25

Estuve en la habitación unos minutos después de haber discutido con mis hermanos si era correcto quedarnos aquí, ya que era como estar acorralados. Eran las habitaciones de los soldados o iniciados sin ocupar de la S.A. todo se resumía a entrenar y sobrevivir; nada importaba más allá de eso, por lo que el sitio no era grande: poseía una cocina pequeña, un baño y una pequeña habitación. Era gris, totalmente gris y desagradable. No sabía por qué la sociedad las pintaba así, pero me acordaba de la primera vez que estuve en una como esta. Eso había sido hace mucho tiempo y, lamentablemente, no parecía más acogedor que antes.

Me encaminé hacia el baño. Los pensamientos de mis hermanos no dejaban de rondar el asunto de la niña y el niño desaparecidos. Los nervios estaban a flor de piel, y no importaba lo que hiciéramos, queríamos ir por ellos, pero no serviría de nada si no descansábamos.

Sabía que estaban en lo cierto, pero simplemente no podíamos dejarlo ir sin intentar atraparlo, pues hacerlo se sentía casi como dejarlas morir.

Me metí en el baño.

Abrí la ducha dejando que el agua se templara y el vapor entibiara el frío que me carcomía. Me quité la ropa lentamente para estudiar la herida en mi pecho. Parecía lo bastante sana, aunque no tanto. Había una borde morada, y no de un color normal, era un color extraño.

Sabía que algo andaba mal con esa herida.

Si seguía así, debería ir a ver a Vívika. Hass ya me había advertido mentalmente de eso. O lo hacía yo, o sería él.

No había vuelta atrás. Y aunque pareciera indefenso, el íncubo tenía sus propios recursos y sabía usarlos.

Aparté los pensamientos y me concentré en hacer algo normal. Se sentía bien hacer algo normal por un rato. Me metí en la ducha dejando que el agua lavara mis pensamientos también. Lavé lentamente la herida. El dolor parecía arraigarse a mí pero aún luchaba.

Salí de allí directo a la cama, y me cubrí el pecho con un vendaje grueso para que Carim no lo viera. Me recosté y me dormí quince minutos más tarde. El cansancio me venció de buenas a primera.

Me dormí al instante. Un sueño extraño me envolvió.

Sentía las manos de Carrie recorriéndome. No podía verla pero sabía que era ella. Mi lobo gruñía furioso.

¿No es hermoso? —ronroneó en mi oído.

Fue cuando noté que estaba parado en cuatro patas y ella acariciaba mi pelaje detrás de mis orejas.

Siempre ha sido el mejor. —Instintivamente mi lobo se encorvó y mostró los dientes. Levanté los ojos y vi a Looper ahí—. Por eso debo eliminarla. Él es hijo de campeones, es mi niño prodigio. Si tan solo hubieras visto alguna de sus batallas, no estarías parada allí, como lo estás. Por eso… ella debe morir.

Mis ojos se movieron hasta donde los suyos apuntaban y allí la vi.

Triz.

Ella estaba amarrada al muro, sus ojos suplicantes, su boca estaba vendada y tenía muchos cortes en su cuerpo, muchos de ellos. Su sangre caía a un cubículo de vidrio. Looper caminó hasta allí y estiró su mano, mojó su dedo en su sangre y la llevó a su boca.

Rugiendo intenté embestir contra él, pero había cadenas en mis patas. Mis dientes chasquearon pero ningún sonido salió. Gruñí y tampoco pasó nada. Triz levanto la cara, pero ya no era ella. Allí estaba el rostro de Carim, tan puro, tan bello, bañado en sangre.

Mi mente comenzó a retorcerse, sentí tirones mentales, y algo azotó en el rostro a Looper sin que ninguna mano diera contra su quijada.

¿Qué es eso? —preguntó Carrie, y algo invisible arremetió contra ella tumbándola de espalda. Looper se colocó en forma defensiva, su mano derecha se extendió en el aire como su buscara tocar a su objetivo, pero no lo vio venir. Otro embate lo tiró de lado y sentí la sangre. La vi manando de su cuello. Mis ojos se arrastraron hasta la figura ondulante de Carim, de Triz…, ella lloraba y comencé a llorar mientras las cadenas hacían surcos en mis patas.

De repente todo se desvaneció y una mano me sacudía.

—¡Leiden! ¡Leiden!

Abrí los ojos para encontrar a Carim arrodillada a mi lado. Sus manos sujetaban las mías. La puerta se abrió de improviso y casi la sentí volar en astillas.

Furcht apareció como el mismo demonio y, detrás de él, Hass, que tenía casi su altura. Ambos ocupaban el ancho de la puerta. La respiración de mis hermanos era agitada y cuando Furcht dejó que la luz cayera sobre su rostro, entonces lo entendí. Había sangre en sus labios. El embate no había sido solo mental; de alguna forma el cambiaformas había logrado llegar a mis pesadillas y atacarlos.

