37

Desperté tiempo después. No sabía cuánto había pasado, pero mis músculos estaban entumecidos casi como si hubiera pasado mucho tiempo dormida. Estaba tendida en una cama de la guardia de la S.A., lo sabía. Había estado varias veces allí, pero esto era algo más; varias máquinas sonaban a mi lado, me giré y observé la habitación. Junto a la puerta estaban Hass y Furcht apoyados contra el muro. Quise hablar y sentí la garganta seca, por lo que mi voz fue más un graznido. Cuando me moví, ellos me miraron.

—Espera —dijo Hass, tomó un vaso y me ayudó a beber. Me ardía la garganta como si no hubiera bebido líquido en días.

—¿Qué ocurrió? —pregunté con la voz ronca.

—¡Carim! ¡Oh diosa! Has vuelto —Furcht me tomó la mano y me besó los nudillos. Lucía tan cansado.

—Llamaré a Sal y a Nicolás.

—¿Qué ocurrió? —volví a preguntar. Sus ojos esquivaron mi mirada y supe que algo andaba mal—. ¿Dónde está Leiden? ¿Dónde…? ¿Dónde está Eva? —Comprobé el lazo y hallé a Sal y el vacío del lugar que ocupaba Eva—. ¿Por qué no la siento…, por qué?

—Se la llevaron…, a los dos, se los llevaron gatita —murmuró Furcht apretando mis manos, y horrorizada lo aparté de un manotazo.

—¿Quién? —pregunté agitada.

—Looper, creíamos que eran tan solo Leiden y su dolor, y no lo vimos venir —susurró Hass.

—¿Y qué hacemos aquí? ¡Vamos a buscarlos! —Ninguno se movió—. ¿Por qué no salen? Debo cambiarme, debemos buscarlos…

—Han pasado dos meses —murmuró Sal que se asomó por la puerta.

¿Dos? Parpadeé incrédula.

—¿Qué? Es una broma, ¿cierto? —Nadie lo negó.

—Estuviste en coma por más de dos meses, Carim.

—Pensamos que te perderíamos también —dijo Sal.

—Los buscamos —murmuró Furcht—. Los buscamos por cielo y tierra, Carim.

—Tanto Eva como Leiden perdieron el lazo. Ya no podemos seguirlos.

—¿Cómo? —chillé.

—No lo sabemos —Nicolás entró a la habitación—, pero me alegro de que estés bien. —Nicolás se acercó a mi lado y lo miré furiosa.

—¿Te alegras de que…? ¿Sabes lo que siento?

—Sí, lo sé, también era parte de mí, ¿recuerdas? —dijo con los dientes apretados y una mirada asesina.

—¿Era? —pregunté, y miré de uno a uno—. ¿Eran? ¿Ya no los buscan?

—No hay nada de dónde partir, tan solo una ubicación —susurró Sal.

—Nosotros aún los buscamos —ladró Hass mirando a mi hermana, que bajó la cabeza avergonzada. Y sabía que lo hacían, los conocía tan bien como para saber que estarían aún buscando a Leiden aunque eso les tomara toda la eternidad. Con o sin lazo, no lo abandonarían.

—¿Y por qué no vamos allí? A esa última ubicación, ¿por qué? ¡Nicolás!

—¿No crees que no lo he intentado todo? —rugió mirándome—. Los busqué, Carim…, los busqué por cielo y tierra. Incluso mi madre los buscó.

—Se han ido —gimoteó Sal, y quise golpearla, quise caerle a golpes. ¿Qué mierda le había ocurrido? ¿Pensaba abandonar a Eva? ¿A su hermana?—. Toda la organización se evaporó. No hay nada que los vincule, no hay rastros. Ni siquiera sabemos si Eva y Leiden están juntos. No lo sabemos. Nadie sabe qué pasó con ellos…, es como…

—No te atrevas a decirlo —gruñí asqueada por su cobardía. La idea de saberlos muertos no entraba en mis planes. No ahora ni nunca.

Me tumbé en la cama sin decir una palabra más, y dejé que mi cuerpo derramara en lágrimas un poco del dolor que sentía. Pronto Sal y Nicolás se marcharon. Vívika vino a verme un par de veces, Nina también, incluso Jade había venido, uno a uno pasearon por allí. Solo Hass y Furcht montaban guardias junto a mi cama, aunque les insistía en que se fueran.

