este sitio. No importaba dónde miraras, si se planeaba un ataque, podías ver rápidamente de dónde venían los atacantes. Había una cerca alta de alambre y nada más. Observé el cielo y pensé en mi madre, en Dora y la gata que había dejado en el hospital.
—¿Crees que estarán bien aquí? —Preguntó mi amigo.
—Estarán a salvo, al menos hasta que le encontremos un sitio —confesé.
—Podrías llevarla contigo —sugirió Zander, y le di una patada al suelo.
—Claro y enfrentarme a tres elementales con las hormonas alteradas —gruñí. De solo pensarlo me ponía nervioso—. No, gracias.
—Ella te gusta. ¿Por qué no lo admites?
—¿Será porque tengo bastantes problemas como para pensar en mujeres? —Manifesté mientras me hacía sonar el cuello—. Dime una cosa: ¿dónde están tus protegidos ahora?
—Seguramente en un bar, enfiestándose con algunas muchachas —admitió Zander sin preocupación. Y yo gruñí—. Sí, lo sé, tener tres hembras a tu cuidado apesta y lo sabes.
—¿Te quedarás con ellas? —Eché un vistazo al galpón.
—Sí, seré su «niñero» hoy, pero créeme… —dijo apelando a toda la seriedad que podía tener su voz—. Realmente sí tengo cosas a cargo… y, para que sepas, igual creo que hicimos mal en dejar a la joven cambiante en ese lugar.
—Hablaré contigo en unas horas, ¿está bien? —Respondí evitando tocar el tema de la gata. Me subí al coche y me dirigí a casa. Estaba agotado.