5

Entramos a una habitación oscura y sombría. El olor a sangre, mezclado con antibióticos, atiborró nuestras narices, logrando casi que nos replanteáramos la visita al hospital. Nos miramos un momento, asqueados. Incluso los oscuros contaban con mejor infraestructura y atención. Escondidos bajo fachadas grises y frías, tenían equipos que superarían por mucho a los que veíamos aquí. Había poca luz, como si aquel lugar pudiera absorberla, enviciando el aire, consumiendo incluso la vida. ¿Qué demonios? ¿Por qué mierda me meto en estas cosas?, me pregunté maldiciendo en silencio. Había planeado pasar el día encerrado hablando con mi hermana, como lo había hecho en los últimos días, pero aquí estaba.

Caminamos atravesando la habitación, pasando una cama vacía y desarmada hasta la que estaba cerca de la ventana. Por un momento pensé en abrirla, sucia y mohosa, para dejar entrar aire puro, pero me contuve cuando mis ojos vieron a la mujer. Estaba recostada de lado, una mano cerca de su cara y la otra colgando de la camilla, como si quisiera tomar algo que no podía alcanzar y que solo ella veía. Sus ojos estaban abiertos mirando a la nada; su cuerpo, cubierto por una sábana desteñida, amarillenta, y un fino acolchado con bolitas de lana y mugriento. Me sentí mal por ella, parecía abandonada, aun aquí donde debían cuidarla. Zander golpeó mi hombro llamándome la atención, olisqueó el aire y noté que había algo raro, pero no pude distinguir qué. Mis sentidos estaban embotados por el hedor del lugar, tanto que parecía que se me pegaba como una segunda piel.

—¿Crees que pueda hablar? —Preguntó Zander. Ella ni pestañeó al oír nuestras voces ni se movió. El latido del corazón era estable, me acerqué un poco más, interponiéndome en su campo de visión, pero no reaccionó. Me puse de cuclillas, justo enfrente de su cara y miré a Zander consternado. No se movía ni siquiera articulaba palabra; no había cambios en el latido de su corazón, era simplemente como si no estuviera allí. Como si su alma hubiera sido robada. Aún no sé si está viva, pensé.

—¡Aquí apesta! —Dijo Zander, y asentí sin apartar los ojos de ella.

—Algo va mal con ella —susurré mientras observaba unos ojos café tan profundos que creí poder saborearlos. Su cabello tenía casi el mismo color que sus ojos, tal vez un poco más chocolate. Sus rasgos me hicieron pensar en una niña con labios gruesos, que tal vez nunca habían sido besados. Observé cómo su pequeña figura se dibujaba bajo la colcha. Estaba demasiado flaca, incluso para una humana. Los huesos de sus muñecas sobresalían más de lo normal y estaba seguro de que sus costillas se notarían del mismo modo.

—Ella no debería estar aquí —murmuró Zander corriendo una cortina—. Creo que básicamente ningún humano debería estar aquí. —Él continuó hablando mientras yo, por mi parte, seguía prendado de los ojos de aquella mujer. Me moví un poco y fue cuando noté un leve movimiento de sus pupilas. Me quedé helado y, por lo visto, ella nuevamente quedó estática—. ¿Qué? —Preguntó Zander, quien parecía haber captado su movimiento también—. Tienes cara de haber visto algo. —Se acercó un poco y se inclinó hacia delante, manteniendo el equilibrio, casi rozándole la mejilla con su nariz. La olisqueó y siguió haciéndolo hasta que llegó hasta cerca del cuello. Por el rabillo del ojo capté un leve movimiento de cómo su mano se apretaba en un puño. Bien, una segunda respuesta. Zander siguió olfateando su cuello y percibió el miedo. Se alejó un poco, tan solo para mirarla a los ojos nuevamente.

