12

Mis labios encontraron los suyos; sus manos no me tocaban pues estaban apretando las sábanas, tal como había hecho en lo de Laicot para no tocarme, y yo anhelaba esas caricias, necesitaba aquellas manos recorriéndome.

Sus labios eran suaves, y me deleité probándolos hasta que abrió su boca y la invadí de inmediato. Mis sentidos se embotaron con el beso, dejando que mi mente saboreara cada segundo, cada aliento. Sabía a dentífrico y menta, una combinación que amenazó con hacer que mi cabeza girara. Mi lengua probó de nuevo sus labios, lamí su tersa piel, para luego enredarse junto a la de Leiden nuevamente, hasta que me apartó.

—Detente —me dijo, y me tensé ante su intromisión. No quería detenerme. Quería seguir y él me lo estaba negando.

—¿Por qué?

—No quiero que me demuestres nada…, no es necesario que lo hagas, Carim.

—No lo estoy haciendo —repuse sonriente, bajé la cabeza y mordí su cuello dejando una marca—, y deja de ser tan caballeroso, ¡maldición!, Leiden. ¿Por qué todo contigo es complicado? —dije y volví a buscar sus labios pero me alejó.

—Entonces, este no es el lugar, tú no mereces hacerlo en un lugar así. Vamos a cualquier lado, tú decides…, pero…

—Aquí… —mi voz salió como un gruñido duro que reverberó por mi cuerpo—. Quiero que lo hagas aquí —repetí frotándome contra su entrepierna—, como a las otras. Quiero que me lo hagas como se lo has hecho a la puta de Carrie, quiero que me lo hagas, Leiden, o arrancaré cada mechón de su puta cabeza. —Atraje una de sus manos a mi trasero y la apreté dejando que el calor me recorriera entera. Me sentía tan lasciva, tan promiscua y, a la vez, tan sensual y viva; podía percibir su aroma y él estaba tan caliente como yo. ¿Entonces por qué se detenía?

Quería ser la que borrara los recuerdos de las otras mujeres, de Carrie. Quería hacerlo aquí de la forma más brutal y sucia…, y él me lo haría. O lo obligaría.

—Escúchame, cielo… —Me acarició la mejilla.

—No —dije deteniendo su mano—, nada de cielo, no soy la asesina de la S.A., soy una prostituta de Laicot, Leiden…, cógeme.

—Nunca podría tratarte así… —admitió con una mueca triste.

—¿Aun si te lo ruego? —¿O te obligo? Lo pensé, pero en mis ojos imprimí los sentimientos. En sus ojos relampagueó el deseo y me lamí los labios—. Por favor, Leiden…, por favor —dije ronroneando junto a su oído mientras me frotaba contra él notando cómo su pene aumentaba de tamaño—. Por favor…, seré una gatita buena. —Escuché cómo su respiración se agitaba y lo sentí como una victoria. Podía tener la determinación de un guerrero, pero sabía también que hasta los guerreros caían.

Sin saber por qué, me movió de lado dejándome apoyada en la cama sobre mis rodillas y mis manos, y se levantó tan rápido que pude ver al lobo. Aquel animal que habitaba en él y lo poseía era una máquina de matar, lo había visto con mis propios ojos, y verlo caminando de ese modo me estremeció.

Parte de mí quiso preguntarse en dónde me había metido.

Pero las palabras que salieron no fueron exactamente eso.

—¿¡A dónde vas!? —grité indignada mientras me apartaba el cabello de la cara.

—¡A cerrar la puerta, jodida gata…! —gruñó sin humor, y en su voz no había ni un rastro del humano que era. El animal había tomado el control, y mi gata se regodeó con la idea y las imágenes de sexo, posiciones rudas, embestidas bruscas. Mi cerebro racional se licuó. Solo él podía lograr eso, lograba sacar al animal que siempre había cubierto con la parte más racional de mi ser.

Escuché el portazo, que fácilmente podría haber partido la puerta en dos y arrancarla de las bisagras.

—¿Aún quieres que te monte, gatita?

—Vuelve y dame lo que exigí, Leiden.

—Bien —susurró, y lo miré por encima del hombro parado junto a la puerta—, si voy a montarte —dijo aproximándose—, solo yo podré verte —me dio un palmetazo en el trasero que me hizo ronronear—, no los demás. Nadie más… —Se quitó los pantalones con rapidez, y también la camiseta.