Me contaron que en el tiempo que estuve perdida habían logrado desmantelar la macabra sociedad que traficaba con órganos y sangre, aunque había algunos que habían salido impunes y habían huido.

Poco a poco todo volvió a la normalidad, un par de delitos menores y no mucho más.

Pasaron días, y más días. Semanas…

Perdí la cuenta de cuántos, pero uno de esos días sentí que ya no podía quedarme sentada esperando morir de tristeza.

Si ellos los daban por perdidos, yo no lo haría.

Hass y Furcht no lo harían, nunca darían por perdido a Leiden y yo tampoco.

Me bajé de la cama y decidida busqué ropa. Me puse el traje negro de ceremonias de la S.A., el que me permitiría cambiar sin romperlo y que me recordaba quien era; unas botas largas hasta la rodilla, en las que podía guardar varias armas; unas muñequeras de cuero con cuchillos retráctiles, y un saco largo que rozaba mis tobillos. Caminé hasta la cafetería. Tomé algunas fuentes de comida y las envolví para meterlas en el bolso que cargaba. Tomé una bolsa de dormir y un par de armas y las coloqué en un bolso.

Dejé una nota para Hass y Furcht, que estaban fuera de la ciudad siguiendo una pista. Les dije por dónde estaría, y hacia dónde me dirigía, al menos lo poco que sabía. Anoté mi número en el papel y me marché.

Tomé unas llaves de uno de los coches de la S.A. y me dirigí a la puerta. Me monté en el coche justo cuando Sal me llamó por teléfono.

Ya no usábamos tanto la comunicación mental, aunque aún podíamos presentir dónde se encontraba la otra y qué le ocurría. Además, ya no era tan potente y nos recordaba siempre que Eva no estaba.

Sal había quedado embarazada, me lo había contado un día que vino a verme, y me alegré por ella. Aún no sabían cómo, pero esperaban un niño; creían que era algo aparte de su anomalía en la sangre o tal vez fuera por el encuentro de Hero con los ángeles.

Por eso no la invité a venir, ella debía quedarse donde Nicolás y Hero pudieran protegerlos a ambos y donde pudiera ser constantemente monitoreada. Uno de los efectos de la falta de los tres elementales era la locura y Sal ahora esperaba un niño.

Ella se quedaría en casa.

Y yo, que me sentía más muerta que viva, pensaba que tal vez la locura fuera una bendición después de todo.

Por otro lado, ella estaba en compañía de Vívika, quien había pasado de ser una loba a la jefa del área médica por completo, un cargo que la hacía un centinela de otro rango, pero centinela al fin. Y después estaba Jade, quien había decidido que dejaran de intentar inyectarle el Agente S para mutar su sangre nuevamente con los genes humanos y seguir siendo un vampiro en su nueva vida en la S.A. Se había adaptado bastante bien, ya estaba siendo entrenada para ser una asesina y era buena.

Habían visitado a su familia y avisado a la policía por los demás cuerpos de las mujeres desaparecidas. Se las habían arreglado lo bastante bien como para que no entráramos en guerra.

El agente S, como habían llamado a la vacuna en nombre de Sal, había logrado salvar los casos más nuevos de mutación, y estaban diseñando algunas variantes para salvar casos de licantropía y algunos otros, en cooperación con los humanos.

Las cosas estaban tomando un curso diferente.

Antes los humanos y los oscuros habíamos convivido, pero la convivencia no nos obliga a aceptarnos, solo saber que el otro está allí y hacer lo mejor para no matarnos en el proceso. Pero esto era diferente, parecía el inicio de una era totalmente diferente donde oscuros y humanos cooperaban abiertamente, y era bueno, al menos para ellos.

Encendí el motor y atendí el teléfono que sabía que no dejaría de sonar.

—¿Qué haces? —preguntó sin más.

—No lo sé, pero no puedo quedarme aquí, los amo, pero Leiden es mi compañero, Eva es mi hermana y sé muy bien que harías lo mismo en mi lugar si pudieras.

—Carim, lo lamento, me he comportado como una cobarde, como una grandísima idiota, lo lamento tanto.

—Estás esperando un niño.

—Lo sé. ¡Maldición! No quiero que vayas sola, no quiero saber que estás allí mientras yo estoy aquí…

—Siendo madre, y eso es lo que harás. El destino nos juntó para ser hermanas, pero nunca dictaminó cuáles serían nuestros caminos. Creo que hoy debo tomar el mío, y tú debes aceptar lo que está sucediéndote.

