El papel cayó de mi mano como si fuera una roca. Lo poco que había desayunado volvió hasta mi boca desde mi estómago, quemando todo a su paso. Me tomé la cabeza notando como todo daba vueltas mientras que las imágenes del pasado caían con pie de plomo contra mí. Los años de tortura, el dolor de saberme abandonado, la obsesión de Looper por mí, las batallas luchadas, los ojos de los Garou, que morían bajo mi espada, su necesidad de entender y como había sometido a otros por orden de ese maldito.
Corrí hasta el baño y me dejé caer frente al inodoro soltando las tripas y notando como la bilis fluía a través de mí; el veneno me marcaba a fuego. Aún era prisionero de Looper, mi libertad siempre había sido falsa.
Arcada tras arcada.
Lo sabía. Sabía que no se iría sin luchar. ¿Acaso no había sido el único en mi vida que había cumplido con cada una de sus amenazas? ¿El regalo que me había dado? ¿Qué regalo?
Sabes donde encontrarme, mi amor.
Otra arcada me hizo retorcer ante sus palabras y mi espalda se curvó y largué otra gran cantidad de mi desayuno.
Búscame, recuérdalo, Uriel, nunca me he ido.
Él había estado aquí, él había llegado hasta mí.
Todos estos años creyéndome inmune y a salvo, protegido por la diosa y la Sociedad.
No había notado que había estado aquí, me había vuelto confiado.
Confiado y estúpido. Lo había subestimado.
¡Lo había creído muerto!
Siempre, siempre ha estado aquí.
¿Hace cuánto tiempo me vigilaba?
¿Cuántas veces creí ver su marca en los asesinatos y aun así no lo había entendido?
¿Habrían muerto las humanas por mi culpa? Como Triz…
Aquellas palabras me atravesaron: delante de mis ojos vi el rostro suplicante de Misha. La dulce y tierna Misha.
Ella me lo había dicho, me había advertido.
—La locura, Uriel, te atacará… la locura…, como lo hizo conmigo, te atacará, matarás. La locura nunca te abandonará…, él te buscará…, te buscará hasta que te encuentre.
Ella tenía razón, él nunca había dejado de buscarme. Lo había subestimado. Como había minimizado las palabras de Misha.
Cuando había llegado la primera vez a la jaula hogar donde Looper nos colocaba, una junto a la otra como una maldita feria de animales, Misha había aparecido horas después. Había visto cómo dos guardias la arrastraban por los hombros mientras sus pies se arrastraban casi sin vida por el piso de cemento, hasta meterla en su jaula. Tenía el rostro ensombrecido y un ojo morado; le sangraba el labio y vestía tan solo una tela blanca que cubría su diminuto y famélico cuerpo.
—Parece que ya no eres su favorita, estás vieja y arruinada. «Misha la que se humilla». —Los guardias rieron ante una broma que no había entendido, y a la cual no le encontraba la gracia. Estaba sentado en mi cama, con los brazos envolviendo mis piernas y el rostro escondido, espiando la escena sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, pero ya no gritaba. Tenía la garganta rasposa y ardida, y no me habían dado ni una respuesta ni un vaso de agua, así que tan solo estaba allí, observando.
La tiraron dentro como si fuera un saco de patatas y se marcharon. No me animé a acercarme aquella vez.
Pasaron un par de días en los cuales me habían dejado sin alimento ni agua, querían que suplicara por ello. Eso habían dicho: llegará el momento en que dejarás de luchar y suplicarás.
Sentía tanto dolor que me acurrucaba esperando que el dolor cesara, o que me muriera allí.
Misha se había arrastrado y me había dejado la bandeja de comida y agua que le entregaban día a día. Por momentos, me dedicaba a escucharla cantar y la observaba.
No entendía como era que no luchaba.
No medía más que un metro sesenta. Su cabello rubio dorado estaba enmarañado, su piel era blanca como la leche, y tenía unos hermosos ojos azules, un poco grandes para el tamaño de su rostro que la hacían parecer una muñeca.
Durante días me había negado a tomar su comida, pero el instinto era más fuerte, así que un día corrí hasta allí, donde nuestras jaulas se unían, y le quité la comida casi de las manos. Ella se sentó frente a mí, paciente, sin decir absolutamente nada. Mientras devoraba una pata de pollo y tragaba agua, ella comenzó a susurrar canciones que hablaban de pueblos lejanos para mí. Lugares que no conocía.
Por primera vez me atreví a mirarla a los ojos.