Aquellas palabras tan posesivas hicieron que mi centro se humedeciera. Me sentía mojada y lista para recibirlo, por lo que cuando sus manos acariciaron mi espalda, ronroneé como una gata en celo, y levanté el trasero con la misma intención. Sorprendiéndome, se tumbó en la cama dejando tomar el control y tomándome de la nuca reclamó mis labios como ningún otro macho lo había hecho antes. Me monté nuevamente sobre su cuerpo y gemí cuando su mano se aferró a mi trasero justo donde la había colocado, mientras que la otra no hacía nada.

—Tócame… —me senté contra él sintiendo la dureza de su carne entre mis muslos. Tomé su mano y la llevé a mi cuerpo, y rápidamente su mano tomó posesión de uno de mis pechos. Cerré los ojos dejando que hiciera lo que quisiera, tal como lo había pensado la primera vez que lo había visto. Se me erizaron los pelos de solo pensarlo, y se me endurecieron los pezones de inmediato; él era como fuego y yo tan solo podía derretirme en sus manos.

—Eres hermosa.

Abrí los ojos, y la necesidad corrió por mi cuerpo, y un pensamiento inundó mi mente: los celos me llenaron.

—¿Qué haces con las otras? —pregunté apoyándole las manos en el pecho para que me mirara. Él me estudió mientras sus dedos pellizcaban mis pezones—. ¿Cómo lo haces con ellas?

—Eso no importa… —levantó las caderas casi haciéndome aullar.

—¡Sí! ¡Sí importa! —Se detuvo y sus manos cayeron a los costados. Lo miré fastidiada.

—La gata está tomando posesión de ti, puedo verlo en tus ojos. Tú no eres así y te arrepentirás luego, y no deseo eso. —Quiso apartarse pero se lo impedí.

Ambas le gruñimos en respuesta.

Ambas, odiándolo por ser… ser… ser lo opuesto a lo que creíamos. Por ser un tan… odioso, y que nos hiciera sentir tan delicadas, tan puras, por hacernos revolver esos sentimientos que habíamos ocultado por tanto tiempo.

—No soy una niña, ni una puritana —ronroneé apretándome nuevamente contra él—, ni una maldita santurrona, Leiden, soy una hembra…

—No lo dudo… —repuso dubitativo.

Me senté nuevamente y lo observé.

—¿Por qué todo el mundo piensa que soy una maldita santurrona? —Comenzó a reír, y me crucé de brazos indignada.

—No te pongas así. —Intentó tomar mi mano pero me solté de su agarre y me bajé de la cama.

—Jodido estúpido moralista.

—Carim, ¿adónde vas?

No respondí.

Me alejé unos pasos procurando que pudiera verme y comencé a quitarme la ropa descaradamente frente a él, mientras mis ojos seguían conectados con los suyos.

¿A ver qué tan pura creía que era ahora?

Me quité la falda dejándola caer de modo que me quedé en una diminuta tanga y el portaligas con mis medias de red. Pateé la minúscula falda a un costado y luego fui por mi camisa: uno a uno abrí los botones, dejando que sus ojos se concentraran en mis manos, disfrutando cada segundo.

¿Conque ahora sí tengo toda tu atención?, pensé.

Cuando mi camisa estuvo abierta, lo vi tragar con fuerza, sabiendo que el valle de mis pechos se veía con claridad y sonreí llevando mi mano derecha al triangulo entre mis piernas… Lo vi tragar con fuerza nuevamente y me mordí los labios provocadoramente. No era una virgen…, sabía cómo hacerlo. Me acaricié un buen rato dejando que el aire se impregnara con mi excitación.

—Soñé contigo la noche en que bailé para ti… —ronroneé de forma sexy mientras mis manos no dejaban de moverse. Él intentó hablar pero lo detuve; coloqué un dedo sobre mis labios, y lentamente lo metí en mi boca chupándolo sin prisa—. Me desnudabas… —dije tirando mi camisa al suelo y dejando mis pechos tan solo envueltos por el sujetador de encaje que dejaba ver claramente mis pezones duros—. Te montabas sobre mí, Leiden… —Me mordí los labios ante el recuerdo—. Me acariciabas… —jadeé cuando un latigazo de placer me cruzó entera como si sus manos estuvieran sobre mí, como si sus ojos pudieran tocarme—. No me dejabas tocarte… —Cerré los ojos disfrutando de aquello. Nunca me había sentido tan audaz, tan sexual como ahora frente a él. Su mirada me hacía sentir aún más excitada, tan bella.

