Cuando llegamos a la planta baja ella salió lentamente y yo la seguí. Quería tomarla de los hombros y zarandearla por haber hecho esa estupidez.
Quería demostrarle lo que sentía ahora. Traición, eso sentía. Los recuerdos habían vuelto por mis sentimientos por ella, mis hermanos me habían instado a salvarla y allí estaba ella orgullosa, como si aquello me hiciera sentir mejor. Estaba sobre aquel maldito tipo… ¡Que mierda!
Carim no habló y aquel silencio tan solo me hizo pensar una cosa. Ya había pasado por esto.
Me había enamorado de una hembra hace más de quinientos años. En ese momento era joven y más inexperto; tal vez un poco más audaz, me había atrevido a enfrentar mis miedos. Había vivido con ella durante cinco hermosos años.
Cinco años que fueron truncados cuando ella murió en mis brazos. La recordaba temblando mientras me miraba con aquellos ojos color canela que me suplicaban algo. Me recordaba llorando mientras ella acariciaba mi rostro, odiándome por lo que le había hecho.
Lo único que podía pensar en ese momento era cuánto lo sentía, cuán descuidado había sido y cómo su vida se resbalaba de mis manos. Recordaba el dolor de su agonía durante más de tres días.
En aquel momento le había confiado mi alma, le había contado cada uno de mis temores, y ella había insistido en que podríamos enfrentarlos juntos. Y así había sido, hasta que un doce de febrero, justo tres días antes del día de los enamorados, ella había caído en cama. Mi instinto me había alertado sobre el ataque, sabía que era él pero no podía dejarla agonizando y buscar mi venganza.
Mis hermanos habían recorrido, sobornado y cometido todos los actos perversos para encontrar una pista, algo. Incluso Zander se había ensuciado las manos y aun así, Triz, moría día a día. Y yo con ella, sus últimas palabras habían sido un gorgoteo entre dientes. Me había dicho: no importa nada de esto, te amé cada segundo y no me arrepiento.
Yo sí lo había hecho, me arrepentía. Me odiaba por haberla matado.
Ya había pasado por esto, había sobrevivido a Triz, y me había prometido no volver a poner en riesgo otra vida por mi egoísmo y mi cobardía.
Su muerte, fue lenta y dolorosa: sus ojos se fueron apagando; su cuerpo volviéndose poco a poco más flácido; su mirada siempre observándome, sin dolor ni resentimiento. Cuando partió, lo último que dijo fue: valió la pena. Y ese día me prometí a mí mismo no hacerle lo mismo a nadie más.
Y aquí estaba Carim. ¡Maldita sea! Había pasado de esto, ya no volvería pasarlo, o eso se suponía.
Maldiciendo solté las palabras más hirientes, tal vez así, solo así, ella se marcharía y viviría.
—Tan solo eres igual a las demás… —murmuré y abrí la puerta de mi coche—. Métete en el coche. —Mi voz sonó tan ruda como pude mientras miraba más allá de ella. No podía mirarla a los ojos sin recordar los ojos de Triz.
—¡No me trates así! —gruñó, la miré a los ojos fulminándola y noté que tragaba con fuerza—. No tienes derecho —susurró.
—¡Ni una mierda…! —dije empujándola dentro—. ¡No sabes lo que siento, no sabes a las cosas que me enfrento! —«Y por sobre todo, no sabes lo que sufrirás al final, si tan solo dejo que te me acerques», lo pensé, pero no fui capaz de decirlo en voz alta.
—Lo siento, ¿está bien? —chilló y aguantó las lágrimas apretando los labios hasta que se volvieron solo una línea.
—¿Y a mí que me importa lo que sientes? —dije sonriendo de lado y mirándola directamente a los ojos, mostrándole qué tan cerca de la superficie se hallaba el lobo. Mostrándole por qué debía alejarse de mí.
—¿Y por qué demonios estás tan cabreado entonces? —preguntó cruzándose de brazos.
—¿Por qué? Por lo que… no sabes a lo que te enfrentas, no tienes ni idea gatita —Carim levantó el mentón, terca y me enfrentó sin saber qué decir—. ¡Olvídalo! —dije y cerré la puerta de un golpe. Iba a volver allí y moler a golpes a aquel tipo, estaba decidido, pero antes que pudiera hacer nada, Carim volvió a salir del coche cuando tan solo había hecho unos pasos. Me gire furioso, ya tenía demasiado por hoy.
