11

Parpadeé nuevamente mirando a Nicolás. No podía ser cierto.

Después de mi charla con Vívika no había hecho más que darle vueltas al asunto del emparejamiento y todo eso. Había discutido internamente con mi gata y afianzado los muros que guardaban mi secreto…, y, ahora, Nicolás estaba allí incrementando mi nerviosismo como si eso fuera posible.

—¿Qué tú hiciste q-u-é? —Sentía la piel ardiendo, tenía los nervios de punta, mi gata rayaba las paredes internas de mi mente instándome a aceptar aquello como una bendición, mientras mi parte humana quería mostrarles los dientes a mi centinela—. ¡Has perdido la cabeza! —le grité, y eso pareció golpearlo de lleno en la boca del estómago. Me crucé de brazos frente a él intentando contener mis garras que arañaban la piel pujando por salir.

Iba a matarlo.

¿Acaso mis hermanas habían encontrado un modo de atravesar mis defensas? Volví a reforzar los muros mentales y esconder mis sentimientos en lo más profundo de mi ser. Ya estaba lo bastante confundida como para incrementarlo con una noticia como esta.

Maldito.

—Mira, Carim, prefiero tener a Leiden detrás de ti que dejarte sola —argumentó mirándome con dureza.

—¿Y no se te ocurrió preguntarme? —chillé colocándome las manos en la cintura.

—Carim, por favor… —bufó con fastidió.

Tenía mi alma dividida en dos: mi parte animal y primitiva, aquella que quería marcarlo como mío, estaba segura de que Nicolás tenía razón, mientras que la otra parte, la humana, tenía miedo. ¿Qué ocurriría si me equivocaba, y si no fuera él?

Me negaba a someterme a él y vivir al lado de un macho que no amara.

—No… —dije cuando logré dejar la diatriba atrás—, deja de tratarme como una niña…, ¡no lo soporto!

—No te trato como una…

—Sí —dije cortándolo— sí, lo haces —exclamé apretando los dientes y di un paso atrás—. Si fuera Eva… —apunté señalándola con el dedo—. No, no la enviarías con nadie, y si fuera Sal…, tan solo… —Estaba enojada, tan enojada—. ¡Maldición, Nicolás!

—¡Carim, por favor! —suplicó e intentó acercarse a mí, como las personas hacen cuando quieren tocar a un gato para calmarlo.

En respuesta rechiné los dientes y di un paso atrás.

—¡No!, ya, déjalo. —Lo fulminé con la mirada, tomé mi bolso y me dirigí hacia el ascensor—. Iré, haré lo que me pides, pero la próxima vez, no seré yo la que salga, ¿entendido? —El ascensor se cerró en el momento justo. La cara de Nicolás expresaba su incredulidad, mientras Eva y Sal me miraban perplejas.

—¡Guardaespaldas y un cuerno! —grité sabiendo que oirían mis quejas.

A la mierda con los buenos modales.

Estaba cansada.

Inestable y sulfurada. Quería retorcerle el cuello a alguien y quería a Leiden, de mi vida.

Y lo más lejos de mi cuerpo y de mi mente, ya que no importaba cuánto se quejara mi gata, había vivido en paz hasta que lo había conocido. Había sido una gata fuerte, que había dormido con muchos machos sin importarme nada, sin ni siquiera dedicarme un segundo a preguntar sus nombres, porque simplemente nunca había buscado un amor eterno…, y aquí estaba él rompiendo todo eso.

Vívika no podía estar en lo cierto, tal vez ella también confundía las señales…, debe de estar equivocada, me dije.

Salí del ascensor disparada hacia la puerta, sin mirar a nadie. Simplemente tenía ganas de moler a alguien a golpes…, pero cuando pisé la calle, el aire se estancó en mis pulmones junto con mi convicción de sacar a Leiden de la ecuación de mi vida.

Él estaba apoyado contra un coche lujoso. Tenía sus asombrosos y enormes brazos cruzados sobre el pecho marcando sus poderosos músculos y sus piernas cruzadas haciéndolo lucir como los chicos de mis películas preferidas; tenía el ceño fruncido, y la expresión de ser un macho que satisfaría a cualquier mujer. Él no me miró, y por un instante pensé en mi vestuario pero lo descarté al segundo. ¿Qué importaba si le gustaba o no?