—¿Y que hacía luego? —murmuró.

—Me tomabas… —Metí un dedo entre mis pliegues y gemí ante la sensibilidad de mi centro.

—¿Cómo te tomaba, Carim?

Abrí los ojos para notarlo parado a solo unos pasos de mí; su aliento chocaba contra mi piel, quemándome.

—Te deseo… —admití, tiró de mí hasta que no había nada que nos separara. Acarició mi trasero para luego subir hasta mi espalda; su boca lamía y besaba mi cuello—. Me dejarás tocarte, Leiden…, me dejarás probar el sabor de tu piel.

—Gatita —jadeó.

—Por favor…, déjame tocarte. Quiero tocarte.

—Ya lo has hecho —me dijo y me tumbó sobre la cama con una rapidez increíble, igual que en mi sueño. Comenzó a besarme el cuello mientras seguía bajando hasta el nacimiento de mis pechos dejando besos húmedos sobre mis pezones aún enfundados en encaje—. No fue un sueño —susurró, y jadeé en respuesta.

—¿Cómo lo sabes? —Me froté contra él ondulando mi cuerpo.

—Porque me masturbé esa misma noche pensando en ti, imaginándote bajo mi cuerpo. —Su boca se arrastró por encima de mi sujetador y apresó uno de mis pezones entre sus labios—. Te arranqué la ropa y la tiré en un rincón. —Volví a jadear, sabía que eso era cierto. La había visto rota y rajada—. No era un sueño. —Metió su mano entre mis piernas, y cualquier cosa que estuviera pensando se esfumó como el agua en el asfalto de un verano caluroso.

Tan solo existía él, besando cada centímetro de mi piel. Bajó un poco más y besó mi vientre. Gruñí cuando sus labios me exploraron entre las piernas aún por encima de la tela. Con un gruñido de placer sus ojos se encontraron con los míos. Arrastró la prenda por mis piernas mientras me besaba entre los muslos, y sentí que me estremecía cuando sus dedos tocaron mi sensible centro. Sabía que Leiden podía ser más brusco que esto, pero se estaba controlando.

¡Maldito sea!

Su dedo dibujaba círculos sobre mi clítoris y sus labios succionaban, besaban, mientras su lengua… ¡Oh, por la diosa! Ella hacía lo que quería conmigo y podría jurar que podrían pasar años antes de que me cansara de su jueguito allí abajo.

—Quiero que me hagas lo que me prometiste —jadeé intentando encontrar mi voz entre los gemidos.

Él siguió jugando con mi tierna piel mientras hacía que me estremeciera aún más, aumentando la presión en algunos sitios, golpeteando mi carne con su lengua, y sus dedos abriéndome por completo. Colocó mis piernas sobre sus hombros y me abrí aún más para darle un total acceso.

—Quiero lo que prometiste —grité aferrándome a las sábanas mientras el orgasmo llegaba por medio de su boca y sus dedos.

—¿Qué prometí? —preguntó mientras volvía a colocarse encima de mí mientras los restos del orgasmo me retorcían bajo su peso. Cuando recuperé mi voz, logré hablar.

—Dijiste que querías tomarme, dijiste que me tirarías en el sofá y me lamerías cada centímetro de mi cuerpo hasta que rogara que me lo hicieras.

—También dije que me moría por lamer tu centro y por probar tus pliegues —replicó, y me arrebató un beso profundo. Yo aún tenía los ojos cerrados pero sentía su respiración en mi mejilla—. Y eso ya lo he cumplido.

Abrí los ojos y lo miré sonriente cuando noté que aún estaba vestido, mientras que yo estaba semidesnuda a no ser por el sujetador y las medias.

—Mi turno. —Lo empujé y me salí de abajo para arrodillarme frente a él.

Los botones de su camisa me impedían ir rápido, por lo que aproveché a besarlo duramente, y lamer su pecho. Cuando la camisa estuvo fuera, mis manos exploraron su pecho y su vientre; toqué la cinturilla y abrí el pantalón.