—¡No, no lo olvidaré! —Se cruzó de brazos desafiante—. Tan solo dímelo… ¿Qué? ¿Te molesta? ¿Qué es a es que me enfrento? ¡Dímelo! Dime a qué demonios me enfrento, o mejor dime a qué es a lo que te enfrentas tú. —Me provocó dando un paso adelante hasta llegar enfrente de mí y aporrear mi brazo.
¿Acaso las gatas no sabían cuando un macho está por perder el control?
Cualquier loba en su sano juicio se hubiera quedado quietita dentro del coche sin decir nada.
Pero ella…, Carim.
Triz y sus rizos rojizos. Carim y su cabello rubio y lacio. Triz con su sonrisa amplia. Carim con su manía de llevar la contra. Triz…, Triz, muerta.
Aléjala o terminará muerta.
—¡Estabas montada sobre ese tipo! ¿Qué quieres que piense? —La estampé contra el coche lo más fuerte que pude, haciendo que perdiera todo el aire de los pulmones, y mi cuerpo se amoldó al de ella. Contra ella. Su mirada era un desafío, y, no, claro, no tenía miedo—. Tan recatada, ¿cierto? Tan pulcra y recta ¿Y tú me juzgabas? ¿Eras tú la que me llamaba animal? ¿Tú… gruñendo por las hembras con las que he tenido sexo? ¡Y estabas montada sobre ese maldito…, voy a matarlo y tatuaré tu nombre en su pecho! —grité e intenté girarme, pero me detuvo.
—Sí, sí estaba sobre él —rugió, y le respondí del mismo modo acercándome de un modo que nuestras narices se tocaron— golpeándolo, ¡maldición…!, hinqué un cuchillo en él, ¿te detuviste a ver eso? —Me quedé duro estudiándola.
—Ella dijo la verdad Lei, esta gata golpea duro, y definitivamente sabe usar un cuchillo. El maldito está inmovilizado por algo parecido a un veneno o algo así.
La voz de Furcht disipó parte de mi furia; miré por encima de mi hombro y pude ver cómo mi hermano jalaba a un cuerpo, no, no aún, seguía vivo, pero estaba desmayado y babeando.
Carim me golpeó en el pecho haciéndome retroceder un paso y volver a concentrarme en ella.
—¿Ves? Te lo dije.
—¡Métete en el coche! —le ordené. Esta vez el lobo se había retirado, solo un poco.
—No lo hagas, Leiden. Simplemente, no lo hagas —la voz mental de Hass se coló en mi cabeza.
—¿O qué? —me desafió Carim cruzándose de brazos.
Maldita gata terca y desafiante.
—O usaré la fuerza, Carim, métete —dije un poco más amable esta vez.
—¡Oh hermano! Déjala en paz, ella no se irá —dijo Furcht que parecía hacerle gracia todo este asunto.
—Sí, sí lo hará.
—Ella no es Triz, Leiden. Beatriz no habría querido esto para ti —murmuró Furcht fuerte y claro, como si me hablara al oído.
—¡Uy que miedo! —murmuró Carim y quise matarla. Oí la risa ahogada de mis hermanos, mientras mis ojos evaluaban a Carim. ¿Qué debería hacer para lograr que se marchara o que me olvidara?
—Lo dije en serio —gruñí mientras mi mente surcaba los puntos débiles de ella.
—Sabes muy bien cuáles fueron las últimas palabras de Triz, y no fueron solo lo que dices.
—Sí, lo fue, estaba perdida, delirando.
—No, lo sabes y estás cagado hasta las pelotas de solo pensar en que tal vez…
—No lo digas, Furcht. —Mis ojos conectaron con los suyos, él me sonrió de lado y sacudió la cabeza.
—Sabes lo que Triz dijo. Esa bruja se las traía…, no puedes evitar pensarlo.
—¡Oye, tú, cabrón!
Carim me pegó en el pecho y volví mis ojos hacia ella. Levanté mi labio superior para mostrarle los dientes, pero ella tan solo rodó los ojos.