Las pocas féminas que pasaron por allí lo observaban y cuchicheaban cosas sobre el macho que podría llegar a ocupar sus sueños esta noche, o, más bien quitárselo.

Llevaba unos pantalones de jean rotos en las rodillas y en otros sitios mostrando tan solo una parte de su piel bronceada; una camisa blanca que remarcaba cada uno de sus músculos; una chaqueta negra que pasaba el largo de sus rodillas y llevaba botas. Sus lentes oscuros ocultaban aquellos bellos ojos de lobo que tanto me inquietaban. Instintivamente miré hacia el cielo y, como lo sabía, el sol estaba cayendo pero él aún llevaba los lentes.

Gruñí cuando mis piernas temblaron recordando las caricias del sueño de la noche anterior. Aquellas mujeres estaban en lo cierto: Leiden podía hacer que los sueños de cualquier mujer se volvieran jadeantes y calurosos. Tomé con fuerza mi cartera clavándole las uñas ante las sensaciones que no lograba descifrar.

Aprieta las piernas, me ordené. Había dicho que lo quería fuera de mi vida, ¿cierto?

¿Cierto?

—¿¡Estás listo!? —dije un segundo antes de llegar frente a él.

Pero no se movió.

Me planté dando un fuerte pisotón al suelo para mostrarle mi enojo, pero no pareció preocuparlo, ni siquiera inquietarlo. Giró su cabeza hacia mí atrapándome por un momento en los ojos que no veía, pero conocía.

—Te vez, hermosa —susurró, aquellas palabras me atravesaron y me golpearon en el estómago.

—¿Podemos irnos? —insistí con impaciencia cruzándome de brazos.

—Como quieras —murmuró, y se movió con un movimiento fluido y abrió la puerta del coche para mí.

Lo miré extrañada, esperaba una actitud hosca de su parte, algún gruñido, algo, pero no lo hizo. Sabía que en la noche lo había dejado caliente y deseoso de más y aun así no me había reprochado nada.

Sí, sentía culpa y más culpa, que caía como pequeñas gotitas dentro de mí, y mi gata comenzaba a desesperarse por la acumulación de líquido en mi interior.

Pasé a su lado y me hundí en el asiento. Leiden esperó a que me acomodara y cerró la puerta con calma, como si esto no fuera más que un simple encargo de buscar y entregar un paquete.

¡No soy un puto paquete! Leiden rodeó el coche oteando el aire, mirando más allá y robando millones de suspiros; incluso creo que vi a más de un hombre mirarlo y apartar a sus mujeres, o tan solo besarlas para confirmar que eran su posesión. Mis ojos lo siguieron todo el trayecto hasta que se metió dentro. Deseaba con todo mí ser que fuera grosero, molesto, maleducado, violento, algo que me diera la necesidad de odiarlo, pero no había nada.

Todo en él era medido, lucía como un maldito galán de telenovelas, por lo que toda la culpa encontró un nuevo objetivo y corrió a acumularse entre mis piernas calentando el centro íntimo de mi cuerpo, casi parecía una de mis películas rosas preferidas.

El chico sexy y duro venía a buscar a la damita luciendo tierno y amable. Había una película de los’90, Mujer bonita, donde ella era una prostituta, y un empresario la contrataba por una noche, luego terminaban enamorándose y quedándose juntos…, ¡maldición casi podría hacer la remake de esa película!

¡Deja de pensar como una niña!, me amonesté cuando noté que mi estómago se estrujaba ante la posibilidad de que eso fuera cierto. No había finales felices para nosotros, el mundo luchaba por sobrevivir y mi misión era proteger a mi raza, no enamorarme y ponerme cursi.

Me mordí el interior de mi mejilla en reprimenda y en cuanto él entró en el coche, su perfume me envolvió haciendo que mi corazón palpitara con fuerza.

—¿A dónde deseas ir para hablar de esto? —preguntó ladeando la cabeza y mirándome de lado.

Yo le di un vistazo, pero mis ojos me traicionaron y se detuvieron en sus hermosos labios bien tallados.

Y tuve que aclarar mi garganta antes de hablar.

