19

Estaba nerviosa y me sudaban las manos. La imagen a Furcht a mi lado me daba un poco de tranquilidad, aunque aún mantenía las distancias.

Pensé en mis hermanas, y no pude imaginar el estado en el que Eva y Sal estarían ahora. Mentalmente me compadecí de Hero; definitivamente sufriría las consecuencias, como siempre.

Tomé mi teléfono de la cartera color morado, que llevaba en conjunto con mis zapatos, y usando el comando de voz llamé al primer número que se me vino a la mente.

—¡Eh, Nick!

—¡Por mi madre, Carim…! ¿Cómo estás? —Escuché un revuelo tras él e imaginé a las chicas molestas.

—Estoy bien. Imagino que Hass ya te ha informado del nuevo plan. —Él guardó silencio un momento y suspiró.

Podía imaginar el hilo de sus pensamientos: querían sacarme de allí, quitarme del medio, del riesgo y todo eso, pero no lo permitiría.

¡No con Carrie tan cerca de Leiden!

Sí, sonaba egoísta y débil, pero no me importaba, y esperaba, de corazón, que ese mensaje llegara hasta ellas por el lazo.

—No me iré, seguiré en la misión, aunque no quieras —le respondí y eché un vistazo a Furcht—. Créeme estoy siendo protegida… Furcht está conmigo, y Leiden ya está en lo de Laicot. —En ese momento, Furcht volvió a dedicarme esa sonrisa torcida que lo hace ver como un niño travieso, un niño de casi dos metros, pero travieso. Su cabello colgaba suelto junto a su rostro y parecía que no se hubiera afeitado hace dos días, y aunque luce desalineado, no dejaba de verse irresistible.

—Eva y Sal quieren hablar contigo…, ¿has cerrado el lazo?

—Solo un poco, y estamos en una área protegida, imagino que el lazo se hizo más débil después de las últimas horas.

—¿Qué pasó? ¿Qué te hizo? —Por lo visto, Eva había logrado arrebatarle el teléfono a Nicolás—. ¡Carim, respóndeme!

—Me drogó, pero solo eso, los chicos llegaron a tiempo y nada ocurrió; deben quedarse tranquilas, ahora mismo están llevando al tipo a la S.A.

—¿Los chicos? —Ahora era la voz de Sal la que me interrogaba.

Puse los ojos en blanco y noté cómo Furcht se alejaba hablando solo, aunque lo más probable era que hablara con Hass o Leiden.

—Sí, los chicos de Zander, ¿está bien? —Furcht maldijo en otro idioma y lo miré; se dio vuelta y me miró confundido—. Créeme, nunca estuve tan bien protegida. —Cubrí el teléfono intentando averiguar qué es lo que lo había puesto de mal humor y le pregunté con señas qué ocurría. Algo debía de haber pasado. ¿Le había ocurrido algo a Hass? ¿Leiden?

En cambio su boca gesticuló otra palabra, la cual no esperaba… ni hubiera esperado en años.

Traición.

Esa era la palabra que formularon sus labios y sentí como un cosquilleo invadía mi cuerpo, como si sus ojos pudieran atravesarme. Fruncí el ceño e intenté pensar con claridad.

¿Traición? ¿De quién?

—¡Ay, no, diosa querida! —dijo Sal de forma ahogada y una telaraña de pensamientos me envolvieron, y el débil lazo comenzó a brindarme información de inmediato.

¡Qué habían hecho! En vez de refrenar la pregunta, tan solo la escupí de forma acusadora.

—¿Qué han hecho? —repetí.

—Lo siento, lo siento…

—¡¿Qué mierda hicieron?! —grité más fuerte, pues quería saber qué había ocurrido, y aquellos lloriqueos no ayudaban.

—Creímos que te habían tendido una trampa.

Mis dientes estaban tan apretados que podía sentir el chirrido. Furcht se acercó a mí y me tomó del hombro, susurrando palabras para que me calmara. En sus ojos había desaparecido la furia, que fue sustituida por la necesidad de consolarme, de calmarme, aunque lo único que lograba es aumentar mi determinación.