—No tengas miedo —murmuré muy bajo—. No venimos a hacerte daño. —Ella no respondió. Zander se acercó aún más—. No es humana, es una cambiante joven. —Era cierto, ahora podía sentirlo. Ella movió sus pupilas otro milímetro—. No te haremos daño —repetí—. Soy el centinela Nicolás Ikkar y este es el centinela Unripe. Somos de la Sociedad.

—¿Cómo sabes lo que soy? —Susurró la mujer, casi sin mover los labios—. Ellos no lo saben —asentí imaginando que los humanos no habían notado el cambio. Tal vez el ataque la había transformado de cambiante a humana como forma de defensa, y los humanos la habían tomado como tal. Claro que no lo sabían; de saberlo, ella no estaría aquí, estaría en unas instalaciones mucho más agradables.

—Soy un centinela y percibo tu aroma, eres una gata. —Hablé muy despacio manteniendo la voz que solía usar con los jóvenes más introvertidos, un tono calmado, que había usado tiempo atrás con Sal. Siendo cuidadoso con cada una de mis palabras, desvié los ojos hasta sus manos, que ahora se apretaban.

—Yo no quiero esto… —Una lágrima corrió por su mejilla en un parpadeo—. No era así…

—Por eso estamos aquí —dijo Zander cambiando su tono a uno más pausado y tranquilo. Auténticamente un centinela.

—Dicen que te ha atacado un lobo —murmuré yo, al tiempo que colocaba una mano firme en el borde de la cama para estabilizarme. Ella observó el movimiento, pero no habló y, de un momento al otro, mi mente no pudo procesar lo que salía por mi boca—. ¿Quieres que te saquemos de aquí? —Tragué con fuerza una vez que lo dije. ¿Por qué mierda había dicho eso?

—¿Qué? —Zander sonaba ahogado.

—No me dejarán salir de aquí —explicó en un murmullo tan bajo que casi no la había oído. Parecía vencida.

—¿Quiénes? —Ella enfocó sus ojos más allá de donde yo estaba—. ¿Quiénes te retienen aquí? —Tragó con fuerza y no pude resistir la necesidad de acariciarla. Tomé su diminuta mano y la apreté entre las mías. Ella se tensó y paseó los ojos desde su mano hasta mis ojos.

—Los humanos…, varios… varios vinieron aquí… —Ahora era el momento para que yo fuera el que se pusiera tenso. ¿Humanos? ¿Qué mierda era esto?— No dejarán que me marche. —La tristeza me golpeó como un puñal en medio del pecho. Me levanté soltando su mano y Zander me imitó. Estaba indefensa, ellos podrían incluso matarla. Tal vez, algunos de ellos sí sabían qué era.

—Te sacaremos de aquí —murmuré. Tomé mi teléfono y llamé a Ben. Caminé unos pasos alejándome de ella, sin saber qué era lo que debía hacer, y ahí iba otra vez, esa maldita sensación de incertidumbre. Articulé en silencio un quédate con ella para Zander. Me pasé una mano por el pelo y suspiré intentando apartar el olor hediondo del lugar, que parecía pegárseme a la nariz.

—Ben, hay algo raro aquí. —Eché una mirada por encima del hombro, y bajé dos tonos la voz.

—¿A qué te refieres?

—No es humana Ben, hay algo extraño. —Me detuve un momento—. No hay modo de que ellos supieran qué era. Es una hembra cambiante joven, pero tiene marcado el aroma. —Ben se quedó en silencio y la impaciencia me colmó—. Debo sacarla de aquí…

—¿Tomarás su custodia? —Maldije en silencio y suspiré ruidosamente.

—Sí, lo haré. Sí, es lo correcto, pero primero debemos sacarla de aquí.

—Bien, déjame ver cómo justificamos su salida —respondió Ben, más comprensivo de lo que esperaba.

—No será fácil…, ella no quiere… ser lo que es —susurré. Sabía que aquello era lo peor que podía pasarle a una persona. Ser convertido contra su propia voluntad era por lo que yo había bajado a la tierra. ¡Maldición, era por lo que había nacido!