—¡Uf si estoy temblando! —susurró fastidiada.
—Me gusta esta chica, Leiden.
Carim se giró hacia mis hermanos y los estudió un momento, como si los viera por primera vez, o tal vez no.
—¿Oye? ¿Tú estabas allí? ¡Maldición, sabía que los conocía, los había visto en la lucha, los vi en casa de Nicolás! Ustedes estaban allí. De ahí los conocía, son sus hermanos, lo recuerdo, ahora lo recuerdo. Tú eras el que quería tener una oportunidad con Eva —añadió señalando al íncubo.
—¡Oh no! No digas eso… —respondió Hass luciendo ofendido, con una mano sobre su pecho y una tos fingida—. Aún la quiero, tan solo dame tiempo —le respondió sonriendo.
Sabía que no había olvidado a Eva, incluso había buscado muchas mujeres en el último tiempo que tenían un leve parecido con ella.
Enfermo, lo sé.
—Carim…
—¿Qué?
—Un día de estos voy a… —dije mordiéndome los labios y arqueando una ceja para que ella entendiera a qué me refería— tan duro, que no caminarás en semanas. —Abrí la puerta del coche nuevamente y la empujé dentro.
—Espero que puedas cumplir esa vez —respondió con dureza.
—¡Oh no! No me digas —la voz de Hass fue más una carcajada, y lo fulminé con la mirada antes que siguiera.
—¡Ah! ¿No lo saben? —preguntó ella sabiendo que estaba incomodándome pero parecía no importarle.
—¡Por la diosa, Leiden! —gruñó Furcht con una mezcla de fastidio y de diversión.
—¡Cierra la boca, Furcht!
—Creo que un maniquí tendría más acción que tú en un puterío —añadió Hass.
—No me importan las demás —dijo Carim estudiándose las uñas—, pero la próxima que hagas una promesa cúmplela.
—¡Van a fastidiarme por años Carim! Métete en el coche, por la diosa, mujer.
Ella sonrió y no, digno de ella, no se subió al maldito coche; en vez de eso, se acomodó contra mi hombro y la abracé. La oí suspirar reiteradas veces mientras comenzaba a relajarse. La tomé de la mano y la ayudé a entrar en el coche; esta vez lo hizo, y me subí con ella mientras las palabras de mis hermanos hervían en mi cabeza. No podía dejar de pensar en Triz, en Looper, en todo lo que había vivido. Inconscientemente acaricié sus manos heladas y, por primera vez en la noche, sopesé la idea de que ella fuera mi compañera.
Furcht había dicho: No estás solo.
Hass se marchó con el tipo antes de que pudiera darme el gusto de golpearlo. Se contactó conmigo mentalmente y se dirigió hacia nuestro apartamento. No estaba lejos de lo de Laicot y era un sitio protegido por la S.A., así que todos los ojos habrían estado vigilando en el caso de que algo raro hubiera entrado. Era el sitio más seguro para interrogar al brujo y donde podríamos hablar.
—¿Adónde vamos? —me preguntó ella al cabo de unos minutos.
—Hass quiere que diagramemos un plan —murmuré.
—Está bien.
Carim no habló durante el resto del camino, y se dedicó a acariciarme el cuello, de forma calma y pacifica, como si fuera más una caricia dedicada a mi lobo que a mí.
—Lo lamento, Leiden —susurró, y la miré mientras se volvía a acomodar, pero su mirada está perdida en la lejanía.
—Lo sé —murmuré volviendo la vista al frente—. Yo también lo siento. —Antes de poder decir algo más entré en el estacionamiento y me detuve junto a mis hermanos.
Subimos al ascensor apiñándonos, y entramos en el departamento que ninguna hembra conocía.
—¡Lamento el desorden! —murmuró Furcht tomando unas latas de cerveza vacía.
—Sí, no solemos recibir, ya sabes, mujeres aquí —susurró Hass mientras tomaba un par de cajas de pizza.
Carim se detuvo en la puerta observándolo todo.
—Creo que deberíamos haber buscado otro sitio —dije sonriendo al ver el andar desquiciado de mis hermanos.
—Bueno, a su favor debo decir que cuando mis hermanas y yo vivíamos juntas solíamos hacer desastres como estos.
