—¡Leiden! —Me desperté sintiendo que alguien me llamaba.
Cuando abrí los ojos, la luz del día me cegó, el calor parecía asfixiante, el sudor caía por mi frente y había un leve aroma a verano y a flores que me desconcertó. Luché por levantarme, pero mi letárgico cuerpo no parecía dispuesto. Miré a mi lado y noté varios cuerpos allí, en pequeñas camas de metal blanco. ¿Dónde estaba? ¿Serían los heridos de la lucha? ¿Serían ellos? ¿Estaba muerto? El dolor respondió a mi pregunta recordándome que seres como yo no gozaríamos nunca de la paz de la muerte encantada que te arrastra al paraíso donde una flor dulce colma el aire. Aquel dolor penetrante cubrió mi cordura y volví a caer en la marea negra de la inconsciencia.
No sé cuánto tiempo había pasado, días, meses, años.
¿Dónde había estado todo este tiempo?
¿Dónde estaban mis hermanos?
¿Tenía hermanos? ¿Alguna vez los había tenido? O era todo un sueño…
El dolor me venció y me dejé ir.
Desperté tiempo después y, recuperando un poco mi fuerza, logré sentarme.
Ya no había nadie en las camas a mi lado.
¿Acaso lo había soñado?
Me senté lentamente en una cama mullida dejando que mi cuerpo se estabilizara, y me toqué la frente buscando mentalmente a mis hermanos. Algo había ocurrido, lo sentía en los huesos. O acaso era todo un sueño… ¿Podría haber pasado años en coma…? ¿Podría haberlo soñado todo?
Mis huesos sonaron y por un momento dejé que todo a mi alrededor se dibujara para mis ojos nuevamente; era como ver el mundo de nuevo como un niño. Un mareo me colmó y me obligó a recostarme. El olor a desinfectante chocó contra mis sentidos y confirmó que no era la S.A. ¿Acaso había estado alguna vez ahí?
¿Dónde demonios estaba? No estaba en casa.
¿Dónde había estado?
El lobo dentro de mí gimoteo y sentí el vacío de la pérdida, y ese conocimiento me asestó un golpe en el pecho.
Habían existido, no era un sueño, no lo había soñado. Furcht, Hass, Carim, Zander, ellos había existido por más que los recuerdos se negaran a volver, tenía la certeza de que no había soñado todo esto.
No había un tiempo, después de mis peores años, en que había vivido y había sido feliz.
Recordaba la sonrisa de Hass, aquella sonrisa torcida que auguraba que estaba por hacer un comentario fuera de lugar; el íncubo siempre tenía algo para decir, y los pensamientos más positivos. Furcht y aquella manía de maldecir cada dos palabras, de apostarle siempre todo a todo el mundo, su fanatismo por la lucha, su devoción por las mujeres y los juegos de la Xbox.
Los conocía, no los había soñado.
Había sido feliz alguna vez, y ahora… los había perdido. Escondí mis ojos bajo mi mano intentando ocultar las lágrimas que se escapaban de mis ojos. ¿Acaso lloraba de dolor? ¿De alegría?
Recordé mi pelea con Carim, su dolor… Había sido un idiota y lo sabía, la había alejado…, ella tenía razón. Triz en su lecho de muerte me había dicho que no se arrepentía, que había valido la pena cada segundo…, me había amado.
Y ahora ella estaría buscando a otro… ¿Sería alguna vez feliz? Ojalá lo sea.
¿Acaso no era lo que siempre había querido, mantenerlos a salvo?
Estaban a salvo, nadie iría por ellos ahora.
Sabiendo eso, el peso se instaló sobre mi pecho como una compresa helada. Nadie vendría por mí tampoco.
Ojalá tuvieran una larga y hermosa vida.
Me permití por un momento recordar a Carim, su voz, el calor de su cuerpo, la sensación de su cabello entre mis dedos…, sus labios.
—Ahora estás a salvo gatita —murmuré con la garganta obstruida por el dolor—. Nadie más podrá tocarte ahora mi amor. Nadie podrá lastimarlos…, ojalá, ojalá lo comprendan.
Ahora eran libres. Sonreí ante la idea.