Lucía más joven de lo que parecía. No entendía cómo podían creer que era vieja; en sus ojos azules había tristeza, pero en sus labios colgaba una sonrisa que imaginaba que era más para darme aliento a mí, que lo que podía sentir. Sonreía como si intentara animarme con su rostro amoratado y lleno de moretones violetas.
Un día que comencé a hablar con ella.
Los guardias comentaban cosas cuando le dejaban la comida, cosas que debían incitarme a suplicar por un poco de piedad, y yo pretendía lucir lo más desesperado posible, hasta que un día la vieron, nos vieron. Habían sospechado, seguramente, cómo es que había pasado más de dos semanas sin comer. Misha me entregó la bandeja y de la nada se materializó un guardia que le dio un fuerte golpe en el estómago.
—¡Eres un bestia asquerosa… y repugnante! —le gritaba mientras abría la jaula y comenzaba a patearla. La bandeja se había despedazado en el suelo, y en mi desesperación intenté llegar hasta ella, por entre los barrotes, e impedir que la lastimaran, pero estaba muy lejos.
El cabello caía en su cara, y mientras el maldito guardia no dejaba de patearla, los ojos de Misha me atravesaron cuando murmuró:
—No dejes que te dobleguen…, no luches, déjate ir. —El guardia le pateó el rostro y Misha cerró los ojos.
Grité y grité hasta que mi garganta ardió. Grité su nombre por horas, pero ella no despertaba.
Más tarde uno de ellos vino por mí, pataleé y luché tanto como podía. Él me arrastró y me dio un golpe en la mandíbula antes de llegar a una oficina lujosa y amplia. Me largó allí contra el suelo cubierto por una espesa alfombra de pelo.
Ese fue el primer día que lo vi. Looper.
—Oh, cariño… ¿Qué te hicieron? —Looper se movió tras de mí, que aún seguía tendido en el suelo y le dio un golpe al guardia, tan fuerte que este trastabilló y cayó de bruces—. No vuelvas a marcarlo. ¡Maldito!
Y ese fue el maldito día en que todo comenzó.
Primero me dio de comer y lo hice.
Me dio de beber un vino caliente que embotó mis sentidos.
Después sentí el dolor atravesándome, y sus labios susurrando en mi oído.
—Te amo, Uriel, nadie más podrá tocarte. Serás el mejor. Mejor que esa perra.
Y lo comprendí todo. Misha había sido ultrajada como yo. Por eso me dijo que no luchara, fuera como fuera, luchar tan solo lo empeoraría, debía dejarme ir, buscar la forma de que mi alma no estuviera allí mientras él me usaba.
Y lo hice. Trasladé mi ira a cada oponente que se cruzó en mi camino y maté… por él, cuando en realidad tendría que haberle rebanado el cuello cuando pude; pero era demasiado joven, demasiado estúpido.
Había llegado a un acuerdo, creyendo que era lo mejor: saldría y cazaría, saldría a matar a los de mi raza solo si Looper no tocaba a Misha.
Oh, Misha.
Looper no volvió a tocarla, pero su estado empeoraba día a día. A veces, incluso cuando volvía, la veía allí, abandonada, mientras algún guardia le había dado una paliza. Su rostro bello y puro se veía aún peor, ya no hablaba con claridad, aunque aún seguía cantando canciones para mí y tenía una cama decente y ya no dormía en el piso. Me había negado a dejar la zona de las jaulas por algo más lujoso, y Looper había accedido a que estuviéramos juntos en una jaula más grande.
Estaba bien para mí, me recordaba quién era y qué hacía allí mientras ella me mantenía con vida.
Me había susurrado con calma cada canción después de cada batalla, donde mi corazón se retorcía de dolor recordando a los hombres que había matado, a los Garou, como yo, que había matado; ella me consolaba con sus palabras siseadas, el tic de su cuerpo, por los castigos que recibía, y el dolor colándose por su boca susurrando mi antiguo nombre.
Por momentos Misha perdía la cordura, comenzaba a sisear mientras se balanceaba de un lado al otro, arrancando mechones de su cabello, luchando con cosas que no podía ver, y que ella llamaba La locura. Yo la acunaba contra mi cuerpo y abría sus manos muy despacio para que no se lastimara; sollozaba un poco y lograba calmarla. Una noche había vuelto, y la habían golpeado demasiado. Se había arrodillado frente a los barrotes de la jaula como tantos años habíamos hecho cuando estábamos separados y me pidió piedad.
Me había sonreído con su boca torcida y comencé a llorar cuando entendí todo. Llevó mis manos a su cuello; yo tenía apenas quince años, ella murmuró una canción y comprendí que era una canción de despedida, mientras mis ojos se colmaban de lágrimas.
Ya no hay dolor para mí, porque tú, mi amor me das la despedida.