Mi mano se metió dentro y quise aullar cuando su carne rozó mi palma. Estaba duro y caliente.

—Túmbate… —le ordené y sonrió—. Túmbate, Leiden, te daré mi primer «no baile».

Se recostó boca arriba y aproveché la situación para quitarle los pantalones y los bóxer ajustados. Cuando estuvieron fuera, su pene se veía enorme y rígido descansando contra sus abdominales. Temblé al ver su tamaño pero no importó. Mis instintos me llevaron a probarlo.

Nunca antes había sentido una atracción como esa, quería lamerlo y saborearlo, y desde allí empezaría.

Tenía hambre. Hambre de su carne, de su cuerpo.

Estaba famélica.

Se estremeció cuando mis labios acariciaron la punta, probando una gota que colgaba allí; lo observé mientras lamía un poco más, probándolo. Saboreándolo.

Leiden me observaba hipnotizado: su cabeza levantada apoyada contra el respaldo, sus dientes apretados y sus ojos amarillos. El lobo me observaba mientras lo degustaba y lo adoraba. Mi gata le respondió tomando el capullo de su pene entre mis labios como si fuera una fruta fina; y, sin saber por qué, seguí probándolo, primero una larga lamida desde la base, luego metiéndolo poco a poco en mi boca mientras mis manos acariciaban lentamente sus testículos. No podía apartar la vista, estaba hechizada por el lobo.

Sin apartar los ojos, mis lamidas fueron más intensas; mi cuerpo me pedía más, succionaba mientras mis manos lo acariciaban, y su lobo no perdía detalle de mí, haciendo que entrara en combustión.

Pronto, el lobo gruñó y supe que se había acabado el juego. Me jaló sobre él y rápidamente me levanté para albergarlo en mi interior.

Gemimos al unísono cuando comencé a acunarlo dentro de mí.

Mi cuerpo comenzó a moverse mientras mis manos se apoyaban en su pecho buscando el ritmo. Leiden no había hablado, tan solo gruñía, y por un momento me sentí frustrada.

¿Acaso hacía esto con las demás?

¿Era así como lo hacía?

Pensando en eso recordé el rostro de Carrie, y sin pensarlo mis uñas se clavaron en su piel. Gruñó, y de un movimiento estaba con el pecho contra el colchón y con su peso sobre mí.

—¿Leiden? —susurré cuando no se movió.

—Silencio. Alguien viene.

Eso me alertó por completo. Pude oír los pasos apresurados por la escalera, los susurros a la lejanía.

—Vamos. —Se levantó y me moví deprisa, tomé mi ropa y me acerqué a él.

Parte de mí estaba frustrada.

No era justo.

No solo porque no habíamos llegado a más, sí, después de TODO lo que me había costado convencerlo, sino también por el hecho que no había oído ni percibido nada.

Leiden esperó un momento con la oreja pegada a la puerta.

Los pasos eran próximos, demasiado para mi gusto. Quise decirle en silencio que nos largáramos de allí, no tenía armas y no podía cambiar en este estado, pero él no me miraba.

Toda su atención estaba en el pasillo, y cuando el ruido estaba a solo unos pasos de nosotros, los oí seguir de largo. Leiden me echó un vistazo y notó que seguía semidesnuda. Él, en cambio, parecía haber recuperado toda su ropa, salvo los zapatos y la camisa.

¡Maldito! Yo aún luchaba por colocarme la falda.

—Quédate aquí —ordenó.

—¿Qué? No, claro que no —susurré.

—No pueden verte conmigo, tal vez no sea nada.

Tenía razón y lo sabía; me acomodé la ropa y me crucé de brazos. Leiden abrió la puerta lentamente y salió.

Otra vez estaba sola y otra vez necesitada, aunque sabía que Leiden estaría peor. Hice una mueca pensando en el dolor que estaría aguantando. Me tomé un momento para inspeccionar la habitación mientras mis sentidos apuntaban a lo que ocurría afuera. Puede que no tuviera armas, pero si escuchaba una riña, o a Leiden gritando, debería bajar la misma Vatur para detenerme.

Nerviosa, caminé hasta un armario y noté la ropa de Leiden.

Negra y en mucha cantidad. Podría juntarse con Sal y hacer un grupo de autoayuda. Además de su extraño amor por el negro, no había nada extraño.