—Adiós hermanos, mis mejores amigos, mi alma se va con ustedes, gracias por cuidarme y por haber hecho de estos los mejores años de mi vida. Adiós, Zander, gracias por confiar en mí y protegerme, incluso de mí mismo. Adiós bella Carim, ojalá la diosa te dé un buen compañero y hermosos hijos, serás una hermosa madre. Adiós a todos…, adiós, que la diosa los proteja y nos permita encontrarnos en su hermoso reino cuando llegue su hora. Adiós —dije para mí mismo y desconecté la conciencia del que alguna vez había sido.
Leiden había muerto.
Uriel había renacido en la inmundicia de su vida.
Nuevamente.
Me bajé de la cama resistiendo las nauseas, comprobé que había tubos conectados a mis brazos y algunos electrodos en mi pecho. Me quité las lágrimas de los ojos, nadie vería aquello. Leiden había muerto el mismo día en que desperté en esta cama, y me dediqué unos minutos de soledad a recomponerme. Su recuerdo era el que me mantenía vivo para que Looper nunca pudiera acercárseles otra vez.
Lo primero que hice fue comprobar dónde estaba y qué llevaba puesto.
No era mucho, llevaba una bata de hospital. Había unas cinco camas a cada lado de la mía, ahora todas vacías, aunque podía jurar que había visto cuerpos allí. Me bajé lentamente comprobando que mis músculos me soportaban y quité los tubos.
Mi piel parecía nueva, tersa y uniforme, sin ninguna marca de luchas anteriores. Caminé hasta un espejo y comprobé que mi rostro se veía igual de bien, toda mi piel tenía un tono sano, no había marcas salvo el tatuaje en mi hombro, el que Nicolás me había dado de algún modo, aún seguía allí.
La única marca de quien había sido, y quien no volvería a ser nunca más.
Mi camino por las sendas de Vatur había quedado atrás…
—Gracias Diosa por todo —susurré las palabras aunque sabía que ella entendería lo que estaba haciendo.
Ella comprendería por qué me alejaba de su lado, así como comprendió cuando me uní a su gente.
Carrie tenía razón…
Somos todos prisioneros, prisioneros de nuestros recuerdos, de nuestras otras vidas. Somos todos prisioneros, podríamos correr, arrastrarnos y desaparecer pero al final del día, al final, todos volvíamos a la vida que merecíamos. Podríamos salir, pero nunca escapar.
Caminé hasta la puerta escuchando todos los sonidos y dejando que mi cuerpo asimilara el ambiente donde me encontraba.
¿Cuánto había permanecido desmayado?
¿Por qué no podía recordar qué había sucedido ayer?
Me esforcé un poco y recordé a Semiazas, allí luchando, al Can luchando contra él, a Carrie suicidándose, el pasillo, la luz, y la magia desvaneciéndome…, y no había nada más.
Abrí la puerta frente a mí haciéndola chirrear y salí a un pasillo que daba a un gran patio iluminado por el sol que parecía ser de media tarde. Los pisos eran de baldosas blancas y negras, frías contra mis pies descalzos; las paredes estaban agrietadas y con un color amarillento gracias al paso de los años. Delante de mí, el pasillo balconeando al gran patio y columnas de diferentes estilos enredándose con diversas plantas con flores hermosas.
—¡Ay, no! —esa voz llamó mi atención—. No debería estar levantado.
Una mujer regordeta llegó hasta mí y me alejé un paso cuando quiso tomar mi mano. Me asomé un poco más al patio y pude ver a varios hombres y mujeres luchando entre sí.
—¿Dónde estoy? —pregunté inquieto.
—Donde pertenece, ¿dónde más? —dijo con una sonrisa que no llegó a contagiarme.
—¿Cuánto tiempo he estado…?
—Un poco —respondió evadiendo mi pregunta.
—¿Cuánto? —gruñí.
—Dos meses.
—¿Qué? —pregunté. Dos meses.
—Dos meses, señor Uriel, dos meses. El amo mandó que lo cuidáramos. Y eso hacemos. ¿Por qué no vuelve adentro para que…? —detuve su mano y la observé.
—¿El amo?