—Pensé que iríamos a tu apartamento —respondí con algo parecido a mi voz. Él bufó como descartando la idea y volviendo su vista al frente.

—Mis hermanos están allí.

—¿Y qué sugieres?

—No lo sé, piensa en un sitio donde no te sientas incómoda. Puede que no sea un gato, pero créeme, sé que esto no te agrada —dijo haciendo un gesto que demostraba la proximidad de nuestros cuerpo—, puedo sentirlo —aseguró.

Dos pensamientos corrieron en mi mente a la velocidad de la luz.

¿Él pensaba en mí? ¿Quería verme cómoda? Y eso era… tan tierno. ¡Por favor, Vatur, que solo sienta mi incomodidad, solo eso, solo eso por favor, por favor, por favor!

Esto era humillante, estaba casi derretida por él, sabía que debía echarme más perfume, tal vez eso lo confundiría.

—¿Por qué no podemos ir a tu departamento? ¿Tus hermanos se molestarían, o es solo que no se permiten chicas ahí?

—Hay demasiados machos —el gruñido en su voz me calentó, cuando en realidad debía alertarme de algo más.

—¿Y qué? —Bien, llegados a este punto, me deleité con la sensación de él preocupado por que estuviera junto a otros machos.

—Quieres dos pares de ojos sobre ti, sabiendo en que estás metida —dijo de un modo tan despectivo que me sentí sucia. Me dedicó una mirada rápida recorriendo mi cuerpo, así que mentalmente agregue «y así vestida». Ahora era mi momento de bufar. Estaba en lo cierto. Otra vez.

—¿Dónde fuiste la otra noche? —pregunté sin poder impedir que las palabras traicioneras salieran de mis labios. Se giró enfrentándome; en su mirada no había enojo, tan solo incredulidad al no entender a que me refería—. ¿Adónde fuiste? —repetí, y me obligué a mirar al frente.

No podía mirarlo ahora. Sería como admitir que quería saber más de él y me sentía molesta; tragué con fuerza, pero el nudo en mi garganta seguía allí.

—¿Es necesario que hablemos de esto ahora?

—¿Por qué no? —Lo fulminé con la mirada.

—Porque no es bueno que nos vean juntos…, así que decide.

Gruñí, pues, técnicamente no había respondido a mi pregunta.

—¿No es bueno por qué…? ¿Qué alejara a las hembras de ti? —pregunté.

En respuesta puso los ojos en blanco con fastidio y maldijo. Bueno, no podía ver sus ojos por las gafas, pero el gesto había sido obvio.

Sí, me comportaba como una niñata celosa, ¿y qué? Lo único que agradecí era que Nicolás no podía verme para confirmar su necesidad de cuidarme.

—Claro que no, pero estamos en una investigación, Carim. —Volví a gruñirle. Él estaba completamente seguro de que si saliera del coche ahora mismo, podía buscar cualquier mujer y esta no se negaría a estar con él. ¿Podía ser más engreído?—. No pueden saber que estoy contigo fuera del local de Laicot. —Técnicamente no había respondido a mi pregunta, nuevamente, por lo que me enfurruñé en mi asiento, crucé los brazos y clavé mi mirada al frente, sin saber si debía sentirme ofendida, dolida o celosa—. Tengo una idea.

No pregunté nada más.

Tan solo me quedé allí atrapada en mis cambios de humor. No sabía que ocurría conmigo. Aquel macho me fastidiaba del mismo modo que me calentaba.

¿Y si Vívika estaba en lo cierto?

Condujo lejos del centro hasta un edificio de cinco plantas, y agradecí el silencio. No quería que husmeara mis sentimientos, ni como me sentía; había tenido mucho de eso en casa con Eva, Sal y Nicolás tras mi rabo, y menos quería averiguar qué más percibía sobre mi actual estado de idiotez. Intentando no pensar en nada más, me detuve a observarlo.

Su andar era suave, sus ojos estaban cubiertos por esos lentes oscuros que deseaba arrancar. Leiden se movía como un maldito robot, su posición rígida, su cuerpo atento a la ruta, dándome el espacio necesario, sin interactuar de ningún modo conmigo para que me calmara, mientras que yo me achicaba en el asiento del acompañante.