—Sí, debo aceptar que estaré redonda en poco tiempo y que si voy, solo seré un peso extra.

—Cuida de los demás, iré a buscar a los tíos de tu hijo o hija.

—¡Oh, diosa! ¡Carim! —sollozó—. ¡Demonios! Encima estoy llorando por todo, ¿sabes? Me volví una autentica marica.

—Creo que cambiamos roles, solo eso…

—¡Escúchame! Quiero saber de ti todo el tiempo, dónde estás, con quién, todo. Mi hijo o hija querrán conocerte. Hagas lo que hagas, ten cuidado.

—Estaré en contacto, lo prometo.

—Nicolás quiere decirte algo. —Quise negarme pero era muy tarde.

—Te dejaré hacer esto a tu modo, solo con una condición —dijo. Levanté la vista hacia la carretera y un tipo se había materializado en mi camino, las ruedas chirrearon cuando frené—. Solo con la condición de que él vaya contigo. —Miré al hombre y recordé quién era.

Semiazas el hermano de Phill, que se había aliado a la S.A., un ángel caído que nos había ayudado y había matado a Hermes en la rebelión de los Ángeles. ¿Cómo no recordarlo?

—De acuerdo —murmuré, sabiendo que sería el único modo en el que el hijo de la diosa no se interpusiera en el camino y me encerrara bajo siete llaves. Semiazas sonrió, por lo que supe que Nicolás podía comunicarse con él, y caminó hacia mí. Se metió en el coche mientras me observaba con una media sonrisa colgando de sus labios.

—Cuídate, ¿sí? —susurró Nicolás—. Y hagas lo que hagas, recuerda que te amamos —dijo sonando más triste que nunca.

—Yo también los amo. —Cerré el teléfono y miré a Semiazas.

—Creo que sabes quién soy —dijo, y asentí.

—Lo sé —respondí poniendo nuevamente el coche en marcha.

—Bien, eso es mejor. —Se desparramó en el asiento como si estuviera totalmente relajado, pero sabía lo que podía hacer; al final, era un ángel caído y sabía el poder que tenía. Y para mí eso era muy bueno—. ¿Por dónde empezamos?

—¿Qué tal si buscamos donde fueron vistos por última vez?

—Me parece bien, conozco el sitio. Dirígete a la interestatal, te guiaré desde allí.

—Genial —dije sin humor.

Semiazas había sido el último que había visto a Leiden. Había luchado con un Can y había rastreado la zona, pero no había hallado nada. Aun así, por lo que sabía, era otros de los que aún lo buscaban, y eso me hacía sentirme acompañada.

Estén dónde estén, vivos o muertos…, los encontraré.

Algo en mí se sentía raro, era la primera vez que dejaba atrás a la S.A., nunca había abandonado la Sociedad de asesino, nunca en mi vida, salvo cuando era pequeña; ahora la dejaba, y sin mis hermanas.

Dejar a Sal atrás me sonaba raro, pero ella sería madre ahora y no podría involucrarla en esto, así que debería hacerlo sola. Necesitaba encontrar a Eva, a Leiden. Nada sería igual si me quedaba aquí.

Entendía a Sal.

Tal vez era lo mejor…, no lo sabía.

Estaba nerviosa, demasiado nerviosa como para confesarlo en voz alta, cuando Semiazas a mi lado lucía totalmente relajado.

—Gracias Semia… zas —dije tratando de pronunciar bien su nombre.

—Por cierto, llámame John, será mejor y más fácil. Soy John Doe. Semiazas murió con sus creencias; yo, soy alguien nuevo.

Sonreí de lado. Era bueno.

—Bien, John, suena bien.

—Suena a terrenal.

—Es verdad.

—Leiden —murmuró y lo miré—, él también tenía problemas para pronunciar mi nombre —dijo, y sonreí con tristeza.

Debía admitirlo, tenerlo a mi lado me daba algo de confianza. Al menos Nicolás y Vatur estaban de mi lado, y no me habían amarrado a una cama ni nada por el estilo…, así que… allí íbamos.

—Que Vatur nos acompañe —susurré.

—Los encontraremos, ya verás —dijo Semiazas o John como quería que lo llamara. Sonaba seguro y eso me dio un poco de esperanza y sonreí.

Pisé el acelerador, tomé la interestatal y no miré atrás.