4

Intentando recuperar la cordura, apreté las manos en el borde de madera del lustroso escritorio. Casi podía oír la voz de mi madre pujando en mi cabeza y pidiéndome que volviera a la calma. ¿Cómo había sido tan estúpido? Sal se había arriesgado más de lo que había pensado. Debí imaginarme que él bebería su sangre, debí prevenirlo. Estaba seguro de que ella podría haberlo sanado si él fuera un recién convertido, pero ¿qué hubiera pasado si Hero hubiera cambiado? Nadie sabía qué poderes tenía ella en su sangre. Cualquiera podría haberla descubierto. Respiré lento, me erguí y encaré la puerta. La abrí justo en el momento en que Sal estaba por golpear y su mano quedó suspendida en el aire. Cuando me vio, la bajó con rapidez.

—Mira, Nicolás —empezó, pero la detuve levantando la mano.

—Déjalo, hablaremos luego, Sal. —Ignorando su mirada triste, caminé hasta la puerta de entrada. Ella me siguió algo confusa, casi nunca peleábamos y esto estaba yéndose de las manos. Y no solo las suyas. Me forcé a cerrar la puerta sin mirarla a los ojos. Sal era como mi hija, y esto dolía.

El sol de la mañana me recibió de lleno en el rostro al llegar al estacionamiento. Me metí lentamente en el coche y me dirigí hacia la reja que se abrió segundos antes de que llegara a ella. El camino a la S.A. era corto; encendí la radio y conecté el MP3. De inmediato escuché los acordes de 30 Seconds To Mars, The Story. Mi canción preferida. Solía escucharla más de una vez. Cualquiera que me conociera sabía por qué. Y no son muchos los que me conocen de verdad. La canción hablaba de un hombre que había forjado su vida a base de mentiras, muchas de ellas para la protección de los demás, pero, aun así, seguían siendo mentiras. Como yo. No podía confiarles a los demás la verdad sin temer por las consecuencias que eso traería. Mi vida era oscura y profunda como la noche en que los oscuros vivían. ¿Quién podía culparme por mentir? ¿Qué más podía hacer? Con mi padre acechando en cada rincón, buscando la forma de matar a mi madre, los oscuros intentando mantener la paz impuesta, los humanos aborreciéndonos por lo que éramos…

Pero al final del día seguía siendo yo, solo yo, los secretos y las mentiras que cultivaba a diario. Sonriendo con amargura me pregunté qué dirían mis elementales si supieran que era hijo de la diosa. Estaba seguro de que Sal me reprocharía no habérselo contado hace años; Eva encontraría un modo decente de decirme cuán idiota era por no confiar en ellas, y Carim, estoy seguro de que ella me abrazaría y me ayudaría a defenderme. Pero ¿qué pasaría si eso llegara a oídos equivocados? Sabía la respuesta. Las pondría en riesgo, buscarían cazarme usándolas como rehenes. Sonriendo con amargura observé mi imagen en el retrovisor, sabiendo que no tenía más opción. Mentiras y más mentiras que me recluían en una soledad que odiaba… Por siglos me había mentalizado solo en el trabajo, trabajo y más de lo mismo, pero al final del día, cuando los demás se van a casa, a la compañía de un ser querido para contarles sus penas, yo me encontraba siguiendo mi propia cola, en la soledad absoluta… Inconscientemente, miré al asiento del acompañante e imaginé lo que sentiría un hombre común al contar con alguien que estuviera a su lado, alguien que supiera quién era y lo cuidara, sin temor a que fuera dañado. Hacía tiempo que soñaba con unas manos que me acariciaran al final del día, no unas manos pasajeras de una noche, unas manos que comprendieran a la perfección cómo tocarme, cómo consolarme cuando las cosas se me van de las manos, unas en las cuales refugiarme. Las palabras de mi madre se me colaron en la mente: Algún día serán también para alguien más y prometo compartir el jardín sin protestas. Bufé molesto. Acertijos y más acertijos. Podía recurrir a Ben para que echara un vistazo a mi destino, pero me niego a dejar que ese maldito se meta en mi vida más de lo que ya lo hace Rabiando, conecté el teléfono, pues necesitaba hablar con alguien y dejar de pensar. Busqué el número de Zander.

No había tenido noticias de él hace tiempo. Era, por decirlo de algún modo, mi único amigo. Zander es un metamorfo del primer tipo, podía teletransportarse de un sitio a otro sin esfuerzo, adoptar la imagen que más deseara sin que casi ningún psíquico pudiera distinguir el original de la copia. El teléfono sonó hizo dos pitidos antes de que respondiera.