Llevaba una diminuta falda roja y unas medias de red con un portaligas rojo, y ropa interior a tono; arriba llevaba una camisa blanca, que dejaba entrever mi sujetador, y que pensaba anudarme dejando ver mi ombligo cuando entrara a trabajar, pero ahora, en el coche, me sentía desnuda.

Se detuvo en el estacionamiento que estaba en un subsuelo y por un momento pensé que nos quedaríamos allí. No había ningún movimiento en el lugar, no conocía el edificio, pero imaginé que debían ser muchos los que habitaban allí, pero ninguno se molestaba por mantenerlo en buen estado ya que había mugre en los rincones y un par de gatos callejeros corriendo por el fondo junto a un coche abandonado y destruido.

Se giró hacia mí sin quitarse las gafas por más que casi estuviéramos a oscuras.

—Espérame aquí… —dijo.

—¿Adónde vas?

—Ah… —iba a hablar, pero noté como descartaba la idea la instante— no importa, vendré por ti en unos minutos. Cierra las puertas en cuanto salga y llámame cualquier cosa.

Tocó mi mano pero la retiró rápidamente, aunque el calor quedó chisporroteando en mi piel.

Salió del coche, y me detuve a admirar su andar, sus pantalones se amoldaban de una forma perfecta a su trasero, ¡su trasero era casi un monumento a la perfección!; su espalda musculosa se movía bajo la tela y daba ganas de lamerla, se me secó la garganta al pensar en su piel bajo mis dedos, toda su piel, la dureza de su pene que había percibido anoche; seguramente era enorme y podría llenarme haciéndome gritar su nombre…

Malditos lobos, todo en ellos inspiraban sensualidad y poder, aquello que haría que cualquier mujer se arrastrara frente a él. Mi gata ronroneó con la idea, pero la descarté con un puñetazo mental.

Pero había tomado una decisión.

—¡Ni una mierda, no me voy a quedar aquí! —afirmé.

En cuento Leiden se subió al ascensor, me deslicé fuera del asiento antes de que se detuviera, y noté que se trataba de uno de los últimos pisos. Se detuvo allí, y mis piernas se tensaron ante la futura carrera.

La pregunta era qué hacer.

Si estaba implicado en el tráfico de sangre, estaba segura de que borraría todas las evidencias antes de que pudiera verlas, pero si hubiera una mínima duda, estoy segura de que Nicolás no lo hubiera enviado…, entonces, ¿por qué me había dejado aquí?

Subir o no subir…

Subir o no subir…

Subir o no subir…

Subir o no subir…

Sube —ordenó mi gata y corrí por las escaleras.

Me detuve cuando pisé el descanso del quinto piso; abrí la puerta silenciosamente y me colé dentro. Usando mi agudizado olfato me dejé guiar hasta el departamento donde Leiden estaba. Su aroma había quedado pegado a mi nariz, así que no fue difícil encontrarlo.

Comprobé la puerta y el picaporte cedió ante el peso de mi mano, la abrí lentamente sin hacer ruido. Me obligué a seguir la fuente del sonido cuando mis piernas temblaron.

¿Qué ocurriría si encontrara sangre derramada?

¿Un cuerpo?

¿Podría enfrentarme a él y matarlo?

¿Podría?

Él no tiene nada que ver con eso, gruñó mi gata anulando mi cerebro.

Debía verlo. Me forcé a seguir.

Cuando llegué a la sala me detuve. No era un departamento grande, debía de tener pocos metros y en el lugar donde debían estar los sillones y la mesa del estar, tan solo había una cama, una enorme cama. Leiden estaba alzando una silla y acomodándola en un rincón; la cama estaba revuelta y olía a sexo, sexo y a su perfume.

Olía a hembra. Había traído a muchas hembras aquí, rugió mi gata queriendo despedazar el lugar, y tuve que apretar los puños para no empezar a romper cosas.

Leiden cogió unas velas rojas que había en el suelo y las acomodó en una repisa. Mi gata gruñó nuevamente cuando comprendí qué era aquel lugar. Laicot había dicho que él se llevaba chicas a un lugar especial.

Recordaba la charla como si pudiera verla.

Sí, sí, siempre lo hace, suele llevárselas a un sitio, a veces a más de una.

Más de una. Maldito hijo de puta. Más de una.

