13

Ya en el coche, podía sentir a la gata a mi lado, ni un rastro de la humana.

¡Maldición!, sabía que era mi culpa… No sabía por qué estaba actuando de ese modo: por momentos parecía estar sufriendo el extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Por momentos me sentía calmado y controlado como el doctor Jekyll, y por momentos, simplemente, me convertía en señor Hyde, descarado y molesto.

Carim estaba molesta, enojada, pasando de un estado al otro en un chasquido de dedos. Ella no debía haber visto todo aquello, punto. Podía intentar lucir fuerte, pero había visto el dolor en sus ojos, el miedo irradiando de su cuerpo. Luego de haber compartido la proximidad de nuestros cuerpos, de haber estrechado su cuerpo, me sentía impotente de no haber logrado evitar que ella viera el horror al que estaba expuesto constantemente. Además, estaba el hecho de que, personalmente, no me había gustado hacerlo con ella en ese lugar. Pero cuando me había tomado el lobo, sabía que estaba perdido, y su gata había dado la bienvenida al animal en mí y no podía luchar contra eso. Nadie podía…, bueno, también tenía los testículos doloridos. ¿Por qué mierda debía ocurrirme justo a mí?

Mejor que Hass nunca lo supiera o me torturaría de por vida.

Bueno, sí, también después de todo eso, también estaban las palabras estúpidas que había utilizado con ella. Aquella forma de hablarle, de tratarla, no era propia de mí; pero me sentía impotente y ella debía de estar enojada. Al menos el estar enojada la haría estar alerta.

Carim era tierna y dulce, no merecía estar metida en esto y no hallar un modo de sacarla de esto me estaba fastidiando.

¿Con qué mierda se había drogado Nicolás el día que decidió enviarla?

Justo a ella.

¡Definitivamente, estaba drogado!

Así que ahora estaba a mi lado, cabreada, y con el odio consumiéndola. Odio dirigido a mí, por supuesto. Y me lo merecía. Lo sé.

Pero la prefería así, pues el mundo en el que se sumergiría ahora no necesitaba a la mujer dulce, necesitaba una mujer fuerte, cabreada, capaz de estar atenta al primer golpe que le tiraran.

Al menos así sobreviviría.

Parte de mí se regocijaba con sus celos; me gustaba sentir cómo la distancia entre ambos disminuía, el sabor dulzor de cada picor de celos encendía mi lobo. Así que por mí, estaba bien así, porque, si había una cosa que me había gustado desde el día que la conocí, era hacerla enojar. Sus mejillas color leche se enrojecían; sus ojos brillaban mostrando la naturaleza de la hembra que habitaba en ella.

Mi lobo gruñó, pero me negué a escucharlo. Ahora no era el momento para consolarla, era el momento para que fuera fuerte y aguerrida; ya podría ser tierna y dulce cuando la encerrara en las profundidades de mi cuarto.

Si es que no me rebanaba el pene antes.

Una y otra vez mi mente se enrollaba en la idea de alguien entrando al edificio, robando al niño y matando al padre.

Otro niño.

¡Maldición! Lo conocía, lo había visto corriendo por las escaleras, escapando de sus padres…, había hablado con él, y esos bastardos se la había llevado y debía encontrarla.

Revolviendo una y otra vez las escenas, sabía que por más que le diera vueltas, solo algo que tuviera alas podría haber salido de allí pitando como lo hizo…, y luego estaba Carim y el peligro al que había estado expuesta. Ella había bajado minutos después por esa escalera.

¿No los había visto?

¿Era posible?

—¿Qué? —me preguntó molesta un minuto después de notar que la observaba mientras estamos parados en un semáforo.

—¿No los viste bajar? —pregunté.

—¿Crees que si los hubiera visto no hubiera, no sé, golpeado a los tipos? ¿Tan estúpida me crees? —gruñó.

—No, solo que es raro —susurré.

—¿Por qué? —dijo cruzándose de brazos.

—¿Qué ser puede desmaterializarse para que no lo podamos ver? ¿Qué ser puede hacerlo y también sabe volar?

Antes que me pudiera responder, mi teléfono sonó. Rápidamente lo conecté al coche y vi la imagen de la compañera de Zander. La sonrisa de Vívika era la identificación que nos motivaba a todos: verla sonreír era relajante, no había rudezas en ella, no había maldad, solo aquella sonrisa que nos hacía creer que no todo estaba perdido. Había tomado la foto meses atrás cuando Zander se había unido a ella.