—Dime, ¿qué opinarías tú si te dijera que los pantalones de cuero me quedan excelentes? —Hice una mueca de asco y reprimí una carcajada para que él no me oyera—. Ya sé, te estás riendo de mí otra vez… —Constantemente solía tomarle el pelo por el gusto de su música, por su pésimo gusto por las mujeres, pero por sobre todo, por su ropa, y él se lo tomaba en serio.

—No —mentí—. No, tan solo pensaba en lo incoherente que son nuestras charlas —añadí haciendo un gesto. Zander solía comenzar nuestras charlas como si nunca nos hubiéramos separado. Y era gracioso, ya que la mayoría de las veces no tenía ni idea de lo que hablaba.

—¿Por qué? ¡Espera! Nunca nadie me había llamado incoherente…, eso es nuevo. —No pude contenerme esta vez y solté la carcajada, imaginándolo con su cara confundida, intentando comprender si el término lo favorecía o no.

—Y dime… —dije cuando pude volver a hablar—. ¿Por qué pantalones de cuero? ¿Qué te picó ahora? —Doblé para entrar a una de las vías principales que parecía vacía a esta hora del medio día.

—Ella quiere ir a un concierto de heavy metal, ya sabes, y pensaba que quedaría genial ir en pantalones de cuero, con una chaqueta, sin camisa. ¿Qué opinas?

—La mayor parte del tiempo pienso que estás loco —afirmé y sacudí la cabeza, imaginándomelo.

—¡Muy gracioso! —Graznó.

—¿Quién es ella? —Pregunté mientras me estrujaba la cabeza intentando pensar quién era la mujer que lograba que Zander se planteara que los pantalones de cuero eran geniales, pero no podía recordar a ninguna en particular.

—Una humana que conocí mientras jugabas a salvar al mundo —respondió con ironía. Solté un bufido. ¡Jugar a salvar al mundo! Claro.

—¿Por qué insistes con las humanas? —Pregunté. Yo había aprendido esa lección años atrás. Me había enamorado de una bella mujer en los años cincuenta, pero como era de imaginar, ella había seguido su camino natural. Había envejecido a mi lado y me había odiado por eso; sin embargo, aun así, hoy podía recordar cuando escuché el último latido de su corazón. No podía imaginarme a Zander pasando por eso. Los humanos son efímeros, me dije.

—Mira, tú no sabes apreciar el tiempo, Nicolás, te has vuelto frívolo —respondió y me pregunté por qué creería que soy… frívolo. Eso era raro, mi madre acababa de decirme lo contrario hace unas horas atrás.

—Zander —murmuré calmado, intentando que mi amigo entrara en razón—, sabes que puedes meterte en problemas…

—¿Lo dices por los pantalones de cuero o por la chica? —Respondió irónicamente, y sacudí la cabeza mientras adelantaba un coche.

—Ambas… —respondí mientras ponía los ojos en blanco—. ¿Dónde estás?

—Mirándome el culo enfundado en un pantalón de cuero en el centro de la ciudad. Creo que me hace feo culo. —Me froté los ojos riéndome de él—. ¡No te rías!, lo digo en serio. Me hace un culo gordo. ¿Acaso todos se ven con un culo gordo en estos pantalones? —Zander sonaba preocupado. Ojalá yo tuviera ese tipo de preocupaciones, me dije recordando mi pelea con Sal—. ¡Deja de reírte grandísimo idiota, lo digo en serio!

—Claro, con la seriedad del caso, ¿no? —Me burlé deshaciéndome de las preocupaciones.

—Nicolás, estás tan abuelo… —Zander solía decirme eso a menudo y ya comenzaba a sonar como un apodo. Aunque él no era mucho más joven que yo, le gustaba la noche, las fiestas y, sobre todo, las mujeres. Yo soy más selectivo, lo que me hace quedar como un abuelo frente al fiestero de mi amigo. Ambos tenemos dos lemas simples y totalmente opuestos para la vida: yo pienso siempre en prevenir desastres, cuanto antes mejor, mientras que Zander piensa algo así como, si se va a terminar el mundo lo haría «cabalgando». Y, claramente, nunca había sido aficionado a la equitación.

—¡Que te jodan…! —Le respondí sin más vueltas.

—Justo mi plan para esta noche…, oye, ¿y tú dónde estás?