—¿A quién atraparon, a quién tienen? —Como no hubo respuestas desde el teléfono miré a Furcht.

—Hass, agarraron a Hass —manifestó.

—¡Voy a matarlas! Si tan solo han lastimado a Hass, si tan solo —me detuve un momento maldiciéndome al notar que mis ojos se llenaban de lágrimas, y las palabras iban dirigidas más a Furcht que a mis hermanas—, si tan solo lo han…, juro que dejaré la S.A. y deberán buscarse una nueva hermana.

—Te sentimos en peligro, estabas allí… y nosotras…

—¡Dile a Nicolás que la próxima vez que intente hacer algo recuerde que estará dañándome también! —grité y cerré el teléfono con fuerza.

—Carim —Furcht se agachó de modo que sus ojos conectaron fácilmente con los míos—, tranquilízate, el íncubo es fuerte.

—¡Lo lastimaron por mi culpa! —grité indignada.

—Tan solo fueron unos puñetazos pero todo vuelve a la normalidad; ni Zander ni Vívika permitirían que le hicieran daño —dijo apartándome el cabello de la frente.

—Gracias a la diosa alguien mantiene la cabeza sobre sus hombros en esta maldita ciudad. —Furcht me atrajo contra su pecho y me envolvió en un abrazo consolador.

No sabía por qué, pero aquel abrazo me reconfortaba. Me hacía recordar mis años de cachorra, cuando mis hermanos me cuidaban, y yo solo pensaba en jugar. Y ahora eso estaba muy lejos de mis últimas décadas como asesina, pero aquí, envuelta en la calidez de Furcht me sentía bien. Como si conociera a este hombre hace mucho tiempo.

—Creen que soy una tonta —balbuceé—, no confían en mí…, por eso lo hacen, creen que no puedo. No confían en que pueda hacerlo —sollocé desalentada.

—Sí lo hacen, Carim, solo tienen miedo. —Escuché sus palabras suaves amortiguadas por su cuerpo que me envolvía mientras acariciaba mi cabello. Recordaba a Furcht luchando contra los ángeles. Allí, parecía molesto, atacando a diestra y siniestra; todo su cuerpo era un arma, lucía letal, mortífero, y aquí estaba consolándome sin ni siquiera criticarme—. Es bueno tener a alguien que tema por ti, que te ame y arriesgue todo por eso… —me moví solo un poco para verlo a los ojos y hablaba enserio. Querría tener tiempo para preguntarle cómo lo sabía, pero estaba impreso en sus ojos: en su mirada se traslucía que él realmente sabía muy bien lo que es no tener a nadie.

—Yo confió en ustedes, y también temo que les hagan daño, confío en ti, Furcht, y tengo miedo… Recién te conozco y yo no podría… —me apretó un poco más contra su cuerpo— perderte —terminé de decir.

—No debes hacerlo —dijo soltándome, aún con sus manos en mis hombros—. Aunque es un honor saber que me aprecias. —Sonrió. Apreciarlo, era más que eso, pienso. Él es honesto y cariñoso como un hermano.

—Leiden tenía razón, eres un buen tipo Furcht. —Él solo sonrió en respuesta para luego dar un suspiro sonoro.

—Soy un chico tierno, en el fondo…, muy, muy en el fondo —murmuró con picardía y por primera vez en horas me largue a reír a su lado. Él hizo una mueca que tan solo logró incrementar mi risa.

—Sí, lo eres…

Pasados los cinco minutos, aún quedaban otros diez hasta que el coche llegara y el silencio volvió a caer sobre nosotros como cuando el coche de Leiden salió por la puerta del garaje. No podía quedarme en silencio; a mi lado Furcht parecía una estatua de mármol, tan firme, que casi parecía no respirar.

Así que decidí romper silencio con un poco de charla. Tal vez eso lograra relajarme un poco. Aún rondaban en mí las imágenes de Hass siendo golpeado, y la ira bullía en mí como una cacerola al fuego.

—¿Cómo…? —Mi voz salió como un graznido, así que lo intenté de nuevo—. ¿Cómo me seguirás incluso en el taxi? ¿Es que puedes hacerte invisible como Hero?