Afuera todo parecía seguir en silencio, aunque sabía que algo había alertado a Leiden.

Revisé los cajones y todo lo que tenía a mano, pero no había rastros de nada que no fuera mujeres que habían pasado por aquí, esposas, látigos, velas, incienso… Absorta en eso, fue cuando una idea se formó en mi mente.

¿Qué ocurriría si fuera solo una táctica de distracción…?

Mierda. Santa mierda.

Mis ojos se abrieron como platos y salí de la habitación sin importarme nada. Corrí escaleras abajo cuando escuché un gemido…, y esta vez no era de placer.

Llegué hasta el descanso de la escalera y volví a escuchar un sollozo. Corrí el resto y llegué a la planta inferior; miré a mi derecha y vi a una mujer que lloriqueaba cubriéndose la boca. Leiden estaba agachado y de espaldas a mí, sujetando algo contra su cuerpo. Me acerqué aun sabiendo que él podía oírme, cuando escuché a la mujer hablar entre los sollozos.

—Lo mataron, Leiden, y se llevaron a mi niño. Mi niñito, Leiden…, mi niñito, él no pudo detenerlos, Leiden.

—¡Oh, por la diosa! —susurré cuando entendí que Leiden cargaba a alguien sobre un charco de sangre. Mi olfato me dijo que era un cambiante, aunque no era uno de nosotros. Leiden me observó por encima del hombro demostrándome su cabreo.

Bien, ya estaba aquí, ¿vale? Gruñón.

Me acerqué a su lado sin importarme la mirada de desaprobación en sus ojos y vi el corte en su mejilla. Su brazo tenía uno bastante profundo, aunque el peor estaba en su pecho. La mujer se cubrió la cara sollozando, pero nadie más que Leiden salió. Todos se mantuvieron dentro de sus casas y los odié por eso.

Podía oír los pasos atropellados cerca de las puertas, los susurros, pero nadie había salido a ayudarla, salvo… Leiden.

—Llama a Nicolás —suspiró cansado.

Depositó el cuerpo en el piso y pude ver el rostro del hombre, que lucía sorprendido, como si nunca hubiera esperado el ataque, con el horror plasmado en su rostro. Leiden le cerró los ojos y volvió a mirarme.

—¡Llámalo, ve! No necesitas ver esto.

Me alejé unos pasos tambaleando, y tuve que sostenerme del muro para no caer. Me concentré en el lazo ya que mi teléfono estaba arriba y mis piernas no soportarían la subida. Por ello llamé a mis contactos más cercanos. Eva y Sal.

¿Carim? ¿Qué ocurre?

Llama a Nicolás…, tráelo a esta dirección. —Mentalmente le indiqué el sitio donde estábamos y cerré la comunicación.

Una mano se posó en mi hombro y me giré para encontrar a Leiden ahí parado detrás de mí, sosteniéndome. Noté su rostro triste y quise abrazarlo para aliviar su pena. Me detuvo con la mano y señaló la sangre en su pecho. No había visto el corte en su totalidad, pero ahora se veía muy feo, tenía una cortada que iba de su pezón izquierdo a su cadera derecha. Mis manos tocaron su piel suavemente, y temblé ante la idea de que alguien lo había lastimado y no había estado allí para ayudarlo.

—No es nada, tranquila. —Me dio un beso en la frente—. Vamos, debemos irnos. Los demás llegaran a ayudar con esto, pero tú debes estar en lo de Laicot en menos de media hora. Será mejor que nos movamos.

Lo observé atontada.

¿Cómo podía ver algo como eso y seguir diciéndome que estaba todo bien?

Me empujó al ascensor y llegamos a su piso. Entré aún en el mismo estado.

Me senté en la cama mientras lo veía recolectar su ropa del suelo. Tomó del armario, que yo había revisado, una camisa negra y se colocó unas botas. Imaginé que se tomaría un baño pero no lo hizo; tal vez pasará por su casa antes de ir al club; no lo sabía.

Alguien debería verle las heridas, había visto marcas recientes de cortadas y golpes, pero esto lucía peor.

—¿Qué ocurrió ahí? —Tartamudeé. Se giró observándome como si no supiera que decir.

—Alguien entró. Tengo una pista por las descripciones de la mujer, pero puede que haya más de lo que creemos.