—Yendo hacia la S.A. para tratar con mi dolor de trasero, llamado Ben.

—¡Uh! Las cosas están caldeadas, ¿eh? ¿Estuvo con tu madre nuevamente? —Gruñí logrando que Zander no agregara nada más—. ¡Oh, vamos, Nick! Juro que mi chica tiene una amiga que es un demonio…

—Sabes, mejor no. —Había visto demasiados demonios en mi vida como para liarme con uno.

—¡Oh, vamos, Nicolás!, un poco de diversión te vendrá bien y una buena revolcada será agradecida por todos. Incluso por tus chicas… tengo entendido que eso te está volviendo loco. —No sabía cómo, pero Zander se enteraba de todo.

—Lo pensaré —dije, desviándome nuevamente por otra carretera.

—¿Quieres que compre un pantalón de cuero para ti también? —Preguntó con malicia y arrugué la frente antes de empezar a negar—. Hay unos de cuero de serpiente también…

—¡NO! ¡No, gracias! Incluso no creo que sea muy… varonil de tu parte ir con eso, ¡por favor!…, puedes llegar a recibir una patada en tus partes sensibles…

—… Y, hablando de partes sensibles, será mejor que dejemos la charla para después, ya que estoy a punto de freírme los huevos con esta cosa; juro que es molesta, creo que necesito otro número.

—¡Eres un idiota! —Le contesté riendo.

—Tal vez un talle más, ¿vendrás?

—Iré…, salgo de aquí y te llamo —respondí.

—Estaré allí en media hora, ¿acaso tu padrastro no te contó que es una reunión general?

—¡Por qué no te vas a la mierda Z!

—Te veo en la S.A., ¿está bien? —Dijo riendo—. Y, por cierto, yo también te quiero.

—Claro. —Cerré la comunicación antes de meterme en el camino de la S.A. El edificio era imponente. Los terrenos de la S.A. eran amplios y llanos, lo que hacía resaltar la construcción en tonos grises y cortes modernos. Estacioné el coche y me bajé lentamente mientras rezongaba por los chistes de Zander. Noté la llegada de otros coches y observé a cada uno de ellos; en su mayoría eran centinelas. Caminé despacio hasta la puerta y entré. El sonido del aire acondicionado se colaba como una música continua dentro del edificio. Me dirigí por el largo y simple corredor hasta el mostrador donde estaba la humana que oficiaba de recepcionista. Ella me observó, como de costumbre, de pies a cabeza, sin tener un ápice de vergüenza cuando nuestros ojos se cruzaron. Debía agradecer a mi madre por no tener el poder de oír sus pensamientos, ya que no quería saber qué era lo que se le había cruzado por su cabeza cuando se relamió los labios. Pensé en Zander y la humana que lo había llevado a pensar que llevar pantalones de cuero era cool. ¡Diosa querida!, susurré para mis adentros y me pasé una pesada mano sobre el cabello.

—Hola, Caroline…

—Hola, Nicolás, ¿cómo estás? —Sonrió de lado a lado y se acomodó en el escritorio mostrándome la «amplitud» de su escote. Era hermosa, eso era seguro, pero no de mi tipo.

—¿Dónde están todos? —Pregunté ignorándola. Ella pareció frustrada, pero no me importó.

—En la sala de conferencias —contestó tajante y asentí en agradecimiento. Me dirigí allí y, en cuanto entré en la sala, percibí el nerviosismo de los demás centinelas. Me acomodé en un rincón, apoyando los pies en la silla que tenía delante, en una postura relajada. Crucé los brazos sobre el pecho y me dediqué a observar a los otros. Ben entró presuroso minutos después. Barrió la sala con sus ojos fríos como el hielo, chequeando que estuvieran todos.

—Bien, veo que están todos aquí menos… —Echó otra mirada rápida a la sala cuando la puerta se abrió tras él.

—¡Yo! Lo lamento, jefe. —Sonreí levemente al ver entrar a Zander con los malditos pantalones de cuero puestos. Sacudí la cabeza mofándome de él cuando caminó hasta mi lado y la sonrisa en su rostro desapareció.

—Bien, ahora estamos todos… —continuó Ben que observó a Zander un instante y meneó la cabeza.

—¿Qué? —Susurró Zander, muy bajo como para que Ben no lo oyera—. Me queda bien… —No respondí, no hacía falta, simplemente suspiré y me centré en escuchar a Ben. Zander se acomodó en la silla haciendo crujir sus pantalones y no pude contenerme, solté una risilla por lo bajo, que oculté con la mano.

