Mikela era algo que me enfurecía. Algo que no había esperado. ¿Qué habría hecho si hubiera matado a Sal? ¿Qué hubiera pasado si Eva o Carim hubieran caído gracias a la bruja? No lo sé.
No podía perdonármelo, aunque ellas no habían recriminado mi comportamiento ni me habían cuestionado. Comprendía el riesgo que había corrido al descuidarme y confiar.
—Es por Salomé, ¿cierto? —Preguntó mi madre y moví la cabeza afirmativamente. Lo era y no lo era, no podía explicarme. Vatur se levantó de forma calmada, se alejó unos pasos y me estudió. Pude ver en sus ojos cómo resonaba en ella mi dolor, tomándolo como propio. Extendió su mano hacia mí, pero se detuvo a unos centímetros de mi hombro. Pocas veces había hablado con ella con tanta franqueza, y aquí estaba yo, contándole nimiedades como un niño caprichoso.
—Ella era mi razón para estar aquí y ahora ya no me necesita —mascullé amargado y, al momento en que me oí decirlo en voz alta, comencé a reírme de mí mismo. Sonaba como un viejo acabado, con solo unos siglos de vida. Eché un vistazo a mi madre y se unió a mí con una risilla suave.
—Nicolás. —La vi sonreír—. ¿Cómo puedes pensar eso? —Su figura fantasmagórica se sentó a mi lado. La diosa no poseía un cuerpo físico en este mundo. Tan solo era como un holograma o algo parecido a ello. Un holograma con la energía de un huracán F5 capaz de devastar la tierra si se lo proponía.
—Ella está con Hero ahora… —dije—. Pero no confundas mis palabras, madre. —La estudié un momento antes de seguir—. Mi amor por ella es más puro que el amor de él. No es mejor ni peor, solo que ella…
—Era la razón para estar en la Tierra —señaló completando mis pensamientos.
—Me he sensibilizado —protesté, me rasqué la cabeza y bufé—. Casi me he vuelto como un tonto humano. —Sacudí nuevamente la cabeza y apoyé los antebrazos en las rodillas. Vatur me acarició la espalda en un gesto de comprensión, haciéndome sentir peor aún. ¿Qué era lo próximo que haría? ¡Largarme a llorar!
—No juzgues a los humanos, hijo mío, en el futuro… —dijo con una pausa enigmática como solo ella podía hacerlo— no sabes si necesitarás de ellos… Además, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlos? —Traté de memorizar sus palabras. Al fin y al cabo, era como un joven adolescente junto a ella. Su rostro reflejaba sabiduría y nuevamente se detuvo mirando algo a la lejanía, lo pensó un momento y continuó—: Has aprendido a amar. —La observé acomodando la barbilla en las manos—. ¿Qué hay de malo en eso? —Ella me miraba sin juzgarme. Siempre sin juzgarme. Frente a ella no debía actuar como con los demás, mi madre era la diosa, pero por sobre todo era mi madre. Sonreí sabiendo que ella me comprendía—. Has aprendido de la pérdida y la alegría, el dolor y los celos. ¿Qué hay de malo en ello? Dime. —Ella esperó mientras yo intentaba aclarar los pensamientos.
—Mi deber. —Solté todo el aire en los pulmones antes de seguir—. Todo eso se interpone en mi deber…, te estoy fallando. —Vatur batió sus largas pestañas y retiró la mano que me acariciaba la espalda—. Mi puesto requiere más de mí que lo que puedo dar. —La carga en mis hombros cada vez crecía más. No podía evitarlo. Había ángeles involucrados y sabía lo que significaba. La primera ofensiva de los ángeles había provocado muchas bajas, había dejado al mundo en ruinas y a los oscuros al borde de la extinción.
—Los sentimientos te hacen fuerte, Nicolás. —La miré confundido cuando con sus palabras desbarató todo lo que pensaba—. Ellas, incluso él, el vampiro que albergas en tu casa confían en ti, en tus decisiones. No puedes controlar todo lo que hacen o piensan, pero si les pidieras que saltaran, lo único que te preguntarían sería cuán alto quieres que lo hagan. —Sonrió y se cruzó de brazos—. Ese lazo esta forjado por amor, Nicolás. —La observé desconcertado mientras contradecía una a una mis teorías—. ¡Oh, cariño…! —Ella me palmeó la rodilla—. Nunca pensé decirte esto, pero ¿qué hubiera sido de mí sin tu hermana, sin ti? —Me atraganté con el sentimiento de amor que me invadía hacia la mujer que me había engendrado.
