Leiden estaba sentado en la cama cuando lo vi a través del cristal. Entré en silencio y fui directamente hacia él.
El dolor que había sentido había sido tan fuerte que casi me había derrumbado, no podía ni imaginar cuánto había soportado él.
Quería abrazarlo, besarlo, quería fundirme con su cuerpo y conseguir un modo de que nadie, nadie, volviera a lastimarlo. Si tan solo me dejara atravesar el muro de su mente, de sus miedos, porque, por más que los escondiera tras los muros de su seguridad y su confianza sabía, que había algo allí.
Una huella.
Una herida que quería sanar, pero no me era permitido verla y eso me dolía.
—¡Deberías estar acostado! —rezongué y puse mis manos en su pecho, pero antes de poder tumbarlo de espaldas, me abrazó con sus enormes brazos que me hacían sentir segura y protegida.
—Cualquier cosa menos… dormir —murmuró junto a mi oído para que solo yo lo oyera. Sacudió lentamente la cabeza y no faltó que dijera nada más, lo abracé tan fuerte como pude, y entrelacé mis muñecas como esposas para no soltarlo, para unir cada pieza que estuviera rota—. ¿Cómo? —Se alejó un poco para mirarme—. ¿Cómo es que seguimos respirando? —preguntó y se alejó un poco. Me tomó el rostro con ambas manos y sus ojos me atravesaron.
Quería decirle quién era Nicolás, deseaba contarle que era el hijo de la diosa, que solo él podría haberlos salvado y que por alguna razón que no entendía, Nicolás lo había logrado. Deseaba con ansias contarle cómo había hecho para salvarlo, quería contarle todo eso y más.
Pero no podía.
Si tan solo Looper llegara a saberlo, si la amenaza fuera tan solo un poco real, si lo supiera, no sabía qué podría hacer con esa información; así que lo retuve para mí mordiéndome la lengua.
—¿Qué recuerdas? —pregunté en cambio.
—Al can Cerbero sobre mí… —unas lágrimas se escaparon de la comisura de mis ojos—. ¿Qué? ¡Háblame, Carim!
—Lo sentí —dije y me sorbí la nariz—. Lo sentí rasgándote —susurré y me miré el pecho.
—Es el lazo. ¡Maldición, lo sabía! —Se puso de pie de improvisto—. Sabía que llegaría a ti. ¡Lo sabía! —rugió—, pero nadie me escucha. —Quise detenerlo, pero cuando fui a hablar se giró y vi la tristeza en sus ojos—. Lo siento tanto, Carim. —Me atrajo contra él y apoyó mi cabeza sobre su pecho, mientras no dejaba de lamentarse. Aquello me dolió, me escapé de su agarre y me alejé—. Lo lamento.
—¿Lo sientes? —El miedo había sido sustituido por el odio cuando comencé a temblar; mi gata sacó las uñas y casi las podía percibir atravesando la piel de mis dedos. ¿Cómo podía sentirlo? ¿Lo lamentaba?—. Zander —mi voz tembló gracias al dolor cruel e impotente que me carcomía—, Zander me contó de ella, de él… y no, no me iré. —Cuando no habló, mi corazón dio un tumbo. Él tan solo agachó la cabeza y se frotó la frente como si estuviera cansado de esta conversación. ¿Acaso estaba cansado de mí?—. ¿Lamentas que sea tu compañera, es eso? —Levantó la cabeza y se movió hasta estar de pie delante de mí, y en su cara se dibujó una mueca de dolor que no pude descifrar, mientras las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos.
—No, ¡espera! —dijo, y mi corazón se estrujó—. No entiendes.
Respuesta equivocada, pensé, y me alejé de él, aunque sentía como si un abismo se hubiera abierto entre nosotros. Tan solo necesitaba que me dijera que no lo lamentaba; si lo dijera, lo olvidaría todo, pero no lo hizo.
¡Maldición no lo hizo!
—No —dije forzándome para que mi voz saliera calmada y dura—, ya no, no esperaré, no importa lo que digas. No esperaré más. O lo tomas, Leiden, o lo dejas; no viviré pensando en qué ocurriría. ¡No lo haré! Ellos son tu pasado, ¿lo entiendes?
—¿Pasado? —La ira y el dolor burbujearon en sus ojos y sus puños se apretaron como garras—. ¿Sabes de lo que es capaz?
