Vívika se estremeció cuando Nicolás la acercó a su cuerpo y un calor extraño hizo vibrar sus células de una forma que nunca lo había sentido. De pronto, se sentía segura, como no lo había hecho durante mucho tiempo. Era irónico, se encontraba totalmente fuera de su ambiente, pero el ver a Nicolás en su traje de marca, su cabello arreglado, la hizo sentir mejor y no sabía por qué, pero la hacía sentir protegida.
El idiota de su ex había aparecido en su casa hoy; estaba borracho y apestaba a tabaco, ¡como siempre! Aquella tarde había aporreado su puerta al tiempo que la maldecía a gritos, a sabiendas de que todos lo oirían. Vivía en unos departamentos un poco alejados del centro. Eran lindos y cálidos, tenían un patio interior y los edificios no sobrepasaban los tres niveles, por lo que su departamento en planta baja recibía el sol todo el día, cosa que ella amaba. Ahora no sabía qué dirían los vecinos, ¿la echarían del único lugar en el que era feliz? Había conseguido ese lugar después de romper con él y se había decidido a vivir sola. Alejada de su familia, que le rogaba volver a casa, se negaba a irse sin un por qué, fuera lo que fuera, y allí se quedaría hasta que la echaran. Lo que tal vez podría ocurrir hoy, después de todo. Lo había dejado gritar todo lo que quisiera, y, por suerte, lo único que tendría marcas sería la puerta y no su cara. Estaba cansada y había llorado por horas hasta que Alex la había llamado. Se había arreglado lo más pronto que pudo, pues no sabía si él volvería. Se maquilló rápido para cubrir su cara enrojecida por el llanto, y había salido aterrada de su casa, esperando pasar desapercibida y que no la siguiera. Por eso había venido, temía más a quedarse sola que a estar rodeada de gente sudada. Pensó un momento en qué haría su ex si la viera con él, joven, rubio, que parecía salido de un póster de promoción de playa. Lo único que no encajaba con eso era el traje, lucía formal y atlético, aunque si lo viera con una tabla de surf no estaría mal tampoco. Los músculos se le marcaban a través de la costosa tela y su pecho era tan duro como una roca, casi sugería tener un cartel sobre su cabeza que decía: «surfeando encontrarás hombres tan buenos como yo».
—¡Oh! Lo siento —se excusó su amiga que estaba a los besos con Zander. Vívika pensó que, en otro momento, se habría molestado con Alex, pero ahora, con la calidez que irradiaba el hombre que la mantenía apoyada sobre su pecho, no quería salir de allí, de su seguridad—. Es que ya saben, los hombres con pantalones de cuero me ponen ¡ufff! —Zander le dirigió una sonrisa a su amigo que decía claramente «te-lo-dije», pero este lo ignoró por completo, separándose un poco de ella. Zander, del cual había escuchado mucho, pero que nunca había visto, hasta hoy, pareció notar su presencia y le tendió la mano.
—Zander —dijo él. Ella sonrió y estiró su mano hacia él, sintiendo cómo los dedos de Nicolás dejaban rastros de calor sobre su piel.
—Vívika… —respondió ella. Zander le echó una mirada a Nicolás, que Vívika captó al vuelo. La recorrió con una mirada sorprendida, que ella no sabía qué significaba, y luego volvió su atención al frente. La banda comenzó a tocar y el ambiente se llenó de sonidos agudos de guitarra, solos de batería y un hombre gritando. Vívika no podía decir que cantara… ¿Cómo es que su amiga podía desear venir a un lugar así? Estaba dicho que eran amigas por ser totalmente opuestas. Cuando la segunda canción terminó, el supuesto cantante se detuvo para alentar a los suyos.
—Aún no me dijiste cómo es que te metiste en esto —le preguntó Nicolás, agachándose un poco para hablarle al oído. Ella ladeó la cabeza para que la oyera y sus ojos conectaron con los de él en un segundo. Notó algo raro que no podía especificar; su loba también lo sintió y, sin embargo, no se alejó.
—No quería quedarme en casa —respondió. Cuando él no habló, le dio un vistazo rápido. Tenía esa mirada de saber algo más que el resto y se preguntó si habría visto algún moretón en su cuello del que ella no se hubiera percatado. Tembló en sus brazos cuando Nicolás la agarró—. Y… y… y Alex dijo que vendría, que su… que Zander traería a alguien y que era lo mejor que podía hacer antes que quedarme en casa encerrada. —Vívika se giró para dejar de verle a los ojos. ¿Qué sabía él de ella? ¡Mierda! Sabía que no se había tragado su historia. Tembló nuevamente y suspiró cuando él le acarició las manos hasta los hombros.
—¿Y tú? —Ella rompió el silencio e intentó hablar sin que se notara la duda en su voz—. ¿Qué hace alguien como tú aquí?
—Podría decir lo mismo —respondió al cabo de dos latidos. Se inclinó un poco para hablarle al oído y los labios de Nicolás acariciaron su lóbulo haciendo que temblara de pies a cabeza—. ¿Ella lo sabe? —Vívika se movió de modo que pudiera verlo. Nicolás la observó y después a Alex, que respondía a gritos las preguntas del cantante mientras Zander la abrazaba desde atrás.
—Sí, lo sabe —murmuró incómoda. No sabía qué más decir. No podía culparse por ser lo que era; aun así él no apartó sus manos de ella. Vívika estaba orgullosa de lo que era y la loba se alumbró en sus ojos dejando que él lo notara.
