17

En cuanto Hass me lo dijo, no podía creerlo.

—¿A dónde se ha ido? —grité.

Un tipo la sacó de aquí, no parecía estar bien. Furcht vuela sobre el coche en el que se han ido, yo la sigo en el coche unos metros más atrás. Se la llevó, Leiden, ella no nos reconoció, pero su mirada nos dijo que sabía que algo no iba bien.

Aquellas palabras hicieron que un nudo se me formara en el estómago. No podía ser cierto. ¿Cómo había podido llevársela? ¿Cómo la habían convencido? Estaba seguro de que Nicolás la mataría si supiera lo que ella estaba haciendo. Él había sido muy claro: Carim debía permanecer dentro del local, la investigación se llevaba allí. Lo único que podría haber hecho que ella desafiara esa orden era que creyera que lo había encontrado. ¡Mierda! Ella debió de percibir algo más, algo que los demás no vieron, que mis hermanos no notaron.

Golpeé el volante del coche con los puños mientras comenzaba a seguir la ruta que Hass me había transmitido a través del lazo, y por lo que podía ver a través de sus ojos, me encontraba cerca.

—Han bajado —susurró Furcht mentalmente—. Ella no está bien, le ha hecho algo, no se qué. No pudo hacer nada en el club sin que lo viéramos, Leiden…, lo lamento. —La voz de Furcht se impregnó de malestar y paladeé su enojo.

—Lo sé —respondí automáticamente. Ellos nunca la hubieran dejado ir si hubieran percibido algo más.

Detuve el coche unas calles antes del edificio y me dispuse a correr. Hass escondió su coche en un callejón, y noté la tensión en cada una de sus fibras: su instinto lo llevó a revisar cada rincón en las afueras, pero no halló nada.

Furcht había descendido en el techo, había cambiado casi en el aterrizaje y ahora entraba por la azotea.

Mi mente se dedicó a mantener mis músculos en marcha, y fantasear en diversas formas de matar al hijo de puta.

—¿Leiden…? —Hass tocó mi hombro antes de que pudiera entrar al edificio. Era un sitio oscuro, casi parecía abandonado: los pisos estaban gastados y las paredes debían añorar los años en que habían visto por última vez un rastro de pintura fresca. Las lámparas despedían una luz que hacía ver todo apagado y color sepia, un horrible sepia—. ¿Estás seguro?

Lo miré extrañado. ¿Qué quería decir con que si estaba seguro? Ella estaba en peligro, ¿no?

—¿Seguro de qué? —gruñí.

—Que es ella.

—Yo no estaba allí. ¿Cómo demonios voy a saberlo? —repuse furioso.

—No es eso a lo que me refiero…, lo que quiero decir, es si estás seguro de que es tu pareja.

Cuando las palabras salieron de la boca de Hass, mi estómago se anudó.

¿Si estaba seguro? No sé, tal vez, nunca había sentido a mi lobo ser tan posesivo con ninguna otra hembra.

¿Si era mi pareja? ¿Cómo saberlo? Me había negado a buscar una por la cual sentir algo, a la cual exponer a una muerte lenta por parte de Looper.

Había pasado por millones de brazos, pero nunca unos que me acurrucaran en la mañana, nunca nadie que se quedara a mi lado más que las horas que pagaba para ello.

—No lo sé —admití dejando al desnudo todos mis miedos. Mi hermano me estudió con detenimiento—. No.

—Si ella está con ese tipo y la está pasando bien, no podemos tocarlo, ¿lo entiendes verdad? —susurró con cuidado, y apreté los dientes aún con las imágenes frescas de los recuerdos contaminando mi sistema. Hass puso una mano en mi hombro—. Lo sabes, ¿cierto? Si fuera tu compañera no habría problema, pero dado que dices que no lo es…

¡Lo es! —afirmó Furcht a través de nuestras mentes interconectadas—. ¡Admítelo, maldito perro cobarde! ¿Qué esperas para admitirlo?