—¡Sí!, ¡maldición!, ¡sí! —grité empujándolo por el pecho—. Sí, lo sé, mató a su propia hija porque te amaba, lo sé… Murió en tus brazos, murió allí a tu lado pero, pero no pudo haber sido todo, ella lo decidió como yo lo decidí. Tú, tú no tienes todas las respuestas, tan solo te lamentas, te lamentas incluso de que te haya amado, ¿pero alguna vez te preguntaste si ella lo lamentaba? ¿Le preguntaste si se arrepentía? ¡No! ¡Claro que no! Tú tan solo te echas la culpa encima y caminas con ella. —Terminé gritando a todo pulmón, casi como si deseara que Looper o quien fuera que estuviera detrás de todo esto me oyera.
Di otro paso alejándome de él, abriendo otro abismo entre nosotros.
—Sé de lo que es capaz —gruñí plantando mi pie en el suelo—, pero también sé quien soy, lo que haría, sé lo que haré y, por sobre todo, sé lo que quiero, Leiden, y déjame decirte algo. —Tomé coraje para continuar. Bien, había llegado el momento de mostrar mis cartas, al cuerno con su juego, al mismísimo demonio con todos, lo señalé con el dedo índice y entrecerré los ojos—. No quiero vivir una eternidad pensando que mi compañero no me ha tomado por su temor a que me maten. ¿Qué pasaría si lo ángeles vuelven? Incluso ellos podrían matarme ahora mismo, pero no puedo pensar en eso, no, no lo haré. No viviré así, así que tómalo, o déjalo, pero es una decisión que solo tú podrás tomar. —Intentó hablar y levanté mi mano para detenerlo—. No, no más excusas: o te decides, o me alejaré de modo de que no te afecte, y con el tiempo podrás vivir en la inmundicia de tu soledad todo el tiempo que quieras. Me alejaré de tal modo que no me verás nunca más, y podrás simplemente olvidarme, y yo… —me atraganté con las palabras, pero tanto la gata como yo estábamos hasta la cabeza de esto— yo me alejaré para poder emparejarme con alguien más, ¿entiendes?
Se movió tan rápido que me tomó por sorpresa. En un minuto estaba sentado en la cama tan solo mirándome y al siguiente estaba sobre mí, con su cuerpo apoyado contra el mío, que estaba apresado contra la puerta, sus manos a los lados de mi cabeza y su nariz rozando la mía. Cerró los ojos como si intentara pensar con claridad, como si buscara recobrar el aire, y lo oí tragar con dificultad mientras mi corazón martillaba contra mi pecho.
No, esta vez no habría marcha atrás; se había acabado el tiempo de gracia.
—No —rugió.
—¿No, qué? —pregunté colocando las manos en la cintura al notar que no se movería. Tomó una bocanada de aire por la boca antes de hablar nuevamente.
—No lo harás —abrió los ojos y el lobo se traslució en ellos—. No te dejaré.
—Y dime, ¿quién me lo impedirá? ¿Tú? —Lo empujé y dio un paso atrás, pero volvió a estar sobre mí en lo que dura un suspiro.
—Sí, yo, tan solo podrás hacerlo si es que primero pasas sobre mi cadáver, ¡sobre mi puto cadáver! ¿Oíste?
—No puedes impedir que me empareje.
—Solo hay una compañera…, solo una.
—Sí, para ti, aunque dudo que tomes a una hembra —la mentira se urdió en mi mente, tejiéndose poco a poco—, pero no soy lobo, ¿recuerdas? Soy una gata, sabes, ¿sabes como nos apareamos los gatos? —pregunté forzando una sonrisa y mirándolo lo más orgullosa que pude.
Mentía, lo sé.
Había pocas especies que podían emparejarse más de una vez, podrían amar a otros, pero el lazo, la unión fundamental, nunca existiría de nuevo. Él era mi compañero, podría unirme a otro, pero el lazo fundamental que unía a ambos nunca se crearía, porque Leiden nunca me tomaría. Era una mentirosa, pero saben ¿qué?, estaba harta. Y por lo visto él no sabía que mentía.
