34

Eché un vistazo a las fotos nuevamente, y mi teléfono sonó otra vez. Sabía que eran mis hermanos, y corrí hasta el auto: no podía detenerme a pensar en ellos ahora. Temía que cualquier resquicio de duda me hiciera doblegarme ante la idea de salvarlos. Zander siguió buscándome mientras luchaba por concentrarme en seguir el rastro que había encontrado.

Mi familia de sangre, mi clan, mi alfa, me habían abandonado la primera vez para que muriera o buscara el destino que mejor me pareciera en las crueles manos del Looper. Mi segunda y única familia, los asesinos, aquel grupo que había nacido de las costas de África, aquellos asesinos legendarios que protegían la raza por sobre todas las cosas, aquellos que eran justos, esos mismos que me habían enseñado a matar, me habían acogido, me habían amparado y allí estaban buscándome, incluso ahora.

Pero no dejaría que los tocara.

No podía dejar que Looper me quitara lo único bueno que me había dado la vida.

No se lo permitiría, por más estúpido que pareciera. Nadie conoce la pérdida hasta que algo que amas se te va de las manos. Yo lo había conocido de cerca; las lenguas del dolor y la desesperación habían lamido mi piel dejando un rastro imperceptible de lo que ocurría cuando te esfuerzas en aferrarte a alguien.

Me había aferrado a mis hermanos por años y ahora me daba cuenta cuán estúpido había sido eso también. ¿Cómo había permitido que Looper se acercara tanto a ellos? A Zander…, diosa.

Que idiota fui al creer que estaba a salvo.

Me dirigí a la autopista con la decisión tomada. Ya no habría vuelta atrás, viviera o muriera, así sería. Tomé la salida de la ciudad que había visto en mi mente; si Looper estaba allí, lo encontraría.

Esto se acabaría hoy, y rogaba porque la diosa Vatur me dejara dormir el largo sueño en su posada en el cielo.

Los amaba tanto…, realmente, mi corazón no podía concebir que los lastimaran. Sabía que Zander no lo entendería.

Ninguno lo haría. Pero era lo único que podía hacer.

Matar a Looper tal vez, tal vez sería mi final, o tal vez no; no lo sabía. Debía intentarlo, así él no podría llegar a tocarlos. Pero al fin sería un final.

Las imágenes brotaron frente a mí; él tenía razón, una parte de mí lo odiaba más ahora al saber que hiciera lo que hiciera, mi destino había estado sellado desde hace siglos; él había estado allí siempre. Nunca había sido libre.

Y allí estaba aquella maldita casa, de la cual nunca hubiéramos sospechado. Así que de esa forma había burlado a la S.A., había extendido sus dedos malignos infestando la ciudad con podredumbre y dolor, carcomiéndola poco a poco para que nadie lo notara: una muerte aquí, otro muerto allá. Incluso había estado experimentando, había entrado de alguna forma al mismo corazón de la S.A. y no lo habíamos notado, pero todo cambió cuando cayeron los ángeles y toda la población fue controlada y clasificada para evitar más muertes por luchas entre castas y bandos.

Todo había estado bien hasta la matanza en aquel maldito lugar. Habíamos encontrado a las mujeres, habíamos empezado a unir piezas y todo se había vuelto más caótico para él, por lo que imagino, siguió traficando con vidas y cuerpos sin importarle nada más.

Había algo que le decía que era intocable, o tal vez tan solo fuera un anzuelo para atraerme. Estaba punto de descubrirlo.

La casa estaba metida en un campo lleno de arbustos, y continuaba del mismo modo hasta donde la vista se perdía.

Estacioné el coche a unos doscientos metros por una carretera de tierra. El sol estaba ya tocando el horizonte y en poco tiempo terminaría por dejar el paso a la noche.

Tomé el teléfono antes de bajar, y vi las veinte llamadas perdidas de Carim, de mis hermanos y de Zander.

Cerré los ojos con fuerza, ojalá puedas entenderme algún día, Carim.

Levanté la vista y sonreí al ver aquel extraño parado justo a metros de mi coche. El sol jugaba con las sombras y su rostro estaba casi cubierto. Levantó sus manos al aire para mostrarme que no portaba armas, y luego abrió lentamente el último botón de su camisa. Me mostró una insignia dorada en el centro de su pecho. Era la insignia de la diosa Vatur.

