Ni bien pisé la entrada del local, busqué el poder de mi gata para enfrentarme a lo que venía. Algo no olía bien, no sabía qué, pero el instinto o la intuición femenina, llámenlo como quieran, eso, me advertía que algo no estaba bien. No había sabido nada de mis hermanas por un buen rato, y Leiden llegaría más tarde, y comenzaba a sentirme sola.
Era una imbécil. ¿Cómo cuernos había pensado que podría sobrevivir a esto lejos de mis hermanas, sin Leiden?
Básicamente estaba insegura de todo, de mí, de mis sentimientos, de mi necesidad…
Diosa, ayúdame, supliqué, esto era mucho, nunca antes me haba sentido así.
Necesitaba alejarme de él.
Urgente. Y la única forma para lograrlo sería acabando con este trabajo, luego podría olvidarme de todo, de las palabras de Vívika, de las caricias de Leiden, todo quedaría atrás.
Sí, claro, murmuró mi gata y erizó los pelos de la columna.
Joe me dedicó una amplia sonrisa al entrar, y me dirigí a la zona donde nos cambiábamos. De pasada observé que el lugar estaba más lleno que otros días, había tres bailarinas en los caños, y las mesas estaban casi todas ocupadas. Ni bien entré, me encontré a Eugenia retocando su maquillaje.
—¡Camille! —Me saludó con mucho entusiasmo, y deduje que sería por el hecho de que ella era una de las que defendí el día de ayer—. Que bueno que viniste…, hoy estamos repletos. —Me acerqué a ella y dejé mi bolso. Eugenia se giró y me dio un fuerte abrazo antes de salir pitando por la puerta. Le eché una mirada a la máscara que cubría mi rostro, que tapaba las nauseas, y mi necesidad de salir corriendo. Todo estaba en orden, la mujer frente al espejo sonreía y era sexy, no se comparaba con la aterrorizada hembra que se escondía tras el disfraz.
Mejor así, me dije.
Decidida a terminar con esto lo más rápido posible, salí directo hacia las mesas. No pasaron ni cinco minutos, que dos tipos llamaron. No creía haberlos visto ayer, así que puse toda mi atención en ellos. Lucían cansados pero no pertenecían a la clase baja, tenían ropas finas, y parecían modelos de televisión.
Los conocía.
Pero ¿de dónde? Un recuerdo quiso atravesar mi mente pero no había logrado nada. Así que tomando coraje llegué hasta su mesa. Me sonrieron y les devolví la sonrisa, y uno de ellos me hizo señas para que me siente frente a ellos. Creí conocerlos de algún lado, tal vez de la pelea de ayer, eché un vistazo a Joe pero este no pareció molesto. Y definitivamente no olían a mofeta.
El más alto de los dos parecía relajado, llevaba una fina pelusa de barba que no debía de ser más de un día; sus rasgos eran angulosos, su nariz refinada y sus ojos penetrantes. Llevaba una camisa color plata que resaltaba su cabello rubio que caía hasta llegarle a los hombros; estaba desabrochada en los últimos botones mostrando parte de su piel, la cual haría sucumbir a cualquier hembra; además de un aura de «peligro» que parecía pender sobre su cabeza. El otro estaba tenso, miraba alrededor evitando mirarme, tal vez no fuera su «tipo» de chica. También era rubio, pero llevaba el cabello corto, con algunas tiras más claras; sus rasgos eran más dulces, aunque no había nada dulce y tierno en su cuerpo: su brazo podía fácilmente hacer tres de los míos; parecía un modelo, su piel era de color bronceada, llevaba su piel lisa, sin barba.
¿Serían bisexuales en búsqueda de un trío?
—Hola, chicos…, mi nombre es Camille.
—Hola muñeca. ¿Quieres una copa? —dijo y la acepté mientras intentaba descifrar de dónde los conocía.
—¿Vienen siempre por aquí?
—Siempre —afirmó el que hasta ahora no me había hablado.
—¡Oh! Soy nueva, lo lamento —me excusé intentando mantener su atención.
—Lo sabemos…
Un nudo se formó en mi garganta. ¿Cómo mierda todo el mundo sabía que era nueva?
—¡Oh! —debía ser eso. Los había visto ayer. La copa llegó para calmar mis nervios. La tomé sonriente mientras la chica me dio un guiñó rápido de aliento. Laicot me había dicho que la mayoría de las veces que los clientes pedían alcohol para ellos y las chicas, las camareras y el barman se encargaban de que quedara del mismo color sin tanto alcohol para nosotras por lo que debía vigilar mi vaso, al final de cuentas a nadie le convenía que estuviera borracha—. Se ven guapos, ¿acaso tienen pareja?
—¿Por qué, nos darías un baile? —Me atraganté e intenté mantenerme firme y sonriente.
—No puedo hacer eso. Por ahora.
—Sé que has dado un baile, ayer… —dijo el que parecía más hablador. Lo escruté nuevamente e intenté hablar, pero él me frenó.
—Furcht, déjala en paz…
—Sí solo estamos hablando, ¿no, cielo? —me susurró sonriendo de lado.