—¿Qué eres? —Preguntó desconfiada y volviendo su vista al frente.
—Un centinela —murmuró él, nuevamente demasiado cerca de su cuello.
—¿Viniste a matarme? —Indagó lista para enfrentarse a él si hacía falta.
—No, solo a escuchar una banda rara y ver quién era la mujer que tolera a Zander con esos pantalones de mierda. —Vívika creyó oír la risa colándose después de sus palabras, pero no se atrevió a mirarlo.
—Imagino que él también lo es —dijo cayendo en la cuenta de que ambos lucían casi igual, salvo por los pantalones de cuero—. Aunque creo que Alex no sabe lo que es tu amigo.
—¿Y cómo lo sabes tú? —Inquirió Nicolás con la voz calmada.
—No sé, eres un centinela, no sería raro que él lo fuera también. Creo haberte visto antes. Tengo como una capacidad de sentir a los otros, ya sabes… —le respondió girándose para verlo a la cara, tomando todo el coraje que le quedaba, y lo vio fruncir la nariz. El «intento» de cantante gritó atrayendo su atención. Siguieron escuchando la maldita banda, aunque Vívika se preguntaba: ¿Quién cuerno le ha dicho que podía cantar? Definitivamente, alguien que no lo apreciaba o tenía sordera, porque ¡demonios!, cantaba como la mierda. Vívika seguía tan tensa como cuando llegó. Sabía que estaba segura, pero, aun así, no podía sacarse de la cabeza los gritos de Gus. Le había dicho que era una maldita, que lo había vuelto adicto a ella, que era una enferma, una maldita anormal, y muchas cosas más. Ella ya había olvidado la cantidad de insultos que le había propinado, cuando sus ojos se llenaron de lágrimas y se acurrucó envolviendo sus piernas con los brazos junto al pecho, en un rincón de su casa. Gus la había golpeado más de una vez al enterarse de lo que era, y todavía llevaba un par de moretones de recuerdo. ¡Maldito idiota! Pensar que lo había amado.
Había pasado más de media hora cuando Alex le tocó la mano. Ella había dejado que el calor del centinela la invadiera y la música amortiguara sus pensamientos, dejándola sentir un poco de paz, hasta ahora.
—Tal vez deberíamos irnos —dijo su amiga y Vívika la estudió sin comprender de qué hablaba. Sabía que no tenía buena cara, pero no quería quedarse sola ni separarse del hombre que estaba a su espalda. Era un centinela y algo de aquello la tranquilizaba, aunque comprendía muy bien que ellos no se metían en las disputas humanos-oscuros, por la simple razón de que nadie se lo pedía. Podrían matarla por interactuar con un humano, pero ¿quién demonios iba a saber que en su veintiún cumpleaños algo en ella renacería dejándola como loba? No lo sabía, no tenía la menor idea de por qué había sucedido hasta que habló con sus padres. Ellos no le comentaron nada antes, por la simple razón de que podía ser una humana normal como su hermana, quien había pasado los veintiocho y sin ningún cambio. Ahora sabía que podía correr en cuatro patas y, créase o no, se sentía bien sabiendo que no era una joven indefensa. Era una loba y eso le daba un poco de confianza. Había corrido por los campos de sus padres, el aire colándose en su pelaje, sus oídos percibiendo hasta el mínimo ruido, sus patas golpeando contra el suelo, y la libertad golpeándole la cara. Amaba ser lo que era.
—Estoy bien —dijo y apoyó su mano sobre la de Alex—. Tranquila.
—No. —La desesperación se filtró en la voz de su amiga—. Escucha. —Alex tuvo que acercarse para hablarle, la banda sonaba muy, muy mal—. Tal vez deberíamos irnos —dijo acentuando cada palabra y Vívika olisqueó su temor—. ¿Entiendes? —Ella la estudió y rápidamente sus ojos viajaron por el lugar. Algo estaba mal. Debía sentirlo. ¿Qué era?
—¿Qué ocurre, cariño? —Preguntó Zander, pero Alex no desvió la mirada de Vívika. Un segundo después se movió girando sobre sí misma para abrazar a Zander.
—Tal vez deberíamos irnos —la escuchó decir mientras los ojos de ella buscaban el por qué de este cambio de humor de su amiga, pero no encontraban nada.
—¿Qué ocurre? —Le preguntó Nicolás mientras apretaba las manos en sus hombros. Ella tembló, pero no habló. Seguía buscando la fuente del temor de Alex… y sus ojos barrieron el lugar hasta que lo vio. Tambaleante, a unos metros de ellos, vio a Gustav, ebrio y buscando pelea. Como si la percibiera, él miró justo hacia donde ella estaba y Vívika desvió la mirada para que no la viera. Al parecer, Nicolás sintió ese mínimo temblor y observó el trayecto de su mirada, pero antes de que él dijera algo, Vívika se volteó y lo encaró.
—Debo irme… —Echó una mirada a Alex y pasó junto a Nicolás. Debía salir de allí. Ser humillada en su casa era una cosa, pero ser humillada frente al único hombre que le había dado protección, era una muy diferente que no deseaba vivir. Gus era su problema…, tal vez le daría un puñetazo y se marcharía. No lo sabía, pero debía lidiar con eso ella sola.