—Sí, sí, el señor Looper —dijo, y retrocedí un paso. Lo sabía, lo había sabido todo este tiempo.
—¿Dónde está él? —Ella dudó—. Lléveme con él —ordené.
—Debería descansar —susurró.
—¡Lléveme! —grité.
—Está bien, está bien, estará feliz de verlo.
Ella comenzó a caminar por el pasillo, giró dos veces a la izquierda y una más hasta llegar a un área de la casa más arreglada y pintoresca. Golpeó la puerta con los nudillos mientras mil preguntas atacaban mi mente.
¿Dos meses?
¿Qué habrían hecho mis hermanos?
¿Me habrían buscado?
Seguro que no, al menos así les había dicho que hicieran, ¿no? Idiota.
—Adelante —dijo una voz que conocía.
—Señor, Uriel ha despertado —murmuró entornando un poco la puerta como para asomar la cabeza.
—Genial, ¡genial! —Aparté a la mujer de un empujón y abrí la puerta por completo.
Looper estaba de espaldas a mí. Le gruñí, y estaba a punto de saltar sobre él cuando se giró y se movió a un lado revelando algo que no esperaba.
—Justo a tiempo para conocer a tu nueva compañera, Uriel.
Mis ojos debieron de mostrar la sorpresa y di unos pasos hacia atrás sacudiendo la cabeza.
Parada, sin pestañear, con un collar en su cuello, estaba Eva.
Eva.
La Eva de Hass, su amor eterno.
Eva, la que gruñía ni bien te acercabas, estaba parada allí sin pestañear junto al hombre que más odiaba en la tierra.
Las últimas palabras de Nicolás volvieron a mí de golpe.
—Los hilos que tejen tu futuro están en constante cambio, solo sé que necesitas hacer esto. Formarás una estrecha línea que salvará tu cordura y tejerá un futuro que es incierto para mí. No sé si debo decirlo, pero parte de ti se mantendrá a flote por lo que verás allí, necesitas esto, y yo te necesito allí.
—Leiden, la tienen, tienen a Eva…
Comencé a temblar al verla. Nicolás lo había visto, él sabía que algo ocurriría.
—Eva, ¿qué te han hecho? —pregunté observándola.
—Ven, acércate. Uriel es tan hermosa y tan letal como tú. Llevamos meses programando su cerebro con el tuyo, y creo que harán de mi ejército un arma letal.
—¡Maldito hijo de puta! —siseé.
—También debo advertirte que no, no puedes contactar con tu anterior mundo y que ella está bajo mi seguridad. Si algo me ocurriera…, ya sabes cuál será su destino. Ahora que estamos todos juntos, ¿por qué no le muestras su lugar en la casa mi bella Eva?
Acarició su mejilla y tuve ganas de saltarle al cuello pero me detuve. Ella no se opuso, caminó directo hasta mí, y sin decir palabra pasó a mi lado.
—¡Ve con ella, ve, ve…! Necesitarán tiempo para conocerse.
—¿Conocerse? ¿Qué has hecho? Es una autómata.
—¡Oh, no!, su silencio es su decisión, pero yo solo le impongo luchar; mientras lo haga… —Levantó las manos y arqueó las cejas, y no necesité que continuara.
Si Eva no cumplía, sufriría castigos; sabía lo que se sentía. Una luz de esperanza se coló en mí, intenté disimular y me encaminé a seguirla.
Él había dicho «necesitan tiempo para conocerse», por lo que no sabía que ya conocía a Eva más allá de su nombre. Y, por lo visto, ella tampoco había reaccionado a esto, ni siquiera me había hablado; tal vez podría haber esperanzas y por eso ella lo había disimulado tan bien.
Me giré con la esperanza de que algo de ella pudiera recuperarse, que volviera a ser la mujer que Hass siempre amó.
Salí de aquel cuarto cerrando la puerta y ella me miró un instante, y tan solo necesité ese instante para notar cómo una lágrima corría por su mejilla.
Comenzó a caminar y la seguí en silencio. Bajamos una escalera ancha y atravesamos el patio.
Se detuvo, y me paré detrás de ella.
