Recompuse mi actitud y volví a caminar hacia la barra. Me acomodé en la silla que está a su lado y, ni bien volteó a verme, lo sentí.
Aquel aroma… lo había sentido antes.
Maldito cerebro, parecía embotado. Hoy no había forma de que procesara más de una orden seguida. ¿Qué pasaba conmigo?
—¿Cómo te llamas? —Su voz era un siseo siniestro, que hizo que se me erizara la piel y que la gata gruñera.
—Camille —respondí modulando mi voz, mientras escrutaba sus ojos que estaban casi cubiertos por unos mechones de cabello, por lo que, sumando la penumbra en la que se encontraba, no podía ver mucho de él, pero no hacía falta. Algo en mi interior comenzó a alborotarse: esto no está bien. Él no era de los buenos.
—Soy Sabine… —extendió su mano y respondí del mismo modo. Maldije en silencio cuando no logré que mis manos dejaran de temblar, y pensé en qué demonios haría esta noche; ni siquiera sabía por qué había aceptado. Él tomó mi mano y besó mis nudillos. Cuando creí que me soltaría, retuvo mi mano y pasó su lengua lentamente por mi palma, como si me probara. Noté que cerraba los ojos, como si me ¿degustara?… ¿Qué buscaba? ¿Mi sabor?
Algo en mi instinto de asesina se disparó y comencé a analizarlo. Él podía ser la clave para toda mi investigación, no solo para alejarme de Leiden, sino también para evitar más muertes. Nicolás nos había mostrado varias fotos y no lucían bien, y quien fuera que las mataba gozaba haciéndolo. Aquellas mujeres estaban siendo mutiladas y era el deber de la S.A. hacer algo y yo había sido entrenada para estas situaciones, así que con la convicción en alto sonreí.
—Toma una copa conmigo —dijo arrastrando un vaso hasta de mí. No quería beberlo, y algo en mi intuición me decía que huyera, pero no podía hacerlo, debía saber qué pasaba con este tipo. ¿Por qué ninguna otra se había ofrecido a ir?
Definitivamente algo ocurría y debía averiguarlo.
—Me han dicho… —murmuré de una forma melosa, mientras acariciaba su pierna— que buscabas a Carrie. —Con mi mano libre tomé el vaso y tomé un trago corto. Sus ojos siguieron el movimiento de mi garganta, y esbozó una sonrisa torcida que envió un escalofrío a mi columna. Paladeé el sabor del líquido que se derramaba por mi garganta y no pude sentir nada diferente: era alcohol, esta vez lo bastante puro como para marearme.
—Pero ella no está, ¿cierto? —afirmó mientras una de sus manos corría un mechón de mi cabello.
Esta vez su boca estaba más cerca de mí y volví a sentir aquel aroma.
Lo conozco, lo he sentido, pero dónde.
¡Maldito cerebro, funciona!
—No —dije juguetona bamboleándome para que mis pechos se notaran—, por eso me han enviado. —Di otro sorbo mientras sus ojos se detenían en mis pechos.
—Da una vuelta para mí —dijo.
Me bajé lentamente sintiendo que el alcohol comenzaba a hacer mella en mi sistema y casi tropiezo al bajarme de la silla. Cuando comencé el giro noté como los tipos de la mesa me miraban extrañados. Había algo intranquilizador en sus ceños fruncidos.
Quería pedir auxilio, no sé, preguntarles si tal vez lo conocían, algo…, pero saber que me estaban viendo me tranquilizaba, había testigos. Y los asesinos no dejaban testigos, ¿cierto?
Cuando terminé el giro, nuevamente lo enfrente. Él tomó una mecha de mi pelo y lo olió; sus labios estaban a centímetros de mi mejilla.
—Servirás —susurró y se puso de pie. Mi corazón comenzó a martillar contra mis costillas como si fuera a salirse de mi pecho. ¿Servirás? ¿Qué es lo que había percibido en mi cabello? ¡Qué demonios!