Nicolás había cumplido con su palabra.

Antes de partir había llamado a Nicolás, se lo debía. Había tomado una bocanada de aire, y había llamado como algo de último momento.

—¿Nicolás? —dije.

—Leiden, sabes que te están buscando, ¿cierto? —Su voz neutral hizo que se me pusiera la piel de gallina.

—Lo sé, como sé que tú también entiendes lo que siento —murmuré recordando a Nicolás vengando el honor de su madre, la lucha con los ángeles y todo lo que ocurrió—. Debo terminar esto solo y lo sabes.

—Leiden —suspiró—. ¿Por qué me llamas?

—Necesito tu ayuda. Sé que no enviarás a mis hermanos o a tus asesinas. Esto es algo que requiere de la ayuda de alguien más, y pensé que, tal vez, el centinela en jefe podría enviarme un poco de ayuda. Puede que no salga vivo de esto.

—Es una posibilidad —repuso usando aquella voz que hacía temblar a muchos.

—Nicolás, necesito alguien que se asegure de que Looper tampoco salga vivo de esta.

—Puede que conozca a alguien que pueda ayudarte —murmuró.

—Bien.

—¿Qué más quieres que haga? —preguntó sabiendo que eso no era lo único que tenía para decirle. El maldito sabía cosas que no entendía cómo las obtenía, pero lo sabía.

—Dile a Carim que… —Tragué con fuerza y tomé aire— que sea feliz.

—Yo —dijo haciendo una pausa— haré lo que pueda. Dame una dirección a donde enviar la ayuda.

—Interestatal cinco, kilómetro dos.

—Dalo por hecho.

—¿Cómo sabré que es él?

—El tatuaje de la diosa estará brillando en su pecho. Y por lo que más quieras, Leiden, no hagas estupideces, ¿entiendes a lo que me refiero? Y que la diosa vele por ti desde los cielos, y que la lealtad de tus hermanos y centinela te acompañen en el camino de soledad que has elegido. Que la diosa te otorgue lo que crea necesario y mantenga tu juicio libre de tormentas. Que la diosa Vatur te acompañe e ilumine tu camino hacia la eternidad.

Nomine Vatur, perducat nos ad aeternitatem. (En el nombre de Vatur, guíanos hasta la eternidad).

Nomine Vatur —susurró Nicolás y algo quemó mi hombro. Me aparté la camisa para ver cómo una marca roja se dibujaba sobre mis bíceps. Aparté un poco más la camisa y noté cómo unas marcas se dibujaban entrecruzándose entre sí, como si una mano mágica la dibujara.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Eso —dijo Nicolás— es la marca de mi madre, cualquiera que te ataque sabe que estará atacando a la diosa misma. Zander no va a estar feliz cuando se entere.

—Lo sé, es una locura. ¿Crees qué…? —No me animé a terminar la pregunta, ¿acaso él podría decirme que ocurriría?

—No lo sé, no puedo prevenir el destino por completo, los hilos que tejen tu futuro están en constante cambio, solo sé que necesitas hacer esto, formarás una estrecha línea que salvará tu cordura y tejera un futuro que es incierto para mí. —Nicolás hizo una pausa y volvió a hablar—. No sé si debo decirlo, pero parte de ti se mantendrá a flote por lo que verás allí, necesitas esto, y yo te necesito allí. —Concluyó y se quedó mudo. ¿Qué significaba eso, él me necesitaba ahí?

—¿De qué hablas Nicolás? ¿Tú me necesitas allí? ¿Allí dónde?

—Suena extraño incluso para mí —su voz había cambiado, ya no hablaba como el centinela, no hablaba como el hombre, sino que hablaba como si pudiera ver algo que yo no—, tan solo puedo decirte que la diosa ha confiado en ti por algo. Lo hizo desde que llegaste a este mundo siendo un crío, y ahora vuelve a ratificar su fe en ti.

¿La diosa? ¿De qué demonios estaba hablando?

—¿Es que no lo entiendes? —pregunté apretando los dientes—. Voy a morir aquí.

—Puede ser, pero puede que, sin saberlo, seas una pieza fundamental del destino de todos. No lo sé. Solo el tiempo teñirá nuestros destinos.