—Resolveremos eso luego, creo saber cómo lograrlo. —Ben cortó la comunicación y yo volví junto a ellos. La mujer se había movido y estaba casi sentada, su cabello atado en una coleta ladeada y algunos mechones cayendo de forma desordenada hacia los costados de su cara. Zander estaba apoyado contra el muro, de forma relajada, aunque sabía que no lo estaba. La mujer levantó sus ojos cuando entré nuevamente. Había dolor en ellos, un dolor tan arraigado como su propia piel.

—Estaba vagando cuando algo la atacó. —Zander levantó sus hombros e hizo una mueca—. La segunda vez. —Maldiciendo en silencio, me enfoqué en la mujer.

—No hablen de mí como si no estuviera aquí —siseó la muchacha y ambos la observamos.

—¿Puedes definir qué fue lo que te atacó? —Pregunté.

—¿Me creerías? —Gruñó y bufó desviando la mirada como si le diéramos asco.

—Estamos aquí, ¿cierto? —Dije de mala gana ante su escepticismo. Ella no me miró y sentí la ira creciendo. Sabía muy bien que ella no quería pertenecer a mi mundo, pero, personalmente, no podía remediarlo. Podía ayudarla, podía incluso intentar salvarla, pero con esa actitud lo único que conseguía era cabrearme—. ¡Mira, podemos hacerlo por las buenas o por las malas! —La muchacha me fulminó con la mirada. La mueca de asco casi me abofeteó.

—¡Y eso qué te importa! —Me gritó con los dientes apretados, y los puños aporrearon la cama mientras se sentaba, erguida, intentando parecer orgullosa y dura, aunque tan solo era una joven, una niña comparada conmigo—. A ti lo único que te importa es librar a tus bastardos de esto —gruñí cuando ella levantó una ceja y puso cara de suficiencia.

—¡Cuida tus palabras! —Bramé mientras rechinaba los dientes. Mis manos apretaron los caños de la cama, casi podía decir que los rompería si seguía aferrado.

—¿Acaso no es lo que son? —Ahora era mi turno de sentir asco de ella y se lo demostré. Toda consideración que tenía por ella se había ido por la borda. Los hijos de mi madre no eran bastardos. Tragué con fuerza para no responder del peor modo mientras escuchaba a la muchacha que respiraba agitada.

—¡Marchémonos de aquí! —Dije sin dejar de mirarla. Giré dándole la espalda. A la mierda contigo, pensé. Zander dudó un segundo antes de seguirme. Él también estaba molesto por lo que ella había dicho, pero, a diferencia de mí, él sabía disimularlo.

—¡¿QUÉ?! ¿Se van? —Gritó ella y ni me molesté en darme vuelta, tan solo me detuve un momento en la puerta, tomándome del marco.

—Quédate con los humanos…, somos unos bastardos…, tú lo has dicho, ¿cierto? —Indiqué arrastrando las palabras—. Pero recuerda, ahora tú también lo eres —completé apretando los dientes y salí.

La puerta se cerró detrás de Zander. Caminamos sin decir ni una palabra. Cualquiera que insultara a los hijos de Vatur me insultaba a mí directamente. No me importaba quién fuera, no podía perdonar eso. La enfermera regordeta intentó hablarme, pero al ver la expresión de mi rostro que destilaba un aire hostil, no se detuvo. Con mi humor actual podía hacer cualquier cosa, y no podía descontrolarme.

Cuando salimos, la brisa borró aquel olor de podredumbre y barrí el lugar con una mirada pausada. Estaba más que molesto. Zander apresuró su paso hasta estar a mi lado, pero no dijo nada hasta que nos metimos en el coche.

—Odio esto —gruñó.

—¿Qué? ¿Que nos traten así o solo tu existencia? —Solté intentando burlarme de él, pero mi voz trasmitió otra cosa.

