3

Los años no eran nada para mí, podrían pasar miles de ellos y aun así no me acostumbraría al paso del tiempo, por no contar que nunca envejecería. Para los dioses no soy más que un joven, pero en la Tierra los tiempos eran distintos.

—Están reconstruyendo su apartamento —le informé. Ella parpadeó con incertidumbre. Sabía muy bien lo que representaba ese lugar para ellas y me había esmerado al máximo para que volviera a ser el espacio que tanto amaban—. Pensé que les gustaría saberlo —dije haciendo una mueca y adentrándome en la cocina.

—Sí, no… Bueno, sí, me gusta la idea y te lo agradezco, pero no quiero hablar de eso ahora, Nicolás ¿Qué ocurre conmigo?

—Bueno, podría darte varias versiones de lo que creo que ocurre contigo. —Bromeé, logrando que Sal se cruzara de brazos y me lanzara una mirada severa. Abrí la heladera para tomar un poco de pan y leche. No sabía por qué, pero el pan con dulce de fresas era mi favorito. Fui hasta la alacena, saqué uno de los frascos y, notando el silencio sepulcral de Sal, le eché un vistazo—. ¿Qué? Me gustan las fresas.

—¡No! —Siseó—. ¡No cambies de tema!, te conozco lo suficiente como para saber que haces exactamente eso. —Soltó un bufido molesto haciéndome sonreír aún más—. Nicolás, ¡quiero respuestas! —Se quejó y me tendió un papel. Al ver que no atiné a tomarlo de sus manos, lo dejó en la mesada de granito, justo frente a mí. Lo estudié sin soltar las cosas que pensaba comer, aunque no necesitaba leerlo para saber qué eran.

—Sé a qué te refieres Sal… —confesé cansado mientras acomodaba las cosas en la mesada y me disponía a colocar un mantelito. Sal me miró extrañada, pero no acotó nada al respecto.

—¿Lo sabías? —Preguntó en tono acusatorio. Levanté una ceja y le sonreí de lado tan solo para hacerla sulfurarse. Si había algo que la hacía enojar era que yo supiera las cosas antes de que ella pudiera decir nada—. ¡Pero claro que lo sabías! —Golpeó con los puños la mesada, en una mueca infantil que me hizo soltar una risita.

—Sí, lo sabía, Sal —afirmé lentamente mientras tomaba asiento—. ¿Hace cuánto que me conoces? —Le pregunté y ella me dedicó una mirada furiosa—. Sé lo que son. Son estudios de tu sangre.

—Pero ¿por qué?

—Mira, lo diré de una forma en que puedas entenderlo y solo lo diré una vez, pero sin preguntas, ¿estás de acuerdo? —Ella asintió de mala gana y se cruzó de brazos—. Hace mucho tiempo, antes de que nacieras, Vatur vio el horror de las infecciones. Ya sabes, personas que eran convertidas sin su consentimiento, seres sin alma que transformaban y mataban por placer, los sobrevivientes volviéndose locos. Entonces, la diosa predijo la venida de un nacido de los oscuros que podría revertir eso —concluí, señalándola—. Alguien como tú.

—¿Pero? —Dijo incrédula.

La detuve levantando las manos.

—Sin preguntas, ¿recuerdas, pequeña Sal? —Ella se mordió el labio sabiendo que no ganaría—. Por eso es que se realizaron los estudios; con los años, tu sangre ha mutado y creemos que eres la elegida. Es el motivo por el que hemos monitoreado tus cambios. Es todo lo que puedo decirte por ahora, aunque me encantaría hablar con la gatita que se metió en el sistema de la S.A. —Sal tragó con fuerza mientras yo le daba una mordida a una tajada de pan—. Despierta a tus hermanas, necesito hablarle a las tres. —Salomé hizo una mueca de disgusto y se encaminó a paso firme hacia arriba, haciendo que sus pasos resonaran en cada uno de los escalones. Puse los ojos en blanco. Aunque no podía verla, podía imaginarla caminando con los puños apretados, pisando con fuerza como muestra de disgusto. Sacudí la cabeza ante la imagen mental, pues sabía que si le daba la oportunidad, nunca terminaría de explicarle todo.

Cuando estaba a punto de darle un mordisco a la segunda tajada de pan, sentí el llamado mental. Me quedé paralizado un momento verificando de quién se trataba: era Ben. Tomé el teléfono y marqué su número mientras escuchaba a Sal llamando a las chicas. Él atendió al tercer timbrazo.