—Nicolás —susurré y me froté los ojos.

—No me pidas más, te he dicho más que a muchos, no puedo decir más.

—Gracias, Nicolás, y cuida de ella.

—Que la diosa te acompañe.

—Y guíe —completé.

Cerré el teléfono. Por un momento observé el tatuaje en mi brazo que comenzaba ponerse negro. Incluso me reí ante la idea de que esta vez Looper sería borrado del planeta. Esta vez, no habría perdón para sus delitos y no importaba que fuera mi destino, tan solo sabría a ciencia cierta, que nunca más lastimaría a otro.

Una brisa hizo que los arbustos que rodeaban al coche se movieran, y levanté la vista para encontrarlo allí, parado frente a mi coche, vistiendo como un joven universitario, con la camisa a medio abrir para que pudiera ver aquel tatuaje, igual al mío. Bajé del coche sin pensarlo mucho más.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Semiazas —respondió con una voz profunda, y lo escruté con la mirada un momento. No lucía como alguien que se llamara así.

—¿Lo dices en serio? —pregunté logrando que sonriera de lado.

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

Levanté la ceja ante su pregunta.

—No sé, suena raro, tal vez lo he oído antes, no lo sé. Olvídalo, es bueno tenerte aquí. Mi nombre es Leiden.

—¿Y a ti te llama la atención mi nombre cuando te llamas… «dolor»?

Touché —repuse guiñándole un ojo.

—Es antiguo —me dijo mientras comenzábamos a caminar hacia la casa, protegidos por la penumbra.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté mientras observaba la casa detenidamente.

—¿Años? —Sacudió la cabeza y lo miré—. No puedo precisarlo. Unos cuantos eones, tal vez.

—¿Eones? —Me detuve en seco y me giré a mirarlo.

Tenía la apariencia de un joven, vestía vaqueros azules oscuros y una camisa del mismo color, combinadas con unas zapatillas. Su piel tenía un color tostado casi dorado, ojos celestes, el rostro anguloso y el cabello, casi rapado, rubio.

—¿Eones?

—Sí —dijo retomando el paso—. He vivido desde los principios de los tiempos.

—¡Oh vamos! ¿Quién eres? —pregunté poniéndome a la par—. ¿El hijo de un dios? —Me miró de costado y sonrió nuevamente.

—No, hijo de dos ángeles. —Aquellas palabras lograron hacerme reír—. En un tiempo era el jefe de los ángeles caídos. Pero ahora sirvo a la diosa Vatur.

Antes de que pudiera decir algo más, una luz a mi derecha llamó su atención. Se movía con rapidez, como si alguien no pudiera ver con claridad el camino.

—Una mujer, dos mujeres —dijo—. Una llora. Una loba y una… humana.

—¿Qué, eres un detector de seres vivientes?

—En un tiempo —murmuró si apartar la mirada—, mi trabajo era cazarlos, así que esa habilidad me ayudaba.

—Genial —susurré sin humor—. Vamos —dije y me lancé a correr hacia ellas. Se metieron por una puerta hacia un sótano en la parte trasera del patio. No perdí de vista ni un momento la casa, pero no había movimientos en las ventanas; algo ocurría y no debía de ser en la superficie y nos limitamos a seguirlas.

Semiazas abrió la puerta lentamente y bajamos las escaleras sin hacer ni un ruido, mientras oía el sollozo de la mujer.

—Ve por la mujer.

—¿Cuál de las dos?

—Cualquiera de ellas —bufé—. La loba, quiero interrogar a la otra.

—Es una simple humana —susurró.

—Es una bruja —él me estudió con el ceño fruncido—. Creo que te faltó un par de clases al distinguir a las brujas. Usa tu olfato.

Bajamos un poco más y nos encontramos con algo que no esperaba: Carrie.

Ella estaba atando a una mujer a una silla cuando mis pies tocaron el suelo y ella se giró al oír el ruido.

—¡Carrie! —gruñí. Ella saltó hacia un lado y nos miró—. Debí haberlo adivinado. —Sus ojos paseaba de la mujer a mí, y a mi nuevo amigo.

—Tú, tú no lo entiendes —sollozó.

—¿Explícame qué es lo que no entiendo? —pregunté moviéndome para llegar hasta ella sin que lastimara a la loba.