—Debo hablarles de un lobo que está siendo incriminado por las autoridades humanas. —Ben bajó una pantalla virtual que se encendió frente a él al momento. Nos mostró la imagen del joven lobo y sus datos importantes. Luego, las imágenes siguientes eran de la mujer. Las estudié un segundo sin comprender del todo lo que veía, había algo que estaba mal—. Como verán, esta chica fue atacada, aunque no sabemos por qué. Sus heridas no son consistentes…, hummm, algunos dicen que no es del lobo, aunque ya saben, coinciden las fechas con la desaparición del joven. —Ben respondió casi al instante la pregunta que rondaba en mi mente—. Así que debemos investigar.

—¿Qué ha dicho la mujer? —Pregunté inclinándome un poco hacia delante mientras bajaba las piernas de la silla.

—Ha dicho incoherencias por lo que sabemos, pero se le ha oído decir ángeles, oscuros…, cosas por el estilo, pero no lo creemos. Los humanos prefieren culparnos, por lo que les pido que vayan con sumo cuidado. Cada uno de sus protegidos debe actuar bajo la ley, no queremos darles a los humanos otra razón para alzarse en nuestra contra como hace unas semanas. —Sentí los ojos de Ben sobre mí y lo enfrenté mirándolo con la misma intensidad. Quería maldecirlo, pero, como siempre, me contuve. ¡No podía echarme la culpa de eso, y mucho menos a mis asesinas! Solo Ben y Zander sabían quién era, pero los demás no, y prefería mantenerlo de ese modo.

—Quiero que el centinela Ikkar y el centinela… —Ben movió su mano señalándolo desdeñosamente a Zander, aunque sus ojos estaban clavados en el pantalón de cuero—. Unripe —graznó con descaro—. Nunca mejor apellido para alguien como usted. Vayan a ver a la mujer. —Una sonrisa se coló por mis labios y tuve que contener la carcajada, me tapé la boca al tiempo que me guardaba la risa y oía el tono sarcástico que pululaba en la voz de Ben. En francés, Unripe significa inmaduro, y no había mejor apellido para él. Zander me miró ceñudo y se arregló la chaqueta. De cuero, claro está. Me levanté de la silla cuando Ben golpeó los papeles en la mesa y dio por terminada la reunión.

”Espero noticias suyas, señores —dijo acomodándose las gafas en el puente de la nariz—. Todo continuará después de saber qué tiene la mujer para decir. Aquí está la dirección. —Movió un papel sobre la mesa como señalándonos mientras le echaba otra mirada desdeñosa al atuendo de mi amigo. Me acerqué a la mesa sacudiendo la cabeza y tomé el papel. Definitivamente, los pantalones de cuero no habían causado la impresión que Zander esperaba; ojalá que con su chica fuera diferente—. Los demás deben estar disponibles las 24 horas.

—No me quedan mal, ¡admítelo! —Exclamó Zander una vez que Ben se había marchado. Unas risitas apagadas se colaron en el aire, aunque no sabía de quiénes provenían. Lo observé pausadamente, intentando parecer serio y no largarme a reír.

—Pareces salido de una película clase B, quiero que lo sepas. —Hice una mueca desagradable frunciendo la nariz—. Y sí, quedan mal. ¿No dijiste que te los quitarías por tus joyas y demás?

—¡Oh, diosa! —Murmuró Zander y me dio un empujoncito—. Nicolás, eres tan remilgado que ni puedes decir huevos, creo que incluso testículos sería mucho para ti. —Comenzamos a caminar hacia la salida.

—¡No soy remilgado! —Repliqué, ganándome una mirada desaprobatoria de su parte y eso me fastidió. Lucía un traje gris oscuro, con una camisa blanca y zapatos negros. Era informal, ¿cierto?—. ¿Por qué dices que soy remilgado? —Me miré la ropa que llevaba y no estaba mal vestido, aunque comparado con mi amigo éramos el agua y el aceite.

—¿Qué mala palabra dices? —Preguntó Zander mofándose mientras se adelantaba unos pasos—. ¿Sabes lo que es decir malas palabras? —Lo miré mordaz. Claro que lo sabía, solo que no lo hacía en público—. ¿Qué haces esta noche, Caroline? —La secretaria nos miró a ambos. Zander se acodó en el mostrador con su sonrisa ganadora.