—¿Estás bien, hermano? —preguntó gruñendo cada palabra.

—¿Era? ¿Era necesario romper la puerta? ¡Solo estaba teniendo pesadillas! —Carim sonaba indignada pero mis hermanos no se fijaron en ella y noté cuando la mirada de ella cayó sobre mí—. No era una pesadilla, ¿cierto?

—Algo así —conseguí articular las palabras casi como un susurro.

—¿Nos necesitas…? —preguntó Hass.

—Estará bien, lo prometo, cualquier cosa que ocurra… —Carim se detuvo de golpe ante una seña de Hass.

—No es seguro que duerman juntos hoy.

—¿Y tú quién eres para decidir eso? —preguntó molesta.

—Carim… —susurré y mi mano acarició su espalda—. Es por tu bien.

—¡Mi bien! ¿A qué bien te refieres?

—A que llegues viva hasta mañana con la cabeza en su lugar, a eso se refiere.

—¿Me dañarías? —preguntó observándome, y vi la duda saltar en sus ojos y me odié.

—No intencionalmente, él no sabría siquiera qué te ocurrió por la mañana. Pero sí podría matarte. —Hass soltó eso como sonó, duro y cruel—. Se culparía por eso. En estado consciente puede contener la mayor parte del entrenamiento y las órdenes impuestas porque tú eres su compañera. Se cortaría el brazo antes de hacer algo que te lastime, y, créeme, lo he visto… pero dormido, en sus pesadillas. —La voz de Hass estaba teñida de dolor y fue perdiendo intensidad mientras hablaba. Mis hermanos estaban enfrentando esto por mí.

—Él llega a mí cuando duermo —admití apretando los dientes.

—¿Él?

—Tal vez sería mejor que hablaran de esto luego y descansaran.

Furcht no dejaba de estudiarme ni un minuto. Su escáner de problemas estaba constantemente chequeando mis signos vitales, mis pensamientos y mis movimientos. Nada pasaba por alto el escrutinio de alguien que conocía mejor que nadie cómo podía reaccionar.

—Sí, creo que estaría bien, —dijo Carim—. Ahora, si me disculpan —se paró delante de ellos y caminó. Mis hermanos se hicieron a un lado y un nudo se formó en mi estómago—. Creo que quiero cambiarme de ropa, pegarme una ducha y dormir, así que… estaremos bien.

—Carim… —susurró Furcht.

—Puedes destrozar la puerta luego —le respondió ella levantando la barbilla.

—¡Carim! —volvió a decir.

—¡Vas a gastarme el nombre, Furcht!, y comienza a molestarme ya, váyanse. —Les cerró la puerta en la cara y se giró enfrentándome. Sabía que este era el momento en que debía responder todas sus preguntas, sabía que vendría eso pero ella no lo hizo, sonrió cansada y se metió en el baño.

Me dejé caer en la cama aún con el sueño rondando mi cabeza. Abrí el canal con mis hermanos lo máximo que podía; así, al menos al menor signo, ellos oirían y verían todo lo que estaba ocurriendo. No había nada, salvo Carim, que no debieran ver o escuchar; ellos lo sabían todo de mí. Casi como si hubiéramos nacido unidos.

Me quité el sudor de la frente y suspiré mientras mis ojos se clavaban en el techo.

¿Cómo se lo diría? ¿Cómo confiesas las bajezas a las que fuiste sometido? ¿Podría? ¿Lo haría? El dolor se atenazó en mi pecho, casi sobre el corazón, justo cerca de la herida. No sabía cómo lo haría, pero en algún momento debía decírselo.

Además estaba el sueño.

No sabía qué había sido aquello pero no me gustaba. Pasé la información detallada a mis hermanos, tal vez ellos encontrarán alguna unión, aunque el instinto me advertía que no sería de mi agrado. Me quedé dormido nuevamente, tan solo me desperté cuando el peso de Carim movió un poco la cama. Ella se acoplo contra mí.

—Duérmete, Leiden —susurró. Apoyó su cabeza en mi pecho y la abracé.

—Lo mismo me decías la otra vez —dije aún riendo un poco.

—¿Leiden?

—¿Hummm?

—¿Sabías que era tu compañera? —Sonreí contra su cabello—. Digo, ¿desde cuándo lo sabes?

—Sí, lo supe en el momento en que llegamos y aquellos ángeles caían sobre ustedes. El instinto me decía que te sacara de allí, que te ayudara. Y eso hice, aunque no te gustó mucho.

—Me llamaste niñita, y siempre odié que me subestimaran.

—Yo nunca lo hice, pero soy un lobo, un Garou cariño. —Ella giró su cabeza y sus ojos se encontraron con los míos en la oscuridad—. Debía protegerte.

—Pensé que, pensé que los Garou no se metían en la S.A. Históricamente siempre estuvieron en contra de la posición de autoridad de la sociedad.

—Lo sé, y aun así Eva también lo es, pero yo no crecí con ellos.