—Termina tu trago —ordenó.
—Estoy bien —intenté decir, aunque mi boca no parecía funcionar normalmente.
—Bébetelo —dijo esta vez con mucho más dureza. Tragué con fuerza y bebí el último trago ante su mirada rigurosa, obligando a mi garganta a aceptar el líquido—. Buena niña —susurró.
Me levanté intentando tomar el control pero no lo logré. Estaba dicho que había puesto algo más que alcohol a mi bebida. Di dos pasos y trastabillé de nuevo, y su mano me tomó del codo y me sostuvo erguida. Levanté la vista hasta su rostro para sonreírle y fue cuando noté por primera que todo parecía dar vueltas.
¿Qué era esto?
Me había drogado y ya no había modo de volver atrás. Tampoco sabía si contaba con las fuerzas suficientes como para evitar que me arrastrara hasta afuera, y parecía que nadie del lugar notaba mi situación. Buscando todo el autocontrol con el que me había entrenado puse un pie delante de otro obligándome a reunir fuerzas. No importaba cómo podría manejar esto, pues las drogas no hacían el mismo efecto en los humanos que en los oscuros. Estaba segura de que un poco de aire me vendría bien y estaría lúcida de nuevo en cuanto mi sistema procesara la droga. Debía hacer esto, mi instinto me decía que estaba cerca de descubrir al asesino, necesitaba ir.
Tenía que hacerlo. Además, si no iba, la próxima en la lista era Eugenia y puede que no la conociera desde hace mucho tiempo, pero no la dejaría en manos de este tipo. No importaba qué tan bien se viera o se moviera, era siniestro y terrorífico, y Eugenia era de las humanas que nunca habían conocido el mal que yo había visto, y esperaba que siguiera así.
Tomándome más fuerte por el codo me ayudó a caminar.
—Vamos —dijo y comenzó a jalarme hacia la puerta. Inconscientemente, miré hacia la mesa donde habían estado aquellos hombres, pero no había nadie. Intenté abrir el vínculo con mis hermanas pero el mareo parecía impedir que mis neuronas funcionaran con rapidez. Deseé poder avisarle a Leiden; alguien debía ser testigo de que me marchaba de allí, y dudaba que mis hermanas pudieran verme con el lazo tan estrecho.
El trayecto hacia la puerta fue nebuloso, y me moví procurando mantener un paso firme y controlado. Un pie detrás del otro, un pie y el otro. El aire nocturno me dio una bocanada de alivio, percibí el frio de la noche y tirité. Él se adelantó unos pasos y abrió la puerta del coche para que entrara.
Me subí lentamente. Definitivamente, el aire no había mejorado la cosa, y pensé que cuando viera a Sal le diría que lo suyo era solo un mito, que el aire no mejoraba nada. Sonreí en silencio y algo en mi interior tembló: se lo diría si es que volvía.
Intenté parecer calmada mientras lo oía subir al coche y ponerlo en marcha. El mareo parecía incrementarse, y mi sistema no lograba procesar los narcóticos. Me froté el estómago con fuerza instando a mi cuerpo a mejorar; tal vez fueran los nervios, tal vez no fuera nada.
No debe de ser nada, me dije intentando calmarme pero algo en esta situación no estaba bien. Intenté con el lazo nuevamente pero cada fibra de él parecía estar envuelto en la nebulosa en la que estaba sumergida.
No habló mientras el coche se movía por la cuidad. Se detuvo en una zona oscura, y atisbé un poco de lo que nos rodeaba, pero parecía alejado de las intensas luces de la ciudad; básicamente no sabía dónde cuernos estaba. ¡Genial Carim, genial!
Lo oí abrir la puerta, pero la neblina de mi mente parecía ocupar todo. Ahora no solo mis sentidos estaban embotados, sino también mi visión. Debía salir de esto como fuera. ¿Me dejaría ir si le vomitaba? No sería fino, pero al menos podría largarme y volver cuando estuviera alerta.