Ya no siento frío en mi corazón, mi amor, porque tú me sonríes y me calientas.
Me esperan espesos campos donde la hierba está siempre verde, mi amor,
Me esperan bellas estrellas que coronarán mi noche,
Un sol brillando me despertará por la mañana,
De un fresco arroyo he de beber,
Y no tendré miedo porque tú, mi amor, me das la despedida.
Te esperaré allí, donde el sol me refleja tu amor,
Porque tú, mi amor, eres mi sol de cada día,
Te esperaré allí, donde la hierba está siempre verde, porque tú, mi amor,
Eres la fe que me sostiene.
Te esperaré allí, donde el agua es siempre fresca, porque tú, mi amor,
Eres el que me da la vida.
Te esperaré allí, donde las estrellas siempre brillan, porque tú, mi amor,
Eres la estrella que me guía.
Te estaré esperando allí, en esos espesos campos de hierba verde,
Donde las estrellas que coronarán nuestra noche, donde un sol brillando
Nos despertará por la mañana, donde un fresco arroyo nos dará de beber,
Y no tendré miedo porque tú, mi amor, me das la despedida.
Con lágrimas en los ojos retorcí su cuello y, entre lágrimas, pude notar su alma abandonado su maltrecho cuerpo que se escapaba de mis manos, la sonrisa en sus labios blanquecinos, la paz de su partida y la soledad devorándome de nuevo.
Cuando Misha murió, una parte de mí murió con ella; en algún sitio de mi mente me alejé por su partida, y el alivio me invadió.
Nunca más podrían tocarla o golpearla para obligarme a hacer algo. Él nunca más la usaría o lastimaría, y Misha, por fin, podría ser libre.
Ser feliz en los campos de sus canciones donde todo lo bello se acumularía para albergarla, donde ya no tendría miedo ni hambre, ya nadie podría maltratar su rostro, su alma. Era libre.
—¡Miiiiiissshhhhaaaaaaaa! —grité dejando escapar la angustia y el dolor—. ¡Diosa querida! Misha…, espérame. Espera por mí…, por favor… —Limpié las lágrimas de mis ojos y tragué saliva.
Tal vez este era el momento; tal vez, ahora ella estaría esperándome en aquel campo donde todo es hermoso, donde el dolor no tiene lugar. Cerré los ojos y la imaginé parada con la sonrisa en su rostro, la brisa agitando su rubio cabello, sus pies descalzos, y vestida con un bello vestido de gasa.
Tan bella. Tan pura.
Me levanté tembloroso y me lavé los dientes. Me lavé la cara también y mirándome al espejo sentí la podredumbre anclándose a mí bajo mi piel, como si la carroña de Looper se hubieran metido por mis poros, y recordé la herida: no era solo una cualquiera, era una amenaza aferrada a mi cuerpo para recordarme que, haga lo que haga, nunca podré sanar.
Me metí en la ducha y tomé una esponja, la más dura, y comencé a frotarme el cuerpo. El agua caía fría sobre mi piel pero no me alejé, tomé tanto jabón como pude y me unté con él, refregando mi cuerpo hasta que casi toda mi piel estuvo roja.
Salí de la ducha con la piel enrojecida y la sensación de que aún estaba sucio, pero no podía hacer nada. No importaba cuánto me lavara, o me rasqueteara la piel, él siempre estaría allí, ensuciándome con sus manos.
A tientas tomé la toalla que había tirado al suelo y me cubrí con ella. Encontré mi celular en el suelo mientras caminaba apoyándome del muro, no podía estar seguro si mis piernas me soportarían.
Tomé el móvil y marqué el número de Zander mientras volvía a mirar a los niños de las fotos intentando averiguar quién estaría suplantando mi lugar, quién sería el que se acostara por la fuerza con Looper esta noche.
—Maldito hijo de puta… —gruñí cuando volví a encantarme con la mirada del niño. Debía detenerlo, por Misha, por Triz y por Carim, por cada uno de los que había lastimado por mi culpa.
Él me quería a mí, solo a mí. Y lo había logrado.
Había logrado separarme de mis hermanos, de mi centinela, de Carim.
Ante mis ojos volví a ver los ojos suplicantes de Misha, suplicando por una muerte rápida, y los ojos de Triz, rogando porque todo acabara… Él nunca tendría a Carim. Ella no me suplicaría que la matara, no lo permitiría.
Sonriendo sentí el poder de la ira creciendo en mi pecho como cuando luchaba para él. La ira trasformada en odio, en ganas de matar.
¡Bien, aquí estoy!