—¿Más?

—Sí, la mujer dijo que corrieron escaleras arriba cuando huyeron; yo no pude verlo.

—¿Por qué?

—¿Por qué crees? —El sarcasmo en su voz me sulfuro—. Básicamente, lo resumiré así: no pude verlo escapar porque tenía a uno de ellos cortándome en pedazos —siseó arrugando el ceño y levantando una ceja marrón.

—No me hables así —le dije firmemente mientras arrugaba la frente—. Sabes a lo que me refiero.

—Decidí luchar contra él un poco más hasta que puso distancia y tomó a la mujer y amenazó con romperle el cuello. —Levantó los hombros en un gesto desinteresado que imaginé que se forzaba a hacer para no pensar en eso—. Cuando fui por ella corrió.

—¿Qué hay arriba?

—Nada. —Se sentó a mi lado mientras terminaba de calzarse la media del pie izquierdo—. Solo la azotea, eso es lo peor. Hay bastante sangre como para que Vívika realice unos exámenes de especie, pero el niño que se llevaron… —Sacudió la cabeza cerrando los ojos—. Debo hablar con Zander, pero lo haré luego de que te deje en lo de Laicot. No quiero que sospechen, bastante es que me han visto a mí —y a ti, no lo dijo pero lo vi en su cara—, puede que si tardamos en llegar aten los cabos, o alguien los ponga en alerta.

Asentí en silencio mientras me estrujaba las manos. Intenté cerrar los ojos, y Leiden me tomó las manos y acarició mis dedos manchados con sangre.

—Necesito que te recompongas. ¿Me oíste? —Su tono era autoritario, duro, casi como si le hablara a un soldado mientras en su cara se traslucía su desaprobación—. Luces como una gata mojada y no pueden verte así. Tus nervios están a flor de piel. ¿Acaso no les enseñaron a controlar las emociones? —protestó con desdén.

Las palabras sonaron como cuchillos para mí. Lo miré demostrándole mi desagrado; quería que supiera qué tanto me molestaba mientras intentaba tomar el control de mis expresiones.

—Sabes…, eres un maldito cuando quieres.

—Lo sé. ¿Qué quieres que te diga? Qué todo estará bien. —Acarició mi cabeza como si estuviera calmando a una niña, y aparté su mano de un manotazo—. ¿Te calmaría si te dijera que todo irá bien? —masculló—. Bien, tranquila, Carim, todo estará bien. La sorna en su voz sonó sin gracia, y lo escruté con la mirada.

Se levantó lentamente y caminó hasta una puerta que no había visto, encendió la luz y noté el baño. Lo escuché abrir la canilla y regresar con un paño mojado en las manos.

Se acuclilló junto a mí y me limpió cuidadosamente las manos, mientras yo intentaba procesar sus cambios de humor.

¿Cómo cuernos podía pasar de ser un caballero a un patán, a un idiota, y volver a ser un caballero?

No pude reconocer al hombre que conocí en la batalla hace meses, y menos al hombre que me había lanzado crueles palabras hace unos instantes.

Este lucía mucho más calmado y triste. Totalmente distante.

—Puedo hacerlo sola —le espeté y sus ojos se enfocaron en mi cara. Una palabra se atascó en sus labios, pero no le di tiempo.

Mi gata quiso abrazarlo pero me negaba a hacerlo, me negaba a reconfortarlo cuando sus palabras habían sido más crueles que nunca; tal vez aquello solo lograra hacerlo sentir peor, o que terminara de arruinar mi cara, y Leiden estaba en lo cierto.

De nuevo.

Tomé una bocanada de aire y caminé hacia el baño. Cerré la puerta con fuerza y me detuve a mirarme al espejo; me gruñí mentalmente cuando noté las marcas rosas bajo mis ojos. No recordaba haber llorado pero parecía que lo había hecho. Salí del baño en búsqueda de mi bolso y volví a meterme dentro. Sentí los ojos de Leiden siguiéndome todo el tiempo, pero no me detuve a mirarlo. Sus palabras habían calado hondo en mí y no era momento para lucir angustiada; mágicamente él lograba despertar todas mis emociones y ahora no era el momento para tenerlas apretándome el pecho. Volví a concentrarme en mi reflejo y saqué el corrector de ojeras y me coloqué una capa. Tomé el rímel y unas sombras oscuras, y un labial rojo. Me arreglé el cabello y acomodé mi ropa, al igual que mi sonrisa.

