Eché un vistazo a mis hermanos y noté que estaban inquietos. Sabía que debía haber algo más que tan solo una pista. Zander nos seguía de cerca. No sabía adónde se dirigían los otros, pero estaba seguro de que debía de ser grave ya que pude ver varios equipos aprestándose y moviéndose de un lado hacia el otro.
Volvimos a nuestro departamento, y caminé por el extenso pasillo hasta la puerta oculta tras el armario del fondo del pasillo. Después de digitar algunos códigos en la pantalla oculta, esta se abrió dándonos paso a una sala de armas de unos cinco metros por dos.
Tomé varias armas de fuego y cuchillos. Muchos de ellos se perderían si me trasformaba, pero podía ser que necesitara armas si es que no debía cambiar. Así que me acomodé algunas en el cinturón y en los bolsillos escondidos de mi chaqueta.
—Esta vez no habrá testigos —murmuró Hass, con la voz sombría y llena de odio mientras se metía en la habitación. Le echamos un vistazo mientras se detenía para tomar un cuchillo y comprobar su filo en su dedo—. Y si los hay —dijo volviéndose hacia nosotros—, primero los interrogaremos, nosotros.
—Estoy de acuerdo, estoy cansado de escuchar a los demás dándome información. Necesito escucharlo por mis propios oídos.
—Opino igual —dije recordando aquellas imágenes de mujeres mutiladas. En especial, aquellas que había usado para practicar, como si tan solo fuera algo con lo que jugar.
Cargados de armas hasta los dientes y listos, nos metimos en dos coches y una moto. Si alguno quería escapar, le caeríamos encima fuera como fuera. Nadie iba a escaparse esta vez. No ahora.
El frustrado ataque hacia Carim nos había dejado alterados ya que había sido con tal impunidad frente a nuestras narices. Si las teorías de los infiltrados en la S.A. eran ciertas, podía ser que alguien los hubiera puesto sobre aviso intentando apartarla del camino. Y si ellos sabían quién era ella, estaba seguro de que sabían quién era yo.
Apretando el volante hasta el punto de que mis nudillos se pusieron blancos, aceleré. No había gente en la calle y eso era raro. Percibí la presencia de otros asesinos apostados en los techos con grande fusiles con mira.
Llegamos más rápido de lo previsto. Zander nos informó por telepatía que el sitio había estado custodiado, lo que comprobé después al ver a varios uniformados en al zona. No se veían a primera vista; estaban ocultos y expectantes.
Nadie había entrado, ningún equipo había pisado la zona, nos habían dejado el honor de aquello y otra vez teníamos luz verde, aunque lamentaba que aquella movida dejaría en claro que íbamos por ellos.
Me coloqué el comunicador en mi oreja, y la voz de Nahima inundó el silencio.
Nahima era la operadora de rescate, no esperaba a nadie más allí. Cualquiera en una posición como la de ella podría alertar al resto, pero Nahima había demostrado ser fiel a la S.A. En la última lucha incluso la habían atacado y ahora tenía una cortada que cruzaba su rostro. La hermosa rubia, lejos de intimidarse o molestarse por aquella marca, se reía constantemente y juraba que mejoraba su aspecto. Su labor en la S.A. era de suma importancia. Muchos de los centinelas no tenían el poder de Zander ni el de Nicolás, por lo que debían atarse a los prácticos aparatos modernos para comunicarse en una misión y allí entraba ella.
—Han entrado varios camiones pequeños, no tenemos ni idea de qué cargaban en ellos pero parecían del tipo refrigerado; así que, si fuera ustedes, haría cualquier cosa con tal de no terminar en ellos colgados como una res —dijo ella con malicia.
—No creo que nadie quiera morder tu culo, Furcht, así que ahí está nuestra ventaja —me burlé.
—Que te den, Garou…, tú porque estás más que sometido.
—¡Oye! Felicitaciones, Lei, lo oí por ahí pero no lo creía. —Murmuró Nahima del otro lado y sonreí.
—Gracias Na. Y no, no soy un dominado.
—No, no dijo dominado, dijo sometido idiota —murmuró Hass.
—¡Oh vamos! Habla el tipo que busca hembras igual a la que nunca pudo tocar. ¿Acaso le pides que se dejen llamar Eva también?
—¡Oigan chicos, aún estoy aquí! ¡No es necesario que me traumen de por vida, por todos los cielos, Hass!
—¿Qué? No es como ellos lo están contando, Nahima —repuso el íncubo.
—Nada, olvídalo. Chicos, ¡atención! Los demás asesinos y Ben están investigando las patentes y han capturado a los conductores a unos quinientos metros. Todos humanos, no parecían saber qué trasportaban.
—¿Cómo es que no lo sabían?