—Benjamín. —Llamarlo así lo cabreaba y me encantaba hacerlo enojar. Años atrás había una serie muy vista por los humanos en la que el personaje malvado se llamaba Benjamín y eso lo hacía enfadar y a mí reír—. ¿Qué ocurre? —Tardó unos segundos en responder. Podía imaginármelo mordiéndose la lengua para no maldecirme.

—Necesito hablar contigo. ¿Cómo está tu hermana?

—¿No has hablado con mi madre? —Pregunté sabiendo que solamente lo hacía como una formalidad ya que debía estar al tanto de todo. Tenía una relación muy «estrecha» con mi madre, demasiado estrecha para mi gusto, una que nunca entendería, pero agradecía a todos los santos que nunca me hubiera pedido que lo llamara padrastro o cosas así, porque hubiera tenido que arrancarle la cabeza.

—Nicolás… —Ben hizo una pausa y tomó aire de forma audible—. ¿Podemos hacer una tregua? —Suspiré roncamente para que oyera mi desagrado.

—¿Qué ocurre?

—Hay un problema con un licántropo, tenemos pruebas de que, ayudado por el revuelo, decidió alejarse del perímetro marcado. Además, hay una mujer que está lastimada. Las autoridades humanas dicen que no fue un ataque normal y nos achacan el hecho. —Maldije en silencio y me tomé la cabeza cuando escuché a Carim, Eva y Sal salir del cuarto.

—Bien, estaré allí —dije y miré el reloj en mi muñeca—. Dame media hora.

—Bien…, tu madre me dijo que hablarías con Sal por lo de su sangre. —Me sentí insultado en el mismo momento en que la palabra «madre» entró en la oración. Mi madre y Ben no solo hablaban, ¡maldición!, encima tenía que oírlo—. ¿Estás ahí?

—Sí, iré —gruñí en respuesta sin molestarme en responder su última pregunta.

—¿Hablarás con ella? —Me preguntó con aquella vocecita tan irritante.

—¿Qué crees? —Respondí molesto y cerré el teléfono intentando no aplastarlo con la mano. Ben siempre lograba sacarme de mis casillas. Mientras tomaba una bocanada de aire, vi a Carim parada en el umbral de la puerta.

—¡Nicolás! ¿Cómo amaneciste hoy? —Sonreí a la gata que se metía a paso seguro directo a la heladera—. ¡Uh! ¿Has estado chupando limones de nuevo, cariño? Ya te dije que eso de las dietas y los limones por la mañana no te harían bien ¡Mira la cara que traes! —Me palmeó la mejilla mientras ponía los ojos en blanco.

—Muy graciosa, Carim, limones —susurré al tiempo que ella reía por su ocurrencia.

—Bien, estamos todas —anunció Sal—. ¿De qué quieres hablar?

—Debo ir a la S.A. Al parecer hay uno de los tuyos —agregué señalando a Eva, que se estaba acomodando en una de las banquetas al otro lado de la barra—. Ha creído que pegarle una mordidita a una mujer no tendría consecuencias.

—¿Qué? No, espera. —Ahora era Eva quien volvía a señalarme las hojas de los estudios de Sal—. Hablaremos de esto…

—Está bien. —No podía más que hacerles un resumen a Eva y Carim. Debía mantenerlas al tanto, tal vez podía tener una punzada de esperanza y ellas le dieran a Sal un poco más de cordura si sabían lo que ocurría. Apreté los dientes y tomé las hojas—. La cosa es así. Vatur vio durante años la muerte de muchos, como esta joven que ha sido mordida por un lobo, y cuando Sal nació, Vatur creyó que podía encontrar una solución a través de ella.

—¿Qué es?

—Su sangre parece tener un don. —Las miré de a una para saber si entendían lo que les contaba—. Puede ayudar a los recién infectados… —Lucían sorprendidas y aproveché su silencio para marcharme—. Ahora, debo irme. —Me tragué el resto de la tajada de pan de un mordisco—. Volveré en unas horas —mascullé intentando tragar.

—¿Dices que su sangre es especial? —Preguntó Eva y le sonreí de lado mientras tomaba un trago de leche directamente de la botella.

—Sí, especial, rara, como quieras llamarla… —dije y metí todo en la heladera nuevamente.

—Pero no pude curar a Hero… —susurró Sal y me atraganté. Tosí con fuerzas hasta que pude volver a hablar. Me limpié la boca con la servilleta y la observé. ¿Qué había dicho? ¿Qué ella había hecho qué?

—¿Bebió de ti? —Pregunté con dureza—. ¿Cuántas veces bebió de ti?