El techo tenía un espejo enorme sobre la cama que le permitiría ver a su amante mientras lo montaba.

Hijo de mil puta… Las paredes estaban pintadas de color borgoña y había una inscripción en una de las paredes, como si fuera una confesión momentánea garabateada en limpios trazos de pincel color blanco.

Dicen que el elemento más poderoso es el fuego, que puede hacer arder una pasión hasta que te consume, y es el más lento y doloroso de todos… porque consume tu piel, consume tu cuerpo, creando el más crudo de los dolores.

Me quedé pensando en aquellas palabras, debían significar mucho para él si no las había quitado. Mis ojos notaron que había velas y cuadros eróticos por todos lados…, y aquel maldito olor a sexo impregnado en cada centímetro, en cada relieve, en cada tejido. Mi gata y yo gruñimos y ahí fue cuando se giró, me encontró parada observándolo.

—Este —tragué con fuerza para que mi voz sonara dura y mirándolo señalé la cama— ¿este es el lugar en el que te…, en el que te… —en mis ojos picaron las lágrimas que luchaba por contener.

—Dilo, Carim, pregúntame lo que deseas saber —murmuró mirándome con la voz calmada y tranquila.

—Yo…, tú —dije apuntándolo—. Aquí es donde tú, tú te las montas? —Las palabras salieron como un gruñido y sabía que había visto mis colmillos, meneó la cabeza y suspiró lentamente.

—¿Qué te dije de esperar abajo?

—¡Que te den! ¡Responde! ¿Aquí es donde te las traes para… para…?

—¡Dilo, maldición! ¡Dime lo que quieres saber! —gritó, y en vez de retroceder di un paso adelante—. Dilo, Carim, pregúntame, ¿aquí es donde vienes a tirártelas, Leiden? ¡Dilo!

—Aquí, aquí es donde… —Intenté con todos los medios decir las palabras, podía imaginarlo revolcándose con otras, podía verlo con… otras.

—Vengo a coger, sí, aquí es donde vengo a tirármelas —repuso y levantó los brazos, como si estuviera orgulloso.

Di un paso atrás como si me hubiera golpeado en la boca del estómago mientras me observaba con aquel maldito aire de superioridad.

—Aquí es donde te las coges, ¿cierto? ¿Es aquí donde te acuestas con esas… putas? —Leiden sonrió de lado, como si estuviera orgulloso de que dijera aquellas palabras mientras se lamía los labios, como si ahora fueran mis palabras las que lo golpeaban y probara su propia sangre. Me miró pausadamente y bufó molesto. Ladeó la cabeza y sin dejar de mirarme de forma arrogante. Se agachó lentamente sin mirarme y levantó del suelo una prenda de encaje diminuta, y la dejó colgando en su dedo como una maldita bandera. La observó un segundo y volvió sus ojos hacia mí. Si con eso pretendía clamar por una tregua, estaba equivocado.

¡Aquella minúscula pieza colgaba de su dedo como una maldita bandera!, y la odiaba, quería arrancársela de las manos, quería golpearlo; pero en vez de eso, apreté los dientes y apreté las manos con fuerza. Me observó como si estudiara cada uno de mis movimientos, cada uno de mis gestos. Alguien se había olvidado de ella en el apuro o tal vez se las había dejado de recuerdo.

Imaginé a la mujer quitándose aquella tanga para él, mostrándole su sexo, y Leiden dispuesto a tomarla… Mi corazón comenzó a latir con más fuerza y mi garganta se secó, pero quería saber…

—¿Aquí es? —insistí, pero no respondió, suspiró con fastidió y arrojó la prenda en un rincón. Mis ojos siguieron el recorrido y noté que iba a parar en un montón de telas.

Junto a otras… muchas otras…, sentí la necesidad de caerle a golpes cuando noté la cantidad de prendas íntimas.

Trofeos. Recordatorios…, eso eran.

—Carim, detente —dijo y casi no lo escuché. Ni siquiera había notado que había empezado a cambiar. Leiden se aproximó e intentó tocarme, pero no lo dejé. La gata estaba fuera de control y yo, yo ya no podía controlarla, ni tampoco quería. Sabía que se traslucía en mis ojos cuando él me miró—. Cálmate —ordenó.