Se quedó en silencio, tan solo mirándome. Se movió de modo que su mano quedó sobre mi pecho.

—¿Aún te duele la herida?

—Solo un poco —mentí.

—Es bueno, no te quiero herido… —Nos quedamos en silencio, pero ella volvió a moverse.

—¿Leiden?

—¿Qué?

—¿Me lo contarás algún día?

—¿Lo de la herida?

—No, lo de tu pasado —susurró.

—Claro que sí.

—Bien, entonces, será mejor que descansemos.

—Sí.

—Estoy segura de que Furcht y Hass estarán con la oreja pegada al muro toda la noche. —Me largue a reír, mis hermanos estaban atentos a todo—. Oigan… —dijo acercándose a mi cara—. Oigan chicos, ahora vamos a dormir, ¿ok?

Ahhhhh… —suspiró Hass—. Dile que la oímos fuerte y claro.

Esa gata va a volvernos locos —refunfuñó Furcht.

—Dicen que te oyeron.

—Genial. —Se volvió acomodar contra mi pecho—. ¡Oh! ¡Casi lo olvidaba! Hass, creo que he anotado unos porotos para ti con respecto a Eva.

Escuché la risa mental de Hass y sonreí también.

—Oigan —murmuré aún riendo—, ¿por qué no se consiguen un teléfono? Mi cabeza no es un maldito trasmisor.

—Ay, no, cariño, tan solo necesito tus oídos. Bueno, y en algunos momentos otras partes.

Ya basta, duérmanse o haré una maldita piyamada.

—No te imagino en una… —murmuré en voz alta.

—¿En una que? —preguntó Carim.

—Furcht dijo que hará un piyamada si no nos dormimos.

—Oh, sería tierno… con un piyama de calaveras… o algo así, o no, ¡ya sé! Estoy segura de que se vería genial con un pijama con caritas de demonios —ella bostezó y yo la seguí, mientras escuchaba a mis hermanos riendo—. ¡Ah! Y más vale que le des una buena «limpieza» a Eva, Hass. Te juro que la necesita y creo que nadie mejor que un íncubo para hacerlo.

Es tan tierna —murmuró Furcht, y me largué a reír nuevamente. Había una maldita pared de concreto entre nosotros y a la vez no había nada allí.

—¿De que te ríes? —me preguntó con la voz somnolienta.

—Furcht dijo que eres tierna.

—¡Hummm!, eso viniendo de él, no es un halago. Furcht…, escucha esto… Coger, follar, fornicar…

Dile que eso no me ayuda —murmuró Hass riendo.

—¿Oíste, Furcht? Lo dije tres veces…, tres. —Sonrió y volvió a bostezar.

—Creo que te oyó, pero Hass dijo que no le des ideas…

—Oh, no, Eva puede matarte.

Dile que saliendo de su boca no se siente bien, es como si escuchara a mi hermanita menor maldecir.

—Ah no, no le diré eso —dije.

—¿Qué?

—Nada —musité.

¡Díselo marica! —gritó Furcht.

—¿Qué dijo? —preguntó Carim.

—Dijo —murmuré arrastrando las palabras— que saliendo de tu boca no suena bien, que lo haces sentir incómodo, como si su hermanita menor estuviera diciendo groserías.

—¡Ah! Bueno, entonces será mejor que… que no nos vea haciendo cosas. Follando —dice y sonríe.

—Yo, yo no puedo solo tener sexo contigo…, tan solo puedo hacerte el amor —murmuré.

Bien, hora de dormir. ¡Duérmanse! Van a matarme con tanto dulce, juro que tendré diabetes por la mañana. ¿Has conocido algún cambiaformas con diabetes?

No, ni uno, pero les diré que eso es… demasiada información.

Sientes eso, es el dulce. Dime Hass, ¿tengo las muelas con caries?

Si tú tienes caries en las muelas, yo tengo el pene decrépito, ¡cierra la boca!

No te pases conmigo esta noche, íncubo, nada de tú ya sabes qué, eso que hiciste en la Edad Media.

Fue solo una vez… y no sabía que no era una hembra.

¡Ya, basta! —gruñí en mi cabeza y acaricié la mejilla de Carim— hora de dormir gatita.

—Ya no me molesta que me digas así, ¿sabes? —dijo acurrucándose a mi lado—, lo mismo me decías en mi sueño… y me gusta. —Bostezó y se abrazó a mí—. Me gusta ser tu gatita.

—Mi lobo lo aprecia.

—Lo sé, lo siento, aún… aún no sé cómo, pero solo lo sé.

—Es bueno saberlo.

—Bien, hora de dormir cariño. —Me dio un beso rápido y volvió a apoyar su cabeza en mi pecho. Acaricié su cabello rubio como el trigo y dejé que la tibieza del momento terminara de borrar los vestigios de la pesadilla—. Adiós chicos.

Carim no necesitaba oírlos, sabía que ellos lo hacían. Era raro, ahora comenzaba a comprender a Zander.