—No —dijo acentuando sus palabras y endureciendo su expresión—. A los convertidos contra su voluntad, no puedo ni imaginar lo que vivió esa mujer. —Me pasé la mano por la boca, sintiendo cómo la amargura lo colmaba.

—No me importa —declaré negando con la cabeza y arranqué el coche.

—¿La dejarás allí? —Le eché una larga mirada a mi amigo—. ¿Estás hablando en serio? ¿No le dijiste a Ben que…? —Y no respondí. Gruñendo me coloqué los lentes de sol. Zander levantó las manos en señal de rendición y miró hacia el adelante. No quería hablar de eso. ¡Que se jodiera la muchacha! Averiguaría las cosas a mi modo. ¡Que se joda! ¡Que vea qué tan bien la tratarán los humanos!

—¿Cuántas horas tenemos antes del recital? —Pregunté cambiando radicalmente de tema. Zander movió la cabeza.

—Unas cinco horas… ¿Por qué?

—Porque tengo otra idea sobre cómo averiguar qué la atacó —dije y, aunque no lo deseara, mis pensamientos quedaron pegados a la mujer. Hubiera querido mostrarle mi poder. Decirle que no éramos bastardos, que estábamos mucho más avanzados que los humanos, los cuales la rechazarían en cuanto supieran lo que ahora era. Maldita seas, susurré en silencio. Averiguaría qué le había ocurrido y castigaría al que traspasó una de las reglas más importantes de la S.A., pero lo conseguiría a mi modo. Había personas que trabajaban para nosotros, seres que no eran oscuros e incluso eran más fieles que muchos de los nuestros. Intentando sacarme de la mente aquellos ojos color chocolate, me forcé a pensar en la mujer a la que visitaríamos y eso me endulzó el alma. Nos metimos por las calles intrincadas de la ciudad y llegamos en pocos minutos. Ninguno de los dos habíamos dicho ni una palabra en todo el camino. Estacioné en una calle lateral y nos bajamos frente a una casa con varios carteles en su puerta.

—¿Estás hablando en serio? ¡No me jodas, Nick!

—¿Qué? ¿Eres un escéptico ahora?… ¿Desde cuándo? Con eso pareciera que nada te asustará —dije, señalándole los pantalones—. Digamos que no eres lo más normalito del mundo. —Zander me ignoró. Entramos al patio de la casa atravesando la rejilla que la separaba de la calle; era de madera y en algún tiempo había sido blanca. Pasamos por el sendero a través de un pequeño jardín que estaba abandonado, subimos los escalones que los separaban de la puerta y, un momento antes de que llegara a llamar, la puerta se abrió. Una mujer pequeña y encorvada nos observó y, dada su altura, tuvo que levantar la cabeza para mirarnos a ambos. Tenía una sonrisa dibujada en sus labios.

—¡Diosa querida y hermosa! ¡Aún traes bendiciones a mi casa! ¡Bendecida seas! —La mujer juntó las manos y las elevó al cielo—. Nicolás Ikkar…, hijo de la diosa. —Sonriendo, me acerqué a ella y toqué su hombro—. Cuando creí que todo estaba olvidado, apareces frente a mi puerta como una ilusión, como la más bella de las creaciones.

—¡Que la diosa te cuide y se apiade de ti, Dora! —La mujer se acercó a mí y me abrazó. Di un vistazo a Zander. Increíblemente estaba callado y estupefacto ante aquella muestra de cariño. Sabía que se estaba preguntando qué tenía esta mujer y cómo me conocía.

—¡Oh, mucho más de lo que crees…, centinela Unripe! —Zander dio un paso atrás cuando aquellos ojos almendrados se posaron en él, y no pude evitar sonreír—. No se fíe de mi cuerpo achacado por los años, mi mente es tan lúcida como cuando Nicolás me salvó. —Zander boqueó luciendo aún más gracioso. Sabía que no había hablado en voz alta. Dora sonrió y nos hizo entrar—. Dos centinelas en mi casa, bendiciones para la diosa Vatur.