—¿Leiden?

—¡Eh, Viv! —murmuré sonriendo de lado.

—¿Cómo estás? La mujer le dijo a Nicolás que un hombre había sido herido, y se negó a decir tu nombre, por lo que imagino que no es la primera vez que la sacas de algún problema. Ah, y antes de que puedas negar nada, quiero que sepas que sé sumar dos más dos; así que guárdate lo de «estoy bien» y todas las demás chorradas, porque ya no me lo creo. Además, el paradero del antro ese al que llaman «el gran follador» es conocido por todos —concluyó con la voz sulfurada.

Lo habíamos bautizado así luego de un período en el que Hass se había obsesionado, por el año dos mil, con las películas del universo imaginario de J. R. R. Tolkien y en la obra El Señor de los Anillos, y en la película, la cual nos había hecho ver más de cien veces. Todos los viajeros se detenían a beber y buscar diversión en la posada El Pony Pisador, y cuando había encontrado ese apartamento, lo habíamos denominado del mismo modo. O algo así.

—El gran poni follador —la corregí sabiendo que eso la irritaría aún más. Escuché un gruñido del otro lado en respuesta—. Tengo un pequeño corte que va…

—¿Pequeño? —Carim se giró para mirarme con la furia cruzándole el rostro—. No es pequeño.

—¿Carim? ¡Oh cielo!, estás bien…

—Lo estoy, pero él no lo está.

—¿Saben que estoy aquí, chicas? Y puedo oírlas.

—Lo sabemos —respondiendo a dúo.

—Como te dije, no está bien —añadió Carim dándome un golpe en el pecho, uno que realmente dolió.

—Lo sé, llevo unos meses conociendo a estos niñatos y sé que se hacen los duros, pero juro que vi a uno de lo más duro llorar; así que, dime cariño, ¿qué tan grande es?

Sacudí la cabeza al escuchar la voz calmada que impostaba Vívika, aunque sabía que como médica estaba tratando de reunir toda la información posible.

—Como un dedo de ancho y llega desde su pezón izquierdo a la cadera derecha, y sangra, puedo olerlo.

—Estoy bien, no es tan grave —repetí cortante, pues odiaba que tuvieran pena de mí.

—Ignóralo —le dijo Vívika a Carim, y siguió hablando como si no estuviera ahí.

¿Qué había pasado con mi vida? Primero tenía dos hermanos y mi centinela, nada de mujeres que se preocuparan por mí, y ahora tenía dos en menos de… muy poco tiempo.

—¿Algo más?

—Huele raro.

—Huele a sangre —repliqué mientras doblaba hacia un callejón donde pensaba dejar a Carim. Desde aquí podría observarla llegar al club.

—No, he olido la sangre, aunque no lo creas, conozco su olor, y no es la primera vez que la veo, Leiden, y esto es raro, huele a… —arrugó la nariz, y la observé sacudiendo la cabeza mientras su cara se acercaba a mi estómago.

—Cualquier excusa te viene bien para chuparme el pene, ¿verdad cariño? —Riendo tomé su cabeza intentando acercarla a mi entrepierna, pero ella forcejeó y me dio un golpe en el muslo.

—¡Eres un hijo de puta, Leiden!

¡Maldición!, Leiden, ¿puedes ser tan cabrón? —me reprochó Vívika.

—¿Qué? —dije con una sonrisa colgando de mis labios.

—Viv, huele a moho, o algo así. O tal vez tan solo sea mi deseo de que te pudras —replicó sonriendo con malicia.

¡Mierda!

—¿Qué? —preguntamos ambos al unísono ante la palabrota de Vívika. Y mi humor se fue en picada.

—Brujas, Leiden…, brujos —respondió exasperada.

—Eso explicaría cómo se alejaron de allí sin que los viera —concluyó Carim quitándome la pregunta de la boca.

—¿Qué tipos de brujos? —pregunté alarmado, pues había conocido varios, y la mayoría me causaban desconfianza. Bueno, no, mejor dicho, los odiaba. Hass decía que tenía brujofobia, si es que eso era una palabra.

—¿No me digas que le temes a los brujos? —Me chicaneó Carim burlonamente.

—No les temo —gruñí en respuesta.

—Claro…, cariño —dijo sonriendo con malicia—. Se nota en cómo tu pene se encoge.