—Eres… —dijo mirándome como hipnotizada—. Eres como el Grial para él, y lo desperdicias —murmuró, y una lágrima se derramó por su mejilla.

—¿De quién habla? —preguntó Semiazas, que estaba desatando a la mujer.

—De Looper —gruñí—, no soy lo que crees. —Di un paso adelante y ella retrocedió uno, quitando el cuchillo de su cinturón sin que hubiera podido verlo antes de que colgara de su mano.

—Pero él, sí lo cree.

—Eso no importa, él está loco. —Sus ojos se abrieron aún más y retrocedió otro paso, y otra lágrima rodó por su mejilla.

—No lo entiendes —siseó cuando enfocó su mirada en mí, abarcándome por completo como si me estudiara—. Tú no lo comprendes…, todos estos años has visto lo que los humanos y los guardianes de la S.A. nos hacen por ser brujos, nos has ignorado… y ahora pagarán…; él me ha cuidado, me ha rescatado de esto…, de lo que soy. Ahora soy parte de algo, no solo una escoria humana de la que todos pueden beber… Ahora que estás aquí, todo cambiara en cuanto lo entiendas, solo debes entender —susurró y sonrió tristemente.

Todo pasó demasiado rápido…, demasiado rápido. Mi teléfono sonó, Carrie hincándose un cuchillo en el cuello, los gritos de la mujer cuando Semiazas la alejaba hacia la puerta…, y la sensación de que algo había ocurrido.

Tomé el maldito teléfono mientras intentaba mantener la sangre de Carrie en su cuerpo presionando la herida. La necesitaríamos viva.

—¿Qué? —ladré a la persona que estaba interrumpiéndome.

Leiden, la tienen, tienen a Eva… —las palabras apresuradas de Nicolás hicieron eco en mi cuerpo y comencé a temblar.

—¿Leiden? ¿Leiden, que ocurre? —preguntó Semiazas a mi lado.

—Se llevaron a Eva… —murmuré, no necesité abrir el lazo para saber que Hass me había oído, y noté cómo se tensaba y salía disparado de donde estuviera, porque no había podido evitar que la información llegara a él.

—¿Puedes llevártela? —dije apuntando a la loba que se había desmayado.

—La pondré a salvo, estará bien. —Aseguró.

—Espero que sepas lo que haces.

—Estará bien —afirmó. Sus manos eran hábiles y con una rapidez sobrehumana tomó a la mujer en brazos y corrió escalera arriba. Volví a mirar a Carrie, ya no se movía, y la deposité lentamente en el suelo, pensando en todo lo que había dicho. Lo seguí momentos después, y cuando salí, el aire se impregnó de aura distinta. No sabía cómo lo había hecho, pero Semiazas ya no cargaba a la mujer; sus ojos apuntaban al cielo, y pude verla volando sostenida por dos ángeles.

Volando con los ángeles, pensé.

—Debemos seguir —me dijo y corrimos hasta la casa. La puerta estaba abierta como si nos invitaran a entrar. Semiazas entró detrás de mí, justo en el momento en que un Cerbero saltaba a mi cuello. Levantó su hábil mano y detuvo al perro en el aire—. Ve, me encargaré del resto.

Asentí, sabiendo que, tal como prometía, detendría cualquier cosa que viniera por él. El Can Cerbero colgaba sostenido por algo invisible que demostraba que era un ser poderoso. Me adentré en la casa y seguí el olor nauseabundo de la magia. Subí las escaleras a la carrera, el pasillo estaba vacío, y olisqueé el aire mientras oía a Semiazas luchando en la planta baja. Caminé hasta la última puerta del corredor con mi lobo gruñendo; sabía que este era el lugar. Mi lobo volvió a gruñir y antes de que las garras cambiaran mis manos, abrí la última puerta, y todo…, todo se derrumbó para mí.

Una fuerza poderosa me golpeó en el pecho quitándome el aire, y sentí cómo mis ojos se cerraban, y mi cuerpo se doblegaba ante un peso que no existía. Me ardía la herida en mi pecho, y lo último que vi antes de caer fue a Looper sentado en un sillón de respaldo alto, sentado como un señor.

—Has llegado, hijo mío, mi amor.