—¿Qué me calme? ¿Quieres que me calme? —grité.

—Sí, lo lamento ¿está bien? Pensaba ordenarlo antes de traerte aquí, sé que no es el mejor sitio…, no quería que te sintieras incómoda. Pero sí, aquí es… ves, no hay cuerpo, ni sangre, no he traído a ninguna a la fuerza.

—Dime, Leiden…, ¿a quién pertenece eso? —mascullé entre dientes señalando la tela roja.

—No importa —repuso haciendo una mueca de desinterés que me puso aún más furiosa.

—Sí, sí que importa…, ¿a quién ibas a buscar? —lo increpé acercándome. Él sacudió la cabeza luciendo confundido, pero estaba segura de que sabía de que hablaba.

—¿De que hablas? —preguntó con desdén y puso los ojos en blanco y dio un paso alejándose, pero lo detuve del brazo—. Estás desvariando —susurró arqueando una ceja.

—Dijiste que pasarías a buscar a una chica…

—¿Qué?

—Anoche, Leiden, anoche —gruñí con los dientes apretados haciendo que mi voz sonara aterradora, sin importarme quién podía oírnos.

—¿Qué pasa con «anoche»? ¿De qué estás hablando? —preguntó.

—Ibas a buscar a una hembra, estuviste conmigo y te marchaste, pero prometiste volver por otra hembra… Laicot dijo que siempre lo haces…

—Sí, ¿y qué? —preguntó sacudiendo la cabeza y levantando las manos.

—¿Quién? Dime quién, cuál de ellas.

—¡Olvídalo! ¿Qué tiene que ver eso contigo?

—No te importa —indiqué.

—Sí, sí lo hace —me retrucó acercándose a centímetros de mi cara.

—Tan solo responde, quién —repetí sin darme por vencida.

—¿Habría alguna diferencia? —dijo soltándose de mi agarre.

—Sí, la hay, dime cuál de todas, Leiden —siseé.

—Bien, quieres saber a quién buscaría, está bien Carim, buscaría a Carrie, ¿ok? Ella sería a la que iría a buscar, ella y yo, bueno…, no sé. —Gruñí de un modo tan animal que él retrocedió un paso—. ¿Qué te pasa? ¡Cálmate! —Mis ojos amarillos se fijaron en él, la tonalidad del cuarto oscilaba entre la visión de la gata y la humana—. ¡Nunca las he forzado!

—¿Carrie? ¿Carrie…? —refunfuñé recordando mi fantasía de romper su hermosa cara.

—Sí, ella me conoce, no es la primera vez que…

Avancé un paso haciendo que se detuviera. ¿Acaso no sabía como cerrar la boca?

—¿Por qué te interesa tanto?, o ¿acaso tú? —Me escrutó un momento y sacudió la cabeza como si una gran idea se le hubiera ocurrido—. ¡Oh, maldición, no lo sabía! Lo lamento.

—¿Qué? ¿Qué no sabías?

—Que era tu pareja —masculló arrepentido, levantó los hombros y me señaló—. Tu amante.

Mi boca quedó abierta, muy abierta, las palabras se atascaron en mi garganta y enmudecí.

¿Qué yo que?

Se rascó la cabeza, peinó su cabello, y sonrió de lado como avergonzado. Esperaba cualquier cosa de él, menos eso.

¿Lesbiana?

¿Creía que era lesbiana?

¿Cómo mierda se le ocurrió eso?

—Lo lamento, sé que te gustan las hembras y por mí está bien… —se disculpó como si me hubiera ofendido. Volvió a ordenar otra cosa que no vi, ya que sus palabras me había pegado al piso y casi no podía moverme—, solo que no sabía que…

—¿Qué has dicho? —pregunté molesta.

—Tranquila. —Lo escruté con la mirada; si las miradas mataran, Leiden estaría hecho un colador—. ¡Eh!, tranquila, no saldrá de estas paredes…, y bueno…

—¿Hembras? —murmuré y largué una risita ronca dando un paso hacia él.

—Sí, sé que te gustan las hembras… —di otro paso hacia él que parecía estar confesando su indiscreción—, mujeres. ¿Qué hay de malo? —Levantó los hombros y me sentí totalmente fastidiada—. Por eso sabía que nunca te acostarías conmigo, ya sabes…, instinto. —Se giró recogiendo algo del suelo.