—¡Oh!, no…, no puedo; eso es algo que unos pocos saben manejar. Yo soy un cambiaformas, haré lo mismo que hice para llegar aquí… —Mi cara debió de haber reflejado mi incertidumbre porque añadió—: Volar.

Wow!… ¿Puedes volar? —Me alejé un paso para verlo completo. Debía de medir como dos metros, no me podía imaginar a aquel hombre musculoso volando como un pájaro—. Wow!, nunca me lo hubiera imaginado.

—Nadie lo hace —añadió guiñándome el ojo—. Puedo tomar la forma de cualquier ser vivo si tengo una imagen la cual copiar.

—Podrías, no sé, ¿convertirte en mí si quieres? —pregunté.

Furcht largó una carcajada sonora que me hizo dar un paso hacia atrás. Lo vi reír con ganas por un momento hasta que logró recomponer su postura.

—Sí, podría, pero sería incómodo. Imagínate si Leiden me confunde y pide un baile. —Ambos hicimos una mueca de asco—. Eso, eso sería realmente incómodo —respondió mientras me evaluaba de pies a cabeza.

Volví a reír y a relajarme, sus palabras eran honestas, me sentía bien.

—Sí, imagino que sí —respondí con un tono jovial. Leiden tenía razón sobre Furcht. Había algo en él que me decía que nunca dejaría que me ocurriera nada.

—Además está el hecho de imaginarme siendo tú, teniendo que soportar los besos de Leiden, hace que me replantee eso —susurró con cara de asco, y comencé a reír nuevamente.

Si Eva estuviera aquí, diría uno de sus comentarios lésbicos y gay, pero un minuto después recordé que no estaba aquí, sino en algún lugar en la S.A. limpiándose las manos de la sangre de Hass, y volví a gruñir.

—Ni yo puedo imaginarlo —le dije cuando noté que me estudiaba con detenimiento.

—Tu taxi está aquí —dijo mirando hacia la entrada—. Leiden ha llegado, yo te seguiré desde arriba. —Le sonreí cuando colocó una enorme mano en mi hombro—. Tranquila, estaré ahí, aunque no me veas.

—Gracias —le dije un momento antes de voltear y mirarlo a los ojos nuevamente—. Dile a Hass… —las palabras se atascaron en mi garganta—, tan solo dile que lo siento, ¿sí?

—Estoy seguro de que lo sabe, no hay nada que él no sepa —dijo tocándose con un dedo su sien.

Y sé que es cierto. La conexión, por más débil que sea, lograba registrar los sentimientos más puros como el odio, el dolor, la felicidad y la dicha. No hay nada que no le permitiera a Hass saber que yo no planeé esto, y eso me hacía feliz.

—Está bien, dile que les compraré todo el tiempo que pueda, espero que la idiotez de mis hermanas no haya empeorado las cosas y que nuevamente… lo siento.

—Estoy seguro de que lo sabe, Carim.

Cuando el taxi comenzó a dirigirse a lo de Laicot, estaba decidida a recomponer mi imagen. Me desarreglé el pelo dejando algunos mechones sueltos, y arrugué mi ropa que, por cierto, ya estaba bastante maltrecha. Una idea cruzó mi mente, una y solo una.

Yo sería el emblema, estaba resuelta a no flaquear, por ellos, por la confianza que me habían brindado, y, como si casi pudieran leerme la mente oí un graznido, más bien como el canto de un ave cruzando la noche.

El taxista pareció inquieto y miró al cielo. Muchos mirábamos aún al cielo en búsqueda de amenazas, de alas grises surcando la noche, pero luego de un instante él solo dijo:

—¡Mire eso! Es raro ver águilas hoy en día. —Al escuchar su comentario, me pegué al vidrio y, a lo lejos, pude ver las hermosas alas batiéndose, haciendo del cielo algo hermoso y nuevo. Esta vez no miraba el cielo con miedo, porque sabía que Furcht estaba allí—. ¿Quién diría que aún existen?

—Sí, quién diría —respondí aún sin dejar de prestarle atención a la enorme ave que seguía mi camino.