—Compórtate —me dije y salí.

Debía aparecer en el club y plantar cara allí en menos de media hora y ver si lograba averiguar algo más. La sola idea de ir nuevamente a ese lugar me hizo temblar.

—¿Irás? —pregunté más para mí que para él, pero noté que había hablado en voz alta porque me miró.

—Estaré ahí. Lo prometí ¿recuerdas?

Claro que lo hacía, pero ahora necesitaba una mano amiga y él era lo único que tenía a mano. Deseaba tener a Eva allí, aunque mi gata me devolvió como respuesta las palabras que le había soltado a Leiden. Y no, no era bueno tenerla en aquel lugar, quería saltar a su cuello y ese no sería ni el lugar ni el momento.

Leiden se levantó y caminó hacia la puerta y lo imité.

No podía imaginarme sola en ese lugar.

¡Mierda, necesitaba a mis hermanas! Por más que quisiera arrancarle un pedazo de Eva.

Ahora Leiden era como mi puerto seguro, aunque por momentos era un completo idiota; lo era, era aquel en quien podía guarecerme. Salimos para subirnos al ascensor. Escuché las voces provenientes del piso de abajo. Oí a Nicolás y me apreté junto a Leiden. Después de estos minutos de soledad tendré que fingir indiferencia nuevamente.

Nos metimos dentro mientras intentaba comprender dónde había quedado la gata que había luchado contra los ángeles, contra Mikela.

No lo sabía, pero más vale que recobrara mis ovarios pronto o perdería la cabeza entre las hormonas y la sangre.

Mientras el ascensor se movía hacia la planta de subsuelo, lo observé. Lucía serio y mi gata luchaba por decir algo, por gruñir algo. Estudié su cuerpo marcado, sabiendo que bajo aquella ropa él estaba herido, pero no hizo nada para demostrármelo; debía luchar igual que él. Antes de que la puerta se abriera y nuestro momento juntos terminara, detuve el ascensor en seco dejándolo trabado entre la planta baja y el subsuelo.

—¿Qué haces? —preguntó casi en un tono frustrado o cansado.

—Quiero que sepas dos cosas: una, no me trates como si fuera una más de las hembras con las que te revuelcas y a las que ni te molestas en volver a ver, ¿oíste?

Se planto frente a mí mirándome desde toda su altura.

—Discúlpame, pensé que habías sido tú la que había dicho «no soy una asesina de la S.A., soy una prostituta, trátame como tal». —Repitió mis palabras, e incluso imitó mi voz sonando chillona e infantil, y mis mejillas se colorearon.

—Sí, pero, no —gruñí temblando por la rabia.

—¿Sí o no? Decídete, Carim. —Sus dientes estaban tan apretados que podrían partirse.

—Sabes a lo que me refiero —grité indignada—, en la cama, tú, tú, yo…

—Oh por la diosa, ¡vez un poco de sangre y ya te pones histérica! —Susurró altanero.

—¡Piensa lo que quieras Leiden!, pero déjame decirte una cosa…, no me hables así…, no lo toleraré, y dos, ¡y para que quede claro! —le dije mirándolo a los ojos con una intensidad que se tradujo en preocupación en sus rasgos— si no quieres que mate a Carrie, que ni se te ocurra acercártele.

—Carim —murmuró.

—Lo que oíste. Esta hembra histérica y llorona entrará en estado de descontrol y matará a Carrie y cuando quieran enjuiciarla dirán que tan solo respondía a un estrés post traumático por ver… SANGRE.

Intentó tomar mis manos y acercarme a él, pero la gata en mí se erizó y se encorvó. No importaba cuánto significase lo que habíamos hecho para él. Importaba para mí y debía decírselo; no sería honesto matar a Carrie sin una advertencia. Además, no se libraría de mí tan fácilmente.

A fin de cuentas, quien advierte no traiciona, ¿cierto?

—Carim —ya me estaba cansando el modo en que gruñía mi nombre.

—¡Carim, nada! Voy a matarla y voy a… —Él cortó mi berrinche con un beso, y Lo alejé dándole un golpe en el pecho. Cuando se alejó, le gruñí en advertencia—. Lo dije enserio. Voy a castrarte. Cuando estés allí, solo será conmigo.