Abrió lentamente una puerta para mostrarme una enorme habitación ante mí, pero no era mi cuarto, de eso estaba seguro. Observé alarmado cada detalle y di un paso adentro y me detuve en seco.
—Lo primero que me pregunté cuando llegué aquí es qué hacía con los niños y las mujeres —murmuró ella, y yo no podía despegar los ojos de lo que estaba viendo—. Comprendí que los niños formarían un ejercito, pero él necesitaba más que un par de guerreros. —La voz de Eva se fue diluyendo mientras mis ojos asimilaban la escena.
Había mujeres en cubículos de vidrio que pendían del suelo. Todas ellas estaban embarazadas y tenían tubos conectados a su cuerpo como si fueran un experimento macabro.
—Eva —susurré.
—Los niños secuestrados tienen algo en común. Poderes mentales. Todos eran mitad psíquicos, lo averigüe mucho después de llegar aquí. Looper me forzó a enseñarles. Las mujeres fueron solo una prueba al principio, hasta que Looper notó que debería encontrar y raptar tantos niños que no le alcanzaría con vaciar una ciudad. Entonces comenzó a cazarlas como reproductoras, lo perfecto para crear y traer al mundo niños guerreros. Leiden —dijo y la observé—, Looper crea un nuevo ejército con niños y niñas soldados cambiantes y planea atacar a los oscuros. Miembro a miembro, nadie temería a un niño, ¿no? Por eso te buscó. Me buscó. Necesitaba gente que conociera desde adentro la sociedad de oscuros, de cambiantes.
—Cosecha de niños cambiantes psíquicos —murmuré con la garganta seca.
—Sí, lo hace —repuso con voz sombría.
Salimos de allí en silencio; tenía el estómago revuelto. ¿Cómo había llegado a esto sin que lo supiéramos? Seguí a Eva hasta un sitio en la terraza.
—Leiden —gimoteó sin mirarme.
Ante nuestros ojos se abría un espacio vacío de varias hectáreas de campos y matorrales y, por lo visto, Eva sabía que nadie nos oiría aquí.
—¿Qué te ha hecho? —pregunté tomándola del brazo para que me mirara.
—Me lo ha quitado… todo —sollozó.
—Eva, te sacaré de aquí, no sé cómo… ¿Qué ocurrió? ¿Cómo te atrapó?
—Fuimos a lo de Laicot, y todo ocurrió muy rápido. Laicot, ella me tomó de la mano y jaló de mí. No luché, tan solo era una anciana; ella arrancó un mechón de mi cabello y lo enredó en sus dedos. No había comprendido qué pretendía hasta que lo dijo.
—Somos todos prisioneros…
—Carrie dijo algo parecido antes de que se quitara la vida —dije recordando sus palabras.
—Lo último que recuerdo es como si un explosivo hubiera estallado contra los muros de mi cabeza, los gritos y la necesidad de matar. Un ser con túnica se arrojó sobre mí, y maldiciendo esquivé su cuchillo, me giré retorciéndole la mano en el camino, y, sin pensarlo dos veces, le quebré el cuello. —Se frotó los brazos—. Cayó al suelo como un saco de patatas. Y otros dos vinieron por mí y me arrastraron fuera de allí. No sabía por qué o qué estaba haciendo ahí. —Me dio un vistazo rápido—. Estaba tan perdida. La primera noche que llegué aquí, hace dos meses, me tumbaron en la cama a tu lado. Supliqué que me dejaran ir, pero no tenía fuerzas; luego te oí gritar, te oí gritar los nombres de tus hermanos. Busqué el vínculo y ya no estaban, no había nada…, solo… solo vacío.
La atraje contra mí y le acaricié el cabello. Nos quedamos así un rato sin decir nada, tan solo consolándonos, lamiéndonos las heridas.
—¿Qué hace ese collar que llevas puesto? —pregunté acariciando el cuero con la punta de los dedos.
—Nada, es solo una forma más de degradación que practica. Es como recordarme que soy su perro faldero.
—Pero él dijo que si moría…
—Sí, pero no es un objeto, me lo he quitado antes y cada noche antes de dormir. No lo sé, no sé de qué habla. Tal vez sea otro de sus malditos trucos de magia. —Se froto la nariz—. Es como mi muestra de rebeldía. ¿Sabes?, suena estúpido, pero creí que no despertarías.