—No… —rugió— no puedes. —Sus manos se apretaron al costado de mi cabeza. Sus dientes estaban tan apretados que las palabras salían como gruñidos entrecortados mientras intentaba luchar con la respiración—. Nadie —dijo como si le doliera—, nadie va a tocarte.
—Entonces decídete, no seré tu gatita cuando tú quieras; si no quieres involucrarte conmigo, entonces, vuelve con Carrie. Consíguete otra, no lo sé. —Gruñó justo en mi cara, pero no me movería ni un paso atrás—. ¡Ve!, ve con cualquiera de ellas, pero yo no soy así. ¡No soy una maldita gata amaestrada y sumisa, Leiden! —Me mordí la lengua en cuanto las palabras salieron de mi boca. Leiden casi ni parpadeaba, estaba enojado, lo sabía, podía sentirlo, palparlo en el aire—. Definitivamente, no me quedaré sentada, usando mis dedos para satisfacerme. La tecnología avanza, cariño, pero, créeme, un consolador de silicona nunca se parecerá ni de cerca a lo que es tener un pene de verdad. Yo necesito más, necesito manos recorriéndome, necesito una boca a la que besar, alguien que me abrace por la noches —dije mirándolo de pies a cabeza.
Por un momento lució atónito y al segundo siguiente me gruñó como un animal rabioso. Tan animal, tan puro, si tan solo pudiera tener al animal. Sabía que el lobo en él se había decidido, pero era su mitad humana la que no lo hacía.
Eran los miedos que nos atormentaban; hiciera lo que hiciera, siempre sería una dama en apuros para él.
¿Por qué no había respondido con sinceridad? ¿Qué caso tenía buscarme por tanto tiempo para devolverme esta moneda?
La vida a veces es una jodida traicionera. Como ahora. Me negaba a que las lágrimas fluyeran, pensaba retenerlas en mis ojos tanto como pudiera.
—Y si tú no puedes darme el combo amor-sexo, entonces puedes ir olvidándote de mí, porque llegará el día en que no pueda soportarlo y mi necesidad será tan fuerte que me revolcaré con el primero que se me cruce, ¿sabes? Me montaré al primero que vea y si no eres tú, porque no quieres involucrarte, lo lamento. Sabes, soy una asesina, estoy preparada para lo que pueda venir, y si no, también estará él, ese macho que me dé lo que tú no puedes darme. Sea quien sea que esté a mi lado.
—No va a haber nunca otro más que yo, Carim. Puedes ir sacándote la idea de la cabeza, ¿oíste? —Su puño golpeó la puerta pero ni siquiera pestañeé.
—¿O qué? ¿Qué harás? Dime. —Me crucé de brazos enfrentándolo con el odio y el dolor que burbujeaba en mi sangre. Quería que supiera cuánto me molestaba esto, podría luchar todo lo que quisiera, gruñir y patalear, pero no me iría sin decir todo lo que sentía.
No podía dejarlo salirse con la suya siempre que quisiera, y, aunque doliera, sabía que llegaría el día en que querría tener hijos, pareja, alguien a mi lado en las noches, querría una familia… aunque no fuera él. Me ardía el pecho por la ira. ¿Cómo podía ser tan cobarde?
Tan, tan cabezotas.
—¡Nunca habrá otro! —volvió a decir—. ¿Lo oíste, Carim? ¿Me oíste?
—Ya verás cómo sí lo habrá si no tomas una puta decisión. Ya sabes, como dice el dicho: «el que avisa no traiciona», Leiden. Piénsalo y muévete mientras te lo piensas bien, porque no habrá segundas oportunidades. Iré a ver a Hass, y mientras tanto piénsalo bien, porque va a llegar el día que necesite un compañero y no habrá vuelta atrás. Una vez que me aparee con él y el vínculo se forme, estarás fuera de mi vida, será como si nunca hubieras estado ahí —siseé sabiendo que mentía, y lo empujé haciéndolo retroceder.
La incredulidad brilló en sus ojos, como si no creyera lo que oía. ¡Maldición, no podía notar cuánto lo necesitaba!
Maldito sea.
No retrocedería ni en un millón de años; por más que me quedara sola por la eternidad, no retrocedería. Lo amaba, pero a veces eso no bastaba para superar todos los miedos, o al menos él creía eso.
Levantando la barbilla de forma obstinada dije:
—Piénsalo. —Y me marché.