Ni bien llegué hasta él, lo tomé del brazo y lo giré de modo que quedamos enfrentados y puse mi dedo índice en su pecho.

—No me gustan las hembras —di otro paso esta vez empujándolo—. Me gustan los machos, ¿entiendes? —Di otro paso haciéndolo lucir más confundido—. No soy lesbiana. —De un empujón lo tiré de espaldas a la cama revuelta, y rápidamente me monté sobre él impidiendo que se moviera.

Oh, sí, iba a disfrutar esta revolcada.

—Escúchame Carim… —levantó nuevamente las manos con aquella seña que era tan particular en él y comenzaba a fastidiarme— no voy a decírselo a nadie ¿está bien? —aseguró y sus manos sostuvieron mi rostro para que notara la cruda verdad en sus palabras—. No necesitas demostrar nada —aparté de un manotazo sus manos y en cambio plante las mías junto a su rostro dejando que mi centro se frotara contra su dureza.

—¿Quién te dijo que era lesbiana? ¡Cómo se te ocurre! —Le grité indignada.

—Alguien que te conoce, Carim.

—¿Qué?

—Sabes, por qué no vamos a otro… —le cubrí la boca con mi mano y me acerqué a centímetros de su cara dejando que la gata se filtrara en mis ojos nuevamente.

—¿Quién? —pregunté y retiré mi mano.

—Esa es tu pregunta preferida, ¿cierto?

—Responde y no tendré que preguntar tanto —murmuré.

—Bien, bien, Eva… Eva me lo dijo —susurró y mis ojos se abrieron como platos.

—¡No te creo! —dije acercando mi rostro a él y torturándolo al frotarme contra la erección que comenzaba a despertar entre sus piernas.

¡Ouch! ¡Ouch! Está bien, lo dijo, una noche, cuando nos encontramos en el bar, dijo que tú vendrías pero no estarías interesada.

—¿Qué yo que?

—… que no estarías interesada, intenté convencerla de que podría hacerte cambiar de opinión que no soy siempre un engreído y cosas así, pero terminó diciéndome que la única manera en la que tú vendrías conmigo era si no tuviera pene… ya sabes… mujer, hembra, lo que sea. —Concluyó agitado.

—¡Voy a matar a Eva! —gruñí mirando la pared delante de mis ojos—. ¿Y tú le creíste? —pregunté y le di un golpe en el pecho.

—No sabía que pensar… —respondió tragando con fuerza.

—¡Le creíste…! —afirmé dándole otro golpe.

—Sí, sí, lo hice. ¡Deja de frotarte! —Le di otro golpe— ¡deja de frotarte! Además… —Levantó los hombros confundido—. ¿Qué querías que hiciera? Es tu hermana, ella te conoce y bueno, había rechazado todas mis propuestas… pensé…

—Bueno, Leiden, te diré… —me agaché sobre él dejando que mis pechos se pegaran a su cuerpo—. No me gustan las hembras, me gustan los penes, ya sabes, hombres. —Estiré mi mano hasta su entrepierna pasando justo entre nuestros cuerpos.

—¡Espera! ¡No, no!, no hagas eso a menos que vayas a terminar con lo que empieces.

Lo miré y noté cómo mis ojos brillaban y mi gata ronroneaba ante la idea.

Nicolás había dicho que debía conocerlo, ¿cierto?

Que sería mi guardaespaldas y debía confiar en él, ¿no?

Bien…, eso haría, como en Mujer bonita.

Mi gata tomó el control de una maldita vez arrebatándome la cobardía, me sonrió mostrándome sus hermosos colmillos, y supe que Leiden sería nuestro hoy.

No había ni un centímetro de su cuerpo que no lamería; ese lobo se había metido donde no debía.

Ambas, la gata y yo, lo dejaríamos completamente saciado de una forma que no buscará ninguna otra hembra…, al menos no por hoy, mañana ya veríamos. Pero hoy pensaba disfrutar de mis fantasías con él; en aquel cuarto donde otras lo había amado, yo sería la que lo montara. No había vuelta atrás.

Estaba resuelta.

Sería mío.