—No sabe que te conozco.
—No, solo sabe que conoces mi nombre, no se lo he dicho. Es mejor que crea que pasamos tiempo juntos para conocernos —dijo y asentí. Era lista, me abrazó con fuerzas y le devolví el abrazo—. No imaginas lo mucho que me alegro de que estés aquí, aunque tú debes de odiarlo.
—Cuando estuve aquí pasé mucho tiempo sin poder confiar en alguien. Entiendo lo que dices.
Luego ella me guio a unas habitaciones, me mostró el cuarto y todo lo que había dentro. No volvió a hablarme, tan solo la detuve antes que saliera.
—Hagas lo que hagas, no te desconectes… Sé lo que él hace, lo sufrí por años.
—¡Oh, Leiden!, lo lamento —susurró e hizo una mueca.
—No lo hagas, te sacaré de aquí Eva —aseguré. Lo haría, o daría mi vida haciéndolo.
—Carim debe de estar buscándote —dijo con tristeza.
—Es mejor si no lo hace —confesé y desvié la mirada—. Ella encontrará a otro hombre y será feliz —dije intentando lucir esperanzado.
—¿Otro? —preguntó y negó con una sonrisa triste—. No habrá otros.
—Lo hará, es inteligente y sé que llegará el día…
—¡Nunca llegara ese día, Leiden! No los habrá. Los lobos y los gatos nos emparejamos del mismo modo. —Por un momento había olvidado a la loba en ella—. Una vez, solo una vez de por vida. Cuando Carim notó el lazo, lo supo… No importa cuántos machos encuentre, nunca logrará el vínculo. —Aquellas palabras fueron un puñetazo en mi pecho.
—Pero ella… —tartamudeé.
—Ella tan solo quería que tomaras la decisión y dejaras de temer, aunque ahora comienzo a comprender tus miedos… Tan solo he pasado dos meses junto a él y he visto las atrocidades que hace, las profanaciones… Lo he escuchado hablar de ti y me repugna escucharlo nombrarte, aunque agradezco que no te llame Leiden.
—Saldrás de aquí, lo prometo.
—Somos todos prisioneros —dijo tristemente.
—No para siempre.
Nos quedamos hablando un poco más, sin decir mucho, tan solo sus manos enjugando mis ojos, y mis manos buscando que se calmara. Buscando el consuelo.
Cuando me aparté de ella, Eva estaba absolutamente perdida en sus pensamientos. Se quedó dormida apoyada sobre mi pecho; la tumbé en mi cama y me miró somnolienta.
—¿Alguna vez se irán? —lloriqueó.
—¿Qué?
—Las pesadillas, los sueños, los gritos… El horror y el miedo…
—No lo sé Eva, no lo sé —murmuré con amargura.
—¿Crees que…? —Tragó saliva y escondió su rostro mientras se colocaba en posición fetal—. ¿Crees que… Carim me odie si te pido que te recuestes a mi lado? Solo para saber que alguien me cuida. He estado tan sola. Tan solo necesito saber que alguna vez fui alguien más…… que fui más que una loba asustada, más que una sumisa a la que le ordenan entrenar a niños que son usados para matar y que nunca conocerán la infancia que yo tuve… Alguien más que este ser miedoso… ¿Crees que ella me odie? Solo recuéstate a mi lado solo eso…, por favor —suplicó.
Nunca la había visto suplicar.
Sabía que estaba llorando. Por más dura que pareciera en el despacho de Looper, ahora se la veía derrotada y pequeña.
—No creo que se enoje, ella lo entendería. Y eres mucho más de lo que ahora piensas. Una vez yo creí lo mismo, y una diosa y un centinela me enseñaron que no importa lo que pienses en un momento como este, importa lo que eres, y eso nadie puede cambiarlo. —Me acosté a su lado y escuché los gimoteos.
—Ojalá la diosa no se olvide de nosotros —susurró antes de quedarse dormida.
La apreté un poco contra mi cuerpo y se durmió, y poco después yo también lo hice con la idea de que debía encontrar el modo de sacar a Eva de allí.
La sacaría de allí.