—No lo creo —farfulló Hass—. Pero gracias por intentar hacernos sentir mejor.
—Menos sucios deberías decir —añadió Furcht, y largué una carcajada cuando las mejillas de Carim se pusieron rojas.
—Siéntate por aquí —dije haciéndole espacio en el sillón.
—Primero creo que debería… vestirme. —Ella aún llevaba mi chaqueta.
—Claro, lo lamento. —Hass le tendió la ropa—. El baño está por ahí. Y antes de que entres recuerda que no recibimos muchas visitas.
Solté una carcajada al ver la cara de espanto de Carim, y levanté los hombros intentado darle aliento.
—Creo que debemos pensar qué haremos con él —dijo Furcht mirando al brujo, que estaba amordazado y atado en un rincón de la sala.
Mientras tanto Hass seguía juntando mugre y arreglando todo como un poseído.
Ella volvió unos minutos después. Debía admitir que aun ahora parecía desnuda.
—No me miren así, no es como si fuera la primera vez que vieran a una de las chicas de Laicot.
Apartamos la mirada al instante. Me senté en el sillón, y debí admitir que la limpieza había dado sus frutos. Ella se sentó tan pegada a mí como pudo y eso reconfortaba al animal en mí. Le pasé el brazo sobre el hombro y la atraje aún más sintiendo que su calor se filtraba en mí a través de la ropa y que su cuerpo se acomodaba al mío como si hubiéramos sido diseñados para encajar, Aún podía sentir aquel aroma mezclado con su perfume… y deseé poder bañarla hasta que no quedara rastro de aquel maldito, pero no había tiempo.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Será mejor que nos larguemos de aquí porque necesito llevar a ese a la S.A. e interrogarlo. Estoy seguro de que Zander y Nicolás querrán quitarle hasta la última silaba —dijo Hass en modo operativo de asesino—, pero tú necesitas volver a lo de Laicot. —Hass señaló a Carim que parecía hacerse más pequeña con aquel dedo apuntándola. Después se levanto y comenzó a revisar sus armas.
—¡No! ¿Por qué? —preguntó Carim con la voz entrecortada, mientras me tomaba del brazo.
Mi instinto me llevó a consolarla, así que le di un beso rápido en los labios; ella debía temer y no la culpaba.
—Porque —dijo Hass girándose para verla— simularás que el tipo no está muerto.
—… Y nos darás tiempo. Necesitamos sacarle todo lo posible antes que alguien se entere y cambien la ubicación del sitio donde sea que estos malditos se reúnen. Por lo que sé, son varios, al menos es la información que pude recopilar de la mente de Leiden —Furcht sonrió.
—¿Siempre revisas su mente? —preguntó ella olvidando el tema del que hablábamos.
—Solo a veces —murmuró de forma maliciosa Furcht—. Piénsalo, Carim —murmuró esta vez añadiéndole un poco de compasión. Carim tragó con fuerza ante las palabras de Furcht—. Puede que haya muchos más niños, como el que se llevaron hoy.
Aquellas palabras me recordaron por qué estábamos aquí y que había sucedido.
—Tienes razón —afirmó Carim y se enderezó un poco, recobrando la valentía y me enorgulleció verla enfrentar la situación con todo el poder que podía—. Gracias por traerme la ropa, y lamento haberte golpeado, ¿de acuerdo?
—No te preocupes por eso —Furcht le regaló una sonrisa torcida que logró relajarla un poco—. Tú encárgate de darnos un poco de tiempo, ¿está bien? Imaginamos que el tipo no se comunicará con nadie en horas, por lo que no lo extrañarán por un tiempo. Por cierto, creemos que puso algo en tu bebida, alguna sustancia que solo puede afectarle a los oscuros, así que ten cuidado.
—Creo que es el mismo que estuvo en mi edificio —añadí.
—Sí, este llevaba un pentágono sobre su pecho; debía de ser el otro, el que escapó —apuntó Carim asintiendo con vehemencia.
—Entonces, ¿tenemos un plan? —pregunté mirándolos a los tres.
—Sí —dijo Carim resuelta y sonrió. La gata miedosa y asustada ha dejado lugar a la asesina que tanto adoraba.