—Sí…, unas… —Los ojos de Sal se ampliaron un poco cuando notó mi enojo.

—¿Le diste tu sangre…, cuántas veces? —Pregunté en un rugido. Sabía que la pregunta era estúpida, pero debía corroborarlo; ya que cabía la posibilidad de que hubiera escuchado mal.

¡Puaj! —La gata se movió hacia atrás con cara de asco, casi imitando mi mueca.

—¡Cállate, Carim! —En un segundo estaba junto a Sal, la agarré del brazo y sus ojos se abrieron—. ¿Cómo se te ocurrió eso? ¿Acaso no sabes las consecuencias que podría haber traído?

—¡NO! ¡Maldición, que no! Tal vez, si empezaras a hablar en vez de cerrar la boca… —me gruñó y la enfrenté—. Recién ahora se te ha ocurrido que es oportuno que sepa de mi sangre…

—¡Mierda, Sal! ¡Tiras mi trabajo de años a la mismísima mierda! —Sabía por su expresión que mi voz había salido un poco más oscura de lo que debía, sonando mortal y escalofriante. La acerqué hasta que nuestras narices se tocaron. ¿Qué hubiera pasado si curaba a Hero? Estaba seguro de que Zell conocía la profecía. Sabía que había infiltrados en la S.A., cualquiera podría haber hecho algo para tenderle una trampa, tal vez ese era el modo en que Mikela lo había descifrado.

Desde Orión se levantará y buscará la cura.

Nacerá un ser y se revelará a los ojos, entre las plumas y la sangre.

Un nefilim amante de la oscuridad la protegerá.

Solo el hijo de un dios le dará resguardo.

Y emergerá la paz desde su sangre.

Lo hecho será revertido y el dolor curado.

—¡Nicolás! —El grito de Irizadiel se coló en mi mente. Eché un vistazo por encima de mi hombro y la hallé parada allí, observándome con horror.

—¡No te metas en esto, Irizadiel, son mis protegidas! —Gruñí, aún envuelto en la neblina del terror.

—Lo sé, pero no creo que sea el modo… —sugirió.

—¡No me importa una mierda si este no es el modo! —Grité y volví a concentrarme en Sal—. ¡Menosprecias tu vida y menosprecias la de ellas! —Las palabras eran sombrías, con un filo de peligro que casi podía cortarlas, pero no me importaba. Había algo más oscuro habitando en mí y el terror de que les hicieran daño despertó mi furia—. ¡Ese vampiro venía por ti!, ¡por tu sangre! Hubieran usado cualquier cosa para llevarte con ellos, y aún no sabemos quién está detrás de esto. Así que de ahora en adelante, serás vigilada constantemente, quiero un reporte a cada hora. No me importa qué estés haciendo, quiero un reporte detallado. De ahora en más escucharás lo que digo… ¡o estás fuera! —La solté violentamente haciendo que diera unos pasos hacia atrás. Sal se desestabilizó, pero Hero llegó a ella un minuto antes de que cayera. No sabía cuándo había entrado en la habitación, pero estaba seguro de que había oído todo, su mirada acusatoria lo decía. ¡Y me importaba una reverenda mierda!

Salí de la cocina sin que nadie me siguiera ni dijera una sola palabra. Caminé hasta la puerta que me llevaba a una gran sala insonora. Me metí dentro y cerré las puertas, trabándolas de una forma que ni Irizadiel pudiera oírme. Apoyé las manos en el escritorio e intenté pensar con claridad, pero no podía. Salomé no conocía lo que era mi padre ni mucho menos cuántas telarañas podría haber tejido para capturarla. Lo que no le había dicho es que también había puesto en juego mi vida. ¡Mierda!, mi padre era un embustero y ahora estaba más que seguro de que venía por ambos. En algún tiempo había visto un paralelismo con mi padre. Él guiaba a las almas de los muertos hacia el submundo, al igual que yo que guiaba a los oscuros por el sendero de la alianza y mantenía a raya a los rebeldes que pretendían romper la paz impuesta por mi madre.

Hermes había conocido a Vatur gracias a un encargo. No solo era el dios mensajero, sino que también era un gran mentiroso y embustero que lo llevó a enfrentarse hasta con el mismo Apolo. Un día conoció a mi madre en Cnosos, cuando la diosa había bajado a hablar con la diosa de las serpientes, de la civilización minoica, que veneraba a Vatur como su madre. Nunca logré que mi madre me contara cómo la había convencido, pero aquí estaba yo y aquello selló mi destino. Cuando supo de mi existencia, Hermes se puso como meta tomar el control sobre mi vida. Estaba claro que el hijo de una diosa le daría más poder al mensajero de los dioses, otorgándole tal vez algún poder extra.