—Madre —susurré.
—Me has enseñado muchas cosas, Nicolás, y créeme que hace mucho tiempo pensaba no poder sentir más que algo parecido al amor, pero me has enseñado más que eso. Hay muchos aquí en los que no crees, incluso puede que pienses que te odian, pero déjame decirte que muchos de ellos te seguirían sin dudarlo. —Y me acarició la mejilla.
—Mantengo a todos a oscuras, ¡tal vez me estoy volviendo tan embustero como mi padre! —Me maldije en el momento en que eso salió de mi boca. La sonrisa en el rostro de mi madre desapareció y unas pequeñas arrugas se formaron en su entrecejo. Bajé la mirada evitando su enojo.
—¡Eso nunca, Nicolás! —Me advirtió severa, y la observé de reojo. Su mirada viajó en alguna dirección por encima de mi hombro—. Nicolás. —La miré cuando volvió a hablar, y vi que las arrugas de preocupación habían desaparecido—. Nunca pienses eso, tú no tienes nada que ver con tu padre. Eres noble, ¿sabes qué ocurriría si ellas supieran algo más de ti?
—¡Ellas nunca lo usarían en mi contra! —Señalé cortante.
—Lo sé, pero no es de ellas por las que temo, es por ti.
Sabía que mi padre buscaba la forma de ponerme en contra de mi madre. Lo había visto pocas veces, pero sabía que cada palabra de su boca era un engaño. Lo comprobé de pequeño cuando Hermes me había buscado y había logrado ponerme en contra de ella. Pero Vatur logró demostrar sus engaños, me aleje de él y juré matarlo si alguna vez intentaba algo. A pesar de ello, mi padre no tenía cura. Su ambición era aún más grande que el Olimpo y ahora se había metido con mis protegidas. Realmente deseaba matar a Hermes más que a nadie en este universo, pero sabía que mi puesto en la Sociedad de Asesinos era codiciado por muchos y cualquiera que pudiera acorralarme y tomar el mando haría de ello un desastre.
Y, por si fuera poco, estaban los otros hijos de los dioses que vivían jugándose la cabeza para sobresalir para papá y mamá. Yo no era de esos. Había dedicado mi vida a seguir los designios de Vatur, había puesto mi vida bajo sus manos y ella era generosa, puesto que más allá de que fuera su hijo, la diosa era justa con todos. Mi posición en la Sociedad de Asesinos era importante para ella, ya que con mi presencia en ese puesto lograba mantener a raya a seres como Ben, que continuamente hostigaba a Sal. Sabía que quería lo mejor para ella, pero aún no comprendía cuándo Ben lo hacía por su bien o por el propio.
—Nicolás… —La voz de mi madre me trajo de regreso al presente—. ¿Por qué dudas tanto? —Miré en dirección al cuarto donde estaba Irizadiel—. ¿Temes por ella?
—Temo por todos —respondí.
—Hay ángeles involucrados —expresó, y observé sus ojos que se volvieron turbulentos.
—Lo sé. De eso quiero hablarte —le respondí—. ¿Qué debo hacer?
—Por ahora… —se quedó pensativa un momento y volvió a sonreír— creo que debes ir a hablar con Salomé, creo que es hora de que sepa por qué la cuidas tanto.
—¿Quieres que le cuente que soy tu hijo? —Pregunté asombrado.
—No, quiero que le cuentes por qué la traje al Mundo, tal vez eso apacigüe su necesidad de ponerse en riesgo. —Me acarició el entrecejo deshaciendo la arruga entre mis cejas—. Y tal vez eso logre calmarte un poco —sonrió—. Además, requieren de tus servicios en la S.A. —¡Maldición!, no podía ocultarle nada. Ella asintió con una sonrisa de lado, confirmándolo. Sacudí la cabeza sabiendo que nunca podría esconderle la verdad.
—Salomé tiene problemas con Hero… —dije con disgusto—. Ese macho me está sacando de mis casillas.