Estaba segura de que más de una hembra había perdido sus tangas por una sonrisa así.
—Sí, claro. ¿Cómo es qué…? ¿Por qué piensas que di un baile? Yo nunca he dado un baile… —afirmé e iba a preguntar más cuando Laicot me tocó el hombro.
—Lo lamento chicos, necesito un minuto a Camille. —Me arrastró cerca de la barra y se acercó tanto a mí que me respiraba en el oído—. Necesito un favor. Carrie no ha venido hoy a trabajar y llamó un cliente, es un cliente fijo y pidió a Carrie y, como verás, no tengo a quién enviar y pensé que tal vez tú pudieras ir.
—¿Por qué yo?
—Pues, porque sabes defenderte —murmuró y la miré desconfiada, la estudié un momento pero su sonrisa terminó por convencerme.
¡Vamos miedosa, es solo un viejita!
—¿Qué piensa Eugenia de esto?
—Está de acuerdo si tú lo estás; ella, bueno, no le gusta salir de aquí —dijo levantando los hombros. ¿No le gustaba salir? ¿Por qué? Según sabía por los informantes las salidas eran más caras y las bailarinas cobraban más de la mitad por ello—. Carrie es la única que lo hace, y no tengo a nadie. ¡Por favor!
—Bien… —dije a regañadientes simulando mi interés. Algo no estaba bien, pero tal vez era la pista que había estado rogándole a Vatur para alejarme de Leiden.
Sí. Sería un buen modo de alejarme de Leiden, de mi necesidad. Además, admitámoslo, si el tipo no era alguien implicado necesitaba un macho, cualquier macho. Alguien debía cortar con esto y debía ser yo, no importaba lo que Viv hubiera dicho…, no importaba. Lo único seguro en mi vida eran mis hermanas. Además, no sería la primera vez que me acostaría con un hombre que no conociera.
—¿Dónde debo ir?
—Oh, no, no, no, allí está, junto a la barra, ve con él y habla un poco, si lo convences y le gustas te llevará con él.
—Bien. —Volví a repetir sin ánimos y ella me empujó hacia la barra—. Iré —gruñí malhumorada ante su empujón.
—Oh genial, gracias, gracias.
Busqué a Leiden por el lugar pero no había rastros de él.
Mejor así.
—¿Cambiaste de idea? —me preguntó con sus ojitos de cachorros. Odiaba los ojitos de cachorro.
—Iré, te dije que iría, tan solo me gustaría darle un vistazo a mi aspecto antes de encontrarme con él —ella sonrió ampliamente—, por lo que me has dicho es exigente y no quiero ir desarreglada.
—Eso, eso, haz eso y toma —me dijo Laicot acercándose nuevamente—. Este es el teléfono de la compañía de taxis con la que trabajamos, solo dale la dirección donde estés, y un coche te recogerá ¿vale?
Asentí y me metí de lleno al baño que teníamos tras bambalinas. Aproveché el momento a solas para revisar mis armas.
Llevaba encima cuatro cuchillas Böker de lanzar de unos 27 cm y de 22 cm en una funda a cada lado de mis caderas, ocultas debajo de la falda. Había cogido un pequeño puñal dentado que estaba impregnado con un veneno paralizante y que pertenecía a la colección de Sal. Acomodé en mi bota un puñal Corcesca, normalmente usado en lanzas, pero Sal lo había modificado para que fuera un puñal; era hermoso y brillante. ¿Qué más quiere una chica? Su filo tenía forma de aletas en forma de arpón, lo que hacía que fuera difícil arrancarlos y por sobre todos esos tenía unos cuchillos-garra de Riddick, sí, sí, como la película. ¿No les dije que era una cinéfila?
Cuando estuve lista y armada, eché un vistazo a mi reflejo a la pasada, y salí. En el camino, Laicot volvió a detenerme. Esta vez sus manos me tomaron el rostro y sentí una rara vibración proviniendo de ella.
—Gracias Camille; por cierto, las salidas se cobran el triple, pero este ha pagado por adelantado.
Sonreí de mala gana; este tipo era un maldito engreído, que sabía que alguna hembra iría.
Volví a buscar entre la multitud a Leiden pero no había rastros de él. Una parte de mí me reprochó ese pensamiento. ¿Por qué lo necesitaba? Nunca lo había necesitado.
Maldije nuevamente, y me dirigí a la barra a paso seguro. El tipo aún estaba allí, acodado, sin prestar atención a nada; bueno, en realidad a lo único que le prestaba atención era al vaso entre sus manos. Pasé junto a la mesa de los tipos con los que había estado hablando.
—¿Ya te vas? —me preguntó el más callado de los dos y volví a observarlo. ¡Demonios!, sabía que los conocía, pero no había tenido tiempo para preguntarles. Sabía que los había visto, pero eso será en otro momento, me dije.
—Lo lamento chicos, la próxima será —les dije intentando parecer convincente aunque la mueca en su cara me dijo que no lo he logrado.
¡Maldición!