—No tengo planes… —titubeó la chica, cuya mirada oscilaba entre él y yo.

—¿Qué dices de acompañar al pobre centinela Ikkar hoy por la noche? —Lo hizo sonar tan mal, que suspiré de forma audible y me pasé la mano por la frente, maldiciendo, en vano, al bocón de mi amigo.

—¡Claro! —Ella sonrió feliz—. Yo, bueno, no tengo problema… —La joven se arregló el cabello coquetamente.

—¿Qué pasó con la amiga de tu chica? —Pregunté mientras apuñalaba a Zander con la mirada y este pareció entender, sonriendo.

—Claro, claro, bueno, será la próxima. —Caroline parecía decepcionada, así que me forcé a sonreírle a la chica. Ella no tenía la culpa de que mi amigo fuera un idiota.

—La próxima —dije y jalé a Zander hasta la puerta—. ¿Estás loco? —Fue lo primero que le espeté cuando el aire cálido del día chocó contra mi rostro. El sol estaba en lo alto y, aunque estaba tapado por algunas nubes, el calor era sofocante.

—¡¿Qué?! Es linda —declaró él mirando hacia atrás.

—Sí, y humana… —Saqué las llaves del bolsillo y me coloqué los lentes de sol.

—¡Oh, por favor! ¿Cuándo se te quitará el aire ese de semidiós que tienes? —Abrí la boca para contestarle ante su juego de palabras, pero no valía la pena, solo quería cabrearme.

—Mejor… —dije moviendo una mano— ¡cállate! —Respondí en seco y lo observé mientras rodeaba mi coche.

—¿Qué? —Me preguntó Zander, levantando los hombros. ¡Aires de semidiós y un cuerno!

—¿No viniste en coche? —Pregunté, paseando la mirada por los coches en el estacionamiento.

—Eres un novato o ¿qué? —Inquirió Zander con sarcasmo. No respondí, levanté una ceja por encima de los lentes oscuros—. Teletransportación, Nicolás… —Bufé y sacudí la cabeza al momento que se metía en el coche.

—¿Y, acaso, no podrías…? —Pregunté cuando me senté en la butaca.

—¿Qué? ¿Irme solo y perderme de ver tu cara de horror cuando me veas bajar con estos exóticos pantalones en la clínica y todas suspiren por mí?

—No son exóticos, créeme… —respondí sacudiendo la cabeza, pues de una cosa estaba seguro y era de eso—. Son horribles —añadí mientras encendía el coche.

—¿Otra vez escuchando tu mierda deprimente? —Se quejó observando la lista de canciones. Tan solo lo miré para no golpearlo—. Sabes…, a ti te falta una buena y dura noche de sexo, mi amigo, ¡ajá! —Zander hizo un gesto subido de tono, que capté por el rabillo del ojo, pero no me molesté en responder—. Estar con tres hembras te está llevando a la locura. Sexo. Eso es lo que necesitas… —Si las chicas se enteraran de lo que dices, te darían una buena zurra, pensé.

—Sabes, Zander, mejor nos vamos antes de que te arranque la cabeza —apreté los dientes. Él solía decir que las hormonas de las elementales me afectaban.

Íbamos llegando a la ciudad cuando el teléfono de Zander sonó. Hablaba con la humana e intenté no escucharlos, pero la emoción en la voz de la mujer al saber sobre los pantalones despertó mi curiosidad, así que cuando Zander me reiteró lo del recital, no me negué. Quería ver a la mujer que osaría entrar con alguien así vestido.

Llegamos al hospital y nos bajamos del coche atrayendo las miradas de todos. Personalmente, odiaba llamar la atención. El hospital se ubicaba en la margen sur de la ciudad, una de las zonas más pobres, tanto para los humanos como los oscuros. Peiné el área con la vista y noté cómo muchos se detenían a observarnos.

—¡Ves! Tu modo remilgado de vestir no atrae a las mujeres, Nicolás. —No quise decirle a mi amigo que la mayoría no le miraba la cara y que se reía por lo bajo para no herir sus sentimientos.

Caminamos hasta la puerta a medio caerse y le mostramos algo parecido a placas policiales a la mujer regordeta en la recepción. Ella nos estudió y nos llevó hasta un cuarto alejado. El hospital era bastante deprimente, parecía sucio y abandonado; viejos rostros nos observaron pasar y no nos detuvimos hasta llegar a otras puertas con una ventana de ojo de pez. La mujer la abrió para nosotros y nos dio paso, pero no se quedó.