Había buscado todo aliado posible para corromperme. Vatur me había escondido en los dominios en la tierra de Lemuria. Esa fue su forma de salvarme de la falsedad y el engaño de mi padre. Cuando destruyeron MU, viví en el panteón de los dioses paganos, aunque nunca había entendido por qué los llamaban así. Allí crecí junto a mi hermana alada, Irizadiel, y a otros que habían conocido mis habilidades forjando mi carácter y mi fuerza. Había recibido el mismo trato que Irizadiel y Vatur había fomentado en nosotros el amor por los oscuros. Pasábamos horas observando a los humanos y a los oscuros desde la altura, estudiando sus quehaceres, su vida, y anhelando el contacto que alguna vez habían experimentado en Lemuria. Pero la diosa era reacia a dejarnos bajar, no confiaba en nadie para cuidarnos. Bajar significaba que, tal vez, los atlantes nos buscaran para matarnos.

La diosa había visto, junto a nosotros, los desastres que podía causar nuestra gente. No obstante, como toda diosa, Vatur les había dado libre albedrío a sus nacidos, les había atribuido conciencia y, aun así, no había servido. Ellos no alcanzaban a comprender el dolor que le creaban a los humanos y la depravación que le siguió. La destrucción marcándose con sangre en la nueva era del hombre, hasta que ella tuvo una revelación y creyó encontrar una solución. Debía nacer alguien que fuera la cura para ello, la cura para los que no deseaban las sombras y anhelaban el sol. Por eso, cuando Salomé vino al mundo, ella nos encargó una misión: mantenerla viva. Yo la cuidaba desde las alturas, viéndola fortalecerse y protegiéndola de lo que podía dañarla, mientras que Irizadiel, quien había sido reclamada por su padre, recibía enseñanza de parte de los arcángeles mayores. Ella había nacido de la unión de un ángel y la diosa, por eso debía ser entrenada por los ángeles mayores.

Desde el momento en que se había enlistado, la mantenían apartada de cualquier lucha, entrenaba y crecía como una igual entre ellos, pero nadie quería entrometerse con ella. Su madre le había encargado la misión de ser un oído para ella entre los ángeles. Después de eso, todo transcurrió en calma durante los siguientes años, al menos hasta que Irizadiel informó a Vatur algo en lo que ellos nunca habían pensado. El nacimiento de Salomé llegó a los oídos de Hermes e intentaría a matarla. Estaba sediento de poder y envenenaba las mentes de los ángeles jóvenes, haciéndolos caer en la fe ciega de que aquella nacida de las sombras tan solo daría a los oscuros la posibilidad de jugar con los humanos a sus anchas. Hermes se enteró también de la existencia de Irizadiel y buscó asesinarla, pero los ángeles no mataban a sus iguales como él creía, e Irizadiel estuvo a salvo. Nadie quería tocar a la hija de la diosa, aunque aquello no la salvó de ser perseguida, hasta el punto de que había caído junto a otros. Yo no tenía la misma suerte. Protegido de Hermes, sabía que él podía llegar a la niña y darle muerte. Vatur vio el futuro, el ataque y vislumbró también a un nefilim en sus sueños, al que le habló. Aquel nefilim cuidaría de la niña. No era como los otros, él creía en las palabras de Vatur, confiaba en sus profecías y su corazón sentía a diferencia de otros. Y así lo hizo. La cubrió del ataque y la sacó de allí, aunque no pudo evitar la matanza de sus padres.