No necesita un buen oído, o vernos, sabía lo que estábamos haciendo y hablando como si fuéramos un solo cerebro.

Los elementales estamos unidos por una misma conciencia, una misma mente. Un mismo corazón, todo eso en tres cuerpos, uno que aportaba el poder del cuerpo, otro el poder de la mente y el tercero era la balanza que mediaba entre ambas partes.

Tres seres con una misma mente.

Vamos a buscarla, Leiden, quieras o no —siseó Furcht—. No me importa cuantos recuerdos estén rondando por tu mente ahora, y no me importará cuando la saque de allí, porque en el fondo sabes que no puedes mentirnos, y si dejamos que esa carroña la toque, deberé escucharte maldiciéndote por décadas. Juro que puedo luchar con el pasado, cuando no estuve allí para ayudarte, pero no me cruzaré de brazos a verte sufrir cuando estás cerca, hermano. Así que decide, porque Looper no podrá tocarlos, esa es mi promesa y la firmaré con sangre si eso te da un poco de paz. Y, por una reventada vez, deja de hacer lo que tu cerebro te dicta para escuchar a tu estúpido corazón de lobo, que parece que fuera a partirse en dos, así que…, ¿entran? O iré solo. Porque no se veía bien cuando la sacó de allí y, sea tu pareja o no, no dejaré que la lastime. No permitiré que la mutile como a las otras. Y no permitiré que te lastimes por el resto de tu condenada existencia, ¿oíste?

Dicho eso, lo único que sentí, fue a mi cuerpo tensarse y, antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba corriendo por las escaleras, mientras Hass subía por el ascensor. La desventaja física del íncubo solía molestarle, por lo que se limitó a subir por el medio más rápido para él. Furcht bajaba por las escaleras desde la azotea; tan solo unos pisos lo separaban de Carim.

Están en el séptimo piso —nos informó Furcht mientras sentía su impaciencia, ya que se encontraba junto a la puerta. Por sus ojos podía ver que estaba frente a ella, aunque no oía mucho— maldición, apúrense o entraré solo, arrancaré la puerta

Espéranos —sentenció Hass—. ¿Oyes algo?

No, el maldito debe de tener la habitación sellada.

Mi teléfono sonó cuando mis pies tocaron el quinto piso y volví a concentrarme en mi propia mente abandonando la de mis hermanos.

¿Qué pasó? —La voz de Nicolás era aún más alarmada que la mía—. Sal y Eva están saliendo en su búsqueda. ¿Dónde está?

—Se fue con un tipo, estoy a un piso de ella. Nicolás, contacta con Zander, él puede guiarte. Debo irme, la vida de Carim está en riesgo —colgué sin importarme nada.

Nicolás podría darme un castigo por este comportamiento: podría alegar insubordinación, rebeldía, cualquier cosa que se le diera la maldita gana, pero sería luego, ahora solo importaba llegar.

Pisé el séptimo piso y vi a Furcht tenso y apretando los puños; el odio y el dolor disparados en su cuerpo agarrotándolo como un arma. La puerta del ascensor se abrió mientras Hass saltaba fuera, y escuchamos un grito.

Sin pensarlo, Furcht pateó la puerta, que se desprendió de sus bisagras. Lo aparté a un lado y entré cegado por la furia. El olor impactó en mi rostro como una ola gigante. Vi el cuerpo de Carim recortado contra la luz de las velas. Ella estaba a horcajadas sobre el tipo. Me mordí la lengua y fui hacia ella. Furcht ya estaba del otro lado listo para lanzarse a cualquier cosa cuando llegué a la derecha de Carim, que tenía sus manos sobre el cuello del tipo. La empujé de lado y mi hermano la agarró en el aire y la apartó.

—¡Suéltame! ¡No! ¿Qué haces, qué quieres?