—Iré primero —dije—. No se creerán que lleguemos casi juntos. Tenemos que darte dinero…
—No, él tipo pagó con anticipación.
—Sabía que serías buena, ¿eh? —preguntó Furcht guiñándole el ojo y logró que ella volviera a ponerse colorada.
—No lo creo, solo que es un arrogante. Cuando me llevó allí, me dijo que tenía buena piel, que seguramente mi sangre sería pura, porque no había nada que intoxicara a los cambiantes. También me dijo que, por cómo luchaba, tendría órganos fuertes, y que su jefe le pagaría muy bien por eso.
—¿Su jefe? ¿Qué más dijo?
—Solo eso. Luego sacó un cuchillo de la mesilla de noche y tomé el mío y se lo clavé. Cuando cayó de lado me subí sobre él, e intenté ahorcarlo o mantenerlo quieto mientras el veneno paralizante del arma lo inmovilizaba, y, bueno, saben cómo sigue… Ahí entraron ustedes.
—Después de que todo esto pase, quiero saber dónde conseguiste ese cuchillo —apuntó Furcht.
—Bueno, eso deberás preguntárselo a Sal.
—Bien —susurró Hass listo para seguir y completamente armado—. Manténganse en contacto. Tú —dijo tomando la mano de Carim—, no más salidas esta noche señorita, ¿de acuerdo?
Fue gracioso oírlo, pero contuve la carcajada, pues le habló como le habla un padre a una niña. Ella asintió y se llevó dos dedos a su boca y luego los levantó.
—Lo prometo, palabra de asesina.
—Gracias cariño. Llamaremos un taxi, y ella se irá unos diez minutos después de que Leiden llegue allí —añadió Hass—. Yo me iré con el tipo este.
—Yo me quedaré contigo, Carim, tranquila. —Nos levantamos lentamente y bajamos.
Hass cargó al brujo sobre su hombro y lo metió en el maletero. Carim miró detenidamente a Furcht dudando y luego a mí.
—¿No habrá problemas? —preguntó ella mientras miraba a Furcht que le daba un puñetazo a una columna de hormigón sin siquiera inmutarse.
Su nerviosismo era normal. Cualquier ser con un poco de autopreservación buscaría estar lejos de mi hermano, y más aún cuando se veía tan cabreado. Sin embargo, lo conocía demasiado como para saber que se forzó al máximo al sonreírle a Carim, tan solo para tranquilizarla, y eso me agradó. Furcht podía ser muchas cosas, pero nunca trataría mal a una hembra.
—Tranquila —le acaricié los hombros con dulzura captando su atención nuevamente—. Furcht nunca, pero jamás, lastimaría a ninguna mujer…, créeme, es el más seguro de nosotros. Estoy completa y auténticamente seguro de que saltaría enfrente de cualquiera que quisiera atacarte. Te veré en el club. Habla con tus hermanas y con Nicolás; estoy seguro de que mis hermanos le han informado del plan, pero le agradará escuchar tu voz. —Le di un beso rápido y me monté al coche. Furcht llegó a su lado y asintió como un soldado, con un claro mensaje de que la protegería como fuera.
—Ve con Vatur, Leiden…, la cuidaré, incluso cuando se marche en el taxi.
—Gracias, te veré luego gatita, no más «no bailes por hoy».
Ella bufó y sonreí. Agradecí a mi hermano mientras comenzaba a conducir el coche hacia la salida y de allí al club.
Sabía que no permitiría que nada le sucediera y eso era lo más seguro que ella podría estar. Estaba seguro de que no permitiría que ni Looper pudiera tocarla y esa seguridad me reconfortaba.
Ahora teníamos un plan. Más de uno.
—No estás solo Lei, Looper pudo con un niño y ya no eres ese niño. Además, el niño tiene dos hermanos mayores que adorarían meterle un palo por el culo y cortarlo en pedacitos después de asarlo. Así que, tranquilo, estamos aquí…
No reconocí la voz, era una mezcla de dos voces; no, mejor dicho, eran tres voces mentales: parte de los pensamientos de Hass y Furcht, mezclados con una nueva voz que se les unió: Zander. Él también estaba allí, y tenían razón, yo, yo ya no era ese niño.