—Según un telépata del grupo estaban sometidos. Una vez que salían con la carga sabían dónde debían llegar y listo. Muchos de ellos atacaron a los agentes y recibieron tiros y golpes de poca importancia, y aun así seguían atacando.
—Como si fueran zombis —dije sabiendo de lo que hablaban.
—Zombis, ¡genial!, como si le faltara algo más a nuestras aburridas vidas —se quejó Furcht.
—Bien, bueno, tenemos una dirección. Estamos desviando dos grupos de asesinos hacia allí, así que vayan con cuidado. Si los han advertido…, estarán bajo fuego enemigo; no sabes qué puede haber allí adentro. Tengan cuidado, chicos, estaré aquí por si me necesitan.
—Gracias Na, estaremos en contacto.
—Y, chicos…, ¡vuelvan a salvo!
—Gracias nena —Furcht le lanzó un beso haciendo que Nahima riera, y antes de cortar la comunicación nos informó que un equipo iría detrás de nosotros.
Dos Massilias.
Los Massilias eran seres imponentes de casi dos metros de alto, con poderes para someter a sus víctimas a través de su mente, la cual sobresalía a de su cabeza dándole la forma de un gran hongo. Tenían cuerpos poderosos que manejaban como armas, y la habilidad de no fallar nunca un disparo. Sus ojos podían incluso ver a través de los muros, y eso era importante.
También los acompañarían un Amila y un Triater.
Los Triater eran conocidos por su capacidad de asesinar a sangre fría, y se los sometía a un control estricto y un entrenamiento aún peor. Lo que los hacía más peligrosos era su capacidad de doblegar la mente de cualquier ser; tenían la habilidad de crear fantasías, en las que dejaban atrapados a sus cautivos. Aunque también tenían debilidades, su mente se traslucía a través de su blanca piel y, a diferencia de la mayoría de las especies, tenían el cerebro donde la mayoría tiene el estómago. Sus cuerpos eran finos y flacos, por eso siempre actuaban junto a otros, ya que su capacidad de alterar y crear fantasías solo podía hacerse de uno a la vez, pues muchas veces quedaban indefensos.
Aparcamos los coches a unas cuadras de donde terminaba el cerco perimetral. Recorrimos el resto a pie, y detrás de nosotros un equipo se movía en las sombras; en total eran seis. En la entrada había un guardia al que Furcht desarmó con un movimiento limpio y sin hacer ruido. El tipo estaba desmayado en el suelo antes de que pudiera reaccionar.
Abrimos el portón y entramos: estaba oscuro por demás, y parecía que toda la luz de la mañana había sido tragada por este lugar. Detuve a Hass antes de que diera otro paso, pues debajo de nuestros pies había una pintada de protección que esquivamos rodeándola. No reconocía el símbolo, pero ya imaginaba a quiénes pertenecía y, por supuesto, no sabía qué podía hacernos.
Personalmente odiaba a las brujas, no importaba el tipo, solo las odiaba, y aquella insignia tan solo aventuraba lo peor. En todos mis siglos de vida tan solo había conocido a una que valió la pena, y terminó muerta a manos de otro brujo.
Avanzamos lentamente hasta que oímos unas voces que reían a lo lejos amortiguadas por varios muros, y nos miramos en silencio sin necesidad de palabras ni pensamientos. Sabíamos lo que estaban haciendo allí dentro y los odiábamos por eso. Después de un momento de silencio, siguió un grito desgarrador que cortó el aire que entraba a mis pulmones como una cuchilla.
No acercamos acechando todas las entradas hasta llegar a una puerta al final del corredor. El sitio en el que estábamos parecía una zona de carga, pues tenía una cinta trasportadora y una tarima. El sitio parecía una carnicería.
Sentimos el olor a sangre antes de colocar un pie en aquel lugar, y aquello parecía intensificarse mientras avanzábamos, mezclándose con algo más, podredumbre, ya no lo distinguía. Aquel fétido olor a brujería parecía impregnarse en mi piel.
—Brujería —gruñí muy bajo.
—Lo siento —me respondió Hass, y eché un vistazo a Furcht, que asintió.
Guardamos silencio cuando oímos un gruñido.
—No la cortes mucho, Sair…, no ves que vas a desgarrar su piel, y necesitamos esa piel —algo siseó con un ruido grotesco— y también su sangre…, necesitamos su sangre…, sí, sí, sí, sangre. —Nos miramos asqueados mientras las palabras seguían colgadas de nosotros. Mis dientes se apretaron y tomé un cuchillo.
A la mierda con todo.