Cerré mi mente a mis hermanos y busqué aquel resquicio de dolor y locura que me ataba Looper. Un destello de luz brilló ante mis ojos y lo vi.
Sabía dónde empezar a buscar.
Lo sabía.
Había unas ruinas a la salida de la ciudad, una casona en un campo desolado, que parecía un castillo. No entendía cómo aquel conocimiento se había colado en mi mente, pero allí estaba. Lo sentía en las tripas: Looper estaría esperándome allí.
Lo pude ver sentado, aguardando impaciente. Un gruñido se formó en mi garganta, y la imagen de él a través de mis ojos sonrió. Tomé el teléfono y llamé a Zander.
—Sé lo que está haciendo —gruñí mientras con una convicción diferente caminaba hasta mi dormitorio.
—Leiden, ¿qué mierda pasó con el lazo? —preguntó Zander—. Hass y Furcht están como locos, no puedo controlarlos, algo sucedió…
—No importa, escucha. La niña, la joven de la S.A., pregúntale qué habilidad mental tiene. —Tomé un conjunto negro de asesino de la S.A., uno que solo usábamos en ceremonias importantes, que llevaba el emblema de la diosa y sobre ella las insignias de la S.A.
—¿Qué?
—¡Tan solo hazle la maldita pregunta Zander! —Me di un vistazo rápido en el espejo y busqué en el armario de armas lo necesario para llevar encima—. Ella debe de saber hacer algo, siempre lo supo y Looper quiso convertirla. Como no lo lograría sin distorsionar su poder, decidió degradarla o utilizarla como un experimento, no lo sé. Aunque después de la demostración de ella convirtiéndose en antorcha imagino que eso lo que buscaba.
—¿Looper? ¡Leiden! ¡Oh, no Leiden! Él no está en esto, debes comprender…
Busqué en un cajón todo lo necesario para evitar que Zander llegara aquí, y rápidamente desparramé las hojas de salvia y las cenizas de cementerio por las puertas y ventanas. Cuando acabé con eso, guardé un poco en mi bolsillo para que no pudiera ubicarme. Asegurándome de que Zander no pudiera acercarse, volví a hablar.
—¡Lo que digas centinela, ya lo veremos! —gruñí.
—Tuvimos un reporte hoy. Las autoridades han preguntado a cada una de las familias y han desaparecido más de veinte niños —dijo, y sentí como Zander intentaba contactarme.
—Lo sé —dije con amargura—. Lo he oído en la televisión; hay más de diez grupos rondando la ciudad.
—¿Lo sabes? ¿Lo de los niños? Eso no salió en la televisión.
—Sí, lo sé, Looper de ha encargado de informarme.
—¿Qué? Sabes que él no puede estar detrás de esto, Leiden. ¡Por la Diosa!, él está…
—Vivo —respondí con amargura—. Haz que redoblen la vigilancia a los niños que tienen poderes mentales o que puedan atacar al otro de alguna forma diferente a la convencional. Sé que tienen un censo con toda esa información. Necesitará más niños si es que realmente piensa hacer lo que pienso que va a hacer.
—¿Y que crees que está haciendo? —preguntó con desagrado mientras seguía intentando ubicarme.
—Armando un ejército.
—¿Y por qué demonios te buscaría a ti? Sabe que lo odias.
—Porque me quiere como su líder —confesé volviendo a la sala.
—¿Qué?
—Lo que oíste, Zander. Escucha. En cuanto cierre el lazo completamente, dile a mis hermanos que lo dejen ir. Y deja de buscarme, ¿oíste?
—¿De qué demonios hablas, Leiden? ¿Te has vuelto loco? —preguntó, y algo en mi interior asintió.
—Él puede llegar a mí, y a ellos, incluso a ti, por medio del lazo…, nunca lo permitiré.
—¡Escúchame, Leiden, no dejaré que seas un mártir! —siseó.
—Esa no es tu decisión, Centinela —gruñí—. Esta es mi historia. He protegido la casa, no me busques.
—¡Claro que sí te buscaré! También sé que trabajas para mí.
—Gracias —murmuré— por estar ahí siempre Zander.
—¡Leiden! ¡Leiden!
Corté el teléfono antes de decir algo más. Tomé mis cosas, y le di un vistazo al apartamento; tal vez sería la última que estaría aquí, y cada uno de esos muebles, de esas habitaciones, tenían historias, historias mías de la vida que estaba abandonando. Tragué con fuerza intentando recordar cada detalle, y comencé a murmurar la canción de Misha mientras caminaba hacia la puerta.
Ya no hay dolor para mí, porque tú, mi amor, me das la despedida.
Ya no siento frío en mi corazón, porque tú, mi amor, me sonríes y me calientas.