Mi madre le había indicado el lugar donde debía dejar a la niña y me dio la custodia de Sal. Ya crecido, bajé a la tierra como un hombre y me puse a las órdenes de la sociedad. La S.A. contaba con el apoyo de Vatur, era su brazo armado en la tierra, los que permitían conservar la paz. Al frente de la sociedad estaba un fiel amante de la diosa, que mantenía a raya a los oscuros, Ben. Él había sido uno de los predilectos de mi madre y había llegado hasta su cama. Durante años me dediqué a la tarea de entrenar a Sal, la había protegido hasta que tuvo la edad para empezar a luchar. Había cubierto con historias la muerte de sus padres y ella confiaba en mí. Aún recordaba a la pequeña, con su mano diminuta apretada a la mía mientras entrábamos a la sociedad: Sal estaba cubierta de tierra y sudor, temblando y conteniendo las lágrimas para no parecer débil, y esa imagen todavía me acariciaba el alma. Pero Sal no solo había crecido, sino que se había convertido en una de las mejores asesinas y, aunque aquello me daba muchos dolores de cabeza, nunca podría culparla ni acusarla de nada. Los primeros tiempos fueron difíciles, debía velar no solo por su salud física, sino también por su salud mental. Sal se encerraba cada vez más y más en sí misma, y la única vez que expresaba algo era en alguna pelea. Parecía ausente la mayor parte del tiempo, por eso le agradecí a mi madre cuando envió a dos niñas ya crecidas como para intentar unirlas en vínculo. Eso podía ayudarla. Y si no lo hacía, me volvería loco. Sal se encerraba en su cuarto en los últimos tiempos, ya casi no se alimentaba. En más de una ocasión, debí engatusarla para que lo hiciera, pero eso no podía seguir por mucho tiempo. El vínculo entre los asesinos había surgido hace mucho tiempo cuando los científicos descubrieron que los oscuros comenzaban a ser inestables ante el hecho de cazar solos. Se los comparó con los garou que, separados de vínculos, actuaban juntos como manada. Entonces se decidió unir a los asesinos en tríos.

Una mente, un corazón y una conciencia. Esa era la esencia.

En un principio no confié en que fuera correcto, pero Vatur me había asegurado que funcionaría, por lo que cerré los ojos y lo llevamos a cabo. Eso la ayudaría, tenía que hacerlo.

Eva llegó de una reserva del sur, una hermosa licántropa totalmente desarrollada, tanto mental como físicamente. Era estratégica y hábil, aunque un poco hosca. Ella sería la mente. Desde el otro lado del país había llegado una cambiante, una gata. Aunque fue la última en llegar, cuando la vi no dudé ni un instante que ella llevaría paz mental a Sal. Carim era un ser sensible, tenía un instinto de unión y fraternidad que la hacía diestra para las alianzas, y rápidamente se había visto atraída por la callada y huraña Salomé. Para mi sorpresa, Sal se había abierto con ella, le había hablado con soltura, cosa que no había hecho con nadie más que conmigo. Era inteligente, sutil y centrada. Ella sería la conciencia de las tres. Y Sal, mi Salomé, era puro corazón. La había visto luchar con un hombro dislocado protegiendo al supuesto humano; luchaba, luchaba y luchaba hasta caer inconsciente. Luego me tocaba a mí revivirla y convencerla de abandonar hasta que sanara. Ella, puro corazón.

Las llamaron elementales. Todos habían quedado estupefactos al ver la unión de sus mentes, pero el nivel de unión se incrementaba día a día. Normalmente, pasaban varios meses hasta que los elementales lograban hablar mentalmente, pero ellas lo habían logrado en horas. De pronto, tanto la gata como la loba habían adoptado el horario nocturno de Salomé, mientras que ella había tomado como nueva costumbre comer comida humana; ella no lo necesitaba, pero la unión la instaba a hacerlo y parecía que su cuerpo tomaba el cambio como normal. Las tres elementales debían poder cubrirse una a la otra en un ataque. Si atacaban de día, Carim y Eva podían defender a Sal y a los otros; mientras que si era por la noche, la gata y la vampiresa podrían atacar con total precisión gracias a su excelente visión, aunque la loba no se quedaba atrás. Todos pensaron que era improbable que lo lograran, eran muy diferentes entre sí, muy distintas en carácter, pero yo sabía lo que mi madre había dicho y siguieron adelante. Las tres mentes se acoplaron al instante y las tres habían quedado a mi cargo. Ahora, comenzaba a notar el paso del tiempo. Sal era reclamada por un macho en una unión que yo no terminaba de aprobar, todavía no sabía bien por qué y eso me carcomía la cabeza. ¿Qué tendría Hero para darle? ¿Podrían vivir las tres elementales con un macho o eso desestabilizaría a las otras? La verdad es que ya me imaginaba haciendo una casa de citas para Eva y Carim, y el estómago se me revolvía de solo pensarlo.

En el presente, y después de muchos años, los ángeles que yo creía rebeldes o caídos volvían a armarse en nuestra contra, sin dudar de que mi padre estuviera detrás de todo esto. Mi hermana había caído, aunque aún portaba sus alas y debería marcharse pronto. Estaba seguro de que iría en búsqueda de Phill, y Sal no se quedaría tampoco a un costado. Miré la blanquecina luz del sol de la mañana. Todo empezaba otra vez, solo que ahora no permanecería al margen.