—¡Que te den! —repliqué.

—Lo han intentado —murmuró, y puso una mano en mi entrepierna y estreché mi mirada sobre ella—. Pero no fue «tan» macho como creía y no pudo acabar. —Sonrió y le gruñí—. ¿Cómo se le dice a eso Viv? Ah, disfunción eréctil.

—Voy a cogerte tan duro, Carim —le gruñí cerniéndome sobre ella—. Y no tengo distensión eréctil.

—¡Oh, por la diosa! —Me empujó desde el pecho logrando que volviera a mi asiento—. No prometas cosas que no puedes cumplir.

¡Se dice disfunción, Leiden. Disfunción! —gritó Vívika desde el otro lado de la línea.

—Como sea —repliqué mirando a Carim.

¡Diosa Vatur, ampárame! ¿No quiero saber nada de eso, está bien? Ya con solo enterarme de lo de la disfunción… —murmuró Vívika y me la imaginé tomándose de la cabeza.

—¡Que no tengo distensión! —gruñí.

—¡Disfunción, Leiden, es solo una palabra…! —gritó Carim.

—¡Eh…, chicos…! ¿Conocen el término DI? Demasiada información. Bueno, este es el mejor momento en el que ese es el término que usaría.

—¿Qué más sabes Viv?

Carim dejó de mirarme y volvió la atención a la llamada. Vívika bufó aliviada, aunque yo no podía apartar mis ojos de Carim.

Disfunción eréctil y su condenada madre.

Sabíamos de la posibilidad de que este o estos malditos estuvieran trabajando con un grupo de Witchcraft, aunque hemos oído por ahí que se hacen llamar solo The Craft.

Aquello volvió mi atención a la gata del otro lado del teléfono.

—¡Espera, espera! ¿De qué hablan?

Wow!, demasiada información, ¿conocen el término?

Witchcraft se aplica a los brujos que trabajan con la magia de la religión neopagana de La Wicca —me aclaró Carim con superioridad, o al menos lo intentó. Al cabo de un minuto Vívika volvió hablar de forma burlona.

Nop, creo que debes darle más información, Carim. No lo ha entendido —dijo Vívika desde el otro lado y la escuché recoger cosas mientras seguía al teléfono. ¿Cómo demonios hacía para estar en ambas cosas a la vez?

—Sus seguidores son conocidos como wiccanos. ¿Me estás escuchando? —Volví mi atención a Carim estrechando los ojos—. Gerald B. Gardner la popularizo como un renacimiento de la llamada Antigua Religión, él alegaba que había encontrado parte superviviente del antiguo culto de la brujería del aquelarre de New Forest, en la región de Hampshire en Inglaterra. Ellos rinden culto a un libro llamado Libro de las sombras, el cual mantienen en secreto y tan solo los iniciados y pertenecientes a sus coven tienen acceso a él, es como el bestiario o el grimorio, siglo tras siglo se iba recabando información y era plasmada en el libro ya que la mayor parte de la información es trasmitida de forma oral.

—Eso me gusta —susurré en voz baja, pero Vívika pareció oírlo y me maldijo desde el otro lado.

¡Leiden! Deja de pensar con el pene, debes dejar de juntarte con Hass, mierda, ese maldito súcubo. —Maldijo Vívika.

—Íncubo —la corregí y me gruñó.

—Se han propuesto en estas décadas diversos Libros de sombras públicos, como por ejemplo el editado por «Lady Sheba», o El encargo de la diosa, los que han sido adoptados por los practicantes. Para muchos, esta religión gira en torno a dos dioses principales, el Dios y la Diosa, que son observados como polaridades masculino-femenino. El símbolo de la diosa es una luna al centro con una luna llena con un cuarto creciente y un cuarto decreciente a sus lados.

Mientras Carim seguía hablando me detuve a pensar en eso. El tipo que golpeé llevaba un tatuaje en su pecho, sobre su corazón…

—Espera, aguarda. ¿Cómo sería el símbolo del dios? —pregunté.

—Es representado con un círculo y luna decreciente en la parte superior como si fueran cuernos; incluso se lo llama Astado.

—Chicos, buscaré el resto de las cosas. Leiden búscame en tu casa. Y deja de hablar de ese modo, no es propio de ti, debes dejar de copiar esas cosas de Furcht. Últimamente comienzas a parecértele. —Vívika se despidió y la saludamos mientras Carim volvía su atención a mí.