—Sí, lo sé. Pero sus intenciones son nobles, tal vez tengas que permitir que la tutela de Sal esté dividida entre tú y él. —Sonrió y me dio un golpe suave en el hombro riendo ante mi expresión.
—¿Tutela? ¡Diosa querida…! —Me froté las manos contra la cara, no podía creer que hablara de esto con ella. Muchos imploraban una respuesta de la gran Vatur y yo hablando de parejas—. Aún no sé quién quería matarla, madre, y no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar Phill, por lo que creo que será complicado para todos.
—Sí, lo será. Pero lo necesitas. —Aguardé para que me dijera algo más, pero no lo hizo. Sabía que no encontraría otra respuesta, así que decidí hacer lo que ella había dicho. Había aplazado la charla con Sal durante dos semanas, pero no había sido bueno, ella estaba cada vez más tensa.
—Irizadiel está en el cuarto, estoy seguro de que le gustará verte. —Ella sonrió ampliamente. Me puse de pie y me siguió. Me di un momento para admirarla y darle un beso en la mejilla. Tomé aire y exhalé con fuerza antes de encarar la puerta.
—Bien, Sal, ¡ahí voy! —Dije con coraje. Ella se rio a mis espaldas y volví a bufar mientras meneaba la cabeza.
—¡Qué hermosas flores tienes aquí! —Eché un vistazo por encima del hombro y mientras abría la puerta respondí.
—Son para ti, madre, solo para ti. —Observé un segundo a Vatur acariciando una tierna flor, y di un paso adentro, pero ella volvió a hablar.
—Algún día serán también para alguien más —sugirió, y me giré sorprendido por su declaración. Me sonrió levantando una mano como si fuera a hacer un juramento—. Y prometo compartir el jardín sin hacer ni un mohín. —Me guiñó el ojo y me quedé mudo. ¿Qué es lo que sabía mi madre que yo no? Sabiendo que no diría nada más, entré en el cuarto y me dirigí a la cama. Toqué levemente el pómulo de Irizadiel, se movió un poco y abrió los ojos despacio.
—Mamá está afuera, pensé que querías verla. —Irizadiel se sentó rápidamente y se restregó los ojos con fuerza. Atusó su cabello y se bajó de la cama. Lucía nerviosa y humana. Caminó hasta una mesita y tomó un cepillo y comenzó a arreglarse un poco más el cabello. Sus alas se arrastraban por el piso alfombrado, pero se la notaba mucho mejor que antes.
—¿Esta aquí? —Me observó a través del espejo mientras se cepillaba enérgicamente su hermosa cabellera rubia—. ¡Oh, Nicolás…, creo que el corazón se me saldrá por la boca! —Le sonreí y señalé la puerta a mis espaldas, me acerqué a ella y le di un beso rápido en la coronilla—. ¿No vienes? —Preguntó ella cuando no la seguí.
—No, ve tú. Debo ir a la S.A. y creo que hablaré con Sal y las chicas, estás invitada a acompañarnos si lo deseas.
—Gracias. —Irizadiel se estiró el vestido de algodón blanco y me miró—. Primero hablaré con ella. —Sus ojos brillaron por la emoción y sonreí al verla tan alegre.
—Ve. —Me encaminé hacia la puerta y recorrí la casa hasta donde sentía la presencia de Sal. La vi ir y venir en la sala de estar, y me apoyé en la barandilla del balcón dándome un momento para observarla.
—¿Tienes pensado que podría cambiar el piso de la sala o es solo que crees que hacer un surco en el medio de ella será más… cool? —Ella se detuvo, levantó los ojos hasta donde yo estaba y los entrecerró fulminándome con la mirada, y eso solo logró que soltara una carcajada. Se veía graciosa, las manos apoyadas en la cadera y ceñuda.
—¡Debo hablar contigo! —Bramó, e hizo un gesto de fastidio mientras sacudía la cabeza—. ¡Lo digo en serio! —Vociferó señalándome de forma acusadora.
—Bien, hablemos —respondí, y comencé a bajar las escaleras. Observarla allí parada me hacía recordar más a la niña que había sido siglos atrás, que a la asesina que era ahora. Los años habían pasado y mi perspectiva ya no era la misma.