—No puedo. —Dijo, y volví a gruñirle. ¿Cómo que no podía? ¿Acaso era un psicópata sexual?—. Se darán cuenta de que algo ocurre —dijo recostándose afablemente contra uno de los muros del ascensor.

¡Maldición!, lucía condenadamente sexy.

No, no, no, usa la cabeza.

—No, no lo harán. —Me negaba a dar el brazo a torcer. Imaginar a Leiden bailando con otra. Leiden tocando a otra me ponía enferma.

—Pueden matarte si es lo que creemos, si están detrás de las desapariciones no lo dudaran. Te liquidarán. ¿Lo entiendes, no? No respirarás más, estarás muerta o, peor, siendo usada como banco de sangre —afirmó.

Pero si creía que con un par de palabras crueles me amedrentaría estaba loco.

—¡Voy a matar a Carrie y entregárselas en una bandeja, Leiden! —Le advertí apuntándolo con el dedo y haciendo mi voz un octavo más amenazante que antes—. Le quitaré yo misma la sangre y se la envasaré como regalo, y, de paso, cortaré tus pelotas. —Me moví hacia él tan rápido que no pudo anticipar mi movimiento, le tomé los testículos con fuerza y él gruñó—. Y ese será mi souvenir. ¡Gata enojada, las pelotas! ¿Oíste? Como te vea, te castro y tendrás que usar tu dedito para todo, si es que alguna hembra vuelve a intentarlo contigo.

—Cariño —susurró con sarcasmo en la voz y una media sonrisa, que quise borrar de un golpe, mientras quitaba mi mano de sus testículos—. Tú solo bailas. —Dijo y me giré enfurecida—. ¿Piensas que ellos se creerán el rollo de que solo vengo por un baile cuando…? —Su boca se cerró de golpe y chasqueé los dientes, y giré para mirarlo a los ojos.

—Cuando… —murmuré dando un paso hacia él.

—Cuando me he acostado con casi todas las hembras de aquel lugar y, a veces, incluso dos por noche. —Sonrió de lado y lo empujé con fuerza. Expulsó el aire de sus pulmones de golpe y sus ojos formaron una línea—. Piensas que se creerán el rollo…

Maldito hijo de puta.

—¿Te has acostado con una o dos cada noche?

Su respuesta fue un suspiro y me crucé de brazos enfurecida: una cosa era imaginarlo, y otra muy distinta es que él…

—Harás que se lo crean…, que se crean que solo vienes por un baile.

—O ¿qué? —amenazó.

Cabreada, y totalmente sulfurada, no respondí. Bien, a él no le interesaba estar con otras, así que no debía molestarle que estuviera con otros, ¿no?

—Lograré que me dejen hacer algo más —dije, trazando mi plan mental.

Bien. No importa.

Había más de un modo de lograr que entendiera mi punto.

—Laicot es infalible en eso, ella… —agregó, y gruñí. Ella podía ser lo que quisiera pero ya veríamos cómo reaccionaba su lobo cuando me viese con otro.

—Voy a cortarte en pedazos, Leiden, las tocas… y las mato. Voy a conservar tu pene en formol para usarlo como consolador, así que cada vez que me veas feliz y radiante, recuerda que es el pene que te corté, por ser tan idiota, lo que me hace gemir en las noches.

Volví a pulsar el botón del ascensor y este continuó con un letárgico movimiento. Las puertas se abrieron al estacionamiento y conseguí, por fin, un poco de aire fresco.

Salí a la oscuridad dándole la bienvenida.

Estaba cabreada de solo imaginarlo; no podía ni pensar qué pasaría si lo viera. Pero eso no quería decir que jugaría limpio. Nunca lo haría.

Me subí al coche sin decir nada más. Era mejor que él cerrara el hocico porque lo próximo que saldría de mi boca sería pedirle a Nicolás que lo quite de ese lugar y pusiera a otro. Un remordimiento me tensó las entrañas. Podría hacerlo, pero soy mezquina y cobarde porque por más que no lo quiera cerca de ninguna otra hembra, lo necesito. Lo necesito allí. Lo sé, lo sé, estoy siendo estúpida, pero lo quiero ahí…