—¿Veneras a Vatur? —Preguntó Zander mientras yo le sonreía ampliamente entrando a la casa y sosteniendo la puerta para que pasara. Lo primero que Zander vio fue el pequeño altar junto a la ventana.

—¿Cómo no hacerlo? —Dijo la mujer mientras les señalaba unos viejos sillones.

—Debes dejarme que te compre un par de estos nuevos, Dora —apunté palmeando el viejo sillón—. Juro que un día entraré aquí a hurtadillas y amanecerás con un juego nuevo y reluciente. —Odiaba que no me dejara arreglar su casa, pero, aun así, la tentaba.

—¡Oh, por favor! —La mujer hizo un movimiento con la mano desechando la idea—. ¿Para que los querría? Me iré pronto, Nicolás —declaró mientras desaparecía en la cocina.

—Aun así, insistiré hasta el momento…

—¿Puede leer la mente? —Preguntó Zander, intrigado. Le sonreí con sorna al ver su cara transformándose de a poco. No quería ni imaginarme las cosas qué podría haber pensado desde que entramos. Había veces que no era el más avispado de la colmena, pero Zander era horrendamente honesto, todo se traslucía en su cara y eso me hacía confiar en él. Mi padre nunca había logrado tentarlo y sabía que nunca lo haría, pues él es lo más cercano a una amistad.

—Sí, ¿no es genial? —Respondí arqueando una ceja.

—Sí, es «genial» mientras no tengas pensamientos lujuriosos… —murmuró sonriendo.

—Eso es cierto —respondió Dora, que traía una pequeña bandeja—. Me agradas y yo también lamento lo mismo que tú, pero todo tiene su tiempo.

—¿De qué hablan? —Pregunté.

—No es nada —intervino Zander, y lo miré extrañado.

—Tienes un buen amigo, Nicolás —agregó Dora—. Está preocupado por ti y tu soledad. Le ha llamado la atención tu cercanía a mí y teme por mi muerte. —Dora sonrió con tristeza y miró a Zander—. Eres un buen amigo por preocuparte por Nicolás. Gracias por cuidarlo. —Este no dijo nada, pero asintió. Dora se agachó con cuidado y ubicó unas tazas frente a nosotros, colocó saquitos de té, tomó con manos temblorosas la pequeña tetera y nos sirvió antes de sentarse. Me quedé en silencio admirando su coraje, ya que sabía que sufría dolores en su espalda, tenía artritis en sus manos y, aun así, no se sentó hasta que todo estuvo en su sitio.

—Ahora, díganme, ¿qué trae a dos centinelas a mi casa?

—Venimos a pedir ayuda —expresé, deseando poder reprimir los pensamientos sobre la muchacha. Dora hizo una mueca en respuesta—. Es sobre un ataque —continué con los dientes apretados. Tomé un trago de la taza y la dejé sobre la mesa.

—Los humanos… —murmuró ella, y enmudeció al momento que mi mente gritaba que no deseaba hablar de eso. Ella me estudió un instante, con aquellos ojos llenos de sabiduría y continuó—: Creen que el ataque ha sido de los nuestros —dijo y tomó un trago de té, como si tomara coraje para contarnos lo que veía—. Hay algo más en todo esto…, pero no es sobre un oscuro…, el ataque. —Dora dejó vagar sus ojos por el lugar como si viera más allá del presente—. El primer ataque ocurrió hace dos semanas —afirmó y comprendí por qué no podía percibirla con claridad. Era más joven de lo que creía. Seguramente había experimentado el cambio una o dos veces, pues, inconscientemente, su cuerpo intentaba asimilar el cambio—. El segundo ataque… no fue de un oscuro, intentaron con todas sus fuerzas hacerlo ver así; pero no lo fue, aunque los ángeles no sabían del primer ataque.