Furcht se alejó el espacio suficiente como para patear la puerta que se desprendió de sus bisagras. Por un momento, mi hermano ocupó todo el espacio y, cuando dio un paso adentro, entré con Hass pisándome los talones. Dos seres torturaban a la mujer, y cuando los ojos del maldito hombrecillo con garras se clavó en mí fue cuando voló mi primer cuchillo, que fue a dar contra la pierna del primer tipo haciéndolo caer de rodillas. La otra… cosa que estaba con él parecía un humano, o algo humano mezclado con un perro, tenía sus ojos rojos como la sangre, su boca abierta mostraba unos colmillos extendidos cubiertos de sangre, y sus garras eran como cuchillas. Estaba atado de los pies con una cadena y delante de él, a solo unos pasos, una mujer colgaba del techo boca abajo, su sangre se escurría de su cuerpo acumulándose en un tacho. A su alrededor todo era un charco de inmundicia y pestilencia.
La maldita cosa estaba agazapada como un animal en manos y rodillas y tironeaba de la cadena para llegar a nosotros.
El primer tipo jadeó intentando tomar su pierna herida, pero no importaba mucho que hiciera, pues no saldría de allí. Era un ser con la piel tan blanca que veía sus venas; la marca en su cuello indicaba que era un vampiro iniciado hacía tiempo; sus ojos se abrían desmesuradamente como si intentara que la sangre que se derramaba por su herida volviera adentro de su cuerpo. Otro cuchillo fue a dar en el medio de su pecho. Definitivamente, estaba fuera de combate.
—Iré a ver si hay más. —Furcht salió corriendo pasando sobre el tipo-perro agazapado, y aquella bestia pujó por alcanzarlo, pero no lo logró.
Lancé un cuchillo a su brazo haciéndolo caer de lado y salté sobre él estampándolo en el suelo. Mi cuchillo se clavó en su columna, una, dos, tres, cuatro veces antes de que Hass me detuviera.
—¡Leiden, Leiden! Ya está, está muerto —gruñó asiéndome del brazo.
Hass aprovechó ese momento para quitar a la mujer de en medio descolgándola de sus pies. Ella no se movía, por tanto, mi hermano la dejó en el suelo a salvo, y fue en ese momento en que escuchamos una pelea a lo lejos.
Corrimos dejando que el siguiente equipo entrara. Ellos se encargarían de la mujer y de apresar a los otros dos. Si es que quedaba algo de ellos.
—¿Vive? —pregunté mientras corríamos.
—Lucha —respondió Hass apretando tanto los dientes como sus pasos.
Traspasamos otra puerta y vimos a Furcht luchando con dos tipos. Uno de ellos lo sostenía contra la pared elevándolo del suelo unos centímetros, mientras el otro metía su mano dentro del cuerpo como si no fuera sólido y recitaba palabras que no lograba comprender con su otra mano elevada al cielo.
Hass disparó al primero y Furcht cayó al suelo al instante cuando el otro se apartó dando trompicones. El tiro fue a dar justo sobre la mano que tenía en alto.
Con un gruñido cambié, destrozando mi ropa, y salté sobre el que estaba en el suelo; con un movimiento, mordí su cuello y lo zarandeé matándolo. Furcht aún se tomaba el pecho y se dejó caer sentado contra el muro mientras intentaba que el aire llegara a sus pulmones.
—Quédate aquí —le ordenó Hass y él no lo contradijo, lo cual era muy malo.
Me acerqué a Furcht que tenía mala cara y toqué su pierna con mi hocico, y seguí a Hass, que se había metido por otra puerta. Al entrar una Escila impactó sobre mí.
Caí de lado con la enorme bestia apretando mi cuerpo contra el piso desnivelado. Hass le dio un golpe en la barbilla y logró quitármelo de encima.
La Escila era un engendro de la naturaleza, tenía medio cuerpo de mujer, pero el resto era asqueroso: su mitad superior era sostenida por unos seis medios perros, con una cabeza y dos patas cada uno.
Sí, asqueroso.
El animal dio varios pasos hacia atrás, y mientras me levantaba de un salto la embestí y logré inutilizar dos de sus patas retorciéndolas entre mis fauces. Aún se movía de forma oscilante y venía por mí, pero ya era menos peligrosa. Eché un vistazo por encima de mi hombro para ver a Hass.
Este retrocedió hasta quedar pegado a mí, con sus ojos pegados en algo que no alcanzaba a ver ya que toda mi atención estaba en la bestia frente a mí.
—¿Qué mierda, Lei? ¿Seres mitológicos? —preguntó agitado, y noté en su voz la duda y ¿el miedo?
Él tenía razón, lo último que sabía de estas bestias es que la Escila vivía en una cueva en el estrecho de Mesina, donde devoraba a aquel que se le acercara, como ocurrió con seis compañeros de Odiseo.
¿Qué mierda estaban haciendo aquí?
Y lo que era peor, supuestamente tan solo vivían en el mar. ¿Cómo mierda había sobrevivido sin agua?