—¿Por qué lo preguntas?

—El tipo al que golpeé llevaba un símbolo sobre su lado izquierdo.

—En su corazón.

—Sí…

—¿Cómo era?

—Como un… —cerré los ojos recordando la imagen que había visto.

—¿Un círculo y una luna decreciente encima? —preguntó.

—Sí, como una cara con cuernos. ¿Cómo demonios sabes tanto?

—Leo mucho y estudio; además, la fuente de información proviene también de mis hermanas.

Nunca lo había pensado de ese modo. Si buscara algo de esto en las mentes de Hass y Furcht, estaba seguro de que no hallaría nada.

¡Maldición!

—Sigue, ¿qué más sabes enciclopedia? Háblame. —Me dio un golpe en el brazo y sonrió.

—En algunas ocasiones son simbolizados con el Sol y la Luna; por estas asociaciones lunares, la Diosa es concebida en un aspecto de Triple Diosa como «Doncella», «Madre» y «Anciana». El Dios Astado es la chispa de la vida dentro de Ella. Las manifestaciones naturales expresan alguno de los cuatro elementos arquetípicos: Tierra, Aire, Fuego y Agua, y suele añadirse un quinto elemento denominado Espíritu, Éter o Akasha. Los elementos son simbolizados por el Pentagrama, que entre otras cosas representa los cuatro elementos con el Espíritu en la parte superior. Al trazar el círculo mágico para los rituales religiosos, además de los dioses se invoca a los cuatro elementos que se corresponden con los cuatro puntos cardinales. Siguiendo el orden: Este, Sur, Oeste y Norte. Los practicantes se agrupan en denominados covens o aquelarres, que tradicionalmente tienen trece miembros como máximo. Están dirigidos por un sumo sacerdote y una suma sacerdotisa.

—Eso nos deja con quince malditos allí afuera —añadí.

—Algo así —me dijo y volví a mirarla.

¡Maldición! Otra vez me había portado como un estúpido. Maldito míster Hyde.

Ella era tan pequeña y sonrojada, sus ojos brillantes, toda esa inteligencia y seducción en un mismo cuerpo en el que podría retorcerme por toda la eternidad.

—Lo sé, aburro, pero pensé que querrías saberlo.

Carim lucía avergonzada después de que las palabras terminaran de brotar de sus hermosos labios rosados, como si la grabación hubiera acabado dejándola avergonzada. ¡Maldición! No podía estar cabreado con ella.

—No aburres. —Le di un beso profundo metiéndome en el interior de su boca, invadiéndola, y sí, allí estaba el maldito doctor Jekyll, al menos había logrado que se relajara. Cuando se alejó me dedicó una sonrisa.

—Debo irme.

—Sí, sería lo mejor.

—Espero que Vívika te cure y regreses —murmuró esperanzada.

—Estaré aquí en cuanto menos lo pienses, y lo lamento —añadí y ella volvió a sonreír.

—La verdad es que estás en lo cierto —una sonrisa curvó sus labios—, buscaría cualquier cosa para chupártela.

¡Diosa!, esas palabras lograron que mi erección volviera, doliendo como una condenada; cerré los ojos y gruñí mientras me golpeaba la cabeza contra el asiento.

—Eso no es justo —rezongué, y ella se relamió los labios.

—Recuerda lo que te he dicho… —me dijo mientras se bajaba del coche y se marchaba directo al club.

La seguí con la mirada hasta que entró en el local y recién ahí dejé que el dolor se filtrara libre por mi cuerpo. No solo mis bolas punzaban, todo el cuerpo me dolía y comencé a maldecir por el malestar que me oprimía el pecho. Instantáneamente volví a tocar el teléfono y llame a Vívika.

—¡Viv!, calmantes, muchos. Muchos, muchos calmantes. Muchos y fuertes calmantes…

—¡Oh, mierda! Sabía que no podía ser solo un rasguño. Menos mal que cargué mucho más de lo que necesitaba.

—Lo lamento, no podía decirlo frente a ella.

—Lo imagino, ella te importa, pero le hablas como un cavernícola y la tratas como una de esas con las que te acuestas, y te diré: ojo con lo que dices… o se te volverá en tu contra.

No pude decirlo, pero Vívika lo entendió.

—Te quiero aquí en cinco minutos, Leiden.

—Estaré allí.

Si no me desmayo antes.