—¿Ángeles?… —pregunté confundido y me acomodé más cerca del borde del sillón.

—Sí, seres alados. —La voz de Dora flotó en el aire unos segundos—. Ellos cayeron —respondió mirando a Zander un momento antes de fijarse nuevamente en mí—. Caídos al mando de ya sabes quién. —No hacía falta que lo dijera, sabía la respuesta: mi padre.

—Creyeron atacar a una humana al azar, pero no era simplemente eso… No lo notaron, como tampoco lograron hacerlo ustedes con claridad —musitó Dora con un tono sabio, típico de una abuela, aunque sabía que era mucho más que una anciana indefensa.

Ella era descendiente de mayas. Sus conocimientos traspasaban generaciones completas, desde los tiempos de las colonias hasta hoy. Yo la había conocido de niña, la había salvado de un ataque, una de las tantas veces que mi madre me envió a experimentar el mundo. Había ido en búsqueda de un demonio llamado Huehuecó yotl. Según la historia, el demonio tomaba la forma de un coyote que no era realmente malvado. Pero Dora era joven y él era un dios bromista y complaciente, pero, sobre todo, era el señor de la promiscuidad. Deseaba rodear a la hermosa joven Dora con sus encantos y llevarla por esos caminos. Mi madre me había enviado a persuadirlo y lo había logrado, ganándome así la adoración incondicional de la mujer. Ella confiaba en mí. Después de eso, Dora se volvió poderosa y sus habilidades se habían incrementado con la edad, por lo que la había cuidado en todo sentido; incluso había un precio por la cabeza de cualquiera que osara tocarla.

—¿Crees que haya una mínima esperanza de que nos digas qué buscar? —Indague, sabiendo que no me gustaría lo que tenía para decirme.

—Podría decirte qué hacer, pero sé que no te gustará —dijo y me estudió por encima de la taza mientras tomaba otro trago.

—Eso se relaciona con la chica, ¿no? —Indagó Zander. Él no podía leer la mente, pero me conocía mejor que muchos, por lo que pudo adivinar que se trataba de eso. Me moví hacia delante dejando descansar la cabeza en las manos. No, no quiero, pero ¿debo?

—Por un bien mayor…, sí —respondió ella.

—Entonces dilo —susurró Zander, palmeándome la espalda mientras yo escondía el rostro entre las manos, vencido.

—Deberás cuidarla, todos tendrán que hacerlo…, si ellos conocen la verdad, la matarán y los mostrarán como bestias frente a los humanos —explicó Dora con seriedad.

—¿Ellos? ¿Quiénes? Los humanos, ¿cierto? —Indagué.

—No, los ángeles que se han llevado al nefilim que buscas —respondió sombría.

—¿Por qué cuernos buscas a un nefilim? —Preguntó confundido mi amigo—. ¿Estás loco? —Y yo no sabía qué responder.

—Lo conozco y mi madre lo respeta —respondí dando una verdad a medias. Después de eso, no hablamos mucho más.

Nos habíamos marchado de lo de Dora unos veinte minutos antes de que el recital comenzara y el teléfono de Zander no paraba de sonar.

No tardamos mucho en llegar a la entrada del bar donde las mujeres nos esperaban. Me arrepentí en el mismo momento en que Zander encaró la entrada, pero ya no tenía opciones. La muchedumbre se arremolinaba a mi alrededor como abejas. Me quité el saco y me lo colgué por encima del hombro atrayendo las miradas de muchas mujeres. Nos internamos en el lugar hasta estar casi en el centro de la pista, frente a la tarima, donde unos instrumentos ya estaban colocados a la espera de sus músicos.