—Dime que son amigos tuyos Lei… —gritó Hass.
Giré un segundo la cabeza para ver a Hass moviéndose para caer sobre un perro de dos cabezas. Mierda, mi hermano estaba en lo cierto, un can Cerbero.
¿Qué demonios estaba pasando?
En la mitología griega, Cerbero era el perro de Hades, un monstruo de tres cabezas con una serpiente en lugar de cola e innumerables cabezas de serpiente en el lomo.
Un zarpazo en mi mejilla me devolvió a mi propia pelea. La mujer siseó y su bestia corrió hacia mí. Gruñí desde el fondo de mi pecho y me erguí chocando contra su cuerpo; mis garras rasgaron su pecho mientras mis fauces se hacían de su cuello. Apreté más fuerte y sentí la ponzoña de su sangre surgiendo de sus heridas, y pude apreciar su repugnante sabor hasta que la solté.
Observé por un instante cómo perdía la vida y me gire rápidamente, un segundo antes que el Cerbero cayera sobre Hass. Arremetí contra él quitando a mi hermano del camino.
Hass se recuperó rápidamente y disparó a su pecho, lo que causó que el animal tan solo se enfureciera… más.
Pero, además de eso, el animal no había sufrido ningún daño. Hass sangraba, tenía un zarpazo en su pecho que había atravesado su camiseta, y un golpe en el rostro y en la cabeza, que chorreaban sangre sobre su rostro. Se quitó un poco de la sangre que caía sobre su ojo y me miró.
¿Cómo mierda se mataba a un Cerbero?
—Dime que sabes cómo matarlo, Leiden, maldición —gritó Hass cuando dos disparos más dieron contra una de las cabezas del animal. Este parecía no inmutarse. Ni un poco.
—Probemos con cortarle la cabeza… —respondí mentalmente.
Escuché como las tropas arrasaban el lugar detrás de nosotros, había gritos y disparos. Tal vez saliera algo bueno de esto.
Hass asintió y tomó un cuchillo más largo que su antebrazo, chasqueé mis dientes y saltamos sobre eso, pero no hubo ningún efecto, y el animal nos empujó a ambos contra un muro.
Arremetimos nuevamente contra él. Su cuerpo era demasiado rápido para su tamaño, las cabezas parecías víboras independientes que nos atacaba simultáneamente. Nos miraba con sus asquerosos ojos rojos y sus dientes tan largos estaban tan expuestos que se podía ver la sangre en sus fauces, y la determinación de matarnos.
Mi hermano se levantó tan rápido que me tomó por sorpresa. Saltó sobre su lomo, hincó el cuchillo en su costado casi hasta el mango, pero pareció no afectarle ya que una de sus cabezas giró para morderlo, pero no lo alcanzó. Se sacudió y Hass fue arrojado contra el piso tan fuerte que no lo vi moverse. Un charco de sangre se formó a su alrededor y sentí una punzada de odio tan grande que mi bestia rugió haciéndome doler el pecho.
Un dolor tan crudo como si arrancaran una parte de mí. Como si me estuvieran arrancando un brazo y no pudiera hacer nada.
La furia me consumió y ante mis ojos tan solo podía ver a Hass tirado allí, y a Furcht con esos malditos atravesándolo como si no fuera nada.
¡Maldito hijo de puta!
Embestí contra él tan fuerte como pude.
No iba a matar a mis hermanos tan fácilmente…, pero el ataque fue inútil.
El Cerbero me asió de la pata y me sacudió con tal violencia que volé contra uno de los muros y, de un momento a otro, sentí mis ojos cerrándose…, mi conciencia perdiéndose en la oscuridad y mis latidos cayendo.
Maldición, estábamos muertos…, no podíamos morir así.
No era justo.
No era justo morir en sus manos.
Esta vez Looper había ganado, me había matado de tantas formas diferentes, había matado a mis hermanos, o estaba camino a eso. No era justo, nadie había llegado por mí, por nosotros, tal vez él siempre había estado en lo cierto.
Nadie vendría por mí.
Tal vez el maldito brujo no había mentido, había predicho mi muerte, y lo había hecho de un modo que mi alma nunca descansará en paz.
Cerré los ojos y recé.
—Vatur, diosa querida, allí voy, danos una muerte rápida. Déjala vivir en paz, deja a mis hermanos descansar sin dolor. Déjanos morir rápido. Diosa… —supliqué como nunca antes lo había hecho.
—Resiste, tu muerte no será hoy —dijo una voz hermosa. Fue lo único que escuché antes de sentir al Cerbero con su respiración contra mi cuello, sus garras arañando mi vientre buscando mi carne. Y lo último que pasó por mi mente fue ella.
—Lo siento, Carim…, lo lamento tanto.