La puerta de mi lado se abrió y él simplemente me sacó de allí jalándome del brazo.
—¿Dónde estamos? —pregunté intentando lucir relajada mientras me apoyaba en su cuerpo para estabilizarme. Me rodeó los hombros con el brazo y me apretó.
—En mi casa, ¿dónde más? —susurró contra mi cabello.
—Tú casa —jadeé—. Excelente…
Subimos en el ascensor, lo que hizo que me sintiera aún peor. Cuando miré hacia él, noté que me observaba con detenimiento.
—¿Qué te gusta hacer? —pregunté intentando desviar su mirada, mientras pestañeaba varias veces buscando aclararme la vista.
—Jugar al gato y al ratón…
—Oh —tragué con fuerza—. A mí también me gusta jugar.
—Lo imagino, serás una linda presa —murmuró sombrío.
Lo escruté con severidad; bueno, al menos lo intenté aunque dudaba que luciera fiera, ya que con una mano me sostenía contra la barandilla y la otra me tomaba el estómago. Él sonrió, y corrió los mechones que caían sobre sus ojos, y por primera vez logré ver sus ojos. Eran rojos, rojos como la sangre; su boca se tornó en una mueca diabólica que me hizo retroceder un paso apretándome aún más contra la cabina. ¿Cómo demonios hacía Carrie para estar con él?
Salimos a un pasillo largo y deshabitado, y me condujo hacia una puerta al final del pasillo sin decir una palabra.
En ese instante me di cuenta de que no había marcha atrás e intenté contactar con mis hermanas nuevamente en una búsqueda desesperada. Examiné el lazo, pero no quedaba nada; era como si la enorme soga que nos ataba, se hubiera deshilachado y solo quedaba una hebra.
El pánico me tomó por primera vez en mucho tiempo desde que era una asesina. Lo sentí, lamiéndome la piel y sonriéndome con malicia. Sentí como la soledad se estrellaba contra mí, recordándome por qué siempre éramos tres elementales, y como cada una infundía algo a la otra, algo que no poseía. Pero aquí estaba sola como una cachorra indefensa a la que le han rapado el pelaje.
Posó una mano en mi hombro y me empujó hacia adentro. El lugar era oscuro y apestoso, y había una luz amarilla impregnándolo todo, haciéndolo más tenebroso.
Intentando interpretar mi papel, me giré y me pegué contra su cuerpo mientras buscaba uno de los cuchillos en mi muslo pero no logré tomarlo. Él me envolvió con sus brazos que parecían hierros enormes mientras me hacía retroceder sin dejar de observarme. No logré ver hacia dónde me empujaba, pero de pronto mis pantorrillas chocaron contra algo frio.
Me soltó de golpe y me empujó de tal forma que caí de espaldas sobre una superficie mullida. ¡Por la diosa, era una cama…! El pánico me envolvió dejándome sin aire, y no podía mirarlo sin largarme a llorar. En vez de eso, me concentré en observar el sitio donde estaba atrapada, pues, si moría, estaba segura de que las Aminas podrían recuperar mis memorias y encontrarlo. Al menos pagaría por mi muerte.
Vi unas velas rojas y negras encendiéndose de la nada, y estaban por todos lados, alrededor de la cama y en los muebles. En la pared había los huesos de un animal con astas y dos cabezas colgando casi encima de la cama; dibujos y pinturas que no podía descifrar, y más velas… Levanté mis ojos hacia él, y noté que comenzaba a quitarse la camisa. Entrecerré los ojos concentrando mi vaga atención en cada detalle de su cuerpo, y fue ahí cuando lo entendí todo de golpe: tenía un pentagrama sobre su corazón.
Eso era, todo aquel lugar poseía el mismo olor que él, el aroma rancio de la lastimadura de Leiden… Olía a Wicca.
¡Oh, demonios, él pertenecía al The Craft!