—¡Te tardaste! —Le reprochó una mujer bajita que llevaba unos pantalones de cuero con tachas y una remera holgada con calaveras. Tenía pulseras de cuero negro y muchos aretes; su pelo color azabache atado en una coleta, y maquillaje como para cubrir una pared completa. Zander la tomó por las caderas y la besó. Cuando se separaron, ella me echó una mirada rápida. Sabía muy bien que parecía un pez fuera del agua y si seguía así empezaría a boquear como uno—. ¿Este es tu amigo? —Preguntó, señalándome.

—Sí, el mismo. —Zander me jaló del hombro para acercarme, al tiempo que yo intentaba sonreír e ignorar a las personas que me chocaban constantemente.

—¿Cómo estás? Soy Alex. —Me tendió la mano y la estreché sonriendo. Así que esta era la mujer que había hecho que Zander se pusiera pantalones de cuero.

—Nicolás —dije, y asentí. Ya no tenía dudas de por qué lo había hecho, ya que ella estaba casi enfundada en cuero, como la mitad de la muchedumbre.

—¡Uh!, tienes un acento raro. —No logré responderle ya que ella reparó en otra mujer que se acercaba abriéndose paso entre el gentío—. ¡Eh, Vívika! ¡Aquí! —Gritó agitando la mano.

La mujer lucía tan perdida como yo. Llevaba una falda larga hasta las rodillas, color crema, y una camisa floreada en tonos rosas y lilas. Cargaba una diminuta cartera que me hizo preguntarme qué podía caber ahí. Sabía que mis protegidas nunca habían tenido una tan pequeña, pero mirándola pensé que hacía juego con la persona que la cargaba. Pequeñas pecas se desplegaban por su rostro ovalado y sobre su nariz, en un tono que casi coincidía con su piel color crema. Sus labios eran finos, y cuando ella levantó la mirada, noté que sus ojos eran una mezcla entre azules y grises. Hermosos, pensé. Llevaba el cabello recogido en un moño color rojo que combinaba con el color de su cabello. Esquivó a otra persona y nos miró a los tres sonriendo tímidamente mientras luchaba por caminar entre la multitud.

—Lamento haber llegado tarde —se excusó.

—¡Tranquila, chica! ¿Estás bien? —Preguntó Alex mientras le daba un abrazo.

—Sí —respondió dubitativa mientras sonreía—. Creo…

—¿No me digas que ese idiota estuvo molestándote otra vez? —Protestó Alex, y la muchacha levantó los hombros, quitándole importancia, aunque no sonaba segura—. ¡Oh, cielo! Juro que le daré una patada en cuanto lo vea. Hoy no te molestará —exclamó Alex y la giró por los hombros para enfrentarla a nosotros. Le sonreí de lado, agradeciéndole a Vatur por el consuelo al saber que no era el único que se sentía fuera de mi ambiente—. Este es Zander, de quien te he hablado… —Alex notó los pantalones de Zander en ese momento—. ¡Oh, cielo! ¡No había notado tus pantalones! ¡Te ves tan lindo! —Ronroneó y le dio un besó largamente incómodo.

—¡Hola! Soy Nicolás —dije acercándome a la mujer—. Nicolás Ikkar.

—Vívika Saur. —Me tendió la mano y la estreché con cuidado, ella parecía tan frágil. Mi instinto me decía que algo no andaba bien—. Pero puedes, puedes… —se arregló el cabello y acomodó la cartera— llamarme Vivi, o Viki, muchos lo hacen.

—Me gusta tu nombre —le respondí y ella sonrió—. Dime, Vívika, ¿cómo lograron traerte aquí? No luces como si esto fuera lo tuyo. —Ella bufó y se aferró a la correa de su cartera.

—¡Ni que lo digas!… Para nada. —La atraje hacia mí cuando un tipo grandote y barbudo pasaba cerca de ella. Sin saber por qué, sentía que debía cuidarla, lo sentía en lo profundo de mi ser… y, por un momento, hasta mi alma crepitó al percibir el calor de su cuerpo. Ella no era igual a todos los demás, y, recién ahora, en la cercanía de su cuerpo, podía sentirlo.