La oí gritar pero no tenía tiempo para ella ahora. Le di un puñetazo al tipo que se movía con lentitud. Era un brujo, lo sabía, podía sentir aquella energía recorriendo mi piel y a mi lobo mostrando los dientes. En un instante Hass me apartó a un lado. El tipo parecía no moverse muy bien y mientras mi hermano me señaló a Furcht, que estaba tratando de sostener a Carim mientras esta le caía a golpes.

Mi hermano trataba de esquivarla, de someterla sin infringirle daños, pero le era imposible mantenerla quieta, por lo que me decidí a buscarla. Caminé con paso firme hacia ella.

—Háganse cargo de él —le gruñí, y en ese momento vi que Furcht soltaba a Carim, que parecía atontada. La apresé contra el muro inmovilizándola e instándola a que me mirara.

El odio rasgaba mi lengua deseando gritarle lo que sentía, lo que pensaba. El coraje que me habían infundido mis hermanos al confesar que la defenderían, y aquí estaba ella, los colmillos luchaban por salir. Sentía mi rostro palpitando por el cambio, y cuando ella me vio, sus ojos se abrieron por completo, en una mezcla de miedo y sorpresa que no me detuve a entender. Pero, por su mirada sabía de qué color eran mis ojos; mi nariz había sido remplazada por un hocico animal y las garras comenzaban a rasgar mis manos.

—¡Solo bailabas! ¿Eh? —gruñí sin saber si las palabras habían sonado como lo pensaba.

—No es, no es lo que piensas, Leiden —gimoteó.

Y me detuve ante sus palabras, pues parecía contrariada. Mis ojos viajaron por su cuerpo. Apresada contra el muro parecía diminuta, tan chiquita como las prendas de encaje que llevaba puestas, y eso me hizo chasquear los dientes.

—Claro, lo veo —le respondí con ironía. Con furia y con diez mil putas emociones que no sabía como manejar.

Ella llevaba solo ropa interior de encaje que dejaba traslucir sus pezones y unos pequeños rizos entre sus piernas. La misma que le había quitado horas antes. Aquello solo logró que gruñera desde el centro de mi alma.

—Mira esto no es lo que… —sin querer pensar en nada más, la tomé del brazo y la jalé fuera mientras escuchaba gemidos sordos de los golpes y preguntas de mis hermanos.

No podía quedarme allí o lo mataría, y nadie puede matar sin pruebas, ¿cierto?

Además lo necesitábamos; si aquel tipo sabía algo se lo sacaríamos a golpes. Incluso podría ser el mismo con el que había luchado horas antes, el que se había llevado al niño que aún no habíamos encontrado.

La metí en el ascensor bruscamente, y me quité la chaqueta para cubrir su desnudez. Aún era de noche y no habría nadie en la calle que pudiera verla, pero tampoco la dejaría así, al menos merecía eso. Envié una orden mental y les pedí a mis hermanos que fueran a buscar su ropa; la necesitaría.

Nunca ultrajaría a ningún ser, no de ese modo; sabía en carne propia la vergüenza que se sentía cuando otros te veían sabiendo que habías sido usado de un modo tan carnal que dolía.

Dentro oía como latigazos parte de la conversación que mantenían mis hermanos con aquel tipo. ¡Maldito sea! Se había salvado de una muerte lenta. Mi lobo retrocedió devolviéndome mi forma humana.

Carim se colocó mi chaqueta mientras me observaba. Por el rabillo del ojo pude notar que quería decirme algo, pero no estaba listo para enfrentarlo, por lo que seguí mirando al frente sin enfrentarla.

Era una gata ¡maldita sea!

¿Qué tan jodido podría ser mi destino como para emparejarme con un hembra de otra especie?

¿Eran fieles como los lobos, o simplemente se liaban con unos y otros?

¿Acaso tenían un solo amor?

¿Sentían amor por sus parejas?

¿Se emparejaban de por vida como los míos?

No lo sabía. Tragué con fuerza y me dediqué a pensar en otra cosa, aunque me